Cristiandad
Revista quincenal
año III, nº 55, páginas 265-267
Barcelona-Madrid, 1 de julio de 1946

Colaboración

Jorge Kibedi

Pax Romana

Apuntes acerca de las tareas nacionales
e internacionales de la intelectualidad católica

«Dios no nos pregunta si hemos logrado nuestro cometido,
sino si hemos hecho cuanto nos haya sido posible.»

(Palabras pronunciadas con motivo del X Aniversario de Pax Romana, en 1930)

La formación de los elementos directivos

Para llevar a cabo con éxito una ofensiva católica de gran estilo, se precisa ante todo a numerosos elementos directivos de envergadura.

En la actualidad, éstos todavía hacen mucha falta; los que ya han dado excelente resultado, son en número insuficiente. La juventud vendría de buena gana hacia nuestro movimiento, pero resulta que si bien disponemos de gran número de afiliados in spe, a su parte más activa no solemos dar, en la inmensa mayoría de los casos, una formación idónea, ni un campo de actividades suficientemente amplio en el que sus latentes capacidades de jefes puedan desarrollarse libremente, y pudiera traducir en realidades su afán de renovación, su idealismo, su dinamismo juvenil. Observamos casi a diario que esta parte de la juventud, ávida de acción por antonomasia –piense en los atinados análisis del alma adolescente de Eduard Spranger y otros psicólogos– queda atraída y conquistada por otras organizaciones, ya neutrales, bien hostiles a nuestra concepción del Mundo, únicamente a raíz de nuestra pasividad o a consecuencia de que la labor que podría desarrollar en el seno de nuestra organización le resulta demasiado gris y falta de atractivos.

A nuestro entender, no resultaría demasiado difícil remediar esta situación desfavorable, y huelga decir que la mejor manera de atraer los mejores elementos de la juventud hacia Pax Romana, sería la organización de unos cursillos de formación de jefes, tal como se los suele organizar en el seno de otros movimientos juveniles en el Mundo entero. Dichos cursillos ofrecerían la enorme ventaja de que, dada la universalidad del catolicismo, podrían ser organizados a una escala internacional. Tras de una previa selección, en la que podrían utilizarse no sólo los métodos ya «clásico» de la moderna psicotecnia, sino aprovecharse incluso las enseñanzas de selección todavía más recientes practicadas por la psicología militar alemana (una vez depuradas de cuanto pudieran tener de específicamente tudesco o «nazi», desde luego) y de la psicología militar norteamericana, polaca y húngara. (Sabido es que los dos países católicos en los que la psicología militar gozaba de mayor desarrollo, antes de 1939, eran precisamente Polonia y Hungría.) Puesto que especialmente en las naciones de habla española existen ya especialistas de la Psicología Militar, muy duchos en el problema de la formación de jefes –España, la República Argentina, &c.– no costaría mucho esfuerzo adaptar los Métodos ya elaborados a las necesidades peculiares de nuestro movimiento.

Breve ojeada sobre la «formación de las élites»

Desde que el sociólogo Pareto pusiera de moda el problema de la «circulación de las élites», el problema de dichas minorías selectas, únicas aptas a imprimir un rumbo justo a la Humanidad «masificada» (Werner Sombart –La rebelión de las masas, del maestro español Ortega y Gasset) ha venido ocupando a menudo a las mejores cabezas del Mundo. El moderno problema de las masas hace surgir como su contrapartida, el de los jefes, los meneurs, tanto en el sentido bueno como malo de esta palabra. En vez de este vocablo francés, de regusto algo peyorativo, proponemos el feliz término encontrado por el padre agustino, César Vaga, uno de los mejores especialistas españoles de psicología vocacional (véase sus estudios luminosos aparecidos en la excelente Revista de Espiritualidad, publicada por los RR. PP. Carmelitas en Madrid): Ductor.

La mejor introducción a la problematología de la formación de jefes sigue siendo el libro del ingeniero francosuizo Carrard, «Le chef» (E. Delachaux et Niestlt, S.A., Lausanne). Este autor, ingeniero de profesión y muy versado en los problemas que se refieren a la juventud, es de inspiración profundamente cristiana. Su libro, que a veces podría parecer demasiado sencillo, será de suma utilidad para todos cuantos se interesen por los problemas de la ducción humana. En realidad, Carrard tuvo ante todo el mérito de introducir, en una forma fácilmente asequible para todos, las ideas básicas de la Menschenfhürung alemana, así como del Scientific Management, anglosajón. Desde luego, al pasar por el tamiz de la «claridad francesa», las ideas germánicas o anglosajonas ganaron extraordinariamente en sencillez diafanidad.

