Diario de Córdoba
Córdoba, miércoles 22 abril 1925
 
año LXXVI, nº 26.741
página 1

Eugenio García Nielfa

De la nueva Argentina

Spaventa

A última hora de la noche, en un rinconcito de La Perla, una linda muchacha ríe con alborozo, a carcajadas, ruidosamente, sin poderse contener. Frente a ella, don Agustín Fragero habla con ingenio inagotable. Refiere ocurrencias peregrinas, en las que se acusa fino espíritu de observación e imaginación brillante, espléndida. Es la suya una gracia con sentido, inteligente, condicionada por el buen gusto. Sus juegos de ingenio entretienen y deleitan, sin perjuicio de tercera persona, porque no llegan nunca a las asperezas de la sátira, porque, cuando implican una censura, adquieren la forma amable de parodias rientes, bien intencionadas, en las cuales se guarda los respetos debidos al prójimo. El gesto completa la acción de la palabra y, de esta suerte, ríen incluso quienes no alcanzan a oírle. Bien se puede decir que, con verlo, basta.

Acompáñanles don Pedro Gutiérrez, cordobés que ha luchado fuera de la Península, en la Argentina; el popular director de orquesta Aurelio Pérez Cantero y un celebrado artista argentino: Spaventa.

Como en tantas otras ocasiones, don Agustín Fragero y sus amigos, en aquel rinconcito de La Perla, realizan un acto de hospitalidad. Spaventa y su linda pareja, sin conocer particularmente a nadie, sólo habrían de ir de la estación a la fonda y al teatro, para volver del teatro a la fonda y la estación, pasando por Córdoba sin haber conocido de la población nada más que la confusa masa del público.

Merced a don Agustín Fragero y sus íntimos, los artistas salen del paseo del Gran Capitán y entran en la ciudad propiamente dicha. Serán atendidos cumplidamente, visitarán el Círculo de la Amistad, justamente proclamado Casa de Córdoba, y luego, en la Mezquita Catedral, admirarán, en uno solo, dos monumentos de méritos excepcionales. En este caso, fue a la hora de vísperas, y el órgano, tocado admirablemente por el maestro de Capilla don Rafael Vich Bennasar, llenaba de armonías el templo magnífico.

Así, en su excursión interminable por el mundo, asaltará a los artistas el grato recuerdo de Córdoba, entre expresiones de admiración y alegría, y de ella hablarán con cariño; será para ellos una población de categoría ideal, como Venecia, como Sevilla; como Florencia, como Granada.

Los contertulios nos invitan al acto de cordobesismo y complacidamente nos sumamos a él, a virtud de la inclinación que a nuestra vez nos lleva a practicar una especie de representación honoraria en favor de quienes, cual nosotros mismos en un día remoto, a la ciudad llegan de lejos, atraídos por su fama, por la magnificencia de su historia, por el renombre de su acogedora quietud presente, con ánimo de sentirse vivir en ella, que es satisfacción imposible en el tráfago de las ciudades agitadas por el tumulto, por la inquietud arrolladora de las necesidades modernas.

Spaventa no es un extraño; menos todavía, un desconocido. Es uno de tantos artistas del Nuevo Mundo que vienen a obtener en España la confirmación de sus méritos, cual Aristo Téllez, el laureado autor del cartel de la nueva Feria de Córdoba.

Así como éste es argentino de origen español, Spaventa lo es de procedencia italiana. Las Penínsulas admirables, ambas descubridoras y pobladoras, madres de naciones las dos, la una en la antigüedad espléndida de Roma, la otra en la deslumbradora resurrección universal del Descubrimiento, prosiguen su desbordadora vida exterior, vertiendo su sangre sobre el Nuevo Mundo, confundiéndola en las naciones donde se elabora el porvenir de la humanidad. No en vano constituyeron un todo en remotas edades, cuando en la cordobesa Colonia Patricia florecieron los espíritus de Lucano y Séneca y la sevillana Itálica producía la voluntad inteligente de nuevos emperadores romanos; no en vano el primer Almirante decía en Córdoba y Granada a los Reyes de España que procedía de la italiana Génova; no en vano Américo Vespucio, que realmente vino de la italiana Florencia, se hizo español en Sevilla.

Los dos caudales que confluyen en el mar humano de la Argentina proceden de ríos de igual origen, de los mismos manantiales. Es decir que eran a su vez hermanos los ascendientes de los italianos y los españoles reunidos en la misma patria nueva de las riberas del Plata.

