Revista Cubana de Filosofía
La Habana, abril-junio de 1951
Vol. II, número 8
páginas 17-24

Ramón Xirau

Integración y existencia concreta

«Primeramente, toda cuestión metafísica implica el campo todo de los problemas metafísicos. En cualquier caso es, ella misma, el todo. En segundo lugar, cualquiera cuestión metafísica puede solamente plantearse de tal manera que el cuestionante como tal se vea envuelto en la cuestión por su propio cuestionar.»{1} Y la cuestión básica de este artículo es, esencialmente, metafísica, es decir, totalizadora y subjetiva: la existencia concreta y su integración.

La metafísica contemporánea, implícita o explícitamente, se refiere siempre a un problema: determinar lo concreto, tal ha sido el afán de los mejores filósofos de nuestros días. No hay más que pasar en revista las principales ideas para darse cuenta de este intento. En Bergson es el concreto hombre, hecho conciencia y memoria, en su poder cualitativo e intensivo; en los existencialistas, una íntima desazón ante la soledad de la «condición humana»; en Whitehead, el interés por la realidad eventual, prehensiva y activa; en Unamuno, el «hambre de inmortalidad», &c.... Los términos han cambiado. Las palabras mismas se llenan de contenido, de «médula substantífica» como diría Rabelais. Y así, la filosofía de hoy ya no habla de intuiciones claras y distintas, como la de Descartes, o de percepciones claras, como la del empirismo inglés, sino de prehensiones, instintos, sentimientos, llenos de angustia o de esperanza. El tiempo ya no es «una representación necesaria que sirve de fundamento para todas las intuiciones»,{2} como en Kant, sino «duración pura», «forma que toma la sucesión de nuestros estados de conciencia cuando nuestro yo se abandona a la vida».{3} Ni el espacio es ya esta extensión vacía, res extensa de Descartes, sino voluminosidad relacional, tiempo con dimensión, cosa concreta, como en Whitehead.{4} Y el hombre no es ya un «yo pienso» abstracto que sólo existe por consecuencia, sino un «hombre de carne y hueso» que vive, y piensa, y siente. La metafísica está en carne viva. De ahí que acaso pueda nacer cierto optimismo en nuestro ánimo, pues la filosofía retorna al mundo de las cosas vivas, a los campos, a los montes, a las personas. Se nos acerca y nos vive. Ya no vemos el mundo a través de una ventana glacial de abstracciones. Los filósofos tienden a lo concreto. Pero ¿qué es lo concreto?

Hay que notar ante todo que la palabra está llena de peligros, por el hecho mismo de ser palabra conceptual. El lo de lo concreto, implica ya de por sí [18] una realidad neutra y apagada. Y acaso en la palabra misma haya un residuo de abstracción insuperable. El gran problema, pues, está en que pensamos mediante palabras y, al hacerlo, como tenemos que entendernos y forjar puntos de referencia, necesariamente tenemos que abstraer. Pensar y hablar es referir, pero es, también, deformar. De ahí que lo concreto, en sí, sea inefable. Expresar la realidad concreta sería tanto como expresar la realidad infinita, en cada árbol, en cada rama, en cada hoja, en cada mancha de verde.

Podemos decir, sin embargo, lo que entendemos por concreto, lo que se nos hace presente cuando decimos filosofía concreta. Y habremos dado entonces un paso más hacia la comprensión de la realidad.

A esta pregunta se dedica este artículo: ¿Qué es lo concreto?

Masividad y urgencia

No es tal vez excesivo decir que el idealismo ha sido siempre filologismo. Más que por las ideas nos vemos envueltos por las palabras y el problema central es siempre un problema de expresión. El idealismo empieza con la definición verbal.

Por ello, no vamos a tratar de definir. Definir lo concreto sería tanto como tratarlo con medidas abstractas. Vamos a tratar de dar el sentimiento, el sentido, de lo concreto, en aproximaciones sucesivas.

No hay duda de que lo primero que se nos presenta al espíritu cuando nos interrogamos sobre la realidad de lo concreto es cierto nivel de masividad, de urgencia, de consistencia. Este árbol concreto aquí y ahora se me da en su masividad de cosa junta que, por el momento, no intento deslindar. Ahora bien, lo concreto no es sino la forma estática del concretar (concrescere), y así, la totalidad real de lo concreto se nos da también bajo forma dinámica. Tan concreto es el monte como el río.

Acerquémonos algo más al problema.

