El rasgo característico de la vida política alemana –nos referimos a la República Federal– es la inexistencia de una izquierda operante. Más aún, el hombre de izquierdas, sin poder reconocer que se trata de una reliquia histórica, inaplicable a la llamada «moderna sociedad industrial», como quiere la doctrina al uso, no sabe muy bien a qué atenerse y la mayor parte de sus esfuerzos se dedican a definir qué quiere decir, en el momento actual, izquierda y qué papel puede y tiene que desempeñar ésta en la sociedad europea de la postguerra. Nadie sin mala conciencia o ignorancia crasa, puede negar que la izquierda como práctica, y por tanto, como teoría, está en crisis en la Europa de hoy. Importa mucho, sin embargo, esta redacción geográfica. En los países subdesarrollados, su papel está bien definido –lucha por la independencia nacional y por una rápida industrialización, lo que implica acabar con las oligarquías feudales– y basta leer la prensa diaria para tomar conciencia de su fuerza y prestigio.
El caso límite de la izquierda alemana –en ningún otro país occidental es ésta tan débil– puede servir de punto de partida para entablar un diálogo sobre el sentido y alcance de una izquierda europea.
I
Empecemos por una descripción muy somera de los grupos y metas de la izquierda alemana en 1963. Para ello es imprescindible que la definamos, por lo menos provisionalmente, como aquellos partidos, organizaciones, grupos o tendencias que no aceptan el régimen demoliberal, desenmascaran el estado parlamentario como órgano de presión de la clase dominante y abogan por un orden social en el que no sea posible la explotación del hombre por el hombre. En este sentido, puede identificarse izquierda con oposición socialista, siempre que se tenga en cuenta que esta definición excluye a la socialdemocracia, que acepta por completo el «estado burgués» y, por tanto, sólo en matices de táctica electoral se diferencia de los partidos tradicionalmente burgueses.
El espectro de agrupaciones que pasamos a considerar, va desde el partido comunista –de manera convencional en la extrema izquierda aunque esta situación sea en sí problemática y en ningún caso aceptada por las demás tendencias izquierdistas– hasta la social democracia (SPD).
A) El Partido Comunista Alemán (KPD): desde 1956 en que fue declarado anticonstitucional, está relegado a la clandestinidad. Antes de su prohibición contaba con unos 50.000 afiliados y no alcanzaba el 4 por 100 de los votos. Hoy se calcula un contingente de 2.000, de los cuales sólo unos 750 son activos. Parece ser que incluso un tercio de estos últimos son agentes o están en contacto con el Bundesverfassungschutz (organización federal, sin poder ejecutivo, que recoge información sobre las llamadas actividades anticonstitucionales). El comité central radica en Berlín, formalmente separado de los organismos del SED («Partido Socialista Unificado», partido comunista de la Alemania Oriental).
Su órgano de acción legal es la DFU («Unión Alemana para la Paz»), aunque integra gentes de muy distinta procedencia y mentalidad –pastores protestantes, viejos aristócratas o pequeños comerciantes pacifistas–, está dirigida y subvencionada por los comunistas. En las últimas elecciones federales –septiembre de 1961– alcanzó el 3 por 100 de los votos y, por tanto, ni el mínimo del 5 por 100 para poder mandar representantes al Parlamento. Con estas cifras no es probable que sea puesta fuera de la ley, por lo menos mientras el Ministerio del Interior esté en manos del CDU. Su prohibición obligaría a sus actuales votantes a abstenerse, o lo que es más probable, a hacerlo en favor del SPD.
B) Trotzkistas o comunistas dependientes de la Cuarta Internacional: grupo muy reducido, unos 200 en toda la República Federal, pero relativamente bien colocado dentro del SPD y los Sindicatos. No aspiran a formar un partido independiente, sino a ganar influencia dentro de estas organizaciones. La Secretaría General se encuentra en Colonia, aunque la personalidad más relevante (Boepple) viva en Mannheim. Carecen de un programa concreto y su pensamiento –antiburocraticismo, revolución permanente– va siendo cada vez más desvaído. En todo caso, la huelga centraliza todas sus preocupaciones y actividades: la consideran como el arma decisiva, en las actuales circunstancias, de la clase obrera; incluso las huelgas perdidas –piensan– sirven para que el proletariado tome conciencia de clase. Rasgo característico continúa siendo su internacionalismo activo. Se han distinguido sobre todo por los esfuerzos realizados en favor de los movimientos nacionalistas afroasiáticos. Al FLN le han prestado, los trotzkistas alemanes, importantes servicios.
