Cristiandad
Revista quincenal
año III, nº 63, páginas 377-378
Barcelona-Madrid, 1 de noviembre de 1946

Plura et unum

Alfredo Rubio de Castarlenas

Huella del XIX Congreso
de «Pax Romana»

Más justamente podríamos hablar de una doble huella: la del Congreso en nosotros y la de nosotros –España– en él.

Popularizado está ya por escritores, y psicólogos la influencia del paisaje, del ambiente, en los espíritus.

Toledo, secular primacía en la catolicidad española, con su maravillosa Catedral y la recoleta casa del más espiritual de los pintores del XVI; Salamanca, la del polvo de León y Castilla concretado en piedra dorada, y las piedras –encaramándose– hechas monumentos por doquier; El Escorial, severo, absorbente de atenciones y voluntades; Madrid, fastuoso y cosmopolita; y, en fin, Zaragoza, la del Primer Templo Mariano del Mundo, han constituido unos paisajes solemnes, han sido unos ambientes magníficos, entrañablemente españoles, que han influido en los hombres de ambos hemisferios allí congregados, imprimiendo en su, amos y en sus pensamientos la austeridad de Castilla y la gracia de Aragón.

Y en nosotros, esta cristiana reunión internacional, ha dejado también su huella honda.

Para los españoles casi equivalió a un largo viaje por dos continentes. Fue un recorrer tierras lejanas sin movernos de nuestro solar; sin necesidad de apoyar nuestro músculo en el cayado de peregrino.

Fue el orbe de nuestra civilización, citado en España; como tantas veces antaño.

Hemos oído rezar en un latín declinado con los más diversos acentos del planeta.

Hemos sentido palpitar en nuestro derredor, corazones amantes de Cristo, con la misma intensidad pero con diferentes ritmos.

¡Ritmo apasionado, paradójicamente inglés, del Arzobispo de Cardiff!

¡Ritmo alegre y sencillo de hombres que tenían corazón de franciscanos!

¡Ritmo acompasado y profundo de los caballeros de Ignacio!

¡Oh, compás veloz de jóvenes latinos!... ¡pausa sosegada de nórdica juventud!

* * *

La primera fase del Congreso –en la vieja Salamanca cargada con su hato de siglos de historia universitaria– se caracterizó por... las presentaciones de personas entre sí y, lo que era igualmente importante, de las diferentes ideas y tendencias de los distintos grupos de Congresistas.

Fue sobre todo una toma de contacto; seria, en el paraninfo de la Universidad Pontificia, y algo bulliciosa en el obligado paseo bajo los soportales de la más bella y armónica de las Plazas Mayores de España.

Las ponencias que en Salamanca se discutieron, fueron las que versaban sobre «El Universitario Católico ante el problema de la persona humana» y «El universitario católico ante los problemas de la Cristiandad».

Las comisiones trabajaron arduamente en la redacción de las conclusiones que se acordaron y que próximamente Dios mediante se publicarán en un folleto para conocimiento de todos.

* * *

El magno acto de Clausura de esta primera fase, celebrado en el maravilloso e imponente claustro de la Clerecía –mientras el Sol, declinando, arrancaba a las piedras labradas sus peculiares destellos salmantinos– es de imborrable recuerdo pues ya en él sonaron en múltiples lenguas y con aleteos de universalidad, inacabables frases en loor de la España Católica y ecuménica; de lo que ella ha significado y significa, como castillo de la Iglesia y proa misionera de la Cristiandad.

En El Escorial, –ya íntimos amigos todos los Congresistas– nos dedicamos a un sereno y profundo, activo y hasta a veces casi agotador, estudio de los problemas planteados. Problemas de tanta magnitud que, a pesar de la buena voluntad de todos, rebasaban las posibilidades de tiempo.

Nos obligaba a realizar un trabajo serio, primero nuestra propia voluntad, pero también, y no en pequeña parte, el imperativo de la presencia del ingente Monasterio que parece tener algo de humano, y sus piedras algo de voces convocándonos para una labor digna, tan digna como él, de España.

Conocidos los distintos modos de pensar se hizo tarea de acoplamiento.

Todos unidos en Cristo, había sin embargo diversas tendencias, en la obra apostólica... diferentes modos en el vivir.

Sintetizar; está fue la gran labor.

Mucho se hizo. Mucho se ha de hacer aún.

Nunca, no obstante, habrá un solo sentir. Ni es necesario. Ni lo queremos.

Siempre existirá un solo Cristo y muchos Santos distintos entre sí, a pesar de parecerse todos a Él. San Francisco, San Ignacio, Santa Teresa, Santa Teresita...

Esta aparente contradicción con los principios lógicos, es precisamente el sello de las cosas divinas, que no están en contra sino más allá de la lógica.

Esta variedad dentro de la unidad –sin romperla, sino [378] afianzándola– nos ha de gloriar; que también Dios es Uno y Trino sin dejar de ser Uno.

Los temas tratados fueron: El Universitario Católico ante los problemas: 1º de la Universidad, 2º de las cuestiones sociales, 3º del estado moderno, y por último: «Pax Romana y su acción en el futuro».

Como os dije antes, las conclusiones, editadas, pronto las podréis meditar y comentar.

