Cristiandad. Al Reino de Cristo por la devoción
a los Sagrados Corazones de Jesús y María
año XIII, nº 286, página 60
Barcelona, 15 de febrero de 1956

Ernesto Foyé

El cine y la vida de familia

En la segunda parte de su magnífico y trascendental discurso dirigido a los representantes de la Industria Cinematográfica Italiana, y en el apartado que tenía por fin analizar el cine en relación con el espectador, S. S. el Papa Pío XII dijo textualmente:

«Es tiempo ahora de considerar sus relaciones con el público mismo, en lo que tiene o puede tener de positivo o, como suele decirse, de constructivo, conforme a nuestro plan de no suscitar acusaciones estériles, sino de impulsar al cine a hacerse siempre instrumento más apto del bien común. ¿Cuánto de precioso y de preciosísimo puede ofrecer un film ideal a la familia, al Estado, a la Iglesia?»

Señala después el Sumo Pontífice cómo sería útil examinar en qué medida el cine ha contribuido a menospreciar la que el Papa califica de «obra maestra de la suma sabiduría y bondad del Creador», y cómo algunas películas coinciden con «la ironía y el escepticismo hacia la Institución tradicional de la familia, exaltando sus extravíos y, sobre todo, lanzando sutiles y frívolos desprecios a la dignidad de los esposos y de los padres».

Y después de exponer cómo, «sin muchas palabras, pero con imágenes apropiadas y desarrollando escenas atrayentes», el cine podría describir y ensalzar la felicidad conyugal, las virtudes del padre y esposo, de la esposa y madre abnegada y de los hijos respetuosos y serios, aunque a la vez «alegres, serviciales, generosos e intrépidos», Pío XII termina ese apartado de su discurso con esta afirmación rotunda:

«Un film de acción que presente todo esto con tramas interesantes y vivaces, con formas perfectas de arte, como lo pueden realizar los peritos, sería, respecto al bien de la comunidad, un film ideal en el sentido pleno y real de la palabra.»

Ahora bien: el tono general del cine que hoy es pasto de las multitudes, ¿hasta qué punto dista de ese ideal señalado por el Papa? ¿Encuentra la familia cristiana un espejo decoroso en las películas que ordinariamente salen de los estudios cinematográficos? La verdad es que la temática dominante en el cine no se dedica, precisamente, a una exaltación de la vida hogareña. Creo que fue en Francia –cuyo cine ha descendido a un nivel moral ínfimo, más rebajado aún por ciertas concesiones puestas en práctica de cara a la exportación– donde alguien descubrió que la fórmula «crimen y sexo» era el desiderátum para obtener el favor de las masas. Prácticamente, puede decirse que de esa fórmula se nutre también buena parte de los temas de otras cinematografías, en que las historias con abundante bagaje episódico de brutal violencia o de crudeza erótica constituyen frecuente vehículo «inspirador» de películas de éxito seguro.

Planteado este hecho –que no excluye en modo alguno la existencia de films de positiva dignidad y elevación moral–, las familias católicas se ven ineludiblemente enfrentadas con un problema: el de la asistencia de la juventud y, sobre todo, de la infancia, al espectáculo cinematográfico, en tanto éste no ofrezca, con regularidad, una programación que no entrañe grave riesgo para el bien espiritual de aquella infancia y juventud.

Pero es que hay más. Prescindiendo, o al margen de que exista o no un cine adecuado para el público juvenil, cabría preguntarse hasta dónde la desmedida afición al cine por parte de los jóvenes y niños, y las excesivas facilidades que éstos encuentran, por parte de sus padres, para frecuentarlo, puede contribuir –aun en el caso de que se trate de un cine apto o mejor o peor censurado– a relajar la vida de familia, a aflojar los antaño dulces lazos hogareños, cuando padres e hijos, sobre todo los de corta edad, compartían honores y pasatiempos y diversiones, muchas veces sin necesidad de abandonar la casa paterna. No pretendemos ir contra corriente ni suspirar por los tiempos de la linterna mágica o del guiñol doméstico. Los niños de hoy –acaso porque también sus lecturas no siempre son adecuadas– saben muchas cosas y están «al día» respecto a inventos, máquinas y, en general, a numerosos progresos materiales de la vida moderna. Y el cine, cuando lo han probado, les sugestiona. Les sugestiona tanto como, según a qué edad, les perjudica. Como ya dijimos en nuestra modesta intervención en la Semana de Información Cinematográfica Católica, estimamos que el niño no debería ir nunca al cine antes del uso de razón. No porque su fantasía se exalte –la fantasía infantil es muy superior y de más alto vuelo que la de todos los Walt Disney del mundo– sino porque el ritmo de las imágenes le aturde y sobreexcita; el realismo de la narración cinematográfica y las dimensiones de los seres u objetos en primer plano, le abruman y asustan. Y las violencias de muchos films erróneamente considerados tolerables para la infancia, no sólo no tienen nada de educativo, sino que estimulan su ya natural propensión a los juegos bruscos y violentos y «curten» innecesariamente su sensibilidad.

Aparte de estas razones, pesan tanto o más las anteriormente apuntadas. No conviene acostumbrar a los hijos, ya desde edad tan temprana, a abandonar a su familia cada vez que una fiesta interrumpe sus estudios o su vida escolar. Y cuanto más tardemos en darles alas en ese sentido, tanto mejor. Lo que ocurre es que, para ciertos padres y madres, es mucho más cómodo. Y mientras papá se va al fútbol y mamá visita a las amigas o juega a la canasta, los niños solos, ¡al cine! Por eso los colegios de religiosos se han decidido, ya hace tiempo, a ofrecer a sus alumnos sesiones de cine convenientemente calificado. Es un mal menor, siempre preferible a que esos chicos y chicas se vayan, sin compañía alguna, o, lo que es peor, acompañados de una criada que, a su vez, no puede ir sola –con lo que los niños se exponen a ver dos «películas»–, a un cine de quién sabe qué barrio y qué programa.

Vigilemos. Y no aflojemos demasiado pronto las riendas de la tutela paterna. Cuanto más tarde nuestros hijos se aficionen e inficionen por el cine –esto último hemos de tratar de impedirlo siempre–, muchísimo mejor. Y acaso llegue un día, si el mundo escucha y practica la palabra del Vicario de Cristo, en que el cine pueda ser un arte limpio y digno que recree sin daño el espíritu de esas muchedumbres que, en su mayoría –son palabras del Padre Santo–, no piden al film sino algún reflejo de la verdad, del bien y de lo bello; en una palabra, un rayo de Dios.

Ernesto Foyé


www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2005 www.filosofia.org
Cristiandad 1950-1959
Hemeroteca