Filosofía en español 
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Polémica: La filosofía española contemporánea

Hace quince días MADRID publicó en su suplemento cultural de los miércoles un comentario de don Manuel Pizán sobre el libro Filosofía española contemporánea, de don Alfonso López Quintás, publicado por la B. A. C. El artículo de nuestro colaborador ha sido acogido con expectación e interés en diversos niveles. Don Alfonso López Quintás solicitó de nuestro director replicar al comentario ya citado, con objeto de aclarar algunos extremos y defenderse de algunos puntos de vista, a su juicio, erróneos.

Publicamos hoy la réplica del señor López Quintas como prueba de la liberalidad intelectual que existe en nuestro diario, y con la esperanza de que esta «carta abierta» y los comentarios que obviamente suscitará sirvan para aclarar un tema tan vivo y actual como el de la filosofía española, hoy. En días sucesivos publicaremos otras contribuciones teóricas de diversos comentaristas. La polémica, pues, está abierta.

Alfonso López Quintás

Carta abierta a don Manuel Pizán

«Muy señor mío:

En la recensión que dedicó usted en el número del día 1 del corriente del diario MADRID a mi obra Filosofía española contemporánea (B. A. C, Madrid) se observa cierto tono irónico, casi burlón, así como una voluntad decidida de quitar al libro todo mérito, excepto el de constituir «la primera obra de conjunto sobre la filosofía española contemporánea». A todo escritor que haya dedicado varios años de esfuerzo a escribir un libro que juzga útil al país le resulta, indudablemente, penoso advertir que se intenta depreciar su labor por la vía rápida y facilona de los juicios sumarios, las frases despectivas, la información inexacta y la interpretación peyorativa de ciertas características de la obra que en la propia intención responden a criterios muy positivos. A pesar de ello hubiera mantenido la actitud de silencio que adopté ante las recensiones de mis libros anteriores si su crítica no estuviera dictada por el intento de negar con increíble contundencia el valor filosófico de la obra de 61 escritores españoles. Si compuse este libro para colaborar a escribir un importante capítulo de la Historia de la cultura española –que estaba muy menesteroso de atención– con el fin no tanto de exaltar a los pensadores cuanto de informar de su obra al público –al que ellos como escritores se deben–, me creo en la obligación de romper por una vez mi costumbre de guardar silencio y exponer varios puntos que juzgo de interés general.

Calificativos

1. Es extraño que, a su entender, la visión que doy de la filosofía española contemporánea «resulte desoladora» y no tenga usted reparo en calificar seguidamente a dicha filosofía española contemporánea de «enteca» y afirmar que el panorama del pensamiento español actual es «pobrísimo». Si hubiésemos de aceptar esto como cierto sería difícil dar una visión objetiva de la filosofía española actual que no fuese desoladora. En su recensión quedan claras dos cosas: a) Que, a su juicio, el nivel alcanzado por el pensamiento filosófico español en el siglo XX es muy bajo, b) Que, dentro de este bajo nivel, el panorama constituido por el pensamiento de los 61 autores reseñados en mi obra marca una cota todavía inferior, pues usted califica su visión de sencillamente «desoladora». Para situar su afirmación pesimista en su contexto estratégicamente amargo cita usted previamente el testimonio de tres autores que niegan a la cultura española un mínimo de categoría. Usted afirma no aceptar el planteamiento de dos de ellos, pero seguidamente aplica al conjunto de la filosofía española contemporánea un calificativo anulador. Después de indicar que –a mi juicio– el pensamiento español contemporáneo, merced a su espíritu «integrador» y «realista» puede ejercer un papel muy destacado en la cultura actual, usted se apresura a interpretar «integración» como «eclecticismo», lo cual supone una depreciación considerable. Basta leer las recensiones que hago de Ferrater Mora, Zubiri, Amor Ruibal y d'Ors para comprender que la actitud integradora a que aludo desborda en mil codos todo superficial eclecticismo. Naturalmente, para advertir esto hace falta estar lo suficientemente iniciado en el conocimiento de la filosofía española actual para no ignorar, por ejemplo; que entre la neoescolástica y el pensamiento de Zubiri media un abismo. Por otra parte, el influjo que España puede ejercer en el mundo de la cultura no tiene por qué degenerar en «imperialismo», como usted insinúa irónicamente para llevar las frases de mi prólogo a extremos caricaturescos, recurso tan fácil como injusto.