Desde luego, tal como ocurre también en el campo de la propaganda, la Iglesia romana posee aún los mejores métodos de selección y formación humana. Resultará sumamente fácil completar dichos métodos tradicionales con el aporte de la moderna psicología y con los consejos de las mejores mentes seglares. Para estos últimos, el contacto con los apologetas y sociólogos eclesiásticos resultará tanto más beneficioso cuanto que es una triste verdad que no sólo es a menudo insuficiente, sino que incluso la preparación encaminada en tal sentido de numerosos jefes católicos deja aún mucho que desear. Las ideas acerca de los problemas de la apologética de muchos de entre ellos acusan grandes lagunas o resultan demasiado abstractas. Hay cada vez menos sacerdotes y paisanos que, además de dominar a fondo su fe, tanto intelectual como afectivamente, sepan ser al mismo tiempo brillantes apóstoles de la misma, con su oratoria agradable, su pluma eficaz, capaces de presentarse con la seguridad de triunfar no sólo ante públicos católicos, sino incluso ante públicos indiferentes y hostiles. (Padre Laburu, SJ, abbé Verdier, &c.).

En una palabra, lo que hace falta, es una ciencia católica de la organización. La ciencia de la organización aun está en sus comienzos, incluso en la gran República norteamericana, en donde sólo en el curso de los últimos años han empezado a publicarse obras especializadas al efecto. Siendo la Iglesia católica el más clásico modelo de organización, tal como lo reconocen incluso sus más empedernidos enemigos, no resultaría demasiado difícil, a nuestro entender, aplicar sus métodos sobre las necesidades de las nuevas formas sociales.

La solución más práctica nos parece, en cuarto a «Pax Romana» se refiere, el envío de la documentación de todas las conferencias nacionales, regionales o profesionales que se organicen, a una central designada al efecto, la cual la estudiara a fondo, comentándola adecuadamente, publicando luego el resultado –por lo menos bajo la forma de un resumen de las cosas más esenciales–. [266]

Es preciso buscar y encontrar a los elementos mejores de todas las naciones, convirtiéndoles en los mejores elementos directivos, organizadores y agitadores (en el mejor sentido de esta palabra) del catolicismo militante. Es imprescindible acabar con la triste situación actual, en que vemos a diario cómo por doquier se propagan ideas erróneas y falsas, y conceptos que fatalmente arrastrarían al Mundo hacia la catástrofe.

Es más que recomendable que se brinde oportunidad a los jefes nacionales e internacionales de «Pax Romana» para conocer directamente y por experiencia propia la vida católica del mayor número posible de las naciones católicas o de las minorías católicas de las demás. Hay que enviar a los organizadores de «Pax Romana» de un país a otro, según el sistema de turnos; por un lado, este método les permitirá ensanchar considerablemente su horizonte y su rutina internacional, y por el otro, ya con su mera presencia servirían de valiosísimo estímulo a la labor de las organizaciones locales de «Pax Romana» y de las de las demás juventudes católicas.

Siempre dentro del marco de las posibilidades, hay que conseguir la creación, para «civiles», de unos verdaderos castillos de caballería católica en los cuales los jóvenes estudiantes o diplomados, una vez demostrada su aptitud, puedan gozar de enseñanzas especiales que les capaciten para desempeñar su papel de futuros ductores, siguiendo cursillos especiales durante un semestre o un año. Nunca se recomendaría bastante la constitución de entidades como la benemérita Karolische Leo-Gesellschaft («quia nominor leo»), recomendada muy especialmente por uno de los mejores caracterólogos modernos, Rudolf Allers, catedrático en la «Catholic University», de Washington, y que últimamente tan feliz intervención tuvo en la discusión sobre la bomba atómica, organizada en los Estados Unidos.

Llegar a formar parte de los cursillos organizados en tales «castillos de caballería cristiana» o «abadías» laicas, tal como se han organizado ya, aunque muy tímidamente en diversos países de Europa, tendría que representar una alta distinción y reconocimiento de méritos, obtenidos tras de una ardua labor tanto teórica como práctica. A veces, según los casos, la designación para participar a los mismos podría verificarse de una manera secreta.

