Cristiandad
Revista quincenal
año II, nº 32 y 33, páginas 325-327
Barcelona-Madrid, 15 de julio de 1945

Plura et unum

Enrique Ferrán

Determinismo y libertad en la Historia

Las diversas concepciones sociológicas

Si el marxismo con su doctrina de la concepción materialista de la historia, desarrolló y completó todo el sentido materialista y determinista que en el fondo informaba a la Escuela Económica Liberal; si uno y otra tienen en este sentido su base en la filosofía empirista inglesa, no es de extrañar, que, frutos de esta misma filosofía, aparecieran diversas doctrinas, que sin dar tanta preponderancia al factor económico, propugnaban con mayor o menor radicalismo, una concepción del hombre y de la historia casi tan materialista, e idénticamente determinista, que la de la célebre teoría de Marx y Engels{1}. Pensemos primero en Darwin y el intento de sociología mecánica del evolucionismo de Herbert Spencer. Ellos con el positivismo de Augusto Comte, han sido la base de toda la llamada ciencia sociológica, última novedad del siglo pasado. Esta nueva ciencia se presentó con tendencias distintas e incluso contrapuestas. Para Comte, Sociología –y fue el primero en utilizar la palabra– equivalía a Física Social y efectivamente privó primero la concepción mecánica, física, de la Sociología. Después otros intentaron basarla en leyes biológicas siendo para ellos la sociedad el supremo organismo. Más tarde aparecen la Sociología Demográfica y la Geográfica, para las cuales la población o movimiento demográfico, y el ambiente físico exterior, eran respectivamente las únicas causas o factores de la evolución de la Sociedad y de la Historia. Tampoco faltaron los que pretendieron encontrar la clave de aquella evolución en la raza, la tradición o herencia social, el equilibrio de los instintos de imitación e invención, &c.

De todas estas variantes hubo una íntimamente emparentada con la concepción marxista. Me refiero a la en su tiempo célebre tesis sociológica de Gumplowicz desarrollada en su obra «Sociología y Política». Para él la ley suprema de la evolución social es el instinto de conservación. Para conservarse el «grupo social» y las «clases» dentro del grupo, adquieren la tendencia al poder y a la lucha por la supremacía. Y esta lucha despiadada en que el más fuerte se impone inexorablemente al más débil es la base de toda la historia interior y exterior de los pueblos. Como se ve, es una variante del marxismo. Sólo como curiosidad me interesa aclarar que Gumplowicz parte de la base que el hombre normal sólo se mueve para buscar su éxito personal y el de los suyos.

Sus características comunes

Como queda consignado la Sociología nace rica de variedades y matices. Pero prescindiendo del detalle de las mismas, me interesa hacer constar que en todas ellas se presentan unas características comunes. Todas pretenden explicar el devenir histórico por unas leyes constantes y regulares a las cuales queda sometida la libertad individual, y por tanto aplican a la Sociología los principios de las ciencias naturales. Además en casi todas ellas, su determinismo es, como el de la concepción marxista, un determinismo social, del cual es un reflejo el de la voluntad individual. En todas ellas se anula como factor histórico al individuo que no es más que el ejecutor mecánico de las tendencias de la evolución del «medio» o «grupo social». Este es el que da el tono; los hombres, pobres elementos del grupo, piensan, sienten, obran al dictado de los intereses de aquél. Para un buen sociologista, Bismark –para no citar más de un ejemplo– fue un simple instrumento de la evolución social al realizar la unidad alemana. Pero nada más, pues sin él también se hubiese conseguido idéntico resultado, valiéndose de cualquier otro elemento. Pero no es esto sólo. Además de la libertad el hombre pierde en todas estas concepciones sociológicas, su personalidad, pues todo él, carácter, religión, ideas estéticas son fruto del ambiente, o mejor, de la evolución social.

Y no deja de ser curioso que todos los pensadores de esta tendencia, en general de inspiración netamente empirista, en el fondo construyen sus sistemas sobre la base de una idea completamente apriorística. En Marx, la idea era la evolución de las fuerzas productivas; en la mayoría de los sociólogos la idea básica es «el grupo social y su evolución». Y otra de las paradojas es que, profundamente racionalistas en cuanto al método, privan a la razón de su más excelsa categoría de soberana, y la someten a la –servidumbre del ambiente físico, o de una «razón social». Es cierto que algunos reconocen en el hombre algo más que un organismo psíquico, y admiten que hay en él dos naturalezas, una animal y otra supraindividual, resultado de su participación a una realidad trascendental. Pero no nos engañemos. Esta realidad trascendental es social; consiste en un sistema de ideas y sentimientos que elabora la conciencia colectiva de la sociedad. Y esta sociedad es la forma más elevada de la naturaleza. Con ello no salimos de la idea de un puro monismo naturalista. Y esta es también la posición de Durkheim, a pesar de que no quería admitir un determinismo materialista, y de que valoraba los factores religiosos y morales.

