Revista Cubana de Filosofía
La Habana, enero-junio de 1949
Vol. 1, número 4
páginas 4-8

Roberto Agramonte

Situación de la filosofía cubana { * }

El advenimiento de Varona

1. América, laboratorio del porvenir

Nuestra filosofía –la filosofía hispanoamericana– no obstante sus destellos de originalidad, ha sido en mucha parte importada de Europa. Ha sido, en no poca extensión, una filosofía de raigambre occidental con los problemas y métodos de trabajo de ella, si bien tamizada magníficamente por nuestra propia y vital experiencia y aplicada ceñidamente a orientar y dar solución a nuestros problema.{1} Este fenómeno no ocurre en igual grado en otras formas de creación, como las relativas a la esfera de la sensibilidad –la poesía, la novela, la música, la pintura– en que la originalidad neta americana es cosa indiscutible. «Si Europa es –advierte Varona en el año de 1876– y siempre será nuestra gran maestra para las tradiciones del pasado, germen fecundo de todas las grandezas de lo porvenir, América es, y será cada vez más, el gran laboratorio donde el presente ensaya con los antiguos elementos las nuevas experiencias que han de rejuvenecer, cuando no regenerar a la humanidad»{2}. Respecto a Cuba, sin intentar establecer paralelos, recuerda que no obstante haber vivido esta Isla tanto tiempo olvidada y oscurecida, a pesar de la lenta y prolongada gestación de su cultura, tan pronto como ha entrado en comunicación con las ideas modernas, ha pretendido ceñirse los laureles de las letras y las artes, y no se los ha negado el mundo{3}.

En América se da esta etapa de madurez, que precisó el eminente crítico de la filosofía José M. Guardia, médico menorquino, discípulo del Dr. Casimiro Pinel y autor de una Historia de la Medicina, quien, en epístola a Varona, le dice estas palabras certeras: «A pesar de todo lo bueno que usted ha tomado de los filósofos de la naturaleza, ingleses, alemanes y franceses, refundiéndolo y coordinándolo con mucho tino, confieso sencillamente que me hubieran admirado y hasta sorprendido sus Conferencias Filosóficas, a no saber lo que ignoraba antes de haber leído la primera de Lógica: que tenía la Isla de Cuba una escuela de filósofos muy diferente de las que por aquí han echado a perder la filosofía»{4}.

En su Ojeada sobre el movimiento intelectual de América, expone Varona su punto de vista al respecto, que es preciso tener en cuenta. No sufre la América un retardo –entiende– sino se cumple en ella la ley del progreso. Así ha ocurrido en Cuba, aun colocado este país en condiciones de desventaja, y, aunque no sea constante y armónico, el progreso se ha producido de manera beneficiosa e impulsora. Vista en su perspectiva histórica, nuestra cultura hispanoamericana no acusa ni raquitismo ni atonía{5}: allí está el legado de generaciones pasadas. Norteamérica cuenta con representantes de talla en las diversas direcciones del pensamiento filosófico; con kantianos como Alcott, Fuller y Parker; hegelianos como Harris; eclécticos como Henry y Ripley; partidarios de la escuela escocesa como Mac Cosh; pragmáticos como James y Pierce. A Emerson lo estudiará, como también lo hizo Martí, con devoción, como profesor de fe y de sinceridad moral{6}; encomia al filósofo de Concord por su excitación a la independencia del carácter y por enseñar a confiar en uno mismo y a obrar por uno mismo. Varona hace suyos estos aforismos de Emerson: «una acción es el perfeccionamiento y la manifestación del pensamiento»; «los buenos pensamientos no valen más que los buenos sueños, si no se ejecutan». Varona seguirá al filósofo norteamericano a través de sus dos series de Ensayos y de su Conducta para la vida, inspirados por el idealismo, por la fructuosa disciplina que da la visión de sublimes interioridades y por el afán de ver en el fondo de la universal movilidad, la revelación última de lo permanente, del todo uno{7}.

