Revista Cubana de Filosofía
La Habana, enero-junio de 1952
Vol. II, número 10
páginas 48-50

Luis A. Baralt

Sobre la Sociedad Cubana de Filosofía

Señor Presidente y Señores Miembros de la Sociedad Cubana de Filosofía:

Si consideramos que lo más difícil en los empeños de cooperación entre los hombres es perseverar en el esfuerzo, siempre será motivo de satisfacción para una sociedad el celebrar un año más de existencia. Pero cuando los que se reúnen lo hacen para una finalidad tan poco utilitaria como es la filosofía y, además, son cubanos, hay motivos sobrados para que el alborozo de la celebración llegue al cielo del más vivo entusiasmo. Acaso se dirá que con nosotros no rezan las limitaciones que suelen señalarse al carácter criollo proverbialmente volandero, improvisador y poco perseverante, porque somos filósofos y el filósofo está por encima de las idiosincrasias temperamentales debidas al tiempo, el lugar y la raza, ya que no hay propiamente filósofos cubanos, franceses o chinos, sino filósofos a secas, entes internacionales o supranacionales. Pero por muy valedera que sea esta tesis, y os invito a escribir un ensayo demostrando cómo la filosofía borra o lima las más salientes aristas que el nacionalismo, los credos religiosos y las banderías políticas hacen protuberar en la personalidad humana, bastante nos queda de esencial cubanidad para que estemos justificados en señalar como excepcional entre nosotros una labor como la que esta noche celebramos y podamos con legítimo orgullo auto-elogiarnos por haber cumplido un año más esta cubana y filosófica sociedad.

Los que ya hemos pasado del mezzo del camin di nostra vita sabemos muy bien lo mucho que se ha andado en estos últimos lustros en lo que hace al cultivo de los estudios filosóficos. Yo recuerdo, cuando apenas adolescente, comencé mis primeras lecturas filosóficas, cómo no tenía con quién ventilar mis inquietudes. En el grupo de mis camaradas los había eruditos (José María Chacón y Calvo), poetas (Gustavo Sánchez Galarraga), ensayistas (Pancho Castellanos), historiadores (Alfredo Owens), pero, que yo recuerde, sólo uno era dado a la especulación filosófica, el malogrado José Enrique Montoro. Luego surgieron los Mañach, los Bustamante y Montoro, los Lles, los Vitier, dispersos aquí y allá, sin contactos vivificadores y absorbidos, en la mayoría de los casos, por múltiples y dispares solicitudes. ¡Cuán diverso es hoy el panorama! Enumerar los estudiosos que ahora se dedican con más o menos especialización a las disciplinas filosóficas sería, a más de improcedente, dilatado en demasía. Baste mencionar la existencia de la excelente Revista Cubana de Filosofía, las frecuentes conferencias, la bibliografía filosófica cada vez más copiosa y sobre todo la labor de esta benemérita Sociedad Cubana de Filosofía.

Para ésta son esta noche nuestro aplauso y nuestra gratitud. La Sociedad Cubana de Filosofía, en efecto, no es un ente artificial, de esos que lo mismo da que existan o que no existan, un club más, [49] de esos que crean los niños o los adultos que no han dejado de serlo, a impulsos del instinto de liderazgo para que uno sea el presidente, otro el secretario, otro el tesorero y los demás –si hay más– los socios. No. Podemos sentirnos satisfechos de que nuestra sociedad obedeció a un imperativo insoslayable, viene cumpliendo su misión a cabalidad y ha adquirido el derecho a esa permanencia que esta noche festejamos. A través de las presidencias del germánico José María Velázquez, de la mística Mercedes García Tudurí y del existencialista, a veces un tanto vergonzante, Humberto Piñera Llera, la Sociedad Cubana de Filosofía se ha ido robusteciendo visiblemente. Es el canal que nos une cada vez más con el pensamiento y la actividad filosóficos de allende nuestras costas: es la fragua que nos invita al estudio y a la emulación en este medio antes tan poco estimulador de la especulación filosófica. Gracias a nuestra sociedad, Cuba figura en el mapa de la filosofía americana. Este año ha sido acaso el de mayor actividad: nos hemos visto representados en la persona de nuestro presidente y por especial invitación de la División de Filosofía y Ciencias Humanas de la Unesco, en las Conversaciones sobre los problemas de la enseñanza de la filosofía que se celebraron en París el pasado noviembre; nos han visitado eminentes filósofos: José Ferrater Mora, José Gaos, Juan Roura-Parella, Risieri Frondizi, Aníbal Sánchez Reulet, José Luis Romero y Guillermo Francovich; se han dado diversos cursos y conferencias por miembros de la Sociedad, seguidos generalmente de discusiones vivas interesantísimas que han servido no solamente para acentuar todo lo que tiene la filosofía de planteamiento problemático de cuestiones cuya solución se nos acerca gradualmente sin entregarse nunca en forma definitiva, sino para tomar el pulso a nuestro ambiente filosófico y poner de relieve ciertos denominadores comunes y ciertas diferencias dominantes de postura en el pensamiento de los participantes en la presentación de la filosofía en forma viva y apasionada. Por mucho que se hable del carácter intelectual, objetivo y especulativo del filosofar, ¿cuándo no han sido apasionados los filósofos, y mientras más grandes más apasionados? ¿No lo fue Sócrates contra los sofistas, Kant contra los metafísicos dogmáticos, James contra los tender minded? ..., por no decir nada de las violentas disputaciones de los escolásticos. ¡Menguado filósofo aquel cuyas ideas no le merecen el esfuerzo de romper por ellas alguna lanza! Sólo que ha de saber mantener sus armas limpias, libres de la herrumbres del prejuicio y de la ponzoña del dogma y ha de estar dispuesto a acatar las reglas del torneo que son las reglas de la razón y la verdad. El filósofo ha de ser un caballero armado siempre esforzadamente en pos de una Dulcinea cuya posesión sabe, de entrada, no ha de alcanzar nunca, pero que podrá vislumbrar, y dispuesto siempre a ofrendar la vida misma antes de desmayar en la empresa. Su pasión no es la del hombre de fe que puede llegar en el mejor de los casos al martirio y a la santidad y en el peor al odium theologicum, pero sí ese amor intellectualis que guía e inspira a todo buscador de la verdad. Yo clasificaría las ideas en ideas frías e ideas cálidas. No me interesan más que las segundas, pues en su calidez llevan el sello de lo que vive, asciende y dignifica. [50] Por eso digo que el mayor servicio que presta nuestra Sociedad es el fomento de los debates y discusiones en que se contrastan y acrisolan las ideas de cada cual y se suscitan y engendran nuevas e inesperadas directrices del pensamiento.

Sólo me resta ahora pedir excusas por estas reflexiones tan poco sistemáticas estampadas en el papel al correr de la pluma y alzar la copa por la felicidad de todos y por la continuada vitalidad de la Sociedad Cubana de Filosofía.{*}

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{*} N. de la R. Las palabras que anteceden fueron pronunciadas por el doctor Luis A. Baralt, figura prominente de nuestra intelectualidad y miembro fundador de la Sociedad Cubana de Filosofía, en el acto de clausura del curso académico de 1951 a 1952 del Instituto de Filosofía el cinco de junio del presente año. La Junta de Gobierno de la Sociedad Cubana de Filosofía agradece vivamente al doctor Baralt el justo y expreso reconocimiento que sus palabras entrañan.

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