La ciencia sociológica de Emile Durkheim

Emile Durkheim, ya es sabido, es el filósofo francés, que logró sistematizar todas las tentativas sociológicas de una manera más completa y científica. Es en realidad, el verdadero fundador de la Sociología como ciencia independiente. Intenta independizarla de las leyes físicas y biológicas, y de la preponderancia del ambiente físico. Por eso se le ha calificado de idealista. Pero a pesar de ello su construcción no escapa a las características esenciales de los primeros intentos de la Sociología. Monismo, naturalismo y determinismo son las características de su doctrina. Veámoslo.

Síntesis de su doctrina

Afirma que la sociedad es la gran realidad de la historia. Una realidad sui generis. «Agrupándose –dice– penetrándose, fusionándose, las almas individuales, dan existencia a un ser psíquico, si se quiere, pero que constituye una realidad psíquica de un género nuevo». Y este ser psíquico es el que evoluciona; y su conciencia, sus representaciones, informan, producen la conciencia, las ideas de los hombres individuales. Pero cabe preguntarle ¿qué es en el fondo esta sociedad, esta gran realidad que absorbe la libertad, la razón, toda la personalidad del hombre; de la que nacen todas las ideas y valores espirituales; cuya evolución determina y comprende toda la historia humana? [326]

Oigamos la respuesta de Durkheim en los siguientes párrafos que traducimos literalmente:

«En el mundo de la experiencia, yo solo conozco un sujeto que posee una realidad moral más rica, más compleja que la nuestra: es la colectividad. Me equivoco; hay otra que podría desempeñar el mismo papel: es la divinidad. Entre Dios y la sociedad hay que escoger. No examinaré aquí las razones que pueden militar en favor de una u otra solución, que son las dos coherentes. Añado que desde mi punto de vista, esta elección me deja indiferente, pues yo sólo veo en la divinidad a la sociedad transfigurada y pensada simbólicamente.
Si, la sociedad es una realidad específica; ella no es, no obstante un imperio dentro de un imperio; ella forma parte de la naturaleza, ella es su más alta manifestación»{2}.

Relacionando estos dos párrafos aparece claramente el fondo naturalista de la Sociología de Durkheim. Y vemos, además, que si Marx idolatra a la materia, Durkheim diviniza a la sociedad. A ella sacrifica la voluntad y toda la personalidad humana.

Problemas que plantean las concepciones sociológicas deterministas

Después del rápido resumen que hemos hecho de las diversas tendencias sociológicas y especialmente de la sistematización científica de Durkheim, como concepciones deterministas de la sociedad y de la historia, sin duda menos apasionadas y más científicas que la de Marx, podemos ya atender al problema que todas estas tentativas de interpretación sociológica de la historia, plantean a la conciencia de cualquier católico amante de buscar la verdad donde se encuentre. Es el siguiente: ¿En esa su común explicación determinista de la historia hay algo de verdad? Y en caso afirmativo ¿cómo hacer compatible esta verdad con el dogma del libre albedrío?