Cualquier objeto natural puede presentársenos bajo dos aspectos: uno estático y otro dinámico; la montaña lejana es un todo estático para mí que la contemplo ahora. La nube que pasa es una concrescencia dinámica. En ambas experiencias, sin embargo, no se me dan hechos claros y distintos, sino hechos concretos. La palabra concrescencia, en lugar de hecho concreto, parece implicar mejor este sentido totalizador de consistencia que aquí nos interesa. Un objeto concreto es un objeto que se nos presenta en singularidad de ser y que se nos presenta con cierta consistencia. Concretar es agrupar, y concrescencia es agrupación de cualidades reales. Así en la idea de lo concreto se hallan, a la vez, la noción de masividad dada inmediatamente ante mí, y el sentimiento de que esta masividad es un todo que se sostiene por sí mismo, que consiste.

Cuando observamos un objeto o una persona, in concreto, a Juan y no a la humanidad en Juan, destacamos por de pronto la presencia de Juan, por una pase, de los objetos que lo circundan y, por la otra, [19] de las demás personas en el mundo que se llaman Juan. Es este Juan y no otro. Ahora bien, en este hecho concreto queda entrañado cierto carácter de diferenciación, que a algunos puede hacer creer en una abstracción. Se dirá que al percibir a Juan como persona concreta lo estoy abstrayendo de las demás cualidades que le circundan y entonces habrá nacido en la mente de quienes esto objeten la idea de que cualquier hecho concreto presupone una abstracción. Percibir se reduciría entonces a abstraer hechos concretos.

Sin embargo, hay que entendernos sobre el sentido de las palabras muy a pesar de sus contradicciones. Si concreto y abstracto se oponen como universal y particular, es claro de por sí que lo concreto no puede ser abstracto.{5} En la palabra abstracción, tal como la entendemos ahora nosotros, hay siempre una connotación decisiva: universalidad y necesidad. En este sentido de la palabra no se puede decir que para concretar se deba abstraer. Si, en cambio, la palabra se usa en el sentido etimológico de entresacar, o destacar, es evidente que cualquier realidad concreta se abstrae de las realidades circundantes.{6}

En beneficio de la claridad, vamos a usar aquí otra expresión para señalar este último sentido del término: la palabra singularizar. Hablar de un objeto concreto consiste, entonces, en singularizar, pero nunca en abstraer.

Ahora bien, esta singularización del objeto consistente que se me da como una masa con gravitación interna y estructura, implica una realidad circundante, no menos concreta, que se me da como fondo. La psicología de la Gestalt es una muestra decisiva de ello. Para los psicólogos de esta escuela, como es sabido, toda percepción se hace por singularización de formas sobre fondos indefinidos.

Un objeto concreto, se nos presenta siempre como una singularización de este tipo.

Una realidad concreta –hombre o cosa– es, pues, una totalización singular de cualidades reales –dinámicas o estáticas– que se nos dan intuitivamente, de una vez para todas, como existencias consistentes y relacionales. Un hecho concreto es un hecho íntegro.

Hay, sin embargo, una segunda caracterización que es no menos importante para la determinación de la palabra: lo concreto implica urgencia.

En el afán de los filósofos por establecer una filosofía de lo concreto, deberíamos hallar ya la raíz para entender su urgencia.

Cuando decimos que lo concreto nos urge, queremos con ello decir que es una realidad que nos llama, que nos atrae y que a ella nos hace atentos. En toda percepción hay siempre una base de interés. [20] Interprétese este interés como se quiera, ya sea desde el punto de vista más groseramente vital, ya desde el punto de vista espiritual más elevado. En este sentido cuando percibo un objeto, es porque éste me atrae y a él dirijo mi atención. En esta urgencia del llamado de lo concreto puede haber cierta personalización de la cosa, pero en todo caso encontramos una muestra más de lo que llamamos integración. Al dirigirme al objeto concreto lo hago con toda mi personalidad viva, y se forma entonces una constelación de integraciones concretas. Mi subjetividad se adhiere a la persona o a la cosa mediante este vínculo del interés.

Cuando alguna cosa me interesa, no quiero con ello decir que tenga interés real por ella. Un interés real es una pasión y es una forma de afectividad. Puedo tener interés por una decisión vital de mi vida; puedo interesarme por el cultivo de los viñedos en Francia. Tengo interés por algo que me importa. En este sentido de importancia integradora decimos de algo que nos urge. En lo concreto me integro como parte adherente de una realidad importante que me atrae afectivamente.

Estos dos aspectos de lo concreto –masividad y urgencia– están implícitos en una palabra que de común usamos: tangibilidad. Lo concreto es lo importante que me urge y se me da como algo tangible e imprescindible.

