Cristiandad
Revista quincenal
año II, nº 21, página 49
Barcelona-Madrid, 1 de febrero de 1945

Editorial

«Clama, ne cesses»

Clama ne cesses Ahora que el camino recorrido por Cristiandad es ya lo bastante largo para marcar una trayectoria, creemos posible responder a las preguntas que, incluso a modo de objeción amistosa, nos han dirigido con frecuencia amigos nuestros, sobre cuáles son sus objetivos, cuál el público a quien se dirige, cuál la razón que preside la selección de sus temas, &c.

Algunos de estos extremos los hemos tratado ya en otras ocasiones. Vamos a abordar, en este número, varios otros. Y para empezar, fijemos, desde este Editorial mismo, algo que no por ser genérico es menos importante: nos referimos al tipo de revista que Cristiandad aspira a representar.

¿Atribuirá el lector a vanidad decir que Cristiandad inaugura un tipo de publicación prácticamente nuevo en nuestros días? Pues, si hemos de hablar sinceramente, creemos que así es en efecto. Porque, a diferencia de tantas otras que el lector conoce y aprecia, no es Cristiandad una revista para ser mirada, o para ser hojeada, o para ser leída, o tan siquiera para ser conservada. Cristiandad es una revista para ser meditada.

Si no consiguiera esto: que sus lectores meditaran su contenido, habría fallado en un extremo de importancia decisiva.

Pretensiones tan poco frecuentes Cristiandad no tiene otra manera de justificarlas que recurriendo a otras pretensiones mayores aún; decididamente exorbitantes y absurdas si expusiera pareceres particulares. Cristiandad, en efecto, sostiene desde el primer día de su aparición que la doctrina que reproduce en sus páginas y sólo ella, tiene virtualidad para salvar a la sociedad moderna.

Esta doctrina, única fundada en el verdadero Mesías, es la única también que no es un mesianismo. Excusen el irreverente juego de palabras. Pero, ¿cuál, si no ella, pretende curar a la sociedad no por medios mecánicos y extrínsecos, sino llevándola a pedir al Señor la regeneración interna de la gracia? ¿Es extraño, entonces, que aspire a que sus lectores mediten, en lento paladeo intelectual, un contenido que sólo con esta condición puede nutrir su corazón y su mente, rectificar en lo que convenga sus ideas, fortalecer sus convicciones, fundamentar sus entusiasmos? ¿Es extraño que pida a sus lectores el fructífero e imprescindible trabajo que se llama meditar, desde el momento que no les ofrece, directa o indirectamente, otra cosa que la palabra del Papa?

Cristiandad no puede ser leída en el estribo de un tranvía. Quien la tome ha de estar dispuesto a descansar en ella. Si no se detiene a escucharla, la Voz que habla desde sus columnas no le dirá nada. Porque esta voz es una voz augusta, que exige silencio. Es una voz solemne, incompatible con apresuramientos. Es una voz que pronuncia palabras que tienen sentido profundo cuando ella las dice; pero que pasan a ser tópicos vulgares si otros las usurpan. Es la voz de la Esposa de Cristo; aquella a quien ha sido dicho: «Clama, ne cesses.»


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Cristiandad 1940-1949
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