Filosofía en español 
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[ Haydée Santamaría sobre el suplemento Cuba 1961 ]

Correspondencia

Ha llegado a nuestra redacción la carta que publicamos seguidamente, de una intitulada «Casa de las Américas», de La Habana, que constituye en realidad un departamento bajo control gubernamental. Con la carta, que damos tal como viene, ofrecemos un comentario de respuesta.

Señor Director:

Ha dedicado usted el Suplemento nº 47 de Cuadernos, órgano del Congreso por la Libertad de la Cultura, a la difamación de la Revolución Cubana, y este es un hecho que afecta por igual a la verdad histórica y a la misión del periodismo. Por ello, y obedeciendo a un natural impulso por la justicia y la veracidad, me determino a formularle algunas objeciones elementales atinentes a las arbitrariedades más notorias, ya que el análisis y refutación de los exabruptos de sus colaboradores exigiría una revisión total del proceso revolucionario. [97] En resumen, porque se trata de prejuicios de carácter anatómico, la tarea resultaría tiempo y afán perdidos.

Todos los artículos que usted publica en una recolección de residuos, son tendenciosos y pérfidos, lo que delata que cualquier razonamiento y cualquier prueba de falsedad serían estériles, desde que los inspira una pasión fanática de tipo netamente eclesiástico, en defensa de una concepción social y política que no se relaciona sino indirectamente con la situación de Cuba, y sí directamente y fundamentalmente con la quiebra del sistema imperialista de dominio por la violencia y la corrupción, que es lo que el Suplemento defiende en esencia. Falsedades, errores e incomprensión configuran una mentalidad reaccionaria contra la que no hay razonamiento posible.

En el agobio de la lectura asfixiante de las 64 páginas del libelo, nutridas de rencor y resentimiento, no alumbra siquiera un reflejo mortecino de la verdad de los hechos. Expone usted un panorama excesivamente sombrío, en que las atrocidades del despotismo sin piedad que estuvo manejado por los administradores y empresarios del capital extranjero se confunden y equiparan a las obras de progreso y regeneración moral. Nadie ni ignora ni discute, fuera del ámbito de los suscriptores de diarios y revistas de la categoría del Suplemento de Cuadernos, la admirable obra que ha realizado el pueblo cubano, y el lenguaje que emplean sus colaboradores pertenece a los vergonzantes defensores de la esclavitud blanca, que paga con espléndidez los servicios de la prensa mercenaria como paga a sus instructores y reclutas criminales.

Hasta la conversión de cuarteles en escuelas, la alfabetización masiva y total llevada a cabo con verdadero espíritu apostólico y no demagógico, la implantación de un régimen económico racional y equitativo y el imperio de la decencia en las funciones públicas y en la vida privada, les sirve a sus colaboradores para escarnio y vilipendio. Pero no necesito descender al examen de la insensata e irresponsable adulteración de los hechos por sus colaboradores, cuando usted mismo, en el editorial que precede a esa profusión de tergiversaciones insidiosas, ofrece un compendio de los lugares comunes de la propaganda contrarrevolucionaria. De veras es una pequeña obra maestra de trivialidad y argucia, en la que no falta la demostración de eclecticismo con una mención erudita con que pone a Lenin, acaso sin quererlo, a la altura de Pero Grullo atribuyéndole que dijera «que los hechos son muy tozudos y que una política se juzga por sus resultados». ¿Y juzga usted los hechos de la Revolución Cubana por los resultados o por el catecismo del Departamento de Estado Norteamericano?