Puede decirse de ellos que son hermanos, mas no gemelos. No llegan a la identidad, natural y afortunadamente. Conservan vivas diferencias de origen.

La interpretación italiana de la Argentina es bien distinta de la española.

Los argentinos aman exaltadamente a su patria, mas se precian de su abolengo peninsular –italiano en unos, español en otros–, hermanados por el nacimiento y el idioma, que es en todo caso el castellano. La italianidad o la hispanidad fulgen siempre en el alma de este patriotismo nuevo. Tales son los nuevos argentinos.

Cuando de estas materias, interesantes siempre a los españoles, hablamos con Spaventa, nos dice:

—Los hijos de extranjeros, nacemos argentinos. No puede ser de otro modo porque de los seis millones de habitantes que contiene nuestra nación, uno es de españoles y otro es de italianos, particularmente concentrados sobre Buenos Aires, cuya población es de dos millones. Si conserváramos la nacionalidad de nuestros padres, imposibilitaríamos la constitución de la Argentina.

Un patriotismo nuevo, infunde, por tanto, a esta. Parte del nacimiento; no es heredado, no es de abolengo. El hijo del inmigrante recoge la bandera y continúa la vida del país en que por vez primera vio la luz del mundo. Es la patria propia, en cuya constitución se interviene; no la de los antepasados. Por esto se dirigen exaltadamente hacia el porvenir, libres de la sugestión de la Historia, cuyo hilo han cortado para formar otro ellos mismos.

Este es el interesante fenómeno de la población de la Argentina, visto especialmente desde Buenos Aires, capital de un país de cerca de tres millones de kilómetros cuadrados; cabeza blanca, europea, del moreno tronco criollo.

Los argentinos de ahora, los bonaerenses, hablan de la población primitiva como de una raza que se va, absorbida por la nueva formación. Sólo quedan indios en remotos lugares: en el Chaco, cerca del Paraguay; al Norte, en los límites con Bolivia, en la Patagonia. Sabido es que no hay negros, porque al abolirse la esclavitud abandonaron el benigno clima argentino para refugiarse en países menos suaves, como el Brasil.

De otra parte, no ha producido considerable resultado el empeño de acrecentar la inmigración germánica con el objeto de equilibrar el peso de las aportaciones italo españolas.

Dominan estas, formando la nueva nación argentina. La aportación itálica es objeto de una magnífica traducción al castellano, sin pérdida ninguna de su nativa espiritualidad, de sus disposiciones admirables, únicas, para las empresas de arte. Es como un ensueño maravilloso. Es como una Italia en castellano, ofrecida a la total comprensión de los españoles en prodigio que no pudiera ser sospechado ni por la imaginación más exaltada.

A este grupo que expone en castellano la interpretación italiana de la Argentina pertenece el cantante Spaventa. Vendrán también los escritores, los pintores, los escultores, los arquitectos, los gobernantes.

Situado en escena, ante el público, Spaventa es el artista típicamente italiano. Su buen gusto, su depurada dicción, la acabada elegancia de sus canciones; su voz, agradable, educadísima; la severidad de sus maneras; su sentimentalidad exquisita, proceden de la tierra de sus padres.

Y este artista netamente italiano ha recogido las coplas de la Argentina, su patria natal; las ha afinado, les ha concedido alas, las ha depurado y perfeccionado, los ha impreso el sello del arte más puro; los ha idealizado. El es, con relación al cantar argentino, como nuestro Andrés Segovia respecto a la guitarra. Otra circunstancia notable concurre en Spaventa: no es campero, no ha recogido de los gauchos las canciones que les conceden el triunfo. Las ha aprendido preferentemente de las argentinas, de las criollas bellísimas cuya espiritualidad transport= a a la nación suave la dulce sentimentalidad del pasado. Por eso, las canciones de Spaventa son prontamente comprendidas y aceptadas por el público femenino de todas partes. Son canciones delicadas, sentidas; nunca rudas, de continuo depuradas, superadas por el arte.

Bien merece este artista de la Argentina nueva el triunfo que obtiene en España.

Cuando le expresamos el propósito de publicar estas impresiones, nos dice ingenuamente: ¡Oh, lo agradecería mucho! En cuanto un periódico habla bien de mí, lo remito a mi madre; cada elogio que me dedican, es una alegría para ella.

Sea, pues, en honor de la madre italiana esta referencia del triunfo del artista argentino en España.

Eugenio G.ª Nielfa

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