Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Jesús Izcaray ]

En torno a la «Situación histórica del artista español»

por J. Izcaray

La gran cuestión del rumbo a seguir, de la ideología que pueda dar substancia y vitalidad a sus obras; he ahí un problema fundamental que preocupa y aún angustia a numerosos escritores y artistas españoles. Un poeta católico –José María Valverde– dio hace algunos meses una charla en Santander sobre este tema traspasado de espinas: «Situación histórica del artista joven español». Su disertación es característica. El conferenciante no se refirió al drama de los artistas que, en la embocadura de un camino cegado, no ven ante sí ningún medio accesible que les permita editar, exponer o estrenar arduos empeños siempre en la España dominada y enrarecida por la reacción, sólo fáciles de 1936 a 1939 en la zona republicana y hoy infinitamente más difíciles que lo fueran jamás. El conferenciante tocó con la punta de los dedos, para no hurgar mucho, el otro aspecto de esa situación: el básico de la orientación, el ideológico en definitiva.

«¿Qué es lo actual para nosotros?, se preguntó desazonado. Hubo épocas en que claramente se sabía: lo actual era una batalla por unas radicales novedades…» (Así precisamente, y con mayor acuidad que en ningún otro tiempo, ocurre en el nuestro aunque él no lo vea o no quiera verlo, que todo puede ser). «No creemos en los imperativos de la época, ni en que el artista se concrete a ser expresión de la época, pero sabemos que hay algo que no se puede ser y es anacrónico…». «Se dice que los ismos han pasado y es verdad que ya ellos solos no satisfacen nuestro espíritu». «En la poesía y quizá en pintura también parece haberse cerrado después de cincuenta años un ciclo dialéctico, unitario, de incomparable riqueza y que ha agotado, una generación tras otra, sus facetas contrapuestas. Nosotros no podemos cantar una voz más en esa fuga, tenemos que empezar otra ronda o fracasar».

Mas pese a su opinión sobre los imperativos de la época y aunque en la búsqueda a que inmediatamente se lanza siga derroteros muy extraviados, hay imperativos y atracciones tan fuertes que el conferenciante, tras referirse respetuosamente a Picasso, se da de bruces con Rivera, con el grupo de realistas revolucionarios mejicanos «en quienes la pintura, afirma, tiene hoy una de sus más urgentes lecciones» así como el «Canto General» de Neruda, «esqueleto de magnitud épica y continental» que muestra «la posibilidad de una verdadera narrativa histórica en la poesía». Y al final de su periplo estético, sin puerto de arribada, Valverde termina afirmando, en un plural que sin duda abarca a los que coinciden con él, «nuestra radical soledad respecto a lo inmediato y circundante».

Eco percibido o lamento personal que se le escapa a pesar suyo –sin duda las dos cosas– es evidente que estas confesiones de José María Valverde son una expresión de la asfixia que innumerables artistas jóvenes y no jóvenes sienten bajo un régimen opresivo, regimental e inquisitorial, frente a la ideología oficial, impuesta a sablazos para la mayoría de ellas, acatada, hasta cierto punto voluntariamente, por los menos, mas que para todos está, en verdad, vacía, caduca, putrefacta. Y que un hombre como Valverde, bien quisto del régimen, encuadrado en él, plantee tales inquietudes prueba cuán extendidas están en el ambiente «circundante» y que alcanzan hasta a escritores que, dedicados a bailarle el agua a la reacción, comprueban con desencanto que en el pecado de su conformismo llevan la penitencia de su esterilidad.

Para cuantos quieren de veras romper el cerco de asfixia y encontrar rumbo responderemos a algunas de las preguntas anteriores que por lo que significan confirman una vez más el rotundo fracaso ideológico de la Falange, de la Iglesia, del régimen en suma no sólo entre la clase obrera y las masas populares sino con relación a la intelectualidad.