La América Latina –prosigue Varona en su Ojeada– tiene conciencia de su destino. Por todas partes ha surgido poderosa, fecunda y creadora la vida intelectual, tal como podía producirla un mundo nuevo. También en Cuba ocurre lo propio, al emanciparse el pensamiento de odiosas y vejatorias tutelas. Los temas sobre el hombre, la patria y la humanidad son la nueva fe y el nuevo objetivo estético. Todos los géneros son cultivados. Así Cuba ofrecerá un panorama digno en materia filosófica. Debemos reconstruir en este punto el pensamiento de Varona, que tuvo muy viva la conciencia del aporte de sus antecesores{8}. [5]

2. Varela y su lección permanente

Una sola mención hace Varona del padre de la filosofía cubana, de José Agustín Caballero, refiriéndose a que su filosofía se intituló ecléctica, más bien como protesta contra el mohoso escolasticismo hasta entonces imperante{9}. A Félix Varela lo estudia en diversas ocasiones. Por ello precisa condensar los valores que Varona apreció en el segundo en tiempo de los grandes filósofos cubanos. Su vida –entiende– fue lección permanente dada a todas las generaciones por su amor fervoroso por la libertad de Cuba. Su apostolado fue su labor educadora. El declaró «cuál era el obstáculo que veía para que el pensamiento cubano rompiese sus paredes»: era el imperio del caduco escolasticismo. Sus Lecciones de Filosofía arrancan de Descartes, Locke, Reid, Condillac; «éstos fueron los grandes polos hacia los cuales orientaba la mirada intelectual el Padre Varela». Caló más en la Lógica y en la Moral. Dio extraordinario predominio a las ciencias naturales en sus Lecciones y en sus Elencos. Fue un filósofo al provecho de su pueblo: fue educador de su pueblo, que «nunca un pueblo tiene mayor enemigo que su propia ignorancia». Fue iniciador de una forma de fenomenalismo. Espíritu eminentemente liberal, llega a romper por completo con la vieja metrópoli «y espera una nueva orientación de su pueblo». Varela, como filósofo, «se preocupaba por enseñarnos la gran lección que debemos seguir como pueblo libre; la gran lección que no debe apartarse de nosotros y que será brújula en estos momentos tormentosos –1911– para sacarnos adelante». Dos ideas rectoras de Varela selecciona Varona para hacer patente la rectitud y edificación de su pensamiento. Una es ésta tomada de las Lecciones de Filosofía: «Los conocimientos que se adquieren son bienes comunes y los errores no son defectos mientras no se sostienen con temeridad». Otra es seleccionada de las Cartas a Elpidio. Se refiere al fanatismo. Dice así: «Que el fanatismo no destruya la obra del patriotismo»{10}. En todo caso, Varona se identifica a su predecesor en el cuidadoso cultivo y riego del árbol de la libertad. Respecto a lo más concreto de su profesión de fe filosófica, en la primera lección de sus Conferencias de Lógica le rindió tributo. Allí exalta la reforma de la inteligencia llevada a cabo por Varela. Con él se pasa –sostiene– de la tiniebla escolástica a la plena luz de la filosofía moderna. Lo reputa como pensador independiente, como intérprete del método cartesiano, de acuerdo con el cual el juicio recto y bien intencionado decide por cuenta propia. Celebra la doctrina vareliana del accidente de tipo fenoménico. La filosofía no es en él –concluye– un mero ejercicio especulativo, sino tarea vital, apostolado{11}.

3. Luz Caballero y la filosofía del nuevo mundo

Pero con quien se identificó Varona plenamente fue con Luz Caballero. En ambos había la comunidad de ruta espiritual, la afinidad de cosmovisión. A los veinte años del deceso de Luz, pronunció Varona un discurso en la sociedad de recreo «La Bella Unión»{12}, donde exaltó la admirable unidad de la vida del maestro del Salvador, y su afán por elevar, a base de la educación, el nivel moral e intelectual de Cuba. Penetra en el ambiente que le tocó vivir. Época era ésa de deformidades monstruosas de la organización social, de tinieblas caliginosas, de abyección de la sociedad. Sigue a Luz en su apostolado, que no busca el aplauso de las academias, sino la educación de su pueblo, empezando por adoctrinar al niño y por formar maestros, en el propósito de dotar a Cuba de una generación viril, limpia de la lepra del vicio y la ignorancia, y capaz de amar el derecho y el valor de lo justo. En este humanitario propósito realiza Luz Caballero el tipo del varón fuerte y prudente, que no esquiva jamás el peligro por falta de ánimo. Cosechó sus frutos, como lo revela la cláusula de su testamento, que dice: «no reconozco en el día otros hijos que los espirituales, mis discípulos». Al final de este bello discurso, Varona excita a sus oyentes a poner las manos en esa obra de salvación objeto de las prédicas de Luz: sólo así se estará en espíritu con él, ésa es su herencia.

