Filosofía en español 
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Jorge Semprún

Notas sobre izquierdismo y reformismo

Los problemas del izquierdismo y el reformismo en el movimiento revolucionario pueden abordarse desde puntos de vista diferentes, a niveles de investigación muy diversos. En el plano político más inmediato– el de la lucha, la polémica, que son aspectos consustanciales a la elaboración de toda perspectiva de acción– el planteamiento de ambas cuestiones ha dado origen a algunas de las obras clásicas del marxismo, desde Reforma y revolución, de Rosa Luxemburgo, hasta El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, de V. I. Lenin, pasando por multitud de otras, como, por ejemplo, Terrorismo y comunismo, de Trotsky, y La revolución proletaria y el renegado Kautsky, de Lenin.

Quede claro, desde el primer momento, que no me propongo abordar esta cuestión –hoy por hoy, al menos– a ese nivel de la polémica política inmediata. No es la calificación tajante, la adjetivación definitiva de esta corriente o tendencia española actual como reformista, y de aquélla, o aquéllas, como izquierdistas, lo que aquí se intenta –como primera aproximación a un tema candente– sino la elaboración teórica de los conceptos mismos de “izquierdismo” y “reformismo”. Se trata, pues, de un proyecto teórico, de esclarecimiento conceptual. No poca cosa, como veremos, ni sencilla: seguro que rebasa las posibilidades de una sola persona, que exigirá discusión y elaboración colectivas, en un contraste sereno de opiniones.

La elección de este concreto punto de vista, de este preciso nivel de investigación, no se debe a una voluntad de rehuir los espinosos problemas de la actualidad política española. Se debe a una exigencia metodológica. Parece, en efecto, evidente –sobre ello volveré en un trabajo ulterior– que la circunstancia socioeconómica española, y sus derivaciones políticas, más o menos autónomas de la estructura objetiva en que se producen, contiene hoy, en un grado de saturación suficiente, todos los factores generadores de fuertes presiones de signo contrario –reformistas e izquierdistas– pese a, y en razón de su común raíz. Y se trata, precisamente, de no coger el rábano por las hojas, de no manejar, de forma acrítica, adjetivos cargados de resonancia sentimental, sino de manejar conceptos: o sea, de elaborarlos primero, para su manejo lo más adecuado posible.

En la vida política, ya se sabe, siempre se puede ser el “reformista” o el [4] “izquierdista” de alguien: Bernstein fue el reformista de Kautsky, antes de que éste, a su vez, lo fuera de Rosa Luxemburgo, la cual, según las épocas, fue para Lenin tanto reformista como izquierdista. Ahora, en la actualidad política española, también podrían hacerse jugosas clasificaciones, pero así entraríamos en el terreno, que por principio metodológico, me he vedado. Nada de manejar adjetivos –armas arrojadizas de las discusiones ritualizadas, cuando la invocación de tipo religioso suple a la investigación crítico-teórica– sino tentativa de manejar conceptos.

1. Se me dirá que es mucha pretensión, ésta de proponerse elaborar los conceptos de izquierdismo y reformismo. ¿Acaso no están ya elaborados? ¿No tienen ya rango categorial? ¿No hay una experiencia histórica suficientemente legible? ¿No contienen las obras que ya he citado un volumen de análisis y de generalización teórica tan considerable como para establecer un nivel de investigación a partir del cual pueda esclarecerse la realidad contemporánea?

Podría contestarse, desde un plano filosófico general, que conceptos teórico-prácticos como son izquierdismo y reformismo nunca están elaborados, que siempre están elaborándose. Son conceptos dialécticos, cuya operatividad es histórica, puesto que tienen que funcionar como instrumentos de análisis concreto de situaciones concretas. En ambos conceptos van implícitos –si se utilizan para la “praxis” conceptual, y no para la adjetivación escolástica– los siguientes rasgos principales: a) un análisis de la formación económico-social a la que se aplican, tomada en su totalidad y en su concreción, a la vez; b) un esquema o proyecto de transformación revolucionaria de dicha realidad, y c) un juicio de valor sobre las diversas posibilidades de respuesta a la situación real dada. Cuando Lenin polemiza con el oportunismo de Kautsky lo hace en función de un análisis global del imperialismo, aprehendido como categoría histórica; en función del proyecto de revolución proletaria posible –y realizada– dadas las circunstancias históricas concretas; en función, finalmente, de la necesidad de armar teórica y prácticamente a las fuerzas sociales capaces de llevar a cabo dicho proyecto, a través de la polémica con las corrientes y tendencias que lo obstaculizan. Los tres rasgos o momentos se entrelazan y enriquecen mutuamente, aunque, según las exigencias más inmediatas, pueda predominar éste o aquél, en tal o cual caso. Pero no se encontrará una sola frase de Lenin que dé por resuelto, por los siglos de los siglos, el problema de la necesaria elaboración y reelaboración permanente de los conceptos teórico-prácticos. No se encontrará, en toda la obra de Lenin, un solo concepto cosificado.

Este historicismo{1} de los conceptos fundamentales de la teoría revolucionaria entraña múltiples consecuencias, de las cuales sólo quiero destacar una, para nuestro propósito de hoy: la absoluta exigencia teórica de elaborar los conceptos de “izquierdismo” y “reformismo”, con miras a la comprensión de la situación española actual, desde el nivel de un análisis global de la sociedad española, del carácter objetivo de la revolución por hacer, y de sus fases y etapas. Lo cual excluye el recurso polémico apriorístico y solicita [5] un esfuerzo científico serio. Por encima de las formulaciones tajantes, y de dudoso valor conceptual, que abundan en los trabajos ya citados de Rosa Luxemburgo, de Lenin y de Trotsky, ésta es la enseñanza metodológica que una lectura atenta de esos mismos textos permite establecer.