La inefabilidad de lo concreto

Hemos alcanzado, aunque raídamente, la primera «línea de hechos», como diría Bergson. La segunda nos lleva a otro aspecto del problema.

Hemos visto ya que cuando intentamos penetrar en lo concreto nos hallamos frente a una doble muralla: por un lado, el límite conceptual que, mediante abstracciones nos impide penetrar en el ser último de la cosa concreta misma. Por otro, la naturaleza abstracta de la palabra que impide dar claridad a las ideas, mayores en número que las formas expresivas.

A este problema debemos ahora prestar mayor atención.

Cuando pronuncio la palabra mar, la palabra y el concepto correspondiente son generalizaciones de un hecho concreto. El proceso de conocimiento ha consistido en una superposición de imágenes diversas, fusionadas en una sola; del mar retengo en el concepto solamente las semejanzas, pero se me escapan las diferencias. Una de dos: cuando pronuncio la palabra mar, o esta palabra se refiere a una mezcla de imágenes, resultando en una imagen neutra total, o imagino a una de las partes de la imagen y la uso como símbolo abstracto de la totalidad. Cuando uso la palabra mar, puedo pensar vagamente en una totalidad azul o puedo pensar en el mar Mediterráneo, visto desde la costa de Francia a las tres en punto de la tarde. Ahora bien, en el primer caso, la abstracción me presenta un vacío; en el segundo caso la abstracción misma ha resbalado hacia una de sus imágenes y ha producido en mi mente la imagen actual de un hecho concreto. Pero en el primer caso, no concibo el mar, sino el concepto de mar. Lo cual me lleva a un «regressus ad infinitum». Y en el segundo la abstracción, en cuanto abstracción, falla, por no ser omnicomprensiva. [21]

Ahora bien, este problema lingüístico-idealista es el que se encuentra en la esencia misma de mi incomprensión de lo concreto.

La imagen abstracta es falsa, porque en su totalización neutra o su simbolización concreta de lo abstracto, jamás puede comprender la totalidad de sensaciones y momentos actuales y actuados que la imagen del mar me sugiere en un momento dado. Lo concreto se me da como indefinido. Jamás en el concepto del mar pueden dárseme todos los estados de alma que me sugiere el mar a medianoche. La cosa sobrepasa indefinidamente el concepto. Y lo concreto sobrepasa indefinidamente el concepto –por más concreto que sea– de la cosa. Faltan palabras. Cada molécula de realidad sobrepasa infinitamente el número de palabras. La realidad concreta está a una distancia infinita de mi posibilidad de expresión conceptual. Y ello, con dos direcciones. Primero, en el concepto mismo un concepto reúne un número limitadísimo de identidades. Segundo, en la relación realidad-concepto, pues lo concreto sobrepasa indefinidamente el número de palabras.

De ahí que lo concreto se nos dé como inefable. Porque cada urgencia concreta masiva, en su presencia integradora, sobrepasa inmensamente la barrera lingüística.

De ahí también que muchos filósofos de lo concreto –entre ellos Heidegger– nos parezcan estar a una distancia infranqueable de las cosas mismas. Otros –Bergson, Unamuno–, viven en la raíz misma de las concreciones. Porque el lenguaje, para expresar lo concreto, tiene que romperse en su propia entraña y, entonces, de las partículas diseminadas de la palabra, nacen las posibilidades de expresión concreta. Esta expresión integradora no puede ser más que poética o metafísica –es decir, en todo caso, poética.

Concreción, poesía

¿En qué consiste este medio de expresión «poética», descubridora y creadora que permite, dentro de las palabras, trascender los límites de la abstracción verbal? ¿Podremos ya hablar de palabra concreta? ¿No será esto una contradicción?

Antes de contestar a estas preguntas, tendremos que analizar dos nociones primordiales: la noción de trascendencia y la noción de mimesis.

En la palabra de los poetas hallamos muchas veces un elemento de oscuridad y de vaguedad, que puede repugnar, acaso, a ciertos espíritus excesivamente dogmáticos. Y hay que pensar aquí que por poetas no entendemos solamente a quienes escriben poesía. Platón o Bacon son también poetas. ¿En qué consiste la expresión poética? Se señala, en primer lugar, por un ir «más allá de las palabras». Y esto es lo que entendemos por trascendencia. Una experiencia verdaderamente poética rompe los límites de las formaciones verbales y alcanza, más allá de ellas, el absoluto de lo concreto. No en vano es difícil traducir la expresión poética a otros lenguajes, ya sea traducción de una lengua a otra, ya sea traducción de un lenguaje poético a otro. Cada obra poética es [22] una constelación concreta, referente a constelaciones concretas reales. Todo poema consiste en un:

«entender no entendiendo
toda ciencia trascendiendo.»

como diría San Juan.