2. En el párrafo primero, y más destacado de su crítica, arroja usted sobre los 61 autores analizados en mi obra la gravísima acusación de que no tienen un concepto válido de filosofía, de modo que «al ver a qué se llama filosofía y al ver cómo se maneja la criba», «cualquier mente crítica y medianamente informada del pensamiento actual en el mundo» debería llegar, respecto a la filosofía, a una conclusión semejante a la que llegó Ortega, respecto a la ciencia, cuando leyó la obra de Menéndez y Pelayo Ciencia española, a saber: que en España «no la hubo jamás». Dado que yo no expongo en el libro lo que entiendo por filosofía y que usted alude simultáneamente a lo que se entiende por filosofía en este libro y a la selección de autores que hice, queda claro que su intención es afirmar que el pensamiento de los autores analizados no alcanza el nivel rigurosamente filosófico. Lo paradójico es que usted no dude en considerar a Ángel Amor Ruibal como «una figura de decimotercera fila», pues si suponemos que este juicio es exacto, y tenemos en cuenta la titánica labor que significa por parte de Ruibal someter a revisión crítica gran parte de la historia de la filosofía y poner las bases de un sistema personal de pensamiento, como han sabido subrayar los autores que integran la cuantiosa bibliografía sobre este autor –páginas 90-93–, hemos de concluir que las figuras españolas de primera, segunda y tercera fila tienen una categoría supereminente, lo cual implica que el panorama del pensamiento español contemporáneo no es ni mucho menos tan desolador como usted afirma.

Comparaciones

3. Echa usted de menos en mi libro «buena parte de los pensadores más significativos», que –a su juicio– «valen tanto o más que muchos neotomistas de ínfima calidad» cuyo pensamiento analizo. Sinceramente, este terreno de las comparaciones no quiero pisarlo, porque es odioso, y porque, a medida que aumento mi obra escrita, aprendo a respetar más la labor de los otros. Por otra parte, y dicho con todos los respetos, pienso que para realizar comparaciones de modo serio se requiere un grado de preparación muy superior al que reflejan algunas de sus afirmaciones, por ejemplo, la de que Zubiri es «neoescolástico».

De los autores que usted cita, varios –a los que tengo el gusto de tratar personalmente– me indicaron que carecen por ahora de obra suficiente para ser incluidos en un libro de este género. De algunos otros todavía no ha salido al público su primera obra filosófica. Otros no han considerado oportuno contestar a las cartas en que solicité de ellos los datos fundamentales para la recensión –ya que no ahorré esfuerzos para conseguir que la información fuese en lo posible de primerísima mano–. Este silencio creí deber interpretarlo como deseo de no figurar en la obra. Dos de los autores citados me enviaron un artículo en vez del solicitado esquema de los temas fundamentales de su investigación. Cuando, ya el libro en imprenta, hube de reducir la amplitud del mismo debido a un error de cálculo relativo a su extensión, me pareció lógico prescindir en primer lugar de las recensiones que no se acomodaban al plan general de la obra.

La labor intelectual de buen número de los autores citados por usted se encuadra en disciplinas diversas de la filosofía, si por tal entendemos la forma de actividad intelectual que cultivaron, por ejemplo, Aristóteles, Hume, Kant, Fichte y Heidegger. De incluirlos a ellos habría que ampliar considerablemente la lista que usted aduce. Por mi deseo de mantener el concepto de filosofía dentro de ciertos límites no abrí un apartado especial, en las «Notas informativas», a los literatos que muestran preocupaciones filosóficas. Esto explica, sin duda, que se me haya pasado citar a Machado, a Valle-Inclán y a otros escritores por los que siento sincera admiración.

Espacio

4. Considera usted excesivamente corto el espacio dedicado a Gaos y a Ferrater Mora. A estos nombres añadiría por mi parte los de Nicol y García Bacca –a quienes admiro–, Xirau y Zambrano. Si usted ha leído mi libro –cosa muy posible, pero que no se colige de su crítica, en la que sólo se alude al prólogo y al índice– habrá observado que citó reiteradamente el amplio libro que José L. Abellán consagró por entero a los filósofos españoles residentes en América. La existencia de esta obra me eximió de recensionar el pensamiento de estos autores más por extenso. Lamentablemente, a última hora, por dificultades surgidas respecto a los derechos de reproducción, me vi obligado a retirar los amplios textos antológicos de estos pensadores, lo que redujo todavía más la extensión. A ello aludo veladamente en el prólogo. Unamuno y Ortega han sido ya tan generosamente recensionados que, si se exponen los temas fundamentales de su pensamiento y se educe la bibliografía pertinente, la labor informadora queda cumplida. Que estos pensadores sean los únicos que gozan –a su juicio– de «repercusión teórica internacional» puede responder, en buena parte, a la falta de libros que estudien la obra filosófica de otros autores. Por eso entiendo que no es en verdad nada ilógico que todo lector español sincero y amante de su país celebre que se conceda en mi obra la gracia de la debida atención a pensadores que –sabe Dios por qué razones– fueron mantenidos largo tiempo en el olvido.