2. Por si no bastara una simple reflexión sobre el origen, el significado y la función de los conceptos teórico-prácticos del marxismo, la más breve ojeada a la experiencia histórica en curso en el movimiento revolucionario mundial confirmaría la tesis esquemáticamente expuesta más arriba.

Resulta, en efecto, lamentable que en la discusión sinosoviética –con sus inevitables repercusiones en los diferentes sectores del movimiento comunista– los términos de “izquierdismo” y “reformismo” (con la serie colateral de apostillas ideológicas: “dogmatismo sectario” para el primero, y “revisionismo moderno” para el segundo) han dejado de ser conceptos teórico-prácticos, para convertirse en meras adjetivaciones polémicas. (Lo cual no impide que los problemas ocultos, y más bien oscurecidos que desvelados por dicha polémica, encapsulados en tanto escolasticismo, sean los problemas cruciales de nuestro tiempo: los problemas de la revolución, a escala mundial.)

La raíz de tan grave descomposición del rigor conceptual de los términos manejados reside precisamente en que son manejados, en el marco de un pragmatismo instrumentalista, y que no han sido elaborados de nuevo, teóricamente, en función de un análisis crítico de las nuevas situaciones y categorías históricas, como instrumentos conceptuales de un nuevo proyecto revolucionario global.

Un solo ejemplo, a este respecto, pero bien característico.

No cabe duda que el análisis del imperialismo actual, en tanto que categoría histórica, se sitúa objetivamente, como problema, en el centro de la reflexión teórica marxista. Y, de hecho, se sitúa también en el centro de la discusión sinosoviética, pero ¿de qué manera? A mi modo de ver, de una manera totalmente insuficiente, dentro de límites escolásticos y con una gran pobreza teórica. Así resulta que tenemos, por un lado, la realidad de un imperialismo que practica la política de expansión bélica más desaforada, que está reestructurando sus relaciones económicas de explotación de los países del mal llamado “tercer mundo” y que conoce ritmos internos de desarrollo [6] económico muy elevados. Y, por otro lado, tenemos una carencia visible de respuesta global a esa política imperialista, muchas declaraciones propagandísticas, y una interminable discusión sobre la “naturaleza” del imperialismo{2}.

Como es sabido y notorio, la discusión sobre la “naturaleza” del imperialismo se relaciona con el problema de la “coexistencia pacífica” que se sitúa en el centro del debate en curso entre los diversos sectores del movimiento revolucionario mundial. Ahora bien, en la mayor parte de los casos, el problema de la “coexistencia pacífica” –problema crucial, en efecto– se aborda dentro de límites, escolásticos, como si se tratara meramente de deducir de una “naturaleza” imperialista convertida en esencia ahistórica, la posibilidad o imposibilidad de dicha “coexistencia”. Pero la “naturaleza” del imperialismo es histórica; el imperialismo es una fase, una categoría histórica, y en tanto que fase o categoría histórica ha sido analizado por Rosa Luxemburgo y por Hilferding, por Lenin y Bujarin, o sea, por todos los ensayos clásicos del pensamiento marxista, en la época inicial del imperialismo, y ello, independientemente de los matices, diversidades y divergencias entre dichos trabajos clásicos.

La naturaleza de clase del imperialismo no ha cambiado, en efecto. Pero, con repetir esa verdad, no adelantamos gran cosa, si no se analizan las nuevas características históricas del imperialismo, sus nuevos rasgos distintivos, las nuevas categorías por mediación de las cuales se manifiesta y hace operativa en el mundo actual esa esencia de clase, con el fin de elaborar, en la teoría y en la práctica, una auténtica respuesta revolucionaria. Sin embargo, los trabajos teóricos marxistas sobre cuestión tan radical, que la aborden en su conjunto, brillan por su ausencia{3}.

En suma, tanto la reflexión sobre el sentido mismo de los conceptos fundamentales de la “praxis” marxista, como el análisis de la situación de hecho en el movimiento comunista, llevan a la misma conclusión: la insoslayable necesidad de abordar la reelaboración teórica de los conceptos de izquierdismo y reformismo.

3. Si examinamos ahora el contenido mismo de ambos términos, tal y como ha ido configurándose en una ya larga tradición de lucha teórica y práctica del movimiento obrero, veremos que izquierdismo y reformismo se refieren a dos posibles desviaciones de un recto camino: el del marxismo revolucionario, entendido, según la manoseada frase, también ritualizada, desconceptualizada, no como dogma, sino como guía para la acción.

Ahora bien, con ello no salimos de las dificultades. ¿Cuál es el marxismo revolucionario? Si nos proyectamos hacia el pasado histórico, iluminado crudamente por los fragores de la Revolución de Octubre de 1917, y por el estruendoso fracaso de la socialdemocracia europea al estallar la guerra de 1914, resulta relativamente cómodo orientarse. Entre Kautsky y Lenin –para simbolizar en dos grandes nombres las dos corrientes teóricas [7] principales de la época– el criterio inexorable de la práctica histórica, y el más delicado de la ulterior fecundidad o infecundidad de las tesis fundamentales de uno y otro, ya permite formular un juicio taxativo. El reformismo de Kautsky se pone de relieve, no sólo por el análisis interno de sus postulados teóricos esenciales, sino, principalmente, por el contraste con la experiencia histórica concreta de las revoluciones que el leninismo ha informado{4}. Pero ¿qué ocurre si contemplamos el presente?

