Mercurio Peruano
Revista mensual de ciencias sociales y letras

 
Lima, junio de 1919 · número 12
año II, vol. II, páginas 422-424

[Edwin Elmore]

Notas bibliográficas

El triunfo del Ideal, por D. Enrique Castro y Oyanguren

(Discurso pronunciado en fiesta social organizada por la
Federación de Estudiantes del Perú en honor del Sr. Dr. Alfredo Palacios)

Dicción castiza; estilo terso, diáfano, transparente acaso por excesiva sobriedad; corte clásico; mentalidad moderna. He ahí los caracteres resaltantes del discurso eficacísimamente pronunciado por don Enrique Castro y Oyanguren en la fiesta de los Estudiantes en honor de Palacios. [423]

Como en notas de la índole de ésta no cabe extenderse en las disquisiciones que nos sugiere el trabajo de tan distinguido y prestigioso publicista (disquisiciones a las cuales nos entregaríamos de sumo agrado, y tal vez con provecho, si dispusiéramos de espacio para ello), nos limitaremos aquí a hacer hincapié sobre dos de los temas de que habló.

Dijo el orador, refiriéndose a la República Argentina: «Allí se han dado cita los más excelsos ejemplares del tipo americano; es decir, del hombre, mezcla y fusión de las tradiciones y del medio físico peculiar del continente, para quien la solidaridad y la unión con las demás naciones de un común origen étnico e histórico no son palabras vanas, sino un hecho de conveniencia elevado a la categoría de dogma». Y para confirmar su aserto, trazó de mano maestra las semblanzas de San Martín, Sarmiento y Sáenz Peña, terminando con un elogio de Palacios, no simplemente halagüeño y cortés, sino ponderado, justo, hasta severo. – Lo que a nosotros nos interesa en esto es lo relativo a ese carácter extra-patriótico, digamos, que el señor Castro, como tantos otros, ha observado en las tendencias intelectuales y políticas de los prohombres del Plata. Zorrilla de San Martín, con certera frase, llamó a la República Argentina «Pueblo Corredentor», y es esta índole altruista y caballeresca de la patria de los Estradas, los Canet, los García Mérou, los Ramos-Mejía, &c. lo que hace de la nacionalidad argentina un pueblo eminentemente simpático, un pueblo llamado, por esto mismo, a ejercer en el continente benéfica influencia en el sentido de la justicia internacional y de las grandes orientaciones colectivas.– Recordemos, por nuestra parte, a este respecto, un paralelismo que, por referirse a una nación que no es la nuestra, pondrá mejor de manifiesto la exactitud de la observación: Venezuela. La tierra de Bolívar es otro país en el cual debe abrigarse hacia la Argentina sentimientos semejantes a los nuestros. Si bien, tratándose de ellos, no se ha presentado un caso de tan hermosa dramaticidad histórica ni de tan patente simpatía extra-patriótica como el de Sáenz Peña, ni aún como el gallardo gesto de Palacios, conviene recordar que Drago, siguiendo la tradición de Monteagudo, se constituyó, en 1902, en enérgico e inteligente defensor de Venezuela y en mantenedor, en general, de los fueros de la América. Ha hecho bien, pues, el señor Castro y Oyanguren en rendir homenaje a la verdad y a la justicia exaltando tan preclara excelencia del carácter argentino.

Apenas nos queda sitio ya para tratar del otro punto a que queríamos referirnos, tema, para nosotros, capital en el discurso del señor Castro Oyanguren: el relativo al socialismo como doctrina mantenedora de los derechos del débil{1}; como doctrina salvadora de todos aquellos que poseen «una visión cordial de la vida» y a quienes una sensibilidad evolucionada, verdaderamente digna del hombre civilizado y culto, les veda aceptar la teoría del triunfo del más fuerte en la lucha por la vida. El señor Castro Oyanguren discierne muy sagazmente entre el socialismo legítimo y noble, y lo que él llama con justicia «socialismo de pega»; entre el espíritu de solidaridad y de justicia social, y esa solidaridad egoísta que tanto entusiasma a ciertos espíritus estrechos y que [424] desgraciadamente parece ser la que más se va extendiendo por el mundo entre clases, gremios, corporaciones e instituciones. Indica a quienes se debe seguir y de quienes se debe desconfiar; dice:... «No os alarméis con las ideas de los propagandistas más avanzados. Exigid solamente en quien os hable, rectitud en la intención, sinceridad y honradez. Y desconfiad, sobre todo, de esos apóstoles que en nombre de un jacobinismo cesáreo y pasado de moda, dirigen sus saetas envenenadas y mortíferas contra los idealistas, a quienes motejan de soñadores, de románticos e ilusos, y a lo que tienden es a ahogar la libertad y endurecer los corazones con la siniestra perspectiva de un mal ineluctable.»

Como hemos dicho, el discurso que reseñamos, no obstante su elegante sobriedad, contiene multitud de motivos que podrían dar lugar a muy interesantes disertaciones. En torno, por ejemplo, de la naturaleza del socialismo, ahora en boga entre nosotros, y sus buenos y sus malos adeptos, podría decirse mucho, sobre todo para hacer ver cómo, tanto entre socialistas como entre burgueses, abundan hombres egoístas, indiferentes, apáticos, exentos del sentido ideal, a quienes es preciso combatir hasta en sus últimos reductos: cañas que arrastra el río, en Séneca; sepulcros blanqueados a quienes vitupera el Nazareno. –El triunfo del ideal consiste en esto, en la constante, cotidiana derrota de los egoístas y los «prácticos», pseudopositivistas, por los que llevan en la frente la luz del porvenir, y son, según la frase carlyliana, «profecías vivas de una edad que se acerca».

E. E.

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{1} Sobre el concepto de debilidad habría muchos distingos y reservas que hacer.

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Edwin Elmore
1910-1919
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