Luz Caballero es el antecesor, en espíritu y en doctrina, de Varona. Pertenece a la generación precedente inmediata. En el estudio crítico hecho por el filósofo camagüeyano al aparecer la notable biografía de Manuel Sanguily sobre su maestro en el Colegio del Salvador, se sopesa, al hilo de sus enjuiciamientos, el legado de Luz. Lo considera como símbolo de las aspiraciones cubanas de ese período de nuestra historia, como carácter ecuánime y de pureza singular, de piedad sincera, de inteligencia soberana. Respecto a sus ideas, lo presenta en justicia como adversario de las quimeras ontológicas, pero abierto a toda idea razonada, como refractario a los filósofos del idealismo germánico, y afecto a los ideólogos franceses; como tan amante de la claridad conceptual, que si llega a ser difuso, no es nunca oscuro. La clara exposición –regla en la filosofía sensata francesa– era producto de un seguir paso a paso la propia experiencia. Varona tiene ante sí un ejemplar del Cours de l'histoire de la philosophie, de Cousin, precisamente el que era propiedad de Luz. En el pasaje sobre la teoría kantiana y antiempírica del tiempo, el impugnador de Cousin había anotado: ridiculus aer. Veremos más adelante cómo Varona se adhiere al criterio de Luz.

No obstante el temple superior de su alma, [6] ni la doctrina del imperativo categórico seduce a Luz Caballero. Su empeño principal, como el de Varela, fue la reforma de la inteligencia. En el hontanar empírico bebe Luz sus sencillas verdades. La percepción se convierte en potencia del espíritu de primer orden. Pero la ontología, a la que ya Varela desde 1816 había descargado sus golpes, renace en forma de cousinismo, y Luz tiene que combatirla de nuevo. También Luz, como antes Varela ocupó un lugar prominente en el sentimiento público de los cubanos de su tiempo. No estuvo nunca en el número de los sumisos a la metrópoli. Impulsaba las reformas más útiles con una «hermosa confianza en el porvenir de su pobre patria», «sin parlamento, sin prensa, sin costumbres públicas». Es ése un período brillante de nuestra historia. Luz sobresale en el grupo de los nobles, los grandes, los puros. Varona, al consignar las ideas anteriores, elogia en el inmenso Sanguily la tarea de reivindicar a Luz Caballero, con lo que contribuye «en esos días de postración y escepticismo –escribe en Agosto de 1890– a olvidar lo presente y a vivir con los que fueron»{13}.

En la primera disertación de las Conferencias Filosóficas, consigna el Maestro cómo al resonar los ecos de las últimas lecciones de Varela, vio Cuba surgir, ya formado, «el escritor de más vasta erudición filosófica, el pensador de ideas más profundas y originales con que se honra el Nuevo Mundo: José de la Luz Caballero»{14}. Cuanto enseñó –añade– fue producto de una larga elaboración «en estudio constante de las obras más elevadas del saber humano»; «fue precursor de las doctrinas que luego se enseñaban con elogio en los centros de la cultura humana»{15}.

4. Otros aportes filosóficos

En sus análisis de nuestra conciencia filosófica, no se olvidó Varona de los González del Valle, a quienes llama sabios{16}; afirma que «manaron a raudales tesoros de erudición filosófica»{17}; reconoce que «su eclecticismo fue un abono riquísimo que dejó apto el terreno para recibir la generosa simiente» del maestro de todas las ciencias, Luz Caballero{18}. Tampoco se olvida de Antonio Mestre, cuyo elogio póstumo hace en la Academia de Ciencias de La Habana, quien llegó a París en los precisos instantes en que frente al eclecticismo espiritualista se disputan el campo los partidarios de Augusto Comte y de Littré; y se adhiere al positivismo, frente al racionalismo ecléctico que había aprendido en Cuba. Y dentro del cisma positivista abierto entre los discípulos que habían seguido ciegamente la bandera del fundador y la rama de Littré, «los discípulos llamados infieles», considera a éstos los más fieles. Celebra en tal adhesión cómo Mestre expuso sin partidarismo en un sentido o en otro, el darwinismo, «la más amplia y grandiosa de las teorías contemporáneas», y cómo seguía particularmente la austera moral littreísta, «su abnegación a la ciencia que es la verdad, y a la patria, que es su amor supremo»{19}.