Si contemplamos el presente, nos encontramos con que hay varios marxismos revolucionarios –aunque cada uno se proclame único heredero de la tradición del verdadero marxismo revolucionario– en abierta pugna entre sí, y representados, a nivel de partidos, por los dos mayores, más prestigiosos, más dignos de ser escuchados atentamente, partidos comunistas del mundo; y a nivel estatal, por los dos más potentes Estados socialistas. A esta dicotomía central –marxismo soviético y marxismo chino: ambos con títulos teóricos y prácticos nada desdeñables para optar a la calificación de marxismos revolucionarios –se añaden, en confusa barahúnda, toda una serie de constelaciones marxistas regionales, o de solitarias estrellas de [8] pensamiento autónomo{5}. En fin de cuentas, el criterio de un marxismo revolucionario –incuestionable, y que estuviera demostrando en la práctica histórica esa misma incuestionabilidad– no puede aplicarse mecánicamente a las posibles desviaciones izquierdistas o reformistas en el movimiento obrero. Resulta que no sólo hay que elaborar teóricamente los conceptos de izquierdismo y reformismo, sino también el de marxismo revolucionario. Pero esto era previsible, dada la vinculación dialéctica entre ellos.

4. Puede parecer exagerada esta afirmación, según la cual, hoy por hoy, hay que elaborar también el concepto de marxismo revolucionario, y tal vez sea necesario justificarla más ampliamente.

Y es que existe, en efecto, un punto de referencia común, un eje maestro –y en apariencia por todos aceptado– dentro de la discusión teórica, antagónica y confusa, que se libra en el movimiento revolucionario mundial. Este eje maestro lo constituye el leninismo. ¡Viva el leninismo! ¡Seamos fieles al espíritu del leninismo! ¡Volvamos al leninismo!, gritan unos y otros, mientras se tiran los trastos ideológicos a la cabeza{6}.

Bien, de acuerdo. ¡Viva el leninismo! Pero ¿qué es el leninismo?

Digamos, de entrada, como formulación conclusiva de una argumentación que aquí no puede reproducirse in extenso, que es imposible contestar a dicha pregunta. Mejor dicho, y con mayor precisión: que es perfectamente posible sintetizar los rasgos esenciales del leninismo, si nos referimos a la época en que este término aún no había sido acuñado, la época de la teoría y la “praxis” del partido bolchevique dirigido por Lenin, pero que hay que recusar, porque no poseen títulos teóricos suficientes, todas las codificaciones y petrificaciones, posteriores, empezando por la que realizó en su tiempo J. V. Stalin.

El historicismo de todo el aparato conceptual, teórico-práctico, del pensamiento marxista revolucionario, ya lo he dicho, es una de las leyes fundamentales de desarrollo de dicho pensamiento, y esa ley se aplica de lleno al leninismo mismo. Los conceptos básicos del leninismo, artificialmente extraídos de la realidad social para la que fueron elaborados –como instrumentos de análisis y de transformación de dicha realidad– dejan de ser conceptos operantes, al desgajarse metafísicamente de los objetos históricos con los cuales mantenían relaciones de unidad dialéctica{7}.

Por ello, la transformación del leninismo en un repertorio de citas, o en un código de principios incuestionables, desvirtúa y edulcora el vigor revolucionario científico del pensamiento de Lenin. En realidad, nunca se ha elaborado hasta el fin (aunque no falten elementos para ello, y los más cercanos se encuentran en la obra de Gramsci, me parece) el concepto de leninismo. Esta no podía ser la tarea de Lenin mismo, se entiende fácilmente, como tampoco fue la de Marx elaborar conceptualmente lo que el marxismo es. A uno y otro les bastaba con ser Marx y Lenin, y con actuar como lo que eran, como lo que fueron siendo. Posteriormente, si nos atenemos a una [9] lectura atenta de la historia del movimiento comunista, veremos que la codificación del leninismo fue una resultante circunstancial de la polémica [10] interna en el partido bolchevique, primero, y en la Internacional Comunista, después, al haber muerto Lenin.

Y con esas tentativas de codificación –las hay diversas, desde la de Stalin, que luego predominó monopolísticamente, hasta la de Trotsky, pasando por las de Zinoviev y Bujarin– ocurrió lo que también ocurre hoy, en la mayor parte de los casos: el leninismo, sin llegar a ser un concepto teórico-práctico, se convirtió en una cristalización ahistórica de preceptos y reglas metodológicas, fabricada para las necesidades cambiantes de la argumentación polémica en las luchas internas. Con esta perspectiva de convertir la obra de Lenin en un mero arsenal de citas y argumentos para la polémica interna, no sólo se ha obstaculizado radicalmente la conceptualización del pensamiento leninista, sino que se ha hecho de él un pragmatismo ideológico. Porque citas de Lenin, dadas la complejidad y la diversidad de las situaciones que tuvo que abordar a lo largo de su obra teórica, las hay para todos los gustos: hasta para los peores.

¿Quiere esto decir que no existe la posibilidad de elaborar hasta el fin el concepto de leninismo, para utilizarlo en el esclarecimiento de los problemas actuales de la revolución? Ni mucho menos. Quiere decir que dicha elaboración es posible, pero que es necesaria, o sea, que aún no ha sido realizada consecuentemente, y que, por tanto, el recurso ahora imperante, y tan estérilmente contradictorio (porque no se trata de una contradicción dialéctica, sino conceptual) al leninismo como panacea y clave formal de todas las situaciones, no es un recurso fecundo. No nos ayuda a localizar con precisión las desviaciones reformistas e izquierdistas en el movimiento obrero actual. En fin de cuentas: al leninismo no se vuelve, al leninismo se va. El leninismo, si algo es, sólo puede ser el germen y el estímulo de la elaboración de una estrategia revolucionaria global orientada hacia el porvenir.