Y la frase no puede ser más adecuada.

«Un entender no entendiendo», en esto consiste la poesía. De manera que, por un lado trascendente coincide con sugerencia. La poesía sugiere; no dice, sino que expresa directamente una constelación real en nuestra subjetividad concreta, personal e intransferible. Este cuadro de Picasso, como lo veo ahora, a las dos de la tarde, con añoranza de un azul lejano, es un hecho concreto, tan concreto como el azul lejano mismo que me transmite. Y sin embargo no me lo dice. Decir es una cosa y expresar es otra. Y en esto consiste, precisamente, la expresión poética: es la expresión concreta e integral de un instante eterno que toca a un concreto eterno.

Ahora bien, este «entender no entendiendo» –afecto y no intelecto– es la esencia misma de la palabra poética, «toda ciencia trascendiendo».

Las palabras de San Juan no podían ser más justas. Si por ciencia entendemos aquí palabra conceptual, palabra abstracta, usada como punto fijo de orientaciones geométricas, la palabra poética se opone a ella «trascendiendo». La palabra vale ahora justamente por lo que no nos dice. Es el verbo encarnado en trascendencias ultraconceptuales. Los poetas, frente a un mundo esquemático de lenguaje fijo, tienen que romper las palabras en su centro o, tal vez –la imagen es más exacta– mirar a través de las palabras y convertir a éstas en transmisores de lo visto.

En este sentido, no se puede hablar de palabra concreta, cosa contradictoria en sí. Pero, en cambio, se puede hablar de cosa concreta realizada a través de la palabra o del pincel, o de la nota: y entonces ya no existen las contradicciones.

¿Cuáles son los medios empleados por el artista para expresar trascendencias rompiendo el corazón de las palabras hechas? Los procedimientos son múltiples: paradoja, metáfora, parábola, mito, &c.... En todos ellos la palabra llega a su límite: y, más allá del límite está lo concreto mismo. El poeta, el artista, el descubridor de mundos, se coloca detrás de las palabras y las arregla de tal manera que ellas nos participen, la visión misma que es base de la poesía.

La filosofía occidental está llena de poetas: de Heráclito y Parménides, pasando por Platón, San Agustín, Descartes y el propio Hegel conceptuoso, hasta llegar a Whitehead, y a Bergson. Tal es la función del mito. Al propio Kant a pesar de la asfixia de su única metáfora alada, le urgían más tarde las razones angustiosas del corazón.

Metafísica y poesía son una misma cosa. La apariencia es distinta, pero el móvil es el mismo: el más allá de la palabra muerta.

Si ahora tratamos de determinar en qué consiste esta concreción del poeta o del metafísico, [23] tendremos que examinar, modificándola, una noción muy vieja: la de la mimesis. Porque el arte es, en efecto, una imitación, pero una imitación renovadora. Considerando el caso del pintor. Cézanne se colocaba frente al paisaje marsellés y copiaba. Pero ¡qué diferencia entre la copia y lo copiado! Lo que pintaba Cézanne era su constelación concreta, y en esta constelación concreta había tres momentos: el objeto «imitado», el sujeto «irritante», y el lienzo, nueva concreción. Todo un concretarse dinámico en la obra del pintor.

De ahí que la palabra mimesis, por sí misma, no tenga ya valor. Solamente significa algo, si imitación quiere decir imitación integradora. Lo que el artista hace es precisamente integrar dentro de un marco nuevo ciertas cualidades reales –o imaginarias, que también son reales– dentro de una nueva concreción. Así la labor del artista es la más concreta: integra en una concreción nueva una serie de concreciones reales y en esta integración renovadora consiste, precisamente, su trascendencia.

El artista, el poeta, el metafísico trabajan con tres elementos básicos: el hecho concreto, la integración del hecho concreto, la integración de este hecho concreto trascendiendo los límites materiales de la palabra o del utensilio.{7}

Metafísica

Esta concreción integradora se llama, filosóficamente, metafísica.

Ahora bien, después de lo que hemos dicho, la metafísica presupone ciertos datos inmediatos. Que nos sirvan ellos de conclusión.