El pretexto central de todo el alegato que usted hace en defensa indirecta del régimen de expoliaciones y apremios que mantuvo vigente ese Departamento mediante el gobierno delegado en Cuba durante sesenta años, es el comunismo con que director y colaboradores del Suplemento de Cuadernos califican lo que abierta y categóricamente se ha denominado república popular socialista. Ese pretexto, lo sabe usted tan bien como todo el mundo, es uno de los postulados del macarthysmo, descalificado ya y puesto en la picota para irrisión pública, mera fórmula para la exportación a los países que todavía yacen bajo el yugo del fanatismo político, el mismo postulado que calificó a los revolucionarios del siglo pasado con los epítetos de ateos, herejes y masones. En consecuencia, es impropio de una revista que se edita y difunde en una urbe de alta cultura recoger esa receta de curanderismo político.

Usted afirma, en un párrafo confuso y cargado de intención malevolente, que «La organización comunista, impopular por sus continuas coyundas (sic) con el oficialismo corrompido o abiertamente dictatorial, sistemáticamente excluida de los pactos suscritos por las fuerzas revolucionarias, ausente de la Junta de Liberación Cubana, ha monopolizado el concepto de revolución, ha secuestrado la voluntad popular y ha instaurado un poder único y totalitario». Tal declaración sólo puede hacerse después de haber aniquilado todo vestigio de probidad mental. No existe tal organización, y si pretende usted sugerir la existencia de una camarilla sectaria que ha instaurado «un poder único y totalitario», se equivoca o falta a la verdad. Eso ocurre, precisamente, en los Estados Unidos donde un gang científicamente organizado gobierna con el respaldo de las fuerzas armadas y de las fuerzas de penetración financiera. Y también existe allí donde usted vive alejado, pero preocupándose por lo que muy lejos y por encima de usted acontece, en la república constitucional y democrática de De Gaulle, que masacra poblaciones enteras en Argelia y que sofoca en sangre, en las calles gloriosas de París, cualquier intento de la «voluntad popular» que usted invoca. Los que representan la «democracia cubana» a quienes usted apadrina, son los que armaron tropas de bombardeo y desembarco custodiadas por aviones y destroyers norteamericanos, y que costearon actos de sabotaje y terrorismo. Todo ello en tanto los alfabetizadores cumplían su humanitaria tarea, los campesinos labraban sus tierras, los estudiantes preparaban el advenimiento de una república de ciencias, artes y letras para todos, y los obreros levantaban un nuevo mundo de paz y trabajo. Si usted lo sabe, no puede fingir que lo ignora, y si publica lo que no sabe que es falso incurre en [98] un agravio a la dignidad de la prensa. Como usted está todavía más lejos de Cuba que de Francia, puede interpretar a su manera lo que no admite sino su recto sentido literal, y decir que confundimos a los anticomunistas con los contrarrevolucionarios. Contrarrevolucionarios y anticomunistas se han asociado, y ha sido el gobierno de los Estados Unidos quien reclutó, en un solo ejército de bandidos y aventureros que invadió recientemente a Cuba, a unos y otros. Con el lema del anticomunismo combate la libre voluntad del pueblo cubano de vivir sin amos. En realidad, aunque ambos vocablos no sean sinónimos, la palabra reaccionario implica a las dos, y este es el calificativo recto y justo de la posición de su revista. El reaccionario responde a una complexión orgánica de pensar, sentir y querer que puede manifestarse como anticomunista, contrarrevolucionario o en otras muchas formas de oposición a la libertad de pensamiento y de acción de los demás. Tomar ese partido es pertenecer a un tipo humano refractario al progreso más que a una afiliación política.

