Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Hesperiófilo · José Rossi Rubí ]

Historia de la Sociedad Académica de Amantes del País, y principios del Mercurio Peruano

Son tan varios los pareceres que hay en el Público sobre la erección de nuestra Sociedad, y sobre el origen de este papel periódico, que nos creemos obligados a descubrir los principios de uno, y otro. Lo que todavía quedará envuelto en un misterioso grecismo, es la positiva enumeración de los Socios, y sus nombres verdaderos: puede que no pase mucho tiempo sin que nos demos a conocer aun por esta parte.

En el año de 1787, Hesperiófilo puso término a sus viajes por un engaño de la fortuna, y se domicilió en esta Capital. Su espíritu vivaz, ardiente e inquieto no encontraba pábulo suficiente en las tareas privadas de su obligación, ni en las recreaciones del público. La equitación y la caza le proporcionaban un ejercicio agradable: la lectura y la meditación eran los entretenimientos de su gabinete. En un paseo de Lurin{1} conoció a Hermágoras, Homótimo, y Mindírido, todos tres jóvenes amabilísimos. Hermágoras desde muchos años antes entretenía una buena tertulia en su casa, a donde concurrían además de los dos nombrados, Agelasto y Aristio. Hesperiófilo tuvo el honor de quedar agregado a esta pequeña sociedad. Sus concurrencias eran indefectiblemente todas las noches desde las ocho [50] hasta las once: en ellas solo se trataban materias literarias, y se examinaban las noticias públicas. La detracción, el juego, las bagatelas y los cuentos amatorios estaban proscriptos de este congreso de filósofos.

La primera ventaja que reporta el hombre constituido en sociedad, es la de ensanchar sus ideas, y pensar con más uniformidad: nosotros experimentamos esta verdad desde los principios. Soberbios de nuestra unión, y resueltos a conservarla, tratamos de darle toda la consistencia que cabe en lo humano. Tomamos el nombre de Academia Filarmónica: trazamos unas reglas para gobierno de nuestras concurrencias: se eligió a Hermágoras por Presidente, y a Aristio por Secretario. Concedimos título de socias de mérito a Doralice, a Floridia, y a Egeria. Con esta última tuvieron los Filarmónicos una fuerte contestación: ella rehusaba el nombre de Egeria, por ciertas alusiones que se lo hacían parecer impropio; y nosotros sostuvimos que era muy análogo a su estado porque etimológicamente significa pobre. Aristio proponía todas las noches las materias que se debían tratar. Cuando había contradicción en las opiniones, se decidían por escrito, y para ello se hacían sus alegatos. Un incógnito se correspondía con nuestra Academia, avisándola secretamente de los defectos civiles de sus individuos.

En estas ocupaciones se nos pasaban las horas como en un teatro de delicias. Absorto cada uno de nosotros en el inefable placer de la amistad y de la filosofía, nunca llegamos a conocer la discordia ni el tedio. Extáticos en la contemplación de nuestra felicidad, nos convertíamos a menudo a la patria, еxсlаmando: “¡Ah Lima! Si conocieras la dulzura que trae consigo la unión de una tertulia bien combinada, que lejos estuvieran de ti la división y el tumulto… Patria de tantos doctos, tu Población sería feliz, si a la tertulia de los Jóvenes Filarmónicos añadiesen algunas otras los muchos sabios, que te iluminan.”