C) «Estudiantes Socialistas Alemanes» (SDS): Organización Universitaria fundada en 1919 por Víctor Agartz –uno de los grandes teóricos del sindicalismo alemán–. Hasta 1933 integraba estudiantes socialistas y comunistas. A partir de 1945, tal como fue reorganizada por Helmut Schmidt –actual senador en Hamburgo– incluye sólo a estudiantes socialistas en una cifra de 2.000, que se mantiene constante. En 1960 el SPD, de manera autoritaria y poco correcta, declaró incompatible la pertenencia a esta organización estudiantil con la afiliación al partido, rompiendo así su última vinculación con la izquierda. Esta declaración bastó para que el Ministerio del Interior suprimiese la ayuda a que tenía derecho como organización juvenil. Para salvar al SDS de la ruina económica, un grupo de profesores e intelectuales socialistas, entre los que sobresalen el profesor Abendroth, de la Universidad de Marburgo y el profesor Ossip Flechtheim, de la Universidad Libre de Berlín, fundaron una sociedad protectora, la Förderergesellschaft, de la que más tarde surgió:
D) «La Liga Socialista» (Der Sozialistischen Bund), que reúne unas 300 personas, con el fin de coordinar la izquierda no comunista y discutir sus posibilidades en la Alemania de hoy. Renuncia a constituirse en partido político porque, aparte de su debilidad y no muy halagadoras perspectivas para el futuro próximo, pondría en una situación muy embarazosa a muchos de sus miembros, sindicalistas activos. En efecto, tal como funciona hoy la confederación sindical (DGB), es muy difícil sostenerse dentro de ella con una militancia abiertamente socialista. En tales circunstancias, piensa, por ejemplo, el profesor Abendroth, dañaría más que otra cosa, la fundación de un partido socialista independiente.
Estas son las organizaciones de izquierda que existen a escala nacional. Sin depender de ninguno de los grupos antes citados, y con influencia meramente local, existen pequeñas agrupaciones –no suelen pasar de los 40 miembros– que desarrollan tan solo una actividad teórica. La más significativa tal vez sea «La política del Obrero» (Arbeiterpolitik), de Bremen. Es un resto del Partido Comunista Independiente, grupo disidente del KPD, que a finales de la República de Weimar fundaron Brandler y Thalheimer, para oponerse a la política de coexistencia de la Unión Soviética.
En tales condiciones, ¿qué pretende la izquierda alemana? En primer lugar, subsistir, y para ello renuncia a un programa revolucionario en el plano nacional: en este ámbito su actitud es, por un lado, meramente crítica –crítica del conformismo reinante que corresponde al proceso de concentración de poder económico y político que define al neocapitalismo–, y por otro, defensiva –defensa de los valores e instituciones burgueses que se oponen a esta concentración de poder. En este sentido, toda la actividad se ha centrado este último tiempo, en una campaña contra las Leyes de Excepción, que con seguridad aprobará el Parlamento en breve.
En política exterior, sin embargo, es donde se patentiza su oposición radical a las fórmulas oficiales. Frente a una política nacionalista o expansionista –consustancial con el capitalismo alemán– se esfuerza por acabar con la tensión en el centro de Europa, reconociendo jurídicamente la situación de hecho que la segunda guerra mundial ha creado al este del Elba.
Democracia frente a las tendencias autoritarias del neocapitalismo; paz y desarme, encontrando un modus vivendi con el Este: he aquí a grandes rasgos el programa de la izquierda alemana. Política que parecerá utópica mientras no se conquisten sectores importantes de la población. Su conquista, infiltrándose sobre todo en los Sindicatos y en la socialdemocracia, define la táctica a seguir. Táctica que se impone a los distintos grupos y cuyo enfrentamiento a menudo resulta de proseguir las mismas cosas con los mismos medios.