Lo que asombra en su editorial es la intrepidez con que usted ataca en la Revolución Cubana la cultura y la civilización en bloque, y asimismo el uso irreflexivo de slogans elaborados para consumo de semianalfabetos, como el de que Cuba sea «un nuevo satélite de los totalitarismos chino y soviético». Este lenguaje es impropio de un director de revista de cultura y hasta del hombre de la calle que conoce más o menos bien lo que ocurre en el mundo. Desconoce usted a qué condiciones económicas redujo el gobierno americano al de Cuba al quitarle la cuota azucarera, en que consistía su único recurso económico bajo control desde 1902; la negativa a refinar petróleo, que era la paralización instantánea de sus actividades todas; la interdicción a su libertad de comercio, y, en fin, el bloqueo continental que la reducía, prácticamente, a perecer estrangulada o a entregarse incondicionalmente a sus amos anteriores. No es correcto, por no decirle que es indecoroso, hablar así y omitir todas las circunstancias de hecho, además de las lógicas y legales, con que el pueblo en masa y no sus dirigentes sólo, decidió hacer de su soberanía una realidad y no un artilugio leguleyesco. Todo esto le sugiere a usted que «Cuba se ha convertido en un Estado militarista y policíaco más». Sin duda alude, como a otros, a Santo Domingo, Nicaragua, Guatemala, Paraguay, España y Portugal, con los que los Estados Unidos mantienen amistosas relaciones, y que son hoy los únicos países que cumplen fielmente las consignas del Departamento de Estado, manteniendo a sus pueblos bajo el látigo y la férula.

Pero, finalmente, cuando usted dice que «La transformación de los cuarteles en escuelas ha conducido a la militarización de los centros educacionales y de todo el país», comete usted un atentado a la verdad y al pudor. Porque sin duda sabe que están en acción por todo el territorio de la Isla más de doscientos cuarenta mil alfabetizadores que enseñan a los campesinos y a los obreros a leer y escribir, y que el pueblo entero está en armas, y no por cierto militarizado, que es cosa antagónica, para defender su patria y su dignidad. Si esto también es motivo de repulsa, entonces nada más le tengo que decir.

¡Patria o muerte, Venceremos!

Haydée Santamaría (Directora).

La Habana, 27 de junio de 1961.

*

No se nos pide la publicación en nuestras columnas de la carta que precede, procedente de uno de los departamentos oficiales cubanos que se encubre con la denominación de Casa de las Américas: nos imponernos nosotros mismos su publicación siguiendo nuestra norma de tribuna libre. Llevando nuestro escrúpulo al extremo límite, respetamos incluso el pésimo estilo y el más que dudoso español.

Resulta curioso que se empiece invocando en esa carta «la verdad histórica» y «la misión del periodismo». La verdad histórica, basada en los hechos, en los documentos, en los testimonios, ¿no demuestra que los partidos democráticos, que lucharon contra Batista y trajeron la revolución, han sido liquidados en Cuba y que el único partido legal, tras la absorción de los que blasonaban de representar el 26 de Julio, es el llamado socialista popular (comunista)? Esta verdad histórica la ha proclamado el propio Fidel Castro multitud de veces. ¿Y no ha sido él quien ha dicho que la declaración de anticomunismo equivalía a la de contrarrevolucionario? Con ayuda de sus neófitos y de sus instrumentos, el comunismo ha monopolizado, por consiguiente, el concepto de revolución y así resulta «contrarrevolucionario», «agente del imperialismo», «reaccionario» todo aquel que no se somete a ese monopolio. Por ejemplo, los autores de los trabajos de nuestro Suplemento Cuba 1961 y, claro está, nosotros mismos. El castrismo-comunismo monopoliza de igual modo la verdad histórica. Sabido es que los comunistas repiten machaconamente que sólo ellos siguen «la marcha de la Historia», que «la Historia trabaja para ellos», que son «los mecánicos de la locomotora de la Historia»... A todos los demás debe atropellarnos y pasarnos por encima un día u otro la tal locomotora. ¿Y qué decir de la famosa «misión del periodismo», trazada desde la Isla en que el gobierno dictatorial se ha incautado de todas las [99] publicaciones para imponerles una dirección única?