La premisa teórica de semejante tarea reside, pues, en la reconstrucción conceptual del leninismo como categoría histórica, es decir, como teoría de la “praxis” revolucionaria en la época inicial del imperialismo, del estallido de la guerra imperialista y del movimiento de liberación de los pueblos colonialmente explotados, del inicio de la revolución socialista mundial en un país relativamente atrasado, con la inevitable secuela que esto último trae consigo: la impronta de una grave deformación burocrática en el nuevo Estado obrero. Pero esta “praxis” teórica leninista –no se olvide– es la respuesta a una situación histórica original, analizada global y concretamente por Lenin, en ruptura, a veces dramática, con el marxismo ortodoxo imperante en el movimiento obrero{8}. Al reconstruir, por tanto, el movimiento conceptual interno del pensamiento de Lenin, y al distinguir los diversos momentos esenciales de dicho movimiento genético (que son, en rapidísimo resumen: la teoría del imperialismo, la teoría de la revolución ininterrumpida, la teoría de la alianza de la clase obrera de los países capitalistas con los pueblos coloniales, la concepción bolchevique del partido obrero), habrá que partir de la originalidad de su análisis global de la [11] sociedad capitalista. Sin ese análisis original de las nuevas categorías históricas del capitalismo mundial, no habría habido leninismo. Porque el leninismo es, por encima de todo, dialéctica, y ésta, según frase del mismo Lenin, es análisis concreto de las situaciones concretas. Ahora bien, resulta que todas las situaciones concretas son nuevas, originales, y un pensamiento ortodoxo es, por definición, incapaz de aprehender las novedades, las originalidades del desarrollo histórico. No nos extrañe, pues, que el leninismo haya sido, en sus orígenes, heterodoxo: ésta era la condición sine qua non de su fecundidad teórica y práctica{9}.

5. Los pasos que hemos ido dando permiten perfilar, aunque sólo sea negativamente, por rechazo de formulaciones y hábitos seudoteóricos, cuál será la metodología de un ulterior trabajo sobre izquierdismo y reformismo en la situación española actual. Al descartarse el manejo de adjetivaciones exclusivamente polémicas; al haberse hecho patente que el recurso al “leninismo”, como criterio teórico-práctico preestablecido, no era posible sin mediaciones conceptuales, o sea, sin una reelaboración crítica sistemática de dicho concepto, hemos establecido la perspectiva teórica de un ir a las cosas mismas (primer movimiento del análisis dialéctico, según recuerda Lenin en sus Cuadernos filosóficos), o sea, un abordar el análisis global de la realidad socioeconómica española, de sus contradicciones específicas. Partiendo de ese análisis habrá que establecer el esquema teórico de la revolución española, de su carácter y de sus fases previsibles, y, sólo en última instancia, después de esta labor teórica previa, podrán elaborarse [12] conceptualmente los términos de izquierdismo y reformismo, como desviaciones reales, y no supuestas, o hipostalizadas, al proyecto revolucionario más adecuado a la actual realidad socioeconómica española.

Queda, sin embargo, por examinar, para reunir en un haz coherente todos los elementos de dicha elaboración conceptual, el problema de los orígenes objetivos del izquierdismo y el reformismo en el movimiento obrero, problema sobre el cual, como enseguida se verá, tampoco se vierte suficiente claridad en las formulaciones tradicionales, si se adoptaran acríticamente. En líneas generales, y sin que sea posible aducir aquí textos demostrativos, en aras a la brevedad, los orígenes del reformismo y del izquierdismo, sus raíces objetivas, socioeconómicas y políticas, se buscan siempre fuera del movimiento obrero, en factores externos. Parecería que reformismo e izquierdismo son enfermedades que se introducen subrepticiamente, por contagio, en el seno de la clase obrera. El reformismo reflejaría, en el movimiento obrero, una tendencia al pesimismo ante la potencia del adversario de clase y la amplitud de las tareas revolucionarias, tendencia que se haría visible momentáneamente en las masas populares, con ocasión de derrotas y decepciones, pero que sería permanente en los sectores de la clase obrera que consiguen adaptarse al régimen capitalista. El izquierdismo por su parte, sería una idéntica reacción, de signo contrario: una reacción de impaciencia exasperada, en los sectores menos favorecidos de las masas populares, que se plantean, utópicamente, la solución de todas las dificultades por medio de un asalto frontal y global al régimen capitalista. Ambas tendencias reflejarían en el movimiento obrero las influencias ideológicas burguesas y pequeño-burguesas. Como colofón de esta explicación teórica sobre los orígenes de izquierdismo y reformismo en la clase obrera, tendríamos la apreciación tradicional sobre el papel de los intelectuales en la difusión de ambas corrientes o tendencias. Precisamente por sus vínculos con las clases dominantes de que proceden, por sus vacilaciones ideológicas inherentes a la real ambigüedad de su situación social, los intelectuales serían el vehículo de introducción de las tendencias reformistas e izquierdistas en el movimiento obrero.

