Punta Europa
Madrid, abril 1956
número 4
páginas 19-21

Manuel María Salcedo

El II Congreso
de las Academias de la Lengua

Del 22 de abril al 1 de mayo, Madrid celebró el II Congreso de las Academias de la Lengua.

El primero tuvo lugar en México, y ahora, cuando la realidad internacional se ha sedimentado un tanto en torno a España, se ha querido que el segundo se tenga aquí, en el hogar común al español, al mexicano, al chileno o al que viene de Filipinas. Una toma intercomún de contactos; una defensa valerosa de lo que nos supone a todos el Imperio Idiomático.

Las mismas comisiones nos dan ya un hito para calibrar lo que el Congreso supondría. Siete, para lucubrar en torno a las 86 ponencias presentadas. Siete comisiones que se distribuyen el trabajo común y elevan sus voces autorizadas al juicio de los Plenos. Unidad y defensa del Idioma, la primera de ellas; cuestiones gramático-lexicales, la segunda y tercera; relaciones interacadémicas, la cuarta; relaciones exteriores, la quinta para dejar a las dos últimas el campo de las iniciativas y homenajes con el de la Prensa.

Desde las «denuncias» de Dámaso Alonso en pro de una defensa del idioma y su pureza, hasta la propuesta de que los países de habla española eleven a sus gobiernos todos, el proyecto de formar una especie de Unesco hispánica, que daría a las Academias una permanencia y prestancia internacionales. La simplificación ortográfica; formas de acentuación y de recolectar voces habladas de los labios mismos de quienes las profieren impregnadas en vida; revisiones y puestas al día de nuestra Gramática; legitimidad del Seseo; voces técnico-científicas, vocabulario español de Filosofía.

El eco de una frase de Carlos V, en boca de un cubano, me pareció nueva y dotada de una nueva fuerza: la de la generación aceptada y agradecida. «No hay para mí otras palabras que la de la lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida por toda la gente cristiana». Lo dijo el Emperador a un Monarca francés; lo repitió en un adiós un cubano, como resumen de un Congreso. «España es la ternura, la grandeza y la fecundidad de un solo Idioma. De ello dan fe 250 millones de hispano hablantes». «El español es para nuestro hogar, para hablar con Dios, cantar a la Patria o a la Mujer, para hablarnos a nosotros mismos; el inglés para entendernos con nuestros conciudadanos del Norte y para las luchas comerciales». «Mí país –se refiere a Filipinas, el académico Sr. Abad, de la de Manila– es la única voz española en el Oriente, es la avanzada última del Occidente».

De verdad: el «hispanoamericanismo» de Maeztu está en marcha, tal y como él lo soñara. Ese que nada tiene que ver con los banquetes de confraternidad, en el que se habla de glorias del pasado, como quien hace elogios de un muerto en la portada de un cementerio, ni tampoco con los otros banquetes de «intercambio» en que se pide que se corrija la retórica de la «confraternidad» con grandes exportaciones e importaciones. «El hispanoamericanismo –decía Maeztu ayer, o, ahora, el académico de Puerto Rico– se funda en el pasado, pero es por la necesidad de defender el porvenir; no se propone ni poco ni mucho el intercambio comercial; no es cosa de gobernantes afanosos de elogios españoles y, lejos de ser como antes era, patrimonio de gentes de izquierdas, que explican complacientes a los ancianos que España perdió las colonias por reaccionaria, está defendido por Juventudes católicas...; se levanta una nueva generación que se siente orgullosa de lo que tiene de hispánica».

O el sueño de D. Marcelino al albergar en su «Historia de la poesía hispanoamericana» el estrecho vínculo de las letras hispánicas. «Hoy que la fraternidad está reanudada –lo escribía en 1895– y no lleva camino de romperse, sea cualquiera el destino que la Providencia reserve a cada uno de los miembros separados del común tronco de nuestra raza, ha parecido oportuno consagrar de algún modo el recuerdo de esta alianza, recogiendo en un libro las más selectas inspiraciones de la poesía castellana del otro lado de los mares, dándole (digámoslo así) entrada oficial en el tesoro de la Literatura española, al cual hace mucho tiempo que deberían estar incorporadas».

Eso es lo que reconoció Madrid, Bogotá, Manila o Caracas: el ideal exponente de un anhelo común. Eso es lo que Rodríguez Marizzi recabó de gloria para su país, Santo Domingo, «al ser el pueblo que más luchó por el castellano». Eso es lo que [21] quisieron esos 120 académicos de un Congreso vivo, consciente de su vitalidad y palpitante de ella.

Vayan con Dios y con España, les decimos nosotros sus camaradas. Que al llegar a sus pueblos suene aún la palabra de Roquer Esteban Scarpa, el académico chileno, recitando versos de Vicente Huidobro: «Traigo un amor muy parecido al Universo».

 


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