Filosofía en español 
Filosofía en español


Los traficantes en religión

Es achaque común entre los sectarios del liberalismo denostar a los católicos con todo género de improperios, siempre que se ven cogidos, y no hallan medios de salir del paso si no es empleando los epítetos y frases mas mal sonantes para hacerlos odiosos a las muchedumbres, a quienes por este medio explotan a placer. Las palabras reaccionarios, oscurantistas, teócratas, inquisitoriales, enemigos de las luces, &c., son otras tantas tomadas del vocabulario liberalesco. Sin embargo, nada nos hace tanta gracia a nosotros los retrógrados y apaga-luces, como eso de llamarnos los liberales traficantes en Religión, haciéndonos el mismo efecto que hacer suele al inerme viandante, lo de apostrofarle el salteador, que en medio del camino le sorprende, con la sabida frase de Date, pícaro ladrón.

¡Vaya en gracia! ¿Qué será mas fácil? ¿Que vosotros nos probéis ser quienes traficamos en Religión, o que nosotros os hagamos bueno que solo los liberales han sido los que de la Religión han hecho comercio; así como también han monopolizado para sí la libertad, el patriotismo, la civilización y otras zarandajas del mismo jaez? Pues qué, si el pueblo, que por lo común ve poco, supiera todo lo que ha menester, ¿os atreveríais vosotros a usar de tales artimañas? Bien conocéis para quiénes escribís, y cuál es el criterio de los que os leen; que si así no fuese, andaríais un tanto mas circunspectos en eso de atribuir a los demás lo que solo cuadra a la familia liberal.

Y si no, decid: ¿cuándo los católicos, los verdaderos católicos, se han incautado, no ya de los bienes de la Iglesia, sino de los del pueblo, que del pueblo eran los bienes de propios, los de beneficencia, los de instrucción pública, &c.? ¿Ha sonado alguna vez el Himno de Riego que no haya ido acompañado del ruido de la piqueta demoledora, al par que de los ayes y gemidos de las personas consagradas a Dios y al bien de los pueblos? ¡Funesta ceguedad la de aquellos que, sin saber lo que se hacen, han cooperado, en nombre de una libertad toda mentira, a cometer los actos más abominables que darse puede! Bien es verdad que en el pecado llevan la penitencia, como decirse suele.

Recapacite un poco el inconsciente pueblo; reflexione alguna vez, y así verá qué propietarios son mas benéficos, si los que poseían en bien de las clases todas de la sociedad, o los que solo poseen para dar rienda suelta a un egoísmo odioso, sin entrañas, y cuyo castigo está reservado a La Internacional. ¿Qué punto de comparación existe entre los que apenas cobraban de sus fortunas una renta casi insignificante, y los que exprimen al pueblo, [610] sacándole mucho más de lo que puede pagar? ¡Pues no nos han de llamar traficantes en Religión y cosas aun peores a los que ponemos de relieve la maldad de estos tiempos, si de algún modo les es preciso apartar de sí las miradas de los que sufren, sin poder darse cuenta de los causantes del malestar social! Sí; eso y mucho más merecemos: merecemos que nos llaméis inquisitoriales, amantes de las hogueras, partidarios del despotismo, enemigos del pueblo y de la civilización que nos habéis traído, que en realidad no es mas que la barbarie, la depredación, el deshonor y la ruina de la patria.

En tanto vosotros, entregados a vuestros placeres y divertimientos, a vuestras crápulas y orgías, a vuestras bacanales y desórdenes, os daréis prisa a recluir en los asilos de mendicidad a cuantos miserables os salen al paso y turban vuestro contento; y hasta llamareis vagos y canalla a los pobres que por falta de medios, o de salud, o de trabajo, no tienen un pedazo de pan con que sustentarse y a sus infelices familias.

Mas no nos separemos de nuestro primordial propósito, el cual no es otro que demostrar que los verdaderos traficantes en Religión son los que no han iniciado alguna de sus etapas políticas, que no hayan empezado apoderándose del patrimonio de la Religión. Poco mas de tres años hace que los liberales derrocaron el Trono por ellos levantado, y las primeras de sus disposiciones fueron suprimir parroquias, lanzar de sus claustros, poseídos durante algunos siglos, a las inocentes monjas, hacer otro tanto con las corporaciones religiosas de varones que aun subsistían, saquear templos y capillas, apoderarse de cuanto legítimamente disfrutaban, no perdonando ni aun las bibliotecas, que de modo alguno son ni han sido nunca del Estado, extinguir sociedades benéficas, y, en suma, invadir todo aquello que era del exclusivo dominio de la Religión.

* * *

¿Quiénes han traficado con lo que a la Religión pertenece y pertenecerá, mientras no desaparezca de entre los hombres la noción de derecho? ¿Qué han hecho los católicos sino levantar templos, construir monasterios, edificar santuarios, y dotarlos con mano pródiga para que vosotros los liberales de una plumada os apoderéis de todo en nombre de un bandolerismo revolucionario? ¡Buen tráfico está en ceder a Dios lo que poseemos para darle culto! ¿Pudo nunca ser la mente de los fervorosos católicos que tal hicieron, que vosotros hicierais odioso tráfico de su religiosa piedad...? ¡Sombras venerables de tantos ilustres fundadores como produjeron los siglos que nos han precedido, salid de vuestras tumbas y manifestad cuáles fueron vuestras intenciones al consagrar a Dios los monumentos que la rapacidad liberal ha [611] derruido, y con que viene traficando desde que empezó su funesta dominación! ¡Ah, quién os hubiera dado tal previsión que hubierais hecho imposible efectuar los despojos cometidos! Mas ¿quién pudo jamás creer que la España católica se tornase en la que hoy vemos? ¿Cómo sospechar que una junta revolucionaria, constituida por sí misma, atropellara por todo y tomase como por asalto los templos que eran de Dios? ¿Ni cómo pensar que una inmensa mayoría de católicos tolerara tanto desafuero y abominaciones tantas?

Véase, pues, la razón con que nuestros adversarios nos llaman traficantes en Religión, cuando no solo no hemos traficado en lo que a la Religión pertenece, sino, lo que es verdaderamente censurable de nuestra parte, hemos tolerado que otros trafiquen. Quizás por la especie de complicidad que supone tal condescendencia se nos llamará traficantes, que al cabo su parte de culpa alcanza a los que, viendo el mal, no lo impiden pudiendo hacerlo.

Nada: es preciso convenir en que el que a Dios cede sus riquezas para que otros se apoderen de ellas es un traficante en Religión; en tuvo caso ¿de qué modo deberán llamarse los usurpadores y despojantes? La respuesta es por demás sencilla: incautadores. De este modo no nos separaremos de la jerigonza liberalesca.