Sin embargo, aunque no pueda descartarse en modo alguno la influencia que ejercen esos factores –con tal de reintroducirlos en una visión dialéctica global de la sociedad, de no manejarlos como elementos de explicación apriorísticos– la lectura atenta de la teoría marxista y de la experiencia histórica (y la española, concretamente, brinda a este respecto enseñanzas clarísimas) demuestra que aquellos factores (desmoralización pesimista; peso de lo que ha venido llamándose, impropiamente, a mi juicio, “aristocracia obrera”; presión de las clases dominantes, &c.) son reales, pero secundarios, derivados. Las raíces objetivas del izquierdismo y del reformismo, como tendencias inevitables que vendrán a acelerar, ulteriormente, toda una serie de factores externos, han de buscarse en el seno de la clase obrera misma.

Para justificar plenamente esta afirmación, habría que hacer un largo rodeo [13] por los textos fundamentales y fundacionales del marxismo, retomando una idea crucial de Marx, que Lenin desarrolló hasta sus últimas consecuencias, en el plano de la elaboración teórica y de la construcción orgánica del partido revolucionario. La idea crucial de que la clase obrera, por su propia situación social, no está en condiciones de rebasar, por sí misma, por sí sola, los límites del economismo sindical, del reformismo económico; de que la clase obrera, por sí sola, por sí misma, no está en condiciones de elaborar la visión hegemónica de su misión histórica. De ahí la necesidad de construir los partidos revolucionarios de vanguardia, que nunca son, ni han sido, ni serán, una creación espontánea de la clase obrera. Desde los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, y los Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie de Marx (perdónese la pedantería de citar este último título en alemán, pero es una obra aún no traducida a ningún idioma latino de la que sólo puede manejarse el texto original, reeditado en Berlín en 1953), hasta los ensayos fundamentales de Lenin, puede verse el desarrollo de dicha idea crucial, planteada primero desde una perspectiva filosófica global, verificada operativamente, más tarde, en el análisis económico y social, y orientadora, finalmente, de la tarea práctica de construcción de un partido bolchevique.

Y es que la clase obrera se encuentra, objetivamente, en una situación muy peculiar, inédita en la historia de la humanidad. Como clase, nunca acaba de estar constituida, siempre está constituyéndose y desconstituyéndose, descomponiéndose: tiene una configuración interna esencialmente dinámica, fundada en la contradicción permanente entre sus intereses y su situación de clase. Como clase, no existe para sí misma, no deja de ser objeto histórico, para convertirse en sujeto o agente de la historia, más que cuando alcanza a la elaboración de su propia conciencia de clase, que es, a la vez, conciencia orgánica de la necesidad de su autosupresión como clase, a través de la liquidación de toda sociedad de clases; pero a esa conciencia hegemónica de clase no puede alcanzar por sí misma, por sí sola, y bastaría la experiencia histórica de la clase obrera norteamericana –una de las mejor organizadas, en el terreno de la mera autodefensa económica, de la mera asociación sindical reformista– para comprender la operatividad real de semejante tesis teórica acerca de la clase obrera.

Cuando en ésta, en suma, no funcionan los instrumentos de su toma de conciencia, de su constitución en clase con vocación hegemónica –instrumentos que, repito, no se crean espontáneamente, sino que se construyen orgánicamente– la tendencia reformista –permanente, inevitable, siempre renaciente– predominará, porque el reformismo –en la medida que significa estructuración integradora de las mejoras y conquistas parciales, dentro el sistema capitalista como tal, y como tal aceptado, no global y radicalmente puesto en entredicho– resuelve, por un lado, a nivel ideológico, aunque sea de forma transitoria y alienante, y por otro, a nivel material, al participar las masas trabajadoras de forma progresivamente ampliada en el mercado imperialista de bienes de consumo, la contradicción interna [14] fundamental de la clase obrera, que sólo puede mantenerse y desarrollarse, como clase, manteniendo y desarrollando la sociedad de explotación de que forma parte, y que, para elevarse a la situación de clase hegemónica, necesita negar continuamente sus propias conquistas, sus propios objetivos parciales, rebasándolos continuamente en función de un proyecto estratégico revolucionario, cuyos resultados materiales, hasta la fecha, en los países en que dicho proyecto ha triunfado, son cuestionables{10}.

Este enfoque del reformismo como movimiento interno, espontáneo, de la clase obrera, no como algo que le sea impuesto, desde fuera, es una constante del pensamiento marxista clásico. Ni a Rosa Luxemburgo, ni a Lenin se les ocurrió jamás que el reformismo fuese un malévolo invento de Bernstein y de Kautsky, sino que siempre consideraron que éstos últimos no habían hecho más que teorizar, generalizar, una “praxis” reformista ya profusamente extendida y arraigada en el movimiento obrero de los países capitalistas avanzados. Su polémica con Bernstein y Kautsky tenía, por ello, un objetivo principal, por encima de la descalificación teórica de ambos dirigentes reformistas: oponer al desarrollo de las corrientes reformistas en la clase obrera la concepción hegemónica de su misión; oponer a la desmedulación de los grandes partidos obreros reformistas un núcleo revolucionario que pudiese convertirse en el instrumento de cristalización de dicha visión hegemónica{11}.

Ulteriormente, y en particular a partir de la cristalización del monolitismo ideológico, de la trivialización burocrática del movimiento comunista –la época que algunos llaman de “dictadura del secretariado” y otros de “culto a la personalidad”, pero que está, en todo caso, todavía por estudiar, histórica y teóricamente, de forma sistemática y seria –ese enfoque del reformismo y de la necesaria lucha contra él, que encontramos en la literatura marxista clásica, dejó de predominar. Tuvo esto graves consecuencias teóricas (entre las cuales, el abandono casi general, por los marxistas que pudiéramos llamar “ortodoxos”, del análisis global, filosófico y socioconómico, de la clase obrera, como categoría histórica fundamental; análisis que no ha vuelto a abordarse, en su conjunto, desde Historia y conciencia de clase, de Lukacs) y también graves consecuencias políticas (entre las cuales, la calificación del reformismo socialdemócrata como “socialfascismo”{12}, con sus consiguientes repercusiones tácticas, a menudo dramáticas para el movimiento obrero en su conjunto).

