Filosofía en español 
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¿Predicó el apóstol Santo Tomás en la India?

Por Ignacio Ortiz de Urbina, S. J.

Los católicos indios van a entrelazar en unas mismas fiestas los recuerdos de dos centenarios: el de la venida del apóstol Santo Tomás a sus tierras y el de la muerte de su segundo apóstol San Francisco Javier.

Es un problema muy interesante ese de la venerable tradición que conservan los “cristianos de Santo Tomás” acerca de la predicación del apóstol en el Malabar. No se trata de una de esas tradiciones desprovistas de documentación histórica que los entendidos ni siquiera toman en consideración. Aunque es cierto que la tendencia general de las naciones a poner un apóstol como primer evangelizador suyo ha hecho florecer no pocas leyendas, no es el caso de pasar por alto el examen de las pruebas que se aducen en favor del viaje de Santo Tomás a las Indias.

El documento más antiguo es, nada menos, que de principios del siglo III. Concedamos que no es una obra de solvencia, ya que es anónima, apócrifa y ribeteada de elementos legendarios. Me refiero a los “Hechos de Santo Tomás”, escrito en lengua siríaca, probablemente en Edesa, o sea en la parte oriental de Siria, camino caravanero para Persia y el Asia central. Según la piadosa imaginación del autor, el Señor acertó a ver en el mercado a un emisario del rey indio Gundafor, venido en busca de un maestro de obras para construir el palacio de su soberano. Jesús le vendió como esclavo al apóstol Judas o Tomás, hábil carpintero, a quien dio como recuerdo el precio de su esclavitud. Y he aquí que después de largo viaje llegan ambos a la India, y Abban, el emisario, presentó a Gundafor al portentoso oficial, quien aseguró que él sabía trabajar en madera y mármol y era capaz de construir un palacio real. Dicho y hecho, el rey le llevó a un lugar cercano y le dijo: “Aquí quiero que construyas mi palacio. ¡Ea, comienza!” Pero el apóstol respondió que en seguida no podía edificarlo, que lo haría de noviembre a abril. El rey, entre tanto, marchó para su residencia ordinaria, cuidándose de enviar periódicamente dinero para que continuaran las obras. Cuando volvió en abril se enteró de que Santo Tomás había empleado el tiempo en predicar el evangelio y prodigarse en obras de caridad, suscitando la admiración y amor de los habitantes. “Enséñame –le dijo el monarca, lleno de explicable curiosidad– el palacio que me has construido.” La respuesta del apóstol, llena de ingenio, fue la siguiente: “El palacio lo podrás ver sólo cuando vayas al cielo”. El rey, enfurecido, hizo azotar y encarcelar al apóstol. Así comenzó, según los “Hechos de Santo Tomás”, la evangelización cristiana de la India. Un adarme de crítica basta para reconocer que en estas narraciones ha tenido libre juego la fantasía. Pero ¿no habrá algún tronco de verdad histórica bajo tanta hojarasca? No hace muchos años se encontraron en la India monedas acuñadas con el nombre de Gundafor y pertenecientes, a lo que parece, al siglo primero.

En la primera mitad del siglo VI, un curioso trotamundos llamado Cosme, apellidado luego “Indicopleuste”, o sea viajero de la India, arribó por aquellas playas y nos asegura en el libro que escribió acerca de sus correrías que encontró en la India una iglesia de cristianos con clérigos y fieles y un Obispo venido de Persia.

Hemos citado los dos testigos más antiguos que confiesan o confirman la predicación de Santo Tomás en la India. Aquella comunidad cristiana vista por el turista del siglo VI se mantiene como rescoldo sagrado durante toda la Edad Media, y cuando los descubridores portugueses atracan sus naos en aquellos litorales a fines del siglo XV, hablan maravillados de aquella diminuta porción de los “cristianos de Santo Tomás”, perdidos en un inmenso mundo de paganos. San Francisco Javier entabla con ellos relaciones amistosas y escribe cartas a su Obispo, Mar Jacobo, llenas de sincero afecto. Aquella reducida grey celebraba, y celebra, la liturgia en lengua siríaca, con la característica puntuación de los cristianos de Persia, que desde el siglo V cayeron en la herejía nestoriana. Es cierto que los “cristianos de Santo Tomás” dependieron durante siglos de la Jerarquía persa, aunque esta dependencia no quiera decir precisamente ni sumisión jurídica ni participación, al menos consciente; de la herejía nestoriana. Al fin y al cabo, después de la invasión musulmana, que se levantó como una muralla entre Europa y Asia, el núcleo cristiano más accesible para los indios fue el de Persia. Y desde Persia, sobre todo en el siglo VI, se corrió por los caminos asiáticos un intenso movimiento misional nestoriano que llegó a China, después de haber cruzado el Tibet. Nada de extraño que algunos de esos misioneros se dejaran caer en la India.

Hay autores que opinan que los “cristianos de Santo Tomás” no son más que los supervivientes de una misión nestoriana fundada hacia el siglo VI. Esta teoría, que no acepta el viaje de Santo Tomás, invoca contra él algunos argumentos no exentos de peso. Cuando en el siglo III Orígenes cuenta la distribución de los apóstoles por el mundo, afirma que Santo Tomás evangelizó el reino de los partos, es decir, las tierras de Persia. Una acotación: el que Santo Tomás predicara en Persia no excluye el que también fuera a la India, ya que el itinerario terrestre para aquellos reinos pasaba precisamente por Persia. Otro argumento puede deducirse hoy día de los escritos de Mani, el jefe de la secta maniquea, descubiertos recientemente. En ellos narra el aventurero y genial escritor que, viviendo en Persia y queriendo fundar una nueva religión que amalgamara el cristianismo con las creencias orientales, hizo un viaje a la India, donde no halló cristianos, así como en el Occidente se ignoraba la religión oriental. Esto era en la segunda mitad del siglo III. Luego Mani no vio cristianos en la India; cierto, pero tampoco consta que recorriera todos los rincones de aquella inmensa península.

Resumiendo: que la tradición secular y tenacísima conservada por los “cristianos de Santo Tomás” de un viaje del apóstol a la India cuenta con argumentos nada despreciables y que, por lo mismo, es muy probable, cuando menos. ¡Ojalá otras tradiciones semejantes, frecuentes en Europa, tuvieran a su favor pruebas tan antiguas! Ya es otro asunto fijar el año exacto de la llegada de Santo Tomás a tierras índicas. La tradición local lo celebra el año 52, no sabemos con qué fundamento. Por otro lado, algún año había que fijar el acontecimiento, digno, a la verdad, de solemnes conmemoraciones.