Andando el tiempo, la formación de una élite católica, bien enfocada, podría dar como fruto el hecho de que en el plan internacional figurasen cada vez más numerosos elementos católicos, cuya preparación en el dominio de idiomas extranjeros y de sus respectivas especialidades no sólo pudiera rivalizar con los de sus contrincantes no católicos, sino que, incluso, los superara. Desde luego, su superioridad quedaría asegurada ya por su ética católica. Piénsese en el inmenso bien que representó para la fe la actividad de personalidades tan relevantes como un Chesterton o un Hilaire Belloc, escritores que conquistaron un auditorio mucho más allá de los ámbitos estrictamente católicos.

Estas élites católicas así formadas tendrían luego la altísima misión de colaborando estrechamente con la Iglesia, y siguiendo los consejos y las directrices de ésta, recristianizar las sociedades humanas, sumidas en la anarquía moral y la indiferencia.

Necesidad de crear una sección de orientación y prensa

Es una tristísima verdad que «Pax Romana» es todavía muy poco conocida en todas partes. A muchos, les «sonará» algo su nombre, pero sin poder precisar qué representa en realidad nuestro movimiento; esto ocurre no sólo en los ambientes universitarios en general, sino a veces incluso en ambientes de carácter eclesiástico, como cada uno de nosotros lo habrá observado ya en su práctica personal de cada día.

La segunda guerra mundial acabó por destruir las relaciones existentes anteriormente entre los diversos grupos nacionales afiliados. El material de documentación existente requiere una revisión completa, si no una reforma total. No cabe duda de que los centros nacionales de «Pax Romana», podrían completar considerablemente la documentación que poseen actualmente sobre los problemas universitarios del Mundo. Con la progresiva mejora de las comunicaciones esta labor de complementación podría iniciarse con excelentes perspectivas de éxito.

Esta tarea incumbiría a las diversas Secretarías nacionales cuya organización debería de considerarse como una de nuestras tareas primordiales dentro del plazo más breve. Hay que proceder sin demora al nombramiento de corresponsales oficiales en cada localidad de cierta importancia; dichos corresponsales se reclutarían entre los elementos más dignos de confianza y decididos a aceptar todos los inconvenientes de su cometido, ofreciendo las debidas garantías. La responsabilidad de tales corresponsales es grande, por lo cual debería de preverse el modo de exigir que la aceptasen plenamente.

En efecto, existe para «Pax Romana» la imperiosa necesidad de arreglar el problema de la disciplina, ya que sin ella cunde el desorden y la anarquía y toda acción seria se ve condenada de antemano al fracaso. Ocurre que no se obtiene contestación a cartas importantes, no se llenan los formularios de encuestas en el tiempo debido, y cuando por fin llegan noticias y uno cree haber podido obtener satisfacción, resulta que las respuestas son totalmente insuficientes o inservibles.

Sabemos de buena tinta que en los años venideros, especialmente en España, aparecerán importantes enciclopedias católicas generales. Sin embargo, se hace sentir cada vez más la ineludible necesidad de poseer alguna obra enciclopédica por el estilo, dedicada especialmente al ambiente universitario, con amplio material informativo y sin olvidar las biografías de las personalidades universitarias católicas de mayor relieve. Pensamos aquí en una especie de «Almanaque de Gotha» universitario católico, en una especie de Minerva Jahrbuch, pero ya no laico, sino católico. Es difícil imaginar la falta que hacían en la labor de «Pax Romana» durante los últimos veinticinco años obras de esta clase, y cuya redacción no resultaría, demasiado difícil si todas las secciones nacionales colaborasen, aportando el material idóneo de su nación, bajo la competente dirección de un Comité Internacional de redacción.

Cada grupo nacional podría contribuir a la obra común una especie de Vademécum católico de su nación. Tal vademécum podría contener:

a) Un resumen de la situación y de la influencia de la Iglesia católica en la nación respectiva, así como su historia en el decurso de los últimos veinticinco años;
b) Todos los datos principales relativos a los seminarios, a las Universidades y Escuelas de Altos Estudios Católicos, con amplias estadísticas de su profesorado, alumnado, actividades, &c.;
c) Una descripción y característica detalladas de todas las organizaciones católicas del país en cuestión, con indicación exacta de sus actividades, número de afiliados, elementos directivos, publicaciones, sin olvidar observaciones de sana autocrítica.