De José Manuel Mestre –el sucinto historiador de la filosofía en La Habana– se ocupará en su elogio póstumo, señalándole entre los buenos discípulos de Varela y Luz Caballero, que advienen realizada ya la grande y difícil preparación en el campo de las ideas. Hizo Mestre y su grupo de la cultura un instrumento del progreso material y político del país. Dio importancia a la psicología y a la lógica por sobre la dialéctica. El periodo de demolición y de crítica de aquellos maestros, trocose para la generación de Mestre en uno de reedificación y de afirmación. Milita en el partido reformista y representa el gobierno insurgente en el extranjero, en el grupo moderado{20}. Elogia su discurso De la filosofía en La Habana (1862) que es una de las fuentes más apreciadas para la historia de nuestro pensamiento.

«La filosofía tiene en Cuba –declara el filósofo argentino Francisco Romero– una tradición brillante. Un indicio de la intensidad v continuidad de la vocación filosófica en la inteligencia cubana es el asiduo fervor con que desde hace mucho se estudia en Cuba la marcha y evolución de la filosofía en el país, en repetidos intentos de aclarar el sentido y las peripecias del pensamiento filosófico que allí se ha ido manifestando. En casi todos los países de Iberoamérica hay ahora un notable interés por averiguar el pasado filosófico nacional; pero este interés es reciente, y en algunos apenas empieza a revelarse en nuestros días. No así en Cuba, donde la preocupación por el desarrollo local de las ideas filosóficas ha sido singularmente precoz{21}. José Manuel Mestre y Varona son ejemplos conspicuos de la afirmación del Maestro argentino.

En suma, poco falta a Varona para consignar respecto a lo mejor de nuestra tradición cultural, científica y filosófica. La Revista Bimestre Cubana, considerada en ese tiempo por extranjeros eminentes como la más importante en lengua castellana; la Academia de Ciencias de La Habana. que llama «esa área sagrada»; la Universidad de La Habana bajo el rectorado de Zambrana y de los eminentes y desinteresados que cooperaron con él, todo está en sus páginas fecundas. Las individualidades en el orden científico y literario, [7] como Felipe Poey, Pichardo, Reinoso, el Dr. Gutiérrez, Bachiller y Morales, Escobedo, Borrero Echevarría, La Avellaneda, para mencionar sólo algunos nombres, constituyen antecedentes obligados –que nadie como él cuenta– para lograr una visión clara de la reforma de la inteligencia, que operaría el Maestro, cuya filosofía vamos a analizar, de modo invaluable. Pero hay dos corrientes de pensamiento, que hemos de estudiar antes de introducirnos en la impulsada por nuestro mentor, pues forman parte integrante de lo que podríamos denominar el mundo de Varona: son el positivismo y el krausismo en Cuba, coetáneos a él y frente a los cuales se produjo, pero como partes de su mundo son antecedentes sin los cuales no podría sopesarse la gravidez de su reforma. Por ello serán examinados próximamente.

5. El Magisterio de Varona

Como suele ocurrir frecuentemente, entre nosotros la filosofía se ha hallado adherida a la enseñanza institucional de la misma, haciendo buena la definición que J. Dewey propone, de ella en cuanto ciencia de la educación. Lo mejor, empero, de Varona –como también a menudo acontece– lo produce al margen de la cátedra. La cátedra, con haber dejado en ella un legado sin par, no fue la única preocupación de su existencia, el único norte de su sensibilidad. Varona llevaba un libro mayor y un libro menor. El mayor estaba constituido por sus escritos extra cathedra, originados por el contacto con la circunstancia entrañable cubana. Nuestra generación ha denominado a esta actitud espiritual el magisterio de Varona. No pocas veces lo más capitoso que produce un gran maestro lo hace al hilo de la docencia oficial.