Se impone, pues, una recuperación del pensamiento marxista clásico, si queremos que la elaboración necesaria de los conceptos de izquierdismo y reformismo desemboque en una “praxis” realmente teórica, no puramente pragmática. Sintetizando al máximo las formulaciones, podría decirse que, según el pensamiento marxista clásico, el reformismo teórico (que sólo es la generalización de una tendencia objetiva, interna, de la clase obrera), radica en la adaptación analítica del pensamiento marxista a las nuevas realidades producidas por el desarrollo histórico del sistema capitalista, perdiéndose en esta adaptación toda referencia teórica y práctica al proyecto [16] revolucionario global, de transformación socialista de la sociedad. El izquierdismo, por su parte, mantiene el proyecto revolucionario, pero lo mantiene como una alternativa rígida y unívoca, como la solución de una sola contradicción fundamental y final, a través de un “salto” único, dando así de lado todo el proceso de mediaciones históricas entre luchas parciales y asalto global, entre reformas estructurales estratégicas y revolución socialista. Como se ve, a nivel teórico, izquierdismo y reformismo mantienen entre sí relaciones de unidad dialéctica –unidad y oposición de contrarios –lo cual explica (aparte de factores socioeconómicos que por ahora pueden ponerse entre paréntesis) la frecuencia y facilidad con que una tendencia se transforma, o se revierte, en su contraria, según los vaivenes de la lucha de clases.

Volviendo de nuevo más detenidamente sobre el reformismo, puede ser útil recordar una definición de Bujarin. En su libro La economía mundial y el imperialismo, escrito en 1915 y publicado dos años más tarde, con un interesantísimo prólogo de Lenin, escribía Bujarin: “El rasgo más característico del reformismo teórico consiste en que comprueba escrupulosamente todos los elementos de adaptación del capitalismo, sin ver las contradicciones de éste. Por el contrario, para un marxista consecuente, todo el desarrollo capitalista no es más que un proceso de reproducción siempre acrecentado de las contradicciones del capitalismo.”{13} [16]

Contiene esta definición de Bujarin elementos teóricos de gran interés para nuestro propósito de hoy: la elaboración de conceptos operativos en el análisis y en la práctica. Y es que pone de manifiesto la verdad parcial de todo reformismo teórico, ya que éste, en efecto, no inventa, sino que “comprueba escrupulosamente todos los elementos de adaptación del capitalismo”. La crítica del reformismo teórico no puede, por tanto, hacerse por la mera negación dogmática de los “elementos de adaptación del capitalismo”, el mero ocultamiento de las nuevas categorías históricas producidas por el desarrollo del sistema capitalista. La crítica del reformismo, si pretende ser crítica marxista, y no anatema vulgar, tiene que hacerse a partir del reconocimiento de los nuevos “elementos de adaptación del capitalismo”. Ahora bien, reconocimiento que no se limite a una “comprobación escrupulosa” y analítica, sino que, sobre la base de las nuevas contradicciones producidas y reproducidas por esos mismos “elementos de adaptación del capitalismo”, permita elaborar una estrategia socialista revolucionaria, “escrupulosamente” adaptada a la nueva configuración socioeconómica que se trata de superar, destruyéndola desde dentro, o sea, desde sus contradicciones fundamentales y específicas.

La diferencia teórica entre reformismo y marxismo consecuente, o revolucionario, consiste, pues, en que el primero comprueba analíticamente los nuevos rasgos o “elementos de adaptación” que el capitalismo engendra inevitablemente para proseguir su desarrollo, mientras que el segundo los comprueba dialécticamente, para negarlos, apoyándose en ellos mismos, en las nuevas contradicciones, mediante un proyecto estratégico socialista.

La diferencia práctica entre reformismo y marxismo consecuente o revolucionario consiste en que el primero determina los objetivos del movimiento obrero dentro de los límites mismos de esos nuevos “elementos de adaptación del capitalismo”, mientras que el segundo se propone siempre trascenderlos, estableciendo los objetivos finales del movimiento obrero fuera, más allá de los límites, del sistema capitalista.

Estos parece que puedan ser los principales resultados de elaboración conceptual que una lectura seria de los textos y de la experiencia histórica aporta, como premisa teórica necesaria a una ulterior investigación de las cuestiones del izquierdismo y el reformismo en la España de hoy.

Agosto de 1965.

——

{1} Se parte aquí del supuesto de que esta noción será rectamente entendida, o sea, apresada en su real significación. Si acaso no fuera así, aclaremos, telegráficamente: historicismo no es reIativismo, ni pragmatismo. Es todo lo contrario. El historicismo de la “praxis” teórica significa que los conceptos elaborados por ésta, en su empresa de análisis-transformación de una realidad dada, tienen valor metodológico universal en la medida en que reflejan el ajuste operativo a una totalidad concreta (por el doble movimiento de desvelamiento analítico y de transformación revolucionaria de dicha totalidad), y, por otra parte, son esencialmente relativos al objeto histórico sobre el que se proponen operar, resultando, por tanto, imposible manejar esos conceptos como claves formales para cualquier otra situación o categoría histórica determinada. La unidad dialéctica del objeto y del concepto elaborado para operar sobre aquél es uno de los pilares de toda “praxis” marxista.