Un afán natural de la inteligencia humana

Se comprende la suma importancia de la cuestión si se piensa que todos los intentos de la Sociología y de la Filosofía de la Historia, obedecen a un afán común de la inteligencia humana. Esta siempre busca la causa de todos los fenómenos, y en este camino no se satisface hasta que llega a la unidad. Lo vemos continuamente en la vida diaria. Ante el hecho más insignificante, el anhelo común de todos los espectadores, es encontrar la causa que lo ha producido, que lo explica. Mientras no se consigue tortura el enigma, la duda. En cuanto se descubre, real o ficticia, diríase que todo se ha solucionado. Generalmente se peca por el simplismo de no ver más que una causa, cuando en realidad ha habido una pluralidad en íntima conexión. Y cada cual ha visto la suya, y la presenta complacido y obstinadamente a los demás como solución definitiva. Y ello sucede exactamente cuando el hombre se enfrenta con esta intrincada maraña de hechos que es el conjunto de la historia humana. El entendimiento pide una explicación de todos ellos y generalmente se complace en destacar la solución única, que sirva para todos ellos. De ahí provienen todas las tentativas brillantes pero simplistas de la Filosofía de la Historia, y todas las al principio indicadas de la Ciencia Sociológica. Y si bien es cierto que la plena satisfacción de estos afanes humanos es imposible obtenerla en esta vida, pues el absoluto secreto de la historia lo guarda la Providencia en sus inescrutables designios, no por ello hay que renunciar a buscar una explicación aunque sea limitada, relativa. Todo lo contrario. En la misma Revelación, Dios nos ha ofrecido fuentes de información que sería temerario rehusar. Y la Teología de la Historia no es más que eso: atender a las enseñanzas de los Libros Sagrados para tratar, humilde y prudentemente, de entresacar y deducir lo que ellas nos dicen sobre el sentido de la historia. Pero aun en el puro terreno humano es justificable y laudable que queramos entender todo lo que esté al alcance de nuestra razón. También aquí cabría decir que cualquier otra actitud sería un injustificado desprecio de este precioso don divino que es la razón humana. Pero cuando movidos por esta ansia de verdad, intentamos enfrentarnos con el problema histórico, es evidente que la primera cuestión que se nos presenta, es la de precisar el papel que en él juega la voluntad del hombre. ¿Qué es lo que a ella se debe y qué a factores naturales y determinados? Porque si estos no existieran, todo intento científico de filosofía de la historia carecería de base. Precisemos, pues la parte de verdad de aquellas doctrinas de Sociología.

La existencia de factores históricos determinados compatibles con la libertad

El determinismo de aquellas doctrinas es absoluto. Repitámoslo: suponen la negación de la libertad y personalidad humana. Contra esta triste negación se levanta la reiterada afirmación católica de la verdad de esta libertad. Esto es evidente. Pero también lo es que el principio del libre albedrío no implica que esta libertad humana sea absoluta, en el sentido de no estar condicionada. Quiero decir –y en materia tan delicada y sutil, son pocas todas las aclaraciones– por ejemplo, que toda la parte que el hombre tiene de material está sometida al imperio de las leyes físico-químicas y biológicas. Además, no hay que olvidar que estamos como sumergidos en la naturaleza, y, por tanto, en todos nuestros actos hemos de contar con la influencia de las leyes naturales. Con ello queda dicho que todo el hacer humano, y en consecuencia todo el devenir histórico, queda condicionado por estos factores fijos y determinados. Pero es indispensable para situarnos hacer observar que también hay otro elemento esencial del hombre y de su historia, que a mi entender es decisivo, que radica en el mismo fondo espiritual y sin perjudicar su libertad, es un elemento constante y permanente, que actúa de una manera continuada en todo el drama de la historia. Me [327] refiero a estas verdades fundamentales de la razón humana, que son un reflejo de la verdad Divina a estos anhelos constantes del corazón humano hacia los supremos valores espirituales que llamamos Verdad, Bondad, Justicia; a esta ansia de lo Absoluto y Eterno; a este gemir y sufrir de todo lo humano por un Dios personal y trascendente. Consciente o inconscientemente, su imperio es tan general, que quien vencido o arrastrado por sus tendencias materiales quiere sustraerse al mismo, no lo hace abiertamente, sino con mil circunloquios y disfrazando ante sus propios ojos, con la complicidad de todas las inconsciencias, la deserción que comete a la causa de su más profunda intimidad. Y toda auténtica Psicología, toda verdadera Sociología, ha de contar con estos factores espirituales al lado de los puramente naturales. Por no haberlo hecho, y no podían hacer si eran consecuentes con su panteísmo, han mutilado al hombre y su historia. Su pecado ha sido en este punto de parcialidad. Porque lo que han visto existe. Ya los hemos indicado; lo mismo en el hombre individual que en el conjunto social, existen numerosos elementos que si no determinan, influyen, limitan, condicionan toda su actividad. Y eso lo mismo subjetiva que objetivamente. En efecto, toda la parte vegetativa, animal del hombre –repitámoslo– queda sometida al imperio de leyes naturales. Y no es ningún contrasentido afirmar que la más libre voluntad ha de contar con estas leyes aunque solo sea para transformar y dominar sus efectos. Y en cuanto a lo objetivo es evidente que toda la naturaleza, marco y escenario de todo el drama histórico, está sometida a la necesidad de unas leyes que parecen constantes y universales. Siendo ello así, es razonable que siempre que veamos un hombre o un grupo ante un conjunto de circunstancias exteriores idénticas o muy parecidas, esperemos con muchas probabilidades de éxito, la misma decisión, idéntica actitud, análogo resultado. En un hombre individual no podemos tener certeza porque siempre queda la incógnita de la misteriosa, me atrevería a decir creadora libertad humana. Pero si trasladamos la cuestión al campo social, aumentan extraordinariamente las probabilidades de acertar. La acción de un conjunto de hombres, de una nación, es más constante, más normal y por tanto más previsible que la de una persona individual. Es fácil de explicar. En primer lugar, el concepto de voluntad libre, indeterminada, no implica una voluntad que se decida arbitrariamente sin motivos. Y es evidente que en una pluralidad siempre hay una mayoría que actúa por los motivos más normales y comentes. La estadística con la ley de los grandes números lo confirma. Además, hay que tener en cuenta que no dice nada contra el libre albedrío el hecho de que una gran parte de nuestros actos sean meros reflejos, puro mecanismo de nuestros instintos. En ellos la voluntad no interviene. Y la más superficial observación de nuestra vida cotidiana y la de nuestros semejantes, nos muestra que los actos puramente voluntarios son pocos. Y cuanto menos cultivada espiritualmente es una persona más fácilmente agota su actividad en puros actos reflejos. Por ello si la previsión de un acto individual puede fallar, tratándose de un conjunto, no se ve generalmente perjudicada por los actos voluntarios contrarios de unas pocas excepciones. Siendo ello así la realidad de la libre voluntad humana no es óbice a los intentos científicos de la Sociología a base del análisis y la comparación de los diversos factores sociales. Es cierto que cuanto más influencia se reconozca a estos factores en el proceso histórico, más se restringe el campo de acción de la voluntad del hombre. Pero el problema de la mayor o menor esfera de acción de la voluntad es esencialmente diferente de la cuestión esencial del libre albedrío, pues una cosa es que la voluntad pueda o no, y otra muy distinta, que en lo que pueda, poco o mucho, sea libre o esté determinada por factores internos o externos.