De este modo, podríamos servir muy útilmente la importante finalidad del conocimiento de nosotros mismos, que es el primer paso hacia un adecuado conocimiento de los demás. El conocimiento de sí mismo es la primera condición básica del Renacimiento católico, muy especialmente en las Universidades; una fuerza que se desconoce o ignora deja de representar fuerza alguna.

Huelga decir que al establecer esta especie de catastro de las instituciones y personas católicas en todo el Mundo, se nos brinda automáticamente la ocasión para hacer otro [267] tanto con las instituciones y personalidades adversas o sencillamente neutrales. En el decurso de tamaña labor, que debe incumbir en cada país no a unos cuantos individuos, sino a nutridas comunidades de trabajo, podríamos llegar a determinar, más allá de los áridos datos de la Estadística, tanto nuestros adelantos en determinados aspectos, como nuestros retrasos en otros. Se podría determinar los puntos flacos, los retrocesos, así como los adelantos, circunscribiendo con relativa exactitud nuestras tareas más urgentes y, luego, las menos inminentes. No es necesario observar que tal labor, iniciada primero con carácter meramente descriptivo, nos conduciría automáticamente, que lo queramos o no a determinar las causas y circunstancias que han provocado el fortalecimiento o la debilitación de la Iglesia y de las organizaciones, instituciones, Prensa, &c., católicas.

El resultado de tales investigaciones –que ya por su carácter sincero deberían de ser confidenciales, sin que la supresión de su circulación en ambientes más vastos pueda mermar la eficacia de las conclusiones prácticas– deberían de confluir periódicamente a la Secretaría General de Pax Romana, la cual las tendría constantemente en cuenta en su labor, con vistas a lograr la máxima eficacia.

Nos parece muy natural que las actividades pasadas y actuales de cada una de las organizaciones nacionales afiliadas a Pax Romana debe constituir el objeto de otros relatos muy pormenorizados. Estos relatos podrían confeccionarse periódicamente y según unas normas fijadas en un plan internacional común, para cuya elaboración se requiere un período de ensayo, para coleccionar el suficiente número de experiencias prácticas. En nuestros días, tan aferrados a los resultados numéricos y a la mensuración, sólo este sistema de relatos paralelos permitirían comparar los resultados obtenidos haciéndolos conmensurables.

No cabe duda de que este modo de confrontar resultados serviría de estímulo para los mismos elementos directores de Pax Romana, cuya actividad se basaría desde entonces en adelante en un conocimiento adecuado de las realidades en todo el mundo. Ello contribuiría sin duda a fortalecer su sentido de responsabilidad y de su conciencia de las propias fuerzas y posibilidades.

Sólo la posesión de tales relaciones detalladamente podrían tener al corriente acerca de hechos tan importantes como la situación, constantemente cambiante, del catolicismo en el mundo universitario. –¿Cuántos católicos activos y dignos de toda confianza hay entre los profesores y entre el alumnado de las facultades, entre los jefes y miembros de las asociaciones universitarias, en las redacciones de los periódicos estudiantiles, &c.? A todas estas preguntas, necesitamos poder obtener respuesta en cada momento, para saber con qué clase de colaboración podemos contar, con qué clase de resistencias o indiferencias podemos tropezar a cada paso, y conocer no sólo nuestras fuerzas y flaquezas, sino incluso la superficie de ataque más débil de nuestros adversarios. Unas estadísticas elaboradas al efecto deberán informarnos constantemente, renovándose de año en año, sobre los cambios sufridos por los efectivos de las organizaciones y grupos (a) católicos, (b) indiferentes y (c) adversarios, observando de cerca asimismo los eventuales cambios producidos en sus actividades, táctica, estrategia. Los modernos métodos de Mass Observation (Inglaterra) y de «sondeo de la opinión pública» (Gallup, Norteamérica) nos brindan excelentes métodos para hallar respuesta, verbigracia, a las preguntas siguientes (u otras análogas): ¿Qué grupo dispone de publicaciones y de cuáles? ¿Cuántos lectores leen regularmente el periódico publicado por un grupo concreto, y entre los lectores, qué tanto por ciento hay de simpatizantes, de indiferentes y de adversarios?, &c.

Dr. Jorge Kibedi
Delegado húngaro de Pax Romana


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