{2} Con algunas excepciones importantes, aunque parciales. Véanse, por ejemplo, los trabajos de R. Banfi, “A proposito di Imperialismo de Lenin”, Rivista storica del socialismo, septiembre-diciembre 1964; H. Alavi, “Le nouvel impérialisme”, Les Temps Modernes, agosto-septiembre 1964; Paolo Santi, “Il dibattito suIl’imperialismo nei classici del marxismo”, Critica marxista, año 3, numero 3; y el ensayo reciente de Pierre Jalée, Le pillage du tiers monde, F. Maspéro, 1965. Son todos trabajos valiosos, pero son trabajos de especialistas que, como es lógico, no proyectan sus análisis de las nuevas categorías históricas hacia la elaboración de una estrategia. Y ésta no puede salir, de punta en blanco, del ensayo de uno o varios economistas: tiene que salir de la experiencia multiforme de la lucha de clases a escala mundial, y de la teorización rigurosa de dicha experiencia por un movimiento revolucionario mundial reunificado en su visión estratégica.

{3} Esta descripción es forzosamente unilateral. Deja de lado factores importantes como son la resistencia de los pueblos al imperialismo, el reagrupamiento de fuerzas en los países explotados por aquél, los núcleos ya existentes de elaboración de una estrategia unitaria y diversificada de respuesta, &c. Pero es voluntariamente unilateral, para llamar la atención reflexiva sobre una situación extremadamente peligrosa. En fin de cuentas, en ningún libro sagrado está escrita la victoria del socialismo sobre el imperialismo. No se trata de que se cumpla alguna profecía, sino de que se lleve a cabo un proyecto revolucionario, y ¿qué proyecto puede llevarse a cabo sin teoría?

{4} Los errores básicos de Kautsky no deberían ser motivo, sin embargo, para tirar enteramente por la borda su obra teórica. En la época postleninista, ese hábito se extendió y consolidó: todo trabajo de un adversario derrotado en la lucha de las fracciones internas del movimiento comunista, era borrado de la historia. Con ese método, se ha acelerado considerablemente el esclerosamiento del marxismo, como pensamiento científico y, por esto mismo, pluralista. De Kautsky, en particular, hay trabajos –como su libro sobre La cuestión agraria– que forman parte de la tradición teórica del movimiento obrero. Incluso sus ensayos más discutibles, de la última época, deberían ser leídos y estudiados, aunque sólo fuera por aquello de que una polémica teórica no puede ser asimilada y superada, teóricamente, más que cuando se conocen los argumentos de ambas partes.

{5} En el movimiento revolucionario mundial, enfocado tanto a nivel estatal –sistema socialista– como a nivel de partidos y corrientes marxistas en el sistema capitalista, está produciéndose un fenómeno de nacionalización, de estallido de fuerzas centrífugas. En realidad, casi podría adjetivarse nacionalmente toda corriente marxista coherente y seria, y las diferencias entre marxismo yugoeslavo y marxismo chino, pongamos por caso, saltan a la vista. En este movimiento centrífugo, hay que diferenciar varios aspectos. En primer lugar, obedece a imperiosas razones objetivas, derivadas del estallido del monolitismo anterior (monolitismo todo lo artificial, lo represivo, que se quiera, pero operante, al menos al nivel ideológico, en el estricto sentido marxista de este término). Así, podría considerarse como positivo, en fin de cuentas, este proceso de elaboración autónoma, diversificada, mejor adaptada a las contradicciones de clase especificas de las diferentes formaciones económico-sociales “nacionales”. Pero, en segundo lugar, y aun teniendo en cuenta la inevitabilidad de este proceso de nacionalización centrífuga, no se puede olvidar que el proyecto de transformación revolucionaria de la sociedad, o es universal o no es; o se elabora y ejecuta sobre la base del internacionalismo proletario o entraña el riesgo de descomponerse, fraccionándole en tentativas más o menos logradas de reestructuración de la sociedad capitalista de clases. Desde este punto de vista teórico, que no parece cuestionable, la centrifugación nacionalista del movimiento revolucionario adquiere aspectos negativos, hondamente preocupantes. No es una alternativa justa, históricamente correcta, al anterior predominio incondicional de la Unión Soviética y de las tesis del marxismo soviético en el movimiento mundial. Es impresionante, desde el punto de vista teórico, tanto como desde el de la “praxis” revolucionaria, ver cómo el marxismo encalla, hasta ahora, en los dos problemas cruciales –e íntimamente ligados– de la cuestión nacional y de la cuestión agraria. Pero éste es otro tema, con entidad propia. Tema que habrá que abordar examinando simultáneamente, como el reverso de un mismo proceso de alcance mundial, los fenómenos históricos que se producen en la esfera de dominación imperialista, dónde también se desarrollan tendencias centrífugas y tendencias agIutinantes, sobre la base económica de la extensión de un mercado imperialista de bienes de consumo masivo, con todas las distorsiones y alienaciones propias de este tipo de sociedad.

{6} Otro punto de referencia común es la repudia tajante y destemplada del “trotskysmo”. Entre marxistas chinos y marxistas soviéticos, no parece que exista peor acusación –más negro mentar la bicha– que ésa de “trotskysmo” que mutuamente se lanzan y devuelven. Y el mismo fenómeno se produce en todos los sectores del movimiento comunista, con parcas excepciones. La sombra de León Davidovitch se extiende todavía, a los veinticinco años de su trágica muerte, sobre los dominios del pensamiento revolucionario. Ello demuestra –aunque sobre este problema habría que decir muchas cosas que aquí no tienen cabida– hasta qué punto todavía no hemos superado las cristalizaciones ideológicas del período anterior. La recuperación crítica del pensamiento de Trotsky, de su problemática, sería un síntoma de apertura del marxismo revolucionario hacia sus perspectivas futuras; un síntoma de la superación de una etapa histórica rebasada, pero todavía vigente, al nivel de las superestructuras políticas, ideológicas y morales.

