Filosofía en español 
Filosofía en español


Documento-plataforma fraccional de Fernando Claudín
acompañado de las “notas críticas” de la redacción de Nuestra Bandera

Las condiciones para un desarrollo democrático

Claro, para que quede claro lo que esto quiere decir, hay que empezar por aclarar qué entiendo por esa salida de la oligarquía. Para mí, la salida de la oligarquía quiere decir que el poder político va a seguir en manos del capital monopolista, bajo otras formas que serán más o menos democráticas, en función de una serie de factores que luego analizaré.

Me parece que para Santiago y para la gran mayoría de los camaradas del Comité Ejecutivo hasta ahora piensan que lo que va a prevalecer es la salida democrática, como desembocadura de una crisis revolucionaria hacia la cual vamos. Que si esto será a través de una sucesión de momentos, de fases, que conducirán a esa crisis nacional revolucionaria en la que, en definitiva, se impondrán las fuerzas democráticas, antimonopolistas, dirigidas por la clase obrera.

Esa salida democrática, revolucionaria, será la liquidación no sólo de las actuales formas políticas de dominación de la oligarquía –las formas fascistas, franquistas–, sino la liquidación del poder de la oligarquía.

Yo creo que ésta es la conclusión que se desprende de una serie de planteamientos.

En su última intervención en esta discusión, el camarada Santiago dijo: «Nadie sabe cómo se producirán los cambios, qué momentos de transición puede haber antes de desembocar directamente en la democracia. No sé qué fases de transición habrá, pero pienso que mientras la oligarquía monopolista tenga el poder y mientras el pueblo no haya acumulado bastante fuerza para derribarla, la oligarquía monopolista va a intentar toda clase de maniobras para conservar su dominación. Y eso no será una salida a la situación. Pero no sólo para nosotros, sino para ninguna de las capas lesionadas por la oligarquía. El tiempo lo dirá.»

En el artículo del camarada Santiago «Liberalización o democracia», en el que hay toda una serie de planteamientos con los que estoy de acuerdo, a los que me referiré más adelante, la cuestión de la salida se plantea así: «La vía pacífica no significa el traspaso del poder de un grupo a otro de la oligarquía. ¡Para ese camino no se necesitan alforjas! La vía pacífica que nosotros defendemos es la liquidación del franquismo para marchar a una solución democrática abierta, a unas constituyentes elegidas por el pueblo con plena libertad.»

Aquí, como se ve, hay dos cuestiones diferentes. La cuestión de que en el poder esté un grupo u otro de la oligarquía y la cuestión de una solución democrática en la que el pueblo pueda expresarse.

En ese mismo artículo se dice: «El Partido Comunista lucha por abrir en nuestro país un período verdaderamente constituyente, sin más marco que el que imponga la voluntad popular libremente expresada. Para nosotros las aperturas de la política de liberalización en su fase actual y las que podrían producirse en una fase posterior son, en esencia, concesiones que la oligarquía dominante se ve forzada a hacer al movimiento obrero y democrático. No se derivan de que estemos en un período constituyente, sino de que estamos en el período de la disolución de las formas políticas y del contenido social de un régimen que ha fracasado históricamente.»

«El franquismo llega a su fin –dice en otra parte del artículo– como consecuencia de las contradicciones de clase en el seno de la sociedad española, contradicciones que van abriendo paulatinamente el camino a una crisis revolucionaria en que, como decía Lenin, las capas bajas no quieren lo viejo y las capas altas no pueden sostenerlo al modo antiguo, a una crisis nacional general que afecta a explotados y explotadores.»

Para mí todo esto quiere decir que la salida democrática significa en esta concepción, o esta óptica, que el poder deje de estar en manos de uno u otro grupo del capital monopolista. Unido a esto se excluye que pueda haber un régimen político democrático, que sea un régimen político del capital monopolista como sucede en otros países capitalistas. La salida democrática se liga a un cambio social y, por lo tanto, al acceso al poder de las fuerzas sociales no monopolistas. Y por eso, lógicamente, se liga a una crisis revolucionaria nacional.

En el discurso ante el tercer Pleno se plantea, como ya dije en mi intervención anterior, que esa salida está en el centro del proceso actual y es la más probable. El camarada Eduardo, en el artículo que acaba de escribir sobre el Partido, en M.O., y al que me referiré más ampliamente al llegar a las cuestiones del Partido, plantea que cuando destacamos la posibilidad real de imponer una salida democrática y revolucionaria, frente a toda clase de maniobras de otras fuerzas políticas, no hacemos más que reflejar una posibilidad indiscutible que se perfila con mayor claridad cada día.

Mi opinión es que no vamos a esa situación revolucionaria de ese género. Vamos a un cambio de las formas políticas de dominación del capital monopolista, que a través de una serie de fases podrá llegar a ser más o menos democrática, y que abrirá una nueva etapa en el desarrollo del capitalismo español. [12]

Nota crítica

En esta parte de su discurso-plataforma Claudín remacha su caracterización de la etapa histórica actual, afirmando que «el poder político va a seguir en manos del capital monopolista» y que se «abrirá una nueva etapa en el desarrollo del capitalismo español».

Es indudable que los planes del sector «neocapitalista» de la oligarquía tienden a ese objetivo, que Claudín da anticipadamente por seguro e inevitable. Pero si se lee atentamente a los publicistas burgueses que propugnan esa salida, si se les escucha, es fácil comprobar que pocos de ellos tienen esa maravillosa seguridad en los destinos del capital monopolista español que ostenta Claudín.