En resumen, puede decirse que la izquierda alemana no cuenta con más de 5.000 personas organizadas, en una población de 56 millones. Excepto «La Liga Socialista», fundada recientemente, está constituida por restos dispersos de lo que fueron las potentes organizaciones obreras de la República de Weimar. Ni en el plano ideológico ni en la práctica diaria, pesa absolutamente nada sobre la vida política, social, económica y cultural del país. La República Federal Alemana es un estado sin izquierda.
II
He aquí el hecho escueto: la República Federal Alemana, uno de los países claves de Europa occidental, carece de izquierda. Es un factor importante con el que hemos de contar en un futuro próximo. No es nuestra intención, sin embargo, tratar de desentrañar sus consecuencias, sino indagar las causas que han producido esta situación.
¿Por qué no hay una izquierda en Alemania? El problema existe, porque no basta con decir que está superada, que no corresponde a las necesidades de un país muy industrializado, con un alto nivel de vida. Sólo un empirismo miope, incapaz de aprehender esa realidad fundamentante que llamamos Historia, puede negar por razones ideológicas muy concretas, su sentido. La izquierda es –perdónesenos esta abstracción un tanto hegeliana– la negativa en que lo social es. Toda realidad histórica concreta engendra su propia negación, la sobrepasa. Existe izquierda, oposición, por lo mismo que se mueve la Historia: por la negación en un momento de lo real. Sólo los privilegiados pueden pensar que el sentido de la acción no es transformar, construir un mundo mejor –que como realidad futura no pueden ni siquiera concebir–, sino defender, protegerse del, en cada época distinto y siempre igualmente aborrecido, «mal del siglo». El problema se plantea y tiene sentido, precisamente porque la oposición izquierda-derecha, es la expresión más general de la dialéctica histórica. Si no existe una izquierda –ahí está la realidad concreta–, tiene que existir, la implícita, la dialéctica misma de la Historia. Y este no existir lo que realmente tiene que existir es lo que define una crisis. En este sentido, hablamos de crisis de la izquierda europea.
Pues, si bien es cierto que la completa pulverización y desprestigio de la izquierda es un fenómeno característico de la Alemania Occidental, en el resto de Europa –piénsese en Francia, por ejemplo– no es menos problemática su situación. Nos encontramos, por tanto, con un fenómeno de alcance general, cuya expresión límite lo constituye el caso alemán. La indagación de sus causas tiene que sobrepasar el mero ámbito nacional.
El hombre de izquierdas alemán, por el contrario, tiende a montar todas las explicaciones sobre la reciente historia de Alemania: el revisionismo y aburguesamiento de la socialdemocracia, desde principios de siglo; el fracaso del movimiento espartaquista; la traición del comunismo stalinista, sólo preocupado de que «la experiencia socialista en un solo país» saliera adelante, al precio mismo de la revolución alemana. Un proletariado furiosamente anticapitalista, condenado al hambre y al paro, que se sentía traicionado tanto por la socialdemocracia –que no quería abandonar en ningún caso la legalidad burguesa que ella misma había creado–, como por un partido comunista que cantaba la gloria de la revolución y del socialismo…; pero en la Unión Soviética tenía que entregarse a los únicos que hablaban de revolución anticapitalista –aunque fuera nacional– aquí y ahora; a los únicos que hablaban en serio de acabar con el «corrompido estado liberal-parlamentario». El nacionalsocialismo triunfó porque pareció a grandes sectores del proletariado, un sustituto «revolucionario» de la izquierda tradicional, por completo inoperante. Cierto que el nazismo era en su entraña un movimiento reaccionario destinado a intentar salvar por la violencia lo insalvable; que detrás de toda la demagogia «nacional» y «socialista» estaban los banqueros e industriales de la cuenca del Ruhr y todas las fuerzas conservadoras del país; pero su triunfo y su táctica es inexplicable, si no se tiene en cuenta que más bien que a desplazar a la izquierda, vino a ocupar un vacío. La contradicción que hay que tener muy presente para entender lo que pasó en la Alemania de los años treinta, es que la revolución, de que se habla y en la que se cree desde los tiempos de Bismarck, viniera a «realizarla» el nacionalsocialismo; que la «revolución» vivida por amplios sectores obreros –desilusionados de la socialdemocracia y del stalinismo– como revolución, no fuese en realidad más que la contrarrevolución. De esta pesadilla muchos no pudieron despertar, en el dolor y la ruina, hasta 1945.