La fragilidad de las cosas humanas fue transcendental a esta Academia: una serie cruel de desgracias la dispersó. Homótimo pasó a la corte, a donde le llamaba el estado político de su carrera. Hesperiófilo habiendo perdido lo que tenía en el mundo más precioso, y más amable, pasó a la Sierra para mitigar su dolor con la ausencia: Hermágoras sintió la pérdida de estos dos compañeros: Aristio cayó enfermo: Mindírido se casó, y así desapareció en un instante hasta el nombre de la Academia Filarmónica. [51]

Después de veinte y do meses de separación se reunió, como por un espíritu de magnetismo, la sociedad que parecía arruinada. Homótimo volvió de Madrid, conseguidas de la bondad del Soberano aquellas gracias que correspondían a sus méritos: Hesperiófilo dejó en la Sierra la misantropía de su viudez: Heamágoras, y Aristio llenos de salud y de amor, celebraron el regreso de los dos socios, y fueron los vínculos de la nueva unión: Mindírido ocupado con los afectos de marido, y de padre, no pudo ya dedicarse a esta nueva tertulia; y Agelasto la abandonó, por que el comercio le absorbía todo su tiempo. Nuestras concurrencias se radicaron en casa de Hermágoras, como había sido antes de la dispersión de los Filarmónicos.

He aquí una sociedad de cuatro hombres retirados de todo lo que hace el placer de la mayor parte de los mortales, y deseando objetos científicos en que ocupar el talento, y procurar ilustrarse. Aristio reasumió su encargo de distribuir las materias sobre que se debía raciocinar; y se estableció que todas nuestras disertaciones fuesen por escrito. Estas piezas, juntas a los fragmentos que todavía conservábamos de las otras de igual naturaleza hechas en el tiempo de los congresos Filarmónicos, eran el monumento de nuestra dedicación y amor nacional. Nuestra humilde desconfianza negó siempre a estas obras el honor de la prensa. Solo nos consolamos con dar a nuestra nueva Sociedad el nombre lisonjero de Amantes del País.

Así continuamos por espacio de algunos meses, hasta que el Análisis que Don Jaimeé Bausate hizo preceder a la publicación de su Diario curioso, nos franqueó un camino plausible, para hacer públicas y útiles nuestras tareas. Vimos, que aquella obra dejaba un hueco bastante para las materias que se agitaban en nuestros discursos Académicos. Pensamos en continuar aquella idea: los cuatro socios no nos creímos suficientes para su cabal desempeño. Buscamos otro que adelantase nuestra suficiencia, y en cierto modo reuniese en sus funciones la representación de toda la Sociedad entera: lo hallamos en la persona de Chrisipo. Animados todos cinco por un mismo espíritu hemos dado principio a la publicación periódica del Mercurio, y esperamos continuarla mientras el Público nos favorezca con su adhesión. Una Ciudad como esta, tan llena de ciencia y de patriotismo no podía menos que esforzar los débiles principios de nuestra empresa. Desde luego se nos hermanaron en clase de Socios de mérito Teagnes, Hypparco, y Thimeo: Basílides, y Paladio, se declararon Socios protectores; pero los que nos honran [52] con distinción, y nos auxilian muy de veras, son Archidamo, y Cefalio: a ellos debemos el favor que nuestra obra logra en el Público; y este nunca será excesivo en alabarlos, cuando salgan sus nombres sin el velo etimológico que ahora los cubre.

Desde luego confesamos, que si este Papel hijo de nuestras solas meditaciones, y de nuestro solo esfuerzo, llega a ser útil a la Patria y a la Nación, el principio de la gratitud es debido al Editor del Diario. Sin su arbitrio hubieran tal vez quedado sepultadas en el olvido las producciones de la Sociedad de Amantes del País, así como sucedió con las de la Filarmónica.

Esta es la historia del Mercurio Peruano, y de la Sociedad que lo publica. Para solidar su consistencia se han trazado unas constituciones en las que el servicio del Público es el Numen al cual se sacrifican nuestro descanso, nuestras pasiones, y tal vez la salud misma. En algún Mercurio daremos un extracto de nuestras leyes literarias. Ahora debemos hacer Juez al mismo Público de una cuestión en que estuvimos sobre las consecuencias de la infracción de cierto artículo.

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{1} Pueblecito habitado solo de Indios que dista cinco Leguas de esta Capital. Lo saludable de su temperamento es causa de que lo frecuenten los valetudinarios.