La degeneración, la putrefacción del capitalismo engendra inevitablemente la decadencia de su literatura, de sus artes. Este fenómeno, perfectamente visible en todos los países dominados aún por el capital, adquiere en España proporciones extremas. Porque en España hay fascismo, es decir el régimen de regresión más brutal y total que la Historia ha conocido. Y las regresiones políticas siempre originaron la más lamentable decadencia de la cultura y las artes. La regresión es la antítesis, el enemigo mortal de la creación literaria y artística. Quienes escriben o pintan halagando, sirviendo, al franquismo sólo producen infamias. Y quienes sin cantar directamente loas a la tiranía se refugian en el formalismo o en el arte «negro», sólo producen elucubraciones vacías o aberraciones pesimistas y desoladoras que, aunque no sea en ocasiones el propósito de sus autores, ayudan al franquismo en sus esfuerzos encaminados a desmoralizar al pueblo, a impedir que este adquiera confianza en sus fuerzas y vea con claridad la ruta de su liberación. Por eso los ensotanados censores toleran tan fácilmente esos engendros de amoralidad, desesperación y pornografía.

Las clases dominantes españolas, que en el desesperado empeño de prolongar su agonía han izado sobre España el más terrible régimen despótico de su historia, se pudren en vida. Nada pueden dar, nada dan hace mucho tiempo, a la obra de creación. Al contrario, para ellas es cuestión de vida o muerte el impedir toda creación verdadera. En todos los dominios. En el de la literatura y el arte también ¡y con qué furia! He ahí el ciclo cerrado, definitivamente cerrado. Por eso, salvo excepciones que se refieren precisamente a escritores y artistas que de una forma o de otra combaten contra la muerte constituida en régimen,estos años de franquismo se aparecen ya para todo observador objetivo, como la época más vergonzosa y estéril de la literatura española: la época del fascismo.

El rumbo y lo actual

«¿Qué es lo actual para nosotros?», murmura la pregunta angustiada. Lo verdaderamente actual para un artista que pretenda hacer obra con médula, con perdurabilidad, no es todo lo que le rodea; es lo que nace, lo que se desarrolla, lo que tiene porvenir, no lo que sobrevive momentáneamente, no lo condenado, no lo que se extingue. En la España de hoy, lo auténticamente actual no está en las oligarquías y costas franquistas ni en su ideología moribunda. Está, en su expresión más alta, en la ideología revolucionaria de la clase obrera, en el marxismo-leninismo que penetra en el alma de los obreros, de los campesinos, de los intelectuales, y que fructifica bajo esa lápida con que se quiere sepultar hoy la vida española. Está en el mar del pueblo, en su dolor, en sus anhelos de libertad, en su lucha y en sus héroes. En nuestro tiempo sólo en esas fuentes puede encontrar un artista savia y rumbo, esa noble e íntima emoción sin la cual no hay obra de arte verdadera. Los muladores no da rosas.

Desde hace unos años es frecuente –¡significativa frecuencia que exaspera al franquismo!– oir en boca de escritores y poetas del tipo Valverde, –no hablamos aquí de los muchos que en su busca de brújula segura se acercan decididamente a nuestro Partido– los nombres de Machado y Lorca, de Neruda, Miguel Hernández y Alberti, unos comunistas, los otros, como todo el mundo sabe, entrañables amigos de la clase obrera y del Partido Comunista. ¿Por qué esta invocación constante? ¿No se lo han preguntado nunca a sí mismo los invocadores? Mas no es preciso sumergirse en muchas profundidades para comprender que los jóvenes se sienten atraídos hacia los cinco poetas mencionados por lo que estos dicen, por lo que tienen dentro. Y lo que tienen dentro es la insubstituible savia popular y revolucionaria. Los cinco han contado, cada uno con su voz y con intensidad distinta, el dolor, la lucha y la esperanza del pueblo. «No hago más que imitar al pueblo» decía don Antonio. Y añadió una vez: «En nuestra literatura casi todo lo que no es folklore es pedantería». Dos verdades si se toman en su sentido lato, profundo.