Por lo que se refiere a X. Zubiri, estimé que los lectores exentos de prejuicios sentirían especial satisfacción al disponer de un resumen de tres de los cursos que este pensador suele dar en Madrid con asistencia de catedráticos, académicos y escritores de todas las disciplinas. Un grupo de escritores españoles muy representativos –uno de los cuales figura en su lista de nombres pretéritos– han reconocido por escrito una y otra vez el alto magisterio de Zubiri. Que el libro Sobre la esencia exige una sólida formación profesional filosófica para ser entendido en todo su alcance; que no haya suscitado los estudios que hubiéramos esperado de algunos pensadores, y que el hecho de no hacer la menor concesión a moda alguna –filosófica o política– le ha granjeado algunas exclusiones a la vista está. Pero ello no nos autoriza a minusvalorar el pensamiento de Zubiri aplicándole el calificativo «neoescolástico»; en primer lugar porque es del todo improcedente, y, en segundo lugar, porque, si no lo fuera, la neoescolástica y, anteriormente, la escolástica son corrientes demasiado serias –cuando de verdad se las comprende– para poder ser esgrimidas como un baldón en contra de un pensador. Es posible que usted no utilice este calificativo con intención depreciativa, pero como se dio el caso a raíz de la publicación de Sobre la esencia, bien está salir al encuentro de este grave malentendido.

5. Mi libro fue escrito para ofrecer a los lectores una información amplia y facilitar el acceso de los mismos al pensamiento filosófico español. Cuando, merced a mi conocimiento especial de un autor, juzgué posible ofrecer alguna clave útil de interpretación lo hice sin reparo alguno, aun sabiendo que ello descompensaría la amplitud concedida a cada pensador. Pero conviene advertir que dar una clave de interpretación no equivale –contra lo que usted afirma– a valorar a un pensador en el sentido de determinar el rango que le pertenece en una ideal escala de valores. Se trata exclusivamente de una cuestión metodológica de acceso a su mundo de pensamiento.

6. Con la misma libertad de espíritu expuse en el libro mi propio pensamiento, sencillamente porque estimo que cuando un profesional de cualquier rama dedica quince años seguidos a estudiar con toda intensidad un tema y juzga haber llegado a alguna conclusión de interés general, está, en el deber de darle publicidad para bien de todos, aun con riesgo de ser tachado de inmodesto por quienes olvidan que investigar y comunicar objetivamente lo investigado es para un intelectual un deber cívico. Cosa distinta sería el establecer odiosas comparaciones o intentar enaltecerse con algún tipo de juicio de valor, lo cual, además de inmodestia, sería necedad.

Letra

7. Mi libro no está impreso en «letra microscópica», sino en letra del 10 al 10 y del 9 al 9, con un tipo de letra que ha sido premiado por su especial visibilidad, perfectamente legible. Debido a la premura imprevista de espacio a que antes aludí, las «Notas informativas» –diez páginas de las 730 que tiene la obra– fueron impresas en letra menuda, por lo demás perfectamente nítida. Interpretar esta circunstancia como afán de incluir los autores citados «en la fosa común» responde a la intención general que anima su crítica –y que a ningún lector habrá pasado inadvertido–, no a la que impulsó mi ánimo a escribir esta amplia obra informativa con el fin de mostrar que nuestro panorama cultural no es tan pobre como piensan quienes –por sus razones–juegan la baza del pesimismo cuando se trata de valores españoles.

8. Usted carga las tintas en las lagunas que presenta mi trabajo. Si una obra anterior a la mía, y casi de igual título, sólo incluye a cuatro pensadores, y la mía a 61, más la cita de un gran número, así como la reseña de las revistas y sociedades españolas de filosofía, colecciones filosóficas, centros filosóficos superiores, bibliografía general y particular, &c., estimo que en algo se ha complementado lo ya hecho. Si usted u otro español se deciden a estudiar el tema y publican otra obra complementando a su vez la mía, conseguiremos entre todos lo que tanto veníamos anhelando: escribir un capítulo de la Historia de nuestro país que estaba sin escribir. El programa que usted hubiera deseado que desarrollase mi obra exige toda una enciclopedia y desborda el alcance de un libro de 730 páginas que, por densas que sean, tienen una capacidad muy limitada. A pesar de ello usted juzga que mi obra «recordará a los estudiosos interesados en los rumbos del pensamiento español contemporáneo la urgente necesidad de enfrentarse seriamente con el tema». Esto me permite deducir que, en el fondo, su juicio acerca de la filosofía española actual no es tan desfavorable como parecen indicar las rotundas afirmaciones antes consignadas.

Congratulándome de ello, pues el desprecio indiscriminado puede ser índice de falta de capacidad para captar los valores, le saluda atentamente,

Alfonso López Quintás