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[ César Muñoz Arconada ]

Comentarios musicales

El humorismo

Se ha dicho de la obra para piano Circo, de J. José Mantecón, dada a conocer por el pianista Ember en la Residencia de Estudiantes, que es una obra humorística. No vamos a negar absolutamente el calificativo, desde luego; pero conviene que señalemos o aclaremos hasta qué punto el humorismo –de origen más literario que musical– se ha adaptado a la música, aunque esa adaptación haya sido casi siempre ocasional; más como expresión de momento, transitiva, que como expresión estética; como consecuencia de una finalidad teórica.

Acaso esta cuestión del humorismo musical no ha tenido hasta hoy una importancia de problema, cuya incógnita es menester resolver. Y ha carecido de esa importancia, no ya por ser la cuestión intrascendente, sino, más bien, por ser clarividente, porque las cuestiones estéticas suelen agrandarse o empequeñecerse con relación a la mayor o menor complejidad de ellas más que en relación a su mayor o menor transcendencia, en el orden de la clasificación general. Así, el humorismo tuvo, en el plano de las disertaciones, este empequeñecimiento de la claridad. Carecía, en cierto modo, de sugestión, de fuerza de combate; estaba demasiado clasificado, demasiado definido, esto es, demasiado retirado de la movilidad de los demás problemas. No dejaba de ser un adminículo algo carnavalesco que se utilizaba con medida, con orden, y hasta con cierto recato y con cierta intimidad bondadosa.

La complejidad del tema tiene, pues, una fecha de iniciación reciente. Data de estos momentos actuales en que el arte perdió aquella estabilidad hierática que tuvo siempre, y da saltos, saltos extraños y sorprendentes que uno no sabe bien si son de locura o de regocijo o de expansión, aunque bien pudiera ser que de todo tuvieran un poco. Conviene fijarse que un salto, en sí, no tiene nada de humorístico. El humorismo, en todo caso, parece despuntar con el contraste entre dos actitudes diferentes, es decir, que si representamos al arte tradicional por medio de una figura estable, seria, dolorida a veces y con pretensiones transcendentales siempre, y de pronto, esa misma figura se nos aparece dando saltos descompasados y algo incongruentes, nos producirá, desde luego, hilaridad; pero, no insistimos, no es el salto en sí, sino la violencia de ese gran contraste entre dos actitudes tan distintas.

El error es considerable, como se ve. Y además muy propenso a extenderse, a acomodarse a toda clase de juicios. Resulta peligroso siempre esa amplitud desmedida que damos a veces a las palabras, encubriendo con ello equívocos fáciles de crear, pero que, con el tiempo, resultan difíciles de destruir. Así, hemos ampliado demasiado extensamente el radio de significación de la palabra humorismo, en beneficio, claro está, de mucha gente rutinaria y en perjuicio de la verdadera exactitud de conceptos. Pieza un poco audaz, de sonidos volatilizados, disonante y extraña, ya sabemos qué adjetivo aplicarla: diremos que es humorística; no para menoscabo de ella –aunque bien pudiera ocurrir–, sino más bien para comodidad nuestra.

Y lo raro de estas cosas es que podemos tener hasta algo de razón y estar, sin embargo, equivocados. La pieza esa puede ser, efectivamente, humorística, y nosotros acertar en la calificación; pero es muy posible que si aclarásemos nuestras ideas sobre el humorismo de la pieza, resultase que estábamos absurdamente equivocados: nada tienen que ver nuestros conceptos sobre el humorismo con el humorismo contenido en el trozo de música juzgado.

La música moderna ha venido a complicar ese gesto claro del humorismo clásico, ha venido como a perturbarlo dentro de su tranquilidad histórica. El tenía sus fines, su definición, su técnica, sus motivos, sus recursos; era algo hecho ya, algo acabado que los músicos podían utilizar para solazamiento de su auditorio con un esfuerzo pequeño de imaginación y de inventiva.

Pero el momento actual, tan poco clasicista, no ha perdonado, no ha librado de su complicación ni al humorismo musical, bien limitado e inofensivo, por cierto. La música moderna trajo, además de los rasgos comunes, determinados, producidos en la reacción contra la época anterior –romántica– un gran anhelo de individualismo de orientación. De esta suerte se han multiplicado los estilos, y cada compositor es un poco inventor de su técnica, de sus ideas, de sus motivos de inspiración. Por este camino se ha llegado inevitablemente a la pirueta, al salto que tanto indigna a las personas ecuánimes que no conciben esa falta de seriedad en el arte.

Es exacto que en toda audacia hay algo de humorismo. De aquí, acaso, ha partido la confusión. Distingamos, empero, con un ejemplo. Pongamos una obra cualquiera, el mismo Carnaval de los animales, de Saint-Saëns, y establezcamos una comparación de humorismos con esta otra, Circo, de Juan José Mantecón, tan atrevida y tan moderna. En la primera, entre otras cosas, hay una imitación del rebuzno de los «personajes de las orejas largas». El auditorio ríe de la exactitud de la imitación, y para el autor esa exactitud fue el único motivo de la humorada. Y, efectivamente, en esto podrá haber todo el humor que se quiera, pero no hay música, no hay arte alguno.

En Circo hay también una danza de los mosquitos, que al auditorio no le produce hilaridad, porque no se imita a los mosquitos, sino que éstos sirven de tema, no para hacer reír, sino para hacer música. La diferencia en las finalidades perseguidas es grandísima; puede establecerse así: Mientras en la obra primera, en El carnaval de los animales, con la música se hace un tema de humor, en la segunda, en Circo, con un tema de humor se hace música.

Puede resultar probable aún que exista en esta obra de J. J. Mantecón un humorismo exclusivamente musical, más sutil, más hondo y más imperceptible que el humorismo clásico. Pero las probabilidades no son muchas. Primero, porque un humorismo «exclusivamente musical» es algo hipotético. Y después, porque en música muchas veces el tema no justifica los resultados. Una danza de mosquitos podrá ser muy humorística, y, sin embargo, carecer de humorismo el trozo de música inspirado en ella, por la misma razón que un Circo, tema general de la obra de Mantecón, es un motivo literario, y, sin embargo, la obra musical no tiene nada de literaria.

No hay sino, en definitiva, un humorismo de la audacia. Acaso la palabra humorismo no sea, en este caso, todo lo exacta, todo lo definidora que debiera ser. Nosotros creemos que no existe aún esa palabra nueva que se ajuste a las características de las novísimas tendencias. Hay algo más que humorismo en todo este deseo actual de crear nuevas estructuras, multiplicando la potenciabilidad individual por ese denominador común que es la originalidad. El resultado suele tener una apariencia desconcertante porque no da, como hasta ahora, un resultado definitivo, sino que, un poco puzzle, es necesario para obtenerlo que nuestro esfuerzo finalice la operación.

Y esto sólo se consigue con un poco de cariño comprensivo hacia la obra audaz que se nos muestra misteriosamente cerrada en su novedad. Y, desde luego, no puede abrirse ese misterio al cálculo de las personas de viejos razonamientos, llenas de tópicos, de prejuicios, de miedo y de recelos, que, en música sobre todo, tanto abundan.

Es necesario, en la época actual, que cultivemos la comprensión con un deseo fervoroso. Con ello nos evitaremos esta misma sorpresa, que ha producido en mucha gente vieja de espíritu la línea marginal, movida, audaz, graciosa, curva y direccional de la obra Circo, de J. J. Mantecón.

M. Arconada