Así, su influjo crítico fue considerable, sobre todo la resonancia de su magistral y continuada amonestación respecto de la ética pública de su patria. En este sentido fue plenamente un maestro. El mismo lo trasunta cuando escribe: «quien dice maestro, dice guía; y el guía mejor es el que ha ido más lejos, y con más frecuencia, por el camino que ha de enseñar a recorrer; el que ha explorado más y más y ha descubierto más amplios horizontes». En efecto, aun viviendo en soledad, se puede ser auténtico maestro. Varona tenía escritas en su gabinete –presidido por el retrato de su inmediato antecesor en espíritu y doctrina, Luz Caballero– esta palabras de Montaigne: «Es necesario reservar un lugar aislado, donde podamos sentirnos libres de verdad, en retiro y soledad». Otros, en cambio, no logran ser maestros aunque estén materialmente adheridos a la cátedra durante innúmeros años. Como ha dicho Landsberg, los grandes pensadores que tenían la vida contemplativa como centro, han tenido muchas veces que ser discípulos de sí mismos. El verdadero magisterio de la filosofía –cual lo desempeñó Varona– consiste en ayudar a determinada categoría de hombres a realizar por sí el sentido de la existencia, a andar el difícil camino –el camino difícil como el filo de la navaja del texto hindú– que conduce a las grandes verdades humanas. Por ello el verdadero maestro no ha de perder su conexión con la urgencia de la vida: no ha de ser su enseñanza mísera planta científica de estufa o –como la llamaba Schopenhauer– filosofía de broma y de profesores, aludiendo a ese tipo de filosofía exenta de contenido vivencial.

La filosofía de Varona se escinde –a este respecto– en dos mitades casi contrapuestas: la primera es académica, sistemática, orgánica, optimista; la segunda es vital, fragmentaria, crítica, escéptica. La primera está constituida por sus Conferencias Filosóficas, de Lógica, de Psicología y de Moral{22}; la segunda está integrada por el conjunto de su producción literaria y crítica, y especialmente por su obra capital desde el punto de vista de su filosofía de la vida y de su cosmovisión humanista: los aforismos que intituló Con el Eslabón{23}. A lo largo de este ensayo habremos de diferenciar, en diversos lugares, ambos momentos.

Con toda evidencia la filosofía de Varona tiene las dos modalidades: la sistemático-académica y la asistemática del resto de sus libros. Hay en ella un sistema de pensamiento coherente, exento de contradicción, apto para el vivir y el convivir concreto. A este respecto debemos recoger sus propias palabras, que expresan la vigencia de su propia conciencia filosófica. «Ante el problema del mundo, hay dos posiciones para el observador, según que se crea dotado de la facultad de abarcarlo de un modo trascendente, a fin de recrearlo en su fantasía; o según que se sienta limitado por sus medios de observación, y entienda que sus conceptos no puedan traducir sino lo que da lo objetivo. Para mí, los de la primera categoría se pierden en pleno verbalismo, aunque construyen a veces palacios de hermosas palabras en que se mezclan todos los matices del iris. Los de la segunda pliegan a sabiendas las alas de la imaginación, escudriñan con los anteojos de la ciencia cuanto tienen en derredor, y sintetizan según los datos allegados. He preferido este segundo camino, a sabiendas de que al final del largo viaje, se pierde uno en el vasto Sahara de lo incognoscible»{24}. [8] Adviértase un empirio-escepticismo sistemático.

Francisco Romero, con su alta autoridad en la materia, establece una segunda etapa en la filosofía de nuestra América, que importa ya, y está constituida ora por una faena creadora, ora por «una adhesión tan apasionada e individualizada a los diferentes puntos de vista, que sus representantes mayores merecen ya el nombre de filósofos en el pleno sentido de la palabra». «Los hombres de esta etapa hacen vida filosófica, es decir, ponen los intereses especulativos en la zona central de su espíritu»{25}. Tal es justamente el caso de Varona.

En toda su obra está consagrada la energía cimera. El mismo dijo que «la vida cerebral intensa es una llama ávida que convierte en luz toda la sustancia volatilizada para alimentarla». La luz fue su anhelo perenne, como lo fue de Goethe. En lo postrero de su vida se concentró en el aforismo, en el pensamiento rápido y elástico ubicado en el reino de las esencias. Ese género filosófico, esa forma de filosofar a que se dedica con intensidad en sus postreros años, como síntesis de su visión de la existencia, es –según confiesa– «un rayo de luz que palpita de conciencia a conciencia a través de las edades». Varona conocía el mundo intemporal de las ideas, que jamás fenece. Aun dotándolo de escepticismo, dice pulcramente: «¡Cómo me gustan las bellas sentencias morales! Breves y cargadas de sentido. Son las flores del entendimiento. Verdaderas flores: sólo que se marchitan antes de convertirse en fruto».