Es fácil decir que no se cree en los imperativos de la época, ni en que el artista se concrete a ser expresión de su época. Tan decirlo uno se va al café y ahí queda eso. Pero es mucho más difícil demostrar que Miguel Ángel y Cervantes. Shakespeare y Hugo y Tolstoi y Gorki no eran expresión de la suya. Indudablemente lo eran. Y no por igual de todo lo que se mezclaba en ella, sino preferentemente, y en mayor o menor medida según las características y circunstancias históricas, de lo progresivo en su tiempo, de lo que se desarrollaba, característica esta que, referida a los escritores y artistas más representativos se agudiza violentamente en las épocas de transición, de choques revolucionarios entre lo nuevo y lo viejo.

También es más fácil y menos comprometedor lanzarse en busca de lo novedoso que en busca sincera de lo nuevo. Pero lo novedoso no es las más de las veces, otra cosa que la pintarrajeada máscara de lo que cae de viejo. Para que algo sea nuevo de veras es necesario que signifique un progreso, una superación respecto de lo anterior. Lo nuevo es en realidad lo progresivo. Nada más inútil en arte –y no sólo en arte– que ponerse a buscar con linterna fórmulas inéditas, la originalidad por la originalidad. Los creadores estelares que más arriba citamos –no hace falta recordar otros– no se preocuparon gran cosa, como es bien conocido, de la dichosa originalidad que actualmente tantos insomnios produce. Fueron a la vida, tomaron lo mejor, lo más recio que encontraron en ella, el contenido guió su mano en la búsqueda de la forma, y por obrar así, la originalidad, la auténtica originalidad, se les dio de añadidura.

La respuesta a ese angustioso ¿qué hacer, a dónde mirar? Está en definitiva en el realismo, lo tradicional en el arte español sólo deja de ser realista en las épocas de decadencia. Y hoy, no en un realismo cualquiera. En su carta al poeta Carlos del Pueblo la camarada Dolores Ibárruri decía refiriéndose a la juventud intelectual de nuestro país que «sólo podrá cumplir con su misión de ingenieros de almas, como llamó el gran Stalin a los intelectuales, si marcha unida al pueblo, a las masas. Y no al remolque de ellas, ni simplemente expresando en bella literatura sus dolores y sus penas, su opresión y su miseria, sino preparándolas para la lucha por su liberación, ayudándolas a comprender su fuerza y el gran futuro que el indetenible desarrollo de la Historia les reserva, y marchando con ellas hasta el fin, hasta la victoria por el camino de la lucha».

Ahí está el rumbo de nuestro tiempo para cuantos aspiren a realizar obra perdurable, representativa, que cuente y quede. Y para todos, hasta para aquellos que mostrando una invencible repugnancia hacia la imposición doctrinal del franquismo no quieran o no puedan aun llegar hasta ahí, hasta nuestros días, hasta lo que representa lo actual más riguroso y el porvenir, la salvación está en romper decididamente con la ideología podrida de las clases dominantes españolas, en combatirlas, en acercarse hasta donde sean capaces, a lo que vive, a lo que avanza. Es una cuestión de ser o no ser, de realizar una obra por lo menos estimable o de desaparecer, sin estela ni recuerdo, con lo que se muere a chorros.

Mas ¿cómo emprender bajo la censura y el terror franquistas –se dirá– obra alguna impregnada no ya de la ideología marxista-leninista sino de espíritu simplemente democrático por moderado que sea? En el interior de España no es posible editar o exponer tales obras. Cierto, en su sentido general y sería vano pretender disminuir las terribles dificultades que no sólo a la publicación sino incluso a la creación esta tiranía crea. Por eso la cuestión del reconocimiento literario y artístico español, como de todos los demás renacimientos españoles, es una cuestión de régimen, es una cuestión revolucionaria. Mas lo primero que hace falta es adquirir conciencia de ello y tomar posición para salir del atasco. Ese es ya para cualquier artista un acto generador. De ahí saldrá lo demás, la actividad para romper el freno y el carácter y hasta la iniciación de la obra.

Crear combatiendo

Puesto que en otro lugar nos referimos con algún detalle a cómo podemos los intelectuales luchar contra el régimen en el campo puramente político de una manera eficaz, es decir fundidos al pueblo en ese gran frente general que ha de ser el Frente Nacional Antifranquista, hablemos aquí de nuestra lucha específica por la libertad de creación entre las rejas que nos rodean.