No hay por tanto ningún inconveniente en reconocer con la Sociología el profundo influjo que en el hacer histórico tienen y han tenido todos los factores fijos, naturales y sociales, y que han puesto de relieve sus diversas escuelas y tendencias. ¿Quién puede negar la importancia del factor geográfico –latitud, altura, clima, hidrología, &c.– en el curso de la historia? Su influencia es evidente como lo es la de las diversas condiciones económicas de cada nación, tan íntimamente relacionadas con el factor geográfico. ¿Y quién que lea atentamente la historia no percibe la importancia decisiva que en su curso tienen todos los adelantos de la técnica? No en vano se habla de la Edad de Piedra y de la Edad de Hierro. Igualmente hay que reconocer que, fruto de la influencia de estos diversos factores, perpetuada por la tradición, se puede afirmar la existencia de espíritus nacionales, utilizando la palabra espíritu en un sentido simbólico exento de las exageraciones nacionalistas y hegelianas. ¿Y qué duda cabe de la decisiva influencia de este espíritu nacional y también del ambiente de «clase social» en la formación de las costumbres, de las ideas estéticas, de las normas de educación y de moral? Sí, es cierto, todos estos factores físicos y sociales, directamente y a través del grupo nacional o social, tienen un papel decisivo en el devenir histórico. Esta es la parte de verdad de la Sociología. Pero esta verdad queda anulada por su gran error de no reconocer que al lado de estos factores, se encuentran tanto en el hombre como en su historia unas ideas puramente espirituales, reflejo de Dios en el hombre, completamente independientes de aquellos elementos naturales. Y precisamente el trascendente papel de la libre voluntad humana es su poder de afirmación de estos supremos valores a través y sirviéndose de los elementos materiales. Esto siempre puede hacerlo. Sea el que sea el campo de acción de lo determinado en la historia, siempre queda una alternativa, una probabilidad de afirmación o negación de los supremos valores del espíritu. Porque siempre queda al hombre, lo mismo individual que socialmente, la posibilidad de cooperar con los planes de Dios, o intentar rebelarse. La dramática alternativa entre el sí o el no. En ella reside la esencia de la libertad y todo el sentido de la historia.

Enrique Ferrán

Notas

{1} Véase Cristiandad, núm. 31.

{2} Durkheim, Formes Elementaires de la Vie religieuse.


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