Mercurio Peruano
Revista mensual de ciencias sociales y letras

 
Lima, junio de 1923 · número 60
año VI, vol. X, páginas 635-640

Víctor Andrés Belaúnde

Democracia y despotismo en
Hispano-América

Las afirmaciones de Mr. Grand Pierre en su artículo «Los Déspotas, una necesidad política de los países de América Latina», de que la mayoría de esos países son indiferentes a la forma de su gobierno, ya sea autocrático o republicano y de que la democracia es imposible en América, sólo pueden explicarse, o por el desconocimiento de la realidad política de esos países, o por el propósito de cohonestar excepcionales y transitorias situaciones bajo el color de una doctrina que envuelve, al mismo tiempo, una injusticia y una injuria para la Civilización Hispano Americana. A exponer y defender esta civilización he consagrado mi actividad en los tres años de mi residencia en los Estados Unidos, encontrando por doquiera espíritus comprensivos y justicieros; y, por lo tanto, me creo en el deber de refutar las raras doctrinas del señor Grand Pierre, con el simple recuerdo de algunos hechos.

Lo primero que llama la atención en el artículo del señor Grand Pierre y que confirma, o su ignorancia o sus propósitos, es la lamentable confusión entre las varias condiciones de Hispano-América, los distintos períodos de su historia y la diversidad de sus personajes representativos.

Hispano América es demasiado grande y complicada, para poder hacer respecto de ella, precipitadas generalizaciones.

El señor Grand Pierre, envuelve en el mismo concepto a los países que, hasta ayer, estaban sometidos al régimen español; a los estados cuya posición geográfica ha determinado mayores influencias o intereses extranjeros; a los países que han ensayado por más de un siglo la vida independiente, y sin el obstáculo anterior; a las naciones favorecidas por los factores fisiográficos [636] y étnicos y a las sociedades que han tenido en contra la tierra y la variedad de razas.

A despecho de lo que dice el señor Grand Pierre, el amor a la libertad y los esfuerzos hacia la democracia, son comunes a todos ellos; pero los resultados han tenido que guardar proporción con los obstáculos económicos y morales, geográficos e históricos, con que han tenido que luchar.

Con un criterio científico, susceptible de mayor perfección y exactitud, Lord Bryce distingue, por lo menos tres grados en el desarrollo de Hispano-América, cuando clasifica estos países en tres grupos:

El primero en que gobierna un régimen personal autocrático, como Haití.

El segundo, en que el régimen personal es intenso; pero bien inspirado y con el control relativo de determinadas instituciones democráticas.

El tercero, el de los países que, como Brasil, Uruguay y Argentina, han alcanzado ya el funcionamiento regular de las instituciones republicanas.

Otra lamentable confusión en que incurre Mr. Grand Pierre, es la de los períodos históricos que tienen, naturalmente, distintas culturas y requieren diversos regímenes. Para el criterio indiferenciado del señor Grand Pierre, los regímenes de hierro que fueron el resultado de una situación histórica y que, a pesar de sus males, desempeñaron su papel en la evolución política de América, son exactamente iguales a las anacrónicas y destructoras tiranías del siglo XX, que se deben a un factor que los positivistas han descuidado en demasía; y que modernos historiadores como Arnichez Ludalla, Seignobos, han vuelto a considerar: el accidente histórico, constituido por el carácter de los jefes políticos y las circunstancias del momento internacional.

Esa confusión lleva a otra, que envuelve la más grande injusticia; y es la de poner en un mismo plano, personajes, que aunque tiránicos y fieros, tienen cierta grandeza trágica y poseyeron cultura y absoluta honradez privada, con fulgores de tiranillos, como Zelaya y Estrada Cabrera. No debe parangonarse a los déspotas que atendieron realmente al progreso material de su país, organizaron sus finanzas y defendieron celosamente su soberanía, con los mandatarios fenicios que desorganizan la hacienda pública, gastan en dádivas y en corrupción, dineros que debían emplear en obras públicas y que, ajenos por entero al instinto de la independencia y autonomía nacionales entregan a [637] manos extrañas las funciones de la soberanía, convirtiendo sus países en factorías o protectorados.