Debemos decírnoslo claramente. Cuando el escritor o el artista adquiere conciencia de que su misión consiste en servia a su pueblo con su arte, cuando en circunstancias como las nuestras decide combatir para crear, crea combatiendo. De una forma o de otra e incluso varias a la vez, pese a la mordaza y al sable. No con plenitud de medios, naturalmente, pero sí con muchos más de los que se vislumbran desde la zona helada de la pasividad.

Una de esas formas: la clandestinidad. Quintana y Espronceda la emplearon. En la montaña del Príncipe Pío, ante el montón de cadáveres, calientes aún, Goya tomó los apuntes para el cuadro de los fusilamientos protegido por la noche y por el trabuco de su criado. Las hojas volantes contra la dictadura de Primo de Rivera son cosa de ayer y no es preciso recordar cuánto contribuyeron a avivar la lucha por la República. Años atrás todos los pueblos sojuzgados por los nazis lucharon con fusiles, plumas y pinceles. Eluard gritaba «¡Libertad!» y en medio de la noche, Aragón y cien franceses más alzaban su canto y en una celda de la Gestapo Fucik, el gran poeta checo, talló diamantes de su «Escrito bajo la horca».

No pocos escritores y artistas españoles de tendencia progresiva se dicen: Puesto que ahora no es posible escribir ni pintar sobre ciertos temas libremente, a la luz pública, mejor es no tocarlos. Ya los trataremos en su día. Conviene abandonar esa idea cargada de opio y de cosas aún peores. ¡Se puede! En cierta y no escasa medida ¡se puede! Los medios clandestinos nos permiten expresarnos con entera libertad, vaciar el alma. Y hoy la obra clandestina tiene camino más ancho del que parece y, si es buena, la clandestinidad sólo será para ella una circunstancia transitoria, el primer recorrido hacia lo perdurable. Lo otro, resignarse a callar, es añadir a la mordaza franquista una mordaza propia y condenarse a la esterilidad, es decir a lo más grave que puede sucederle a un artista, al desastre mayor. Hasta quienes callan lo saben y se lo dicen a solas con gritos sin voz.

Crear combatiendo, apresando esos hechos que pasan ante nosotros: las luchas del pueblo, públicas, violentas, en ocasiones, subterráneas en otras; los crímenes de esta tiranía sin precedente; la miseria, tendida como un perro sarnoso sobre el mapa de España; esos barcos yanquis de la colonización y la guerra que entran y salen en nuestros puertos… ¿Temas de arte? ¡Sí! Los grandes temas de arte de nuestros días, reflejos de trascendencia y perdurabilidad. Todo depende de la calidad de lo creado o recreado. «Rojo y negro» está inspirada en una gacetilla que daba cuenta de un suceso ocurrido en una capital de provincia. Y en lo que se refiere a la envoltura material de lo creado todas valen, por lo menos provisionalmente. Hasta la cuartilla a máquina. Y no hay por qué desdeñarla. De manuscrito eran leídos los epigramas políticos en los grados de San Felipe. De ahí algunos han pasado a las antologías.

Muchos, aunque no suficientes ni de lejos, son los ejemplos actuales de literatura española clandestina. Estos «Cuadernos» son uno de ellos. Hasta libros, clandestinamente impresos, van por ahí de mano en mano y de conciencia en conciencia. Pero hace falta más, mucho más, para ayudar al pueblo en su lucha y con él salvarnos.

Los intelectuales –sobre todo escritores y poetas– tenemos en nuestras manos una terrible arma de combate: la pluma. Utilicémosla para ayudar más y más al pueblo con nuestra labor clandestina.

Pero ¿es que sólo tenemos a nuestro alcance procedimientos clandestinos? No; también hay medios legales, resquicios legales. No muchos, cierto, pero los hay. La censura franquista es una censura de inquisidores que han pasado por la escuela nazi. Pero en no pocos casos y en cierta medida, claro está, puede ser burlada. El toque está en decidirse a burlarla, en intentar decir, en decir cuanto se pueda en la forma que se pueda. La historia de la literatura y del arte en general está llena de eso. Los clásicos y los escritores españoles del siglo XIX lo hicieron más de una vez. Stendhal se reveló maestro en el empleo de tales recursos y en Rusia los escritores demócratas revolucionarios, primero, y en mayor escala los marxistas, después, dieron de ello bajo el zarismo los más altas muestras.