La palabra metafísica sugiere, sin duda, una ciencia abstracta, y el metafísico es el hombre que «anda por las nubes». Lo cual es verdad en caso de muchos metafísicos. Una metafísica de lo concreto es una metafísica que trasciende, más acá, y más allá, del mundo verbal y que, por ello, intenta librarse, precisamente, de las abstracciones. En este sentido la metafísica es incisiva. Se proyecta hacia el mundo y hacia el sujeto. Y así, la metafísica verdadera, metafórica y trascendente, es subjetivista y realista, es decir, universal.

Analicemos, para terminar, esta noción de subjetividad.

Uno de los grandes errores de la filosofía –error que empieza con el comienzo del idealismo– ha consistido en insistir sobre la objetividad del mundo. Subjetivismo y realismo han sido condenados como malas yerbas en el campo filosófico. Y, con ello, se han suprimido los centros del mundo real. Ha nacido, como el hielo entre la hoja y el aire, un muro transparente pero deformante, de verdades eternas. Y este es el error.{8} El error consiste en haber querido hacer de esta piel externa de la objetividad el centro del universo: y ha resultado un centro resbaladizo, porque no es más que un medio. Los orígenes del error están en el uso de dos palabras: universalidad y necesidad. [24] La filosofía kantiana –acaso la fenomenología de Husserl– es típica de este error. Se considera universal y necesario a lo objetivo, y se llega entonces a la verdad eternamente inhumana de que lo objetivo es lo seguro, lo universal. La aplicación de las palabras universal y necesario a la objetividad ha deformado la metafísica. Pues decir que la objetividad es la seguridad que tengo de la cosa, es lo mismo que decir que la ventana de mi casa crea, en sus cristales, la rosa del jardín.

Ahora bien, no es, ni con mucho, seguro, que lo objetivo sea lo más universal y no es nada seguro que lo objetivo sea «necesario». Si nos pusiéramos a analizar en detalles a las personas –a todas las personas se debe la metafísica– veríamos acaso que hay mayor universalidad en lo que tienen de más subjetivo que en aquello que es pura objetividad. En un sentimiento profundo la gente se entiende mirándose. ¿Es en cambio cosa tan cierta que un triángulo isósceles signifique, para todos, una verdad universal?

Una metafísica de lo concreto presupone, pues, la verdad universal siguiente: aquello que tenemos de más profundamente subjetivo es aquello que tenemos de más universal; aquello que tenemos de más objetivo, es aquello que tenemos de más particular. La alegría es un sentimiento de todos para todos. El triángulo es la idea de algunos para pocos. El hombre necesita su sentimiento, su afectividad, su emoción. A la integración de estas constelaciones concretas, debe dirigirse la metafísica y entonces realizará su viejo adagio, no por viejo menos verdadero: «en el interior del hombre habita la verdad».

——

{1} M. Heidegger: «¿Qué es Metafísica?», traducido de la traducción inglesa «What is Metaphysics?» translated by R. F. C. Hull and Alan Crick, en «Existence and Being». Vision Press. Londres, 1949.

{2} Kant: Traducido de la traducción francesa de la «Crítica de la Razón Pura». Trad. J. Barni. París Ernest Flammarion, Ed., Vol. I. p. 71.

{3} Bergson: «Essai sur les données immédiates de la consciente. p. 76. París. Alcan. 1917.

{4} Para un desarrollo concreto de la idea del tiempo voluminoso, véase Joaquín Xirau, «Time and its dimensions» en «Philosophy and Prenomenological Research». Buffalo, New York.

{5} Lo concreto no puede ser abstracto pero acaso se pueda decir de cierto tipo de abstracciones que son concretas. En este sentido algunas de las leyes científicas se refieren a un concreto real, y, además –lo que es mucho más importante– forman en sí mismas nuevas concreciones explicativas. Así una teoría puede ser una concreción real en sí, sin que consideremos su correlato real, vista por si misma y en su propia estructura de hecho dado. En el primer sentido se podría hablar acaso de lo concreto en biología; en el segundo de la estructura concreta (tensa, completa e integral) de un axioma matemático.

{6} Valdría la pena mostrar –pero este ya es tema para otro trabajo– que esta connotación de universalidad y de necesidad se refiere mejor, acaso, a lo concreto, que a lo abstracto. La necesidad y la universalidad de una pasión es mayor que la de la objetividad.

{7} Otro tipo de integración «poética» es la integración religiosa. Como el poeta el hombre religioso integra constelaciones concretas –fe de vida– en su pensamiento. Como el metafísico. Este, sin embargo, no es el objeto directo de este ensayo.

{8} Error que, naturalmente se debe al progreso de la ciencia y a la idea de que todo progreso humano tiene que ser solamente progreso científico. Lo cual no quiere decir que la ciencia no deba proceder mediante objetividades.

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