En el período de evolución en que se encuentran algunos países de Hispano-América, es indispensable un poder ejecutivo fuerte y eficiente, inspirado en altos ideales y desempeñado por personas de capacidad y honradez. Pero no cabe confundir esos gobiernos creadores y educadores, con los despotismos que destruyen toda institución y hacen imposible la educación democrática.

Las dictaduras en Hispano-América, las más eficaces, como las de Guzmán Blanco en Venezuela, García Moreno en el Ecuador y Porfirio Díaz en México, sólo produjeron un transitorio bienestar material, dejando, en cambio, tras de sí, la anarquía y la disolución. Venezuela y Ecuador han sufrido en los 50 últimos años, las consecuencias morales y políticas de aquellas dictaduras.

Los países de Hispano-América, que han alcanzado una situación floreciente, son, precisamente, los que han tenido regímenes constitucionales. El progreso político y económico de la Argentina, es obra de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, verdaderos tipos de estadistas demócratas.

La estabilidad institucional de Colombia se inicia con Carlos Restrepo, que convirtió la vieja oposición revolucionaria en oposición gubernamental. Las avanzadas reformas en el Uruguay, se deben a la educación democrática del partido Colorado, que dio representación a su contendor, el partido Blanco, en el Consejo de Administración y, a todas las minorías, en el Congreso, por la elección proporcional.

Refiriéndome especialmente al Perú, debo decir que la organización nacional, después de la independencia, no fue obra de un déspota o dictador, sino de un verdadero caudillo demócrata: el general Castilla, una de las figuras más fielmente humanas de la historia Sud Americana. El abolió el tributo colonial, que pesaba sobre los indígenas, y libertó a los esclavos; fomentó la instrucción pública, se rodeó de las mejores capacidades, aunque fueran sus enemigos políticos; inició la reforma de la legislación civil; llevó a cabo la reforma penitenciaria; atendió al desarrollo de la región amazónica y respetando la Constitución del año 60, que prohibía la reelección presidencial, dejó el poder a su sucesor, al término del período legal.

Un estadista civil, don Manuel Pardo, en oposición al partido militar, fundó con distinguidos especialistas extranjeros, las escuelas de Minas, Ciencias Políticas y Artes y Oficios. [638]

Después de la guerra con Chile, el Perú renace otra vez por obra de un verdadero estadista moderno, don Nicolás de Piérola. La administración del Presidente Piérola, es la prueba de que en el Perú, el gobierno democrático, es no solamente posible, sino el único realmente fecundo.

En medio del cumplimiento estricto de la constitución y dentro del respeto a la oposición parlamentaria, al poder judicial, a la autonomía universitaria y a la más libre crítica periodística, el régimen del señor Piérola realizó las siguientes trascendentales reformas:

1º – La instrucción del ejército por oficiales franceses y el empleo de expertos extranjeros en la instrucción pública. (Y M. Pierre revela ignorar la historia del Perú, cuando atribuye esta iniciativa al presente gobierno).

2º – El patrón de oro, que ha dado al Perú una de las mejores monedas del mundo.

3º – El presupuesto científico, ajustando los gastos a las entradas, con el pago quincenal de los servicios públicos y el abono escrupuloso de la deuda nacional.

4º – La recaudación eficiente de los impuestos que duplicó su producto, sin el aumento de la tasa.

5º – El establecimiento del Ministerio de Obras Públicas, que inició la construcción de caminos, ferrocarriles y edificios.

6º – Una política internacional, digna y celosa, de los derechos territoriales del país.

El señor Piérola se opuso a los proyectos de reforma constitucional que permitieran la reelección presidencial, dando así la más alta lección de desinterés y de civismo.

La obra del señor Piérola fue conservada en sus líneas generales por sus sucesores, especialmente por las honradas y laboriosas administraciones de José Pardo.