Sus libros no son libros-mariposas. En su obra Con el Eslabón exprime Varona el zumo de su vida. Por eso se identificó a los filósofos no por ser graneros de sentencias, por sus bandadas de pensamientos, sino por su unidad vital con éstos. «No vivimos de sentencias –dijo categóricamente–; vivimos viviendo, con la experiencia amarga o salobre que nos deja como sedimento la vida». Su filosofía aspira a una comprensión de la vida por sí misma, como una realidad con objeto propio.

——

{*} De la obra Varona, el filósofo del escepticismo creador, que acaba de ver la luz, editado por Jesús Montero, Editor. La Habana.

{1} Estudio esta cuestión más latamente en el capítulo «Prefacio a la Filosofía Cubana» de mi próximo libro José Agustín Caballero y los Orígenes de la Filosofía en Cuba. Dicho capítulo aparece publicado en la Revista Cubana de Filosofía, vol. I, número 3, Dic. 1948.

{2} Conferencia sobre Emerson, pág. 12. Imprenta Alsina, San José de Costa Rica, 1917.

{3} Varona. Seis Conferencias, Biblioteca de la Ilustración Cubana, pág. 52.

{4} La Habana Elegante, Habana, núm. de 16 de de nov. de 1890, pág. 52.

{5} Varona, Estudios y Conferencias, pág. 182 y ss. Edición Oficial, 1936.

{6} Violetas y Ortigas, pág. 171 («Emerson y Renán»).

{7} Conferencia sobre Emerson.

{8} vid. El Padre Varela, los González del Valle, Luz Caballero, Mestre, Bachiller y Morales, «El Libro de Cuba», págs. 563-565. Imprenta del Sindicato de Artes Gráficas, Habana, 1925. Además, Varela, en Social, Vol. VII, nº 1, pág. 28, Enero, 1922.

{9} Estudios y Conferencias, págs 317-318.

{10} Discurso pronunciado en la Universidad de La Habana el 19 de noviembre de 1911. Estudios y Conferencias, págs. 407-42.

{11} Conferencias Filosóficas. Primera Serie. Lógica, 1880, págs. 21-23; post, pág. 18, nota 1.

{12} Estudios y Conferencias, «Elogio de Luz», pág. 189 y siguientes.

{13} «A propósito del libro del señor Sanguily». Revista Cubana, Agosto 19 de 1890.

{14} Conferencias Filosóficas, «Lógica», pág. 20.

{15} Idem, idem.

{16} Estudios y Conferencias, pág. 193.

{17} Estudios y Conferencias, pág. 100.

{18} Idem, idem.

{19} Estudios y Conferencias, «Elogio del Dr. Antonio Mestre», pág. 359 y siguientes.

{20} Estudios y Conferencias, pág. 318.

{21} Francisco Romero, Filósofos y Problemas, pág. 18.

{22} Primera serie, Lógica, Editor Villa, Habana, 1880. Segunda serie, Psicología, Revista de Cuba, t. X y sigs., 1881. Tercera serie, Moral, Revista de Cuba, t. XIV y sig. 1883.

{23} Enrique José Varona, Con el Eslabón, Biblioteca Martí, Manzanillo, 1927 Edición dirigida por Enrique Gay Calbó. «Está compuesto –dice Varona en el prólogo del propio libro– de los fragmentos de un pensamiento que tiene hace años su orientación fija... Para quien quiera penetrar en lo íntimo de un hijo del siglo, pueden constituir un documento... Son las chispas de un alma herida por la realidad circunstante... No, no se abre aquí cátedra alguna. No me ha dado por predicar, no por catequizar. Hay otras muy diversas maneras de sentir y de comprender». Con razón hemos considerado a esta autobiografía como las verdaderas Confesiones de nuestro filósofo, como su libro esencial, o, digamos, existencial, vital.

{24} Carta al Dr. Salvador Salazar. vid. «Una Vida Paralela». Revista de la Universidad de La Habana, marzo-abril, 1934, núm. 2, pág. 64.

{25} Francisco Romero, Filósofos y Problemas, pág. 13.

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