En contraste, el punto de vista de nuestro Partido no es considerar como automáticamente victoriosa la solución democrática, sobre la solución «liberal» de la oligarquía monopolista. El Partido afirma que las fuerzas favorables a una profunda transformación democrática son potencialmente mucho más fuertes que las oligárquicas; y que a través de una serie de luchas –en las que el factor consciente, es decir, el Partido y los grupos más avanzados tienen que desempeñar un papel activo y preponderante para orientar, unir y movilizar al pueblo– es posible imponer una solución democrática.

Es decir, en nuestro concepto se afrontan dos vías del desarrollo; la lucha va a decidir cuál de ellas triunfará. Claudín afirma batida, por adelantado, la vía democrática. Si el Partido revolucionario de la clase obrera aceptara la tesis de Claudín y diera como inevitable y fatal, en esta etapa, la consolidación y desarrollo del capital monopolista, y la imposibilidad de la vía democrática, eso significaría:

· que al Partido no le queda más camino que postergar la lucha por la revolución para un lejano futuro,
· resignarse y adaptarse a las soluciones del capital monopolista,
· encogerse y reducirse al papel de un grupo sectario de propagandistas retóricos del socialismo,
· o transformarse en un partido reformista.

Estas son las razones de que el Comité Central haya juzgado la posición de Claudín como una desviación oportunista de derecha.

En esta parte de su discurso F. C. afirma que el Partido «excluye que pueda haber un régimen político democrático, que sea un régimen político del capital monopolista como sucede en otros países capitalistas». De todo el razonamiento de Claudín se infiere –y la continuación del discurso confirma esto– que él considera plenamente posible en España un régimen político democrático de «tipo occidental» bajo el poder del capital monopolista.

Esta concepción de Claudín es puramente abstracta, pues lo que se discute es si el Partido debe, o no, luchar por una transformación democrática antifeudal y antimonopolista en la actual etapa histórica.

Claudín habla de España y piensa en Europa, en la Europa del mercado común o de la alianza del libre cambio, con su elevado desarrollo económico. Esta es una actitud característica de todos los «liberales» y de todos los oportunistas españoles.

Cierto que en una serie de países europeos donde el capital monopolista tiene el poder existen libertades políticas de tipo democrático. Pero no puede [13] olvidarse que incluso en esos países la tendencia objetiva del capital monopolista es a reducir y vaciar de substancia esas libertades; a establecer regímenes autoritarios; en una palabra, a liquidar la democracia política. Esa tendencia objetiva del capital monopolista se ve contrarrestada por la lucha de la clase obrera y las fuerzas democráticas y por el sostén objetivo que éstas reciben del campo socialista y del movimiento de liberación nacional. La tendencia del capital monopolista a la dictadura es particularmente aguda allí donde el Partido Comunista y las fuerzas democráticas son poderosos y donde el juego democrático puede llegar a poner en peligro las posiciones dominantes de la oligarquía.

Si esto sucede en países de gran desarrollo económico, donde la burguesía realizó en su tiempo la revolución democrática y destruyó, por una u otra vía, las trabas feudales; en países donde el fascismo fue derrotado –aspecto que no puede subestimarse– en una guerra; en países donde precisamente el gran desarrollo económico ha permitido al capital monopolista hacer serias concesiones a la clase obrera y a las masas, ¿cuál es, en cambio, la situación real en España?

En España el capitalismo monopolista actual no ha surgido de una burguesía que haya realizado un gran desarrollo económico y sobre la base de éste una gran acumulación, que haya llevado a cabo la revolución democrática y participado de una forma u otra en la derrota del fascismo. Las clases dominantes españolas no poseen ni tradición ni ideología democrática, hablando en el sentido burgués; pueden reclamarse, todo lo más, de las tradiciones y de la ideología de la monarquía «liberal», de un período en que el movimiento político de la clase obrera era extremadamente débil y en el que el sufragio universal fue una simple ficción.

Por el contrario «nuestro» capital monopolista, incluido el sector que ahora hace pinitos «liberalizantes», ha tenido que acudir a una sangrienta guerra civil y a una dictadura terrorista para conquistar y conservar el poder político en sus manos. Pues no puede olvidarse que la dictadura de Franco no es la dictadura de un hombre, de un general, sino la dictadura del capital monopolista.

Y son las estructuras del capital monopolista español, los rasgos característicos de su formación histórica, sus «tradiciones», sus particularidades, y no las del capital monopolista europeo, las que tenemos que tener en cuenta a la hora de juzgar las posibilidades «democráticas» de un régimen que esté en sus manos; es también toda la situación histórica actual, el desarrollo actual en el mundo. El programa del VI Congreso dio una respuesta a esta cuestión, que sigue siendo válida:

«La democracia no podrá afirmarse y avanzar en el curso de esa difícil lucha más que si la clase obrera es capaz de unir sus filas, de agrupar en torno suyo a todas las fuerzas progresistas, ante todo a la gran masa campesina trabajadora, y de convertirse así en la clase dirigente de la sociedad, lo que equivale a crear las condiciones políticas para la conquista del poder del Estado. De no suceder esto, de quedar a merced de la dirección de los grupos políticos burgueses y pequeñoburgueses, la democracia marcharía a la deriva, debilitada por las inevitables vacilaciones y claudicaciones de esos grupos y se vería expuesta a perecer de nuevo, como la segunda República, a manos de la contrarrevolución. Fortalecerse y desarrollarse, avanzando hacia el socialismo, o retroceder de nuevo hacia el fascismo: he ahí el dilema que se planteará a la democracia española después de la liquidación del franquismo.»