El grave conflicto que existe en el Perú, y que el señor Pierre describe como a «war of extermination against the small minority», es la lucha entre el régimen personal y las instituciones democráticas y económicas, establecidas por Piérola. Resulta ridículo que el señor Pierre llame politicians, a personas e instituciones que no tienen que hacer nada con la política en el sentido estrecho de la palabra y constituyen lo más representativo del país: los tribunales de justicia que insisten en el respeto de sus fallos; la Universidad, que ha defendido la autonomía y la libertad académica violadas; los Bancos e instituciones de [639] crédito, que se resintieron a abandonar el régimen monetario adoptado por Piérola, por la emisión de billetes, bajo el control del gobierno; los periodistas de todos los matices de opinión, que mantienen la libertad de la prensa; en suma, todas las fuerzas sociales. Que la opinión general del pueblo ha apoyado estas instituciones, está probado por lo que ha acontecido. La opinión pública ha defendido la autonomía de la Universidad, haciendo imposible la universidad gubernativa. La opinión pública apoyó a los Bancos, determinando el fracaso del plan gubernativo y logrando el establecimiento del Banco de Reserva. La opinión seguirá luchando y triunfará para reconquistar el respeto del poder judicial y a las garantías individuales y, sobre todo, del derecho de sufragio libre en las próximas elecciones.

La democracia no puede, ni debe morir en el Perú.

Debemos rechazar como calumniosa la aseveración de M. Pierre, de que la clase dirigente ha sido «unspeakably corrupt, and among the lower classes politics have been considered mainly as diversions».

La clase dirigente peruana, sobre todo el elemento profesional e industrial, que en su totalidad, forma la oposición al actual régimen, no está acostumbrada a ganar su livelihood from politics, como erróneamente dice M. Pierre; y ha dado pruebas de absoluta honradez. Por fortuna, no presenta el Perú en sus períodos constitucionales, casos de corrupción administrativa, que han sido frecuentes aún en democracias más avanzadas. La clase intelectual se ha abstenido de la política cuando no ha podido ir a ella rectamente; pero no por eso ha dejado de cumplir su deber de protestar y defender la legalidad. Muchos hombres eminentes que pudieron conservar sus posiciones en el presente régimen, han preferido renunciarlas, antes de consentir o aceptar lo que su conciencia repugnaba.

En cuanto a las clases populares, ellas han tenido la intuición de los intereses nacionales y han prestado realmente su entusiasmo y apoyo a los verdaderos patriotas. Así se explica la popularidad única de que gozaron Castilla y Piérola.

Es igualmente falso que los elementos opuestos del presente régimen, lo sean por que odian a los extranjeros contratados, para algunos servicios públicos. Por el contrario, los intelectuales del Perú, han dado mejor acogida a esos expertos, principalmente a los americanos. fue, precisamente, el actual Rector de la Universidad, doctor Villarán, leader del movimiento de opinión pública a favor del poder judicial y de la autonomía universitaria, [640] el que contrató, como ministro de Instrucción los servicios de los expertos americanos. Puedo citar con satisfacción, que el círculo de Mercurio Peruano, la revista de la cual soy director, ha recibido en su seno a muchos de esos expertos y se han tomado sus colaboraciones, publicándolas en la revista.

Debemos rechazar como ofensivo para el Perú el concepto que emite el señor Pierre, de que no puede realizarse movimiento subversivo sin molestar a los extranjeros o sin romper los contratos firmados con ellos. Es el Perú, por la dulzura tradicional de la raza indígena y la nobleza de la raza castellana uno de los pueblos más generosos y humanos. El extranjero se halla en una condición de privilegio y por consentimiento de todos. Es el fuero de la hospitalidad. Todos los gobiernos revolucionarios o no, han sometido a arbitraje las reclamaciones de los extranjeros y han cumplido las sentencias.

Es verdad que la clase indígena todavía no es un factor político activo; y que es aún reducida la clase obrera así como la clase media independiente, verdadero sustento de la democracia.

El régimen personal no atiende a los intereses de la primera y tiene en contra la segunda; su apoyo es sólo la fuerza, y los caciques provinciales y los job seekers, que son los verdaderos políticos en el Perú. El futuro político del Perú estriba en que como lo demostré en mi estudio de 1914, puedan triunfar los intelectuales y obreros de los departamentos sobre los caciques de las pequeñas circunscripciones, que explotan a los indios, mantienen el alcoholismo y apoyan y son a su vez apoyados, por todo régimen dictatorial. Una ley científica de sufragio, bastaría para consolidar ese paso definitivo hacia la democracia.

El Perú no es el pueblo inferior que pinta Mr. Pierre y que necesita, por lo mismo, el régimen paternal que recomienda. Lo que necesita el Perú es, simplemente, reconquistar la libertad perdida y el ejercicio pleno de su soberanía.

Víctor Andrés Belaúnde.

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