Punto y seguido
Después de un año de haber visto la luz el primer número de la Revista Cubana de Filosofía, reaparece esta publicación especializada en temas filosóficos, cuya finalidad concreta más inmediata –según expresáramos en el número inicial– iba enderezada doblemente a dar cabida al material filosófico que se producía ya discretamente en nuestro país y a servir de estimulante al desarrollo de estas materias en nuestro medio cultural.
De la acogida del primer número por parte del público a que está limitada su órbita de circulación, podemos estar satisfechos, y también de que la voluntad de sobrevivencia de la revista se haya sobrepuesto a las particulares circunstancias de nuestro ambiente, impidiendo que este noble empeño cultural quedara ahogado en la cuna de su primer número.
Alguien –muy certeramente– ha visto en la aparición de la Revista Cubana de Filosofía una superación del nivel de las actividades filosóficas en nuestro país y una réplica a las oportunas palabras de Risieri Frondizi en el Handbook of Latin American Studies, de la Universidad de Harvard: «Después de la desaparición de Enrique José Varona, la actividad filosófica en Cuba ha quedado reducida a la labor docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana».
Si no se concede un suficiente rango al hecho de que el joven cubano puede tener ya un primer contacto con la filosofía a través de los estudios preuniversitarios y a que las páginas dominicales de nuestros mejores periódicos recojan ya artículos breves sobre temas de filosofía, no cabe dudar, sin embargo, de que la publicación regular de esta revista servirá para demostrar que ya la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional no marcha sola en la siembra de la inquietud filosófica en nuestro país, ni en el cultivo de sus mejores frutos.
Las páginas de la Revista Cubana de Filosofía –que también se avaloran con escritos filosóficos de autores extranjeros residentes en Cuba o en el exterior– tienen además la misión histórica de procurar para nuestra tierra, a través de la elevada discusión y del choque fecundo de las ideas, una fe nueva sobre que asentar la vida pujante de la Nación; una fe propia en donde las esencias universales que son patrimonio de la filosofía queden prendidas coherentemente a nuestro tronco vernáculo; una nueva fe –occidental, americana, iberoamericana, cubana– en donde las linfas eternas del pensamiento de todas las tierras enriquezcan la savia autóctona que fluye desde la singularidad de nuestra propia raíz.
| 