También en nuestra España encadenada hay ya ejemplos de ello, algunos, admirables: poemas con no escasa carga revolucionaria que han burlado a los genízaros de la censura, este o aquel lienzo que es un grito rebelde apenas velado. Algunas revistas han hecho, más de una vez con fortuna, tentativas en este sentido. Y aquí volvemos a encontrarnos con el problema del rumbo, con el problema de la orientación. Lenin decía que lo esencial para cualquier órgano de prensa consiste en definir su orientación ideológica. En este caso no se trata, ni que decir tiene, de definirla en pública enunciación de propósitos sino de que los intelectuales progresivos que aquí y allá juntan entusiasmos y talentos en torno al título de una publicación adquieran el convencimiento de que sus esfuerzos únicamente serán fructuosos en la medida en que están impregnados de las ideas renovadoras de su tiempo, en la proporción en que tiendan a ayudar al pueblo en la lucha contra la guerra y la tiranía y por un régimen verdaderamente democrático.

Enseñar al pueblo y aprender del pueblo; ayudar al pueblo y a ser ayudados por él; ahí está para los intelectuales dignos de tal nombre el camino de hoy y el infinito horizonte de mañana. Tanto para la obra clandestina como para lo que sea posible realizar utilizando las rendijas legales, los intelectuales encontrarán una inagotable fuente de inspiración, orientación y ayuda con el contacto íntimo con la clase obrera y con su Partido, depositario de la ideología de vanguardia, de la ideología triunfante, poseedor de una preciosa experiencia política. Junto al pueblo, además, es como los escritores y artistas podrán observar directamente lo que nace y se desarrolla. Y sólo un profundo estudio de la realidad viva y de la lucha en marcha permite describirlas profundamente también y extraer de ellas el mineral para la obra de arte.

Hay más aún. No podemos resignarnos a la indefinida prolongación de un estado de cosas que ahoga y tiende a aniquilar nuestras facultades creadoras. En su manifiesto del Primero de Mayo pasado el Comité Central del Partido Comunista de España llamaba a los intelectuales a luchar, entre otros objetivos: «por la libertad de opinión y contra la censura de libros y revistas».

Esa lucha no sólo es para todos nosotros una cuestión vital; es posible. El ambiente antifranquista en todo el país es cada día más denso, la presión del pueblo más fuerte, el régimen más débil. Si es cierto que los intelectuales solo tendremos libertad de creación en un régimen verdaderamente democrático, y que sobre esto sería muy peligroso dejarse encandilar por recientes demagogias franquistas, esas realidades que hemos apuntado más arriba nos dicen que la lucha unida de los intelectuales progresivos contra la censura del régimen puede obtener victorias no desdeñables y puede abrir en los muros de la inquisición franquista brechas importantes.

Para librar esa lucha lo primero que hace falta es no sobreestimar la fuerza actual del enemigo –muy por bajo de lo que fuera hace algunos años– ni menospreciar la potencialidad que la intelectualidad progresiva española puede tener si combate de esta naturaleza unida entre sí y unida a ese gran torrente –en crecida– que es el pueblo.

Es sabido cuánto nos esforzamos los comunistas por ayudar a los intelectuales con nuestras orientaciones y consejos. Este es un aspecto importantísimo de nuestra misión de vanguardia. En esta empresa a los intelectuales comunistas nos corresponde, sin duda, intensificar el esfuerzo a través de todo el país, en todas sus universidades y ateneos, en todos los rincones literarios, científicos y artísticos. Para llevar a los intelectuales nuestras ideas, las más altas que ha concebido el hombre a lo largo de su existencia sobre la Tierra, para demostrarles que sólo en ellas, que sólo en la clase obrera y en el pueblo podrán encontrar el rumbo y la substancia que necesitan para realizar una verdadera obra de creación y la fuerza para vencer en la lucha actual por la libertad de creación.