Lo que no se podrá editar nunca y no es menos interesante, son las conversaciones que en sinfonía polifónica de lenguaje, se sostuvieron entre los 600 miembros del Congreso.

El mundo nunca fue tanta Babel como ahora, acaso precisamente porque los hombres modernos, con sus emisiones radiofónicas en todas las lenguas, sus organismos internacionales –plagados de traductores, para tratar de vencer el bíblico castigo divino– pretenden burlar a Dios y levantar una vez la torre de su orgullo, soñando con una Paz sin Él.

Y en esta época, de confusión, el Congreso de «Pax Romana» que no fue una Babel –porque todos hablábamos el idéntico idioma del Buen Amor– sirvió para deshacer confusionismos que como polvo del camino llevábamos, sin querer incluso, prendido en el vestido...

Así, nosotros descubrimos católicos, de intensa vitalidad espiritual y egregio heroísmo en naciones donde no los suponíamos; gente con una preparación religiosa profundísima, en pueblos jóvenes.

Otros descubrieron en España un Catolicismo distinto y mejor del que les habían enseñado que aquí existía, los manuales sectarios de sus colegios... que sólo hablaban de tenebrosa y terrible inquisición.

Otros comprendieron la santa intransigencia de España que, como dijo un destacado personaje extranjero del Congreso, constituye el más firme puntal de la Iglesia; pues si en otros países no católicos, para atraer a la gente puede ser conveniente un catolicismo menos sacrificado y más tolerante, les es posible obrar así, precisamente, porque hay en el mundo una nación y un pueblo –el nuestro– que vive un catolicismo integral y rectilíneo, constituyendo el contrapeso necesario, imprescindible, para que los primeros no se desvíen; para que a pesar de ese afán de andar por el límite de la ortodoxa, no resbalen y caigan en las fauces de aquellos que precisamente querían conquistar.

Ahí está España, segura en su cúspide de máxima ortodoxia –de óptima seguridad, pero de máximo sacrificio– para dar siempre la voz de alerta al mundo con su ejemplo.

Y esta es nuestra razón de ser: cumplir con esta misión nuestra de ser como somos y aún más intransigentes, más austeros si cabe; pues los católicos de todos los países nos miran como ideal –acaso imposible de alcanzar para ellos– cuando se ven obligados: a algunas convivencias con los protestantes, a caminar por la cuerda floja de las máximas concesiones posibles al liberalismo para poder subsistir...

* * *

Toledo. El Escorial. Zaragoza.

Corpus en Toledo, donde los Congresistas adoraron a Cristo glorioso y adorado por un pueblo lleno de Fe.

Día de San Pedro en El Escorial: día dedicado a rendir, presididos por su Eminencia el Cardenal Primado de España, un solemnísimo homenaje al Santo Padre, en el que quedó patente el amor profundo que todos los universitarios católicos tienen al Representante de Cristo.

Homenaje en Zaragoza a la Virgen del Pilar, besando reverentes su trono casi dos veces milenario.

Alfa y omega del cristianismo caballero. Amor a Jesús y Amor a María, rubricado por una sincera devoción al Papa.

Así empezó, siguió y acabó el Congreso de «Pax Romana». No pudimos encontrar mejor principio que arrodillarnos ante Dios a su paso por las calles derramando paz, pues solo Él es la Paz. Ni mejor hito que rendir humildemente nuestras inteligencias a la infalibilidad del Papa. Ni más adecuado fin para este Congreso, que encomendar sus Conclusiones a la Virgen María que es Medianera Universal de todas las Gracias, mientras el órgano del primer templo mariano del mundo, cantaba solemne y litúrgico, el acorde final.

Permítase una palabra de elogio para el Presidente Ruiz Jiménez. En todas las largas, múltiples –y simultáneas– sesiones, su presencia ponía un influjo de paz y de romanidad. Allí donde se planteaba una dificultad material de organización o hubiese un problema cualquiera que resolver, la asombrosa presencia del presidente todo lo solucionaba con su infatigable y políglota actividad.

El Arzobispo de Cardiff dijo públicamente en Zaragoza: He hecho el viaje desde Madrid, en automóvil, acompañado de Ruiz Jiménez. Y aunque sea herir su modestia, voy a decir mejor que he hecho el viaje acompañado de un santo.

Ruiz Jiménez en este Congreso ha encarnado maravillosamente todos los valores que caracterizan en la historia a los preclaros varones de nuestra raza.

No es aventurado decir que cada español hizo una amistad grande y sincera con algún o algunos de los representantes de todos los países.

Y no es menos cierto que todos los extranjeros, mejor dicho, que todos los hermanos en Cristo de las demás naciones, hallaron en España su casa y en todos y cada uno de los españoles un verdadero amigo.

Y «si cuando oraseis dos de vosotros allí estaré Yo», allí, –en Toledo, Salamanca, El Escorial, Zaragoza– donde tantos de tantas naciones le invocaban, estaba Cristo.

Cristo con nosotros y nosotros en Cristo, pidiendo con todo el corazón la venida de su Reino, que este es el lema de «Pax Romana»: «Pax Christi in Regno Christi».

«Orad, pedid y recibiréis».

Por su Reino oramos y pedimos en todas las lenguas, intensamente aquellos días. Y Él nos oirá. Y este sí que será el máximo e indestructible fruto del Congreso.

Alfredo Rubio de Castarlenas


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