En 1945, el proletariado alemán no creía en nada: socialismo o nacionalsocialismo, todo le sonaba lo mismo. Lo único que tenía sentido era lo concreto, lo inmediato. Había que luchar de nuevo contra el hambre, pero por lo menos esta vez no faltaba trabajo. Del exilio –Inglaterra, Rusia, Estados Unidos– volvieron los políticos, confundidos con las tropas de ocupación. A los que habían ganado la guerra correspondía crear el «nuevo orden». De las luchas de los políticos, que volvieron con las mismas palabras y la misma mentalidad ya desacreditadas en 1933, se desentendió por completo. El proletariado alemán sufrió pasivamente la experiencia «neocapitalista» a un lado y «socialista» al otro. Diez años más tarde, las experiencias parecían mostrar sus resultados: la Alemania Occidental, reconstruida, ofrecía trabajo y un nivel de vida en el que ni siquiera se había soñado; en la Alemania Oriental, en cambio, dominaba privación y terror, que no lograba paliar un importado «entusiasmo revolucionario».
No importan las causas ni que todo esto sea explicable, el hecho es que la «experiencia socialista» aparece como un fracaso.
A la pregunta por qué no hay izquierda en Alemania, nos contestarán: el nacionalsocialismo, con su demagogia socializante, por un lado, y su terror, por otro –aniquilación de los cuadros obreros conscientes–, y el fracaso del stalinismo en la República Democrática Alemana, han destruido por completo la conciencia revolucionaria de la clase obrera. El proletariado alemán, totalmente atomizado, sin conciencia de clase, y gozando por vez primera de un nivel de vida aceptable, se siente a gusto dentro del neocapitalismo.
III
Todo esto es cierto, pero más que las causas hemos señalado los síntomas. Que la socialdemocracia vaya perdiendo conciencia de clase hasta transformarse en un partido de ideología claramente burguesa, es sintomático; que el leninismo –y su consecuencia lógica, el stalinismo– hayan triunfado en países económicamente muy atrasados, y hayan fracasado en los países europeos altamente industrializados, no es menos sintomático. No se trata de condenar ni de caer en el peor de los idealismos: pretender que la historia podría haber sido de otra forma. Se trata de comprender dialécticamente estos sesenta años de historia europea; de mostrar cómo el leninismo –dadas las condiciones económicas y sociales de la Rusia zarista– tuvo que ser una negación del socialismo europeo, para poderlo afirmar en toda su integridad; que la socialdemocracia tuvo que ser su negación, y negándolo, terminó por negar el socialismo.
Nuestra actual situación histórica, que definimos con el término vago de neocapitalismo, ha sido, por un lado, mal interpretada por el leninismo, que se empeña en negar su radical novedad, afirmando que nada sustancial ha cambiado; por otro, totalmente aceptada por la socialdemocracia, que pretende, por el contrario, que todo ha cambiado, que nuestro mundo nada tiene que ver con el que describió Marx en «El Capital». Los unos han congelado el marxismo; los otros, lo han tirado por la borda.
La pregunta por el sentido de la izquierda en la Europa de hoy, sólo puede contestarse cuando se haya clarificado la realidad económica-social que llamamos neocapitalismo: ni el leninismo ni la socialdemocracia están en condiciones de hacerlo; ésta es la enseñanza de la historia reciente. Sólo en el «depassement» de ambos –no en una mera negación– puede encontrarse una respuesta.
Ignacio Sotelo