{7} Precisamente para mantener esa unidad dialéctica, aunque sólo sea formalmente, a nivel puramente ideológico, se perpetúa, en la mayor parte de los análisis marxistas oficiales, la visión de un imperialismo inmutable, concebido como esencia o categoría natural, y no como categoría histórica. En efecto, si el imperialismo no ha cambiado, si su naturaleza es esencial, ahistórica, tampoco tiene por qué cambiar el leninismo petrificado asimismo en un código de principios esenciales. De esencia a esencia, las relaciones, ideologizadas, pueden seguir siendo lo que eran. Pero todo el problema consiste en que el imperialismo es una categoría histórica, ni esencial, ni natural, y en que el leninismo, como respuesta global revolucionaria, también es una categoría histórica.

{8} Con lo cual se demuestra, una vez más, que todo progreso del pensamiento revolucionario se produce sobre la base del surgimiento de una heterodoxia. La sola etimología de esta palabra bastaría, por cierto, para comprenderlo. Heterodoxia que significa, en un único movimiento dialéctico: a) ruptura con la tradición vigente, con la ortodoxia petrificada; b) recuperación de la dinámica interna del pensamiento revolucionario, de su vigor analítico, crítico, y de su capacidad de elaboraciones globales.

{9} Lo dicho sobre la necesidad de reconstruir el concepto de leninismo, en su historicidad concreta y en su concreta universalidad metodológica (lo metodológico, piénsese, no se refiere a la coherencia formal de un pensamiento, sino a la unidad dialéctica y mutuamente operativa entre realidad y concepto), permitirá comprender que las anteriores apuntaciones no pretenden agotar el tema. Son eso: apuntaciones a un posible camino teórico. Pero quizás sea importante subrayar aquí otro aspecto del leninismo, entendido ahora como estilo de trabajo teórico: su explosiva combinación de rigor analítico y de arrojo voluntarista, basándose el segundo en el primero y agudizándose al máximo el primero por el segundo. No se entenderá nunca a Lenin si no se tiene en cuenta que es el mismo hombre el que se retira al “silencio de los gabinetes”, en plena guerra imperialista, para estudiar a Hegel, principalmente su Lógica, línea por línea, todo el tiempo que hizo falta, y el que lanzó, a contrapelo de las opiniones dominantes en los círculos dirigentes bolcheviques, las célebres tesis de abril, apenas puesto el pie en el suelo de Petrogrado. Lenin, en cierta ocasión, citaba la frase de Napoleón: On s'engage et puis on voit... Pero omitía subrayar, que ese arrojo de la decisión voluntarista, aparentemente improvisada, tenía su fundamento en el rigor de la elaboración intelectual previa, subyacente. Tal vez haga falta mucha lectura de Hegel para poder tomar decisiones arriesgadas, para saber cuándo hay que retirar una consigna de acción, sustituyéndola por otra nueva, más ajustada a la cambiante realidad. Sin esa base intelectual de rigor analítico, todo voluntarismo revolucionario se pervierte y descompone en un subjetivismo vulgar.

{10} Si a partir de aquí me refiero más extensamente al reformismo, ello se debe a que éste goza de una base social siempre más amplia que la del izquierdismo, en los países, al menos, de desarrollo capitalista, como es el nuestro, y que, por tanto, su crítica teórica es más necesaria.

{11} “Y la doctrina marxista no sólo está en condiciones de refutarlo teóricamente, sino que es, por otra parte, la única capaz de explicar el oportunismo como fenómeno histórico en el devenir del partido. La progresión histórica del proletariado hasta la victoria no es, efectivamente, cosa tan sencilla. Toda la originalidad de este movimiento reside en que, por primera vez en la historia, las masas populares deben realizar su voluntad por sí mismas y en contra de todas las clases dominantes, situando al propio tiempo dicha voluntad en el más allá histórico de la sociedad actual, más allá de esta sociedad. Pero dicha voluntad, las masas sólo pueden forjársela en la lucha permanente contra el orden establecido, y sólo en el marco de ese orden. Unificar a la gran masa popular en función de un objetivo que rebase todo el orden establecido, unificar la batalla de cada día en función de la gran reforma del mundo, éste es el serio problema del movimiento socialdemócrata, que tiene, por ello, que operar su progresión entre estos dos escollos: entre el abandono del carácter de masa y el abandono del objetivo final; entre la recaída en la situación de secta y el hundimiento en el proceso reformista burgués, entre anarquía y oportunismo.” Rosa Luxemburgo, Reforma o revolución.

{12} En el libro de Palmiro Togliatti, Sul movimiento operaio internazionale, Editori Riuniti, 1964, se recogen diversos ensayos sobre los problemas teórico-históricos del movimiento obrero (y particularmente el que se titula “Alcuni problemi della storia dell’Internazionale”) de sumo interés para el tema aquí aludido. Más importante aún, a mi juicio, es el informe presentado por el mismo Togliatti, en el VI Congreso de la Internacional Comunista, que se recoge en el tomo primero de Lo Stato Operaio, 1927-1939, Antología a cura di Franco Ferri, Editori Riuniti, 1964, bajo el título, “L'orientamento del nostro partito nelle questioni internazionali”.

{13} Cito según la edición francesa: L'Economie mondiale et l’impérialisme, Editions Sociales Internationales, París, 1928.