Obsérvese que en la carta no se rebate uno solo de los argumentos demostrativos de los trabajos del Suplemento, una sola de las cifras estadísticas publicadas; de acuerdo con la norma comunista, los gritos y las injurias bastan. Y ante todo ¿por qué no se nos explican las razones que han tenido los autores, cubanos revolucionarios todos –y algunos con importantísimos cargos en el primer período fidelista–, para huir del país? Con ellos o tras ellos han huido de Cuba 150.000 cubanos. Los últimos, vistiendo ya humildes ropas de obreros y de campesinos. Y, a los 92 años de edad, incluso el único general superviviente de la guerra de independencia. Y todos los refugiados políticos españoles –republicanos, socialistas, anarcosindicalistas– que no se han sometido al aparato comunista. ¿Y cuántos son los fusilados o simplemente asesinados entre los oposicionistas? ¿Y cuál la masa de los encarcelados? Lo primero que tendría que explicársenos es el porqué de ese terror erigido en sistema de gobierno. Durante su viaje triunfal por Estados Unidos, a mediados de 1959, Fidel Castro esbozó en Nueva York su programa, que sintetizó en este lema: «Libertad con pan, pan sin terror.» Ha suprimido todo asomo de libertad, el pan es cada día más escaso y, como consecuencia fatal, el terror es mayor cada día.

En la carta aparecen, obsesionantes, «el imperialismo americano» y «el Departamento de Estado». Ya se sabe que en cuanto se hace la menor crítica sobre la político y los métodos del Kremlin o de sus criaturas, se es automáticamente agente o servidor de aquéllos. Pero no se presenta una sola línea de nuestra revista en que apoyar esa afirmación gratuita. Nuestra colección contiene las pruebas, por el contrario, del apoyo que dimos a la lucha contra el régimen de Batista, de nuestra adhesión al triunfo revolucionario y a las primeras realizaciones del nuevo régimen. Nuestro Suplemento se imprimió antes del por todos conceptos absurdo y desdichado desembarco del mes de abril. ¿Hemos justificado éste, como insinúa pérfidamente la carta? Todo lo contrario: el excelente estudio del historiador Teodoro Draper, aparecido en nuestras columnas, condena esa operación, que sólo ha servido para fortalecer la dictadura castrista. No es nuestra la culpa si ésta ha comprometido después su fácil triunfo tratando de convertirlo en un abyecto negocio: el canje de los desdichados combatientes cubanos por tractores.

¿A qué seguir? Nuestra línea de conducta se juzga y se defiende por sí misma. Contra toda dictadura, todo totalitarismo, todo imperialismo, hemos estado siempre y seguimos estando al lado de los pueblos y de sus derechos y libertades. Hemos abrigado un día la esperanza de que Fidel Castro, como digno continuador de José Martí, fuera el intérprete de esa gran causa en Cuba y en toda América. Pero ha traicionado nuestra esperanza y la esperanza cubana y americana para convertirse en el instrumento ciego del comunismo totalitario. Y esta triste verdad histórica no se destruye con simples cartas injuriosas.

«CUADERNOS»

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Señor Director:

Acabamos de leer, con gran alegría, el magnífico artículo de Theodore Draper sobre Cuba, que con tan grande acierto han publicado ustedes en el nº 51 de Cuadernos. Viene en verdad a satisfacer una exigencia que temíamos mucho pudiera quedar en suspenso. En lo que se refiere particularmente a los pueblos de América e incluso a sus «élites», hoy tan lamentablemente confundidos en esta materia, este ensayo pone las cosas en su punto tanto teórica como políticamente.

Sentimos que se haya deslizado un error que nos parece grave. En la página 14, segunda columna, línea 13, donde dice: «y había incluso un judío que contribuyó»... según el original en la separata de este artículo editada por The New Leader del 5 de junio dice en efecto: «and a few had even contributed»..., la traducción que corresponde sería: «y unos pocos habían contribuido»..., lo cual como ustedes podrán apreciar da al texto un sentido del todo diferente. Muy probablemente el traductor ha confundido «few» por «jew». Quizás fuera conveniente aclarar esta errata en el próximo número, para evitar la escrupulosidad y pulcritud habituales de los agudos censores del Este.

Lo saludamos cordialmente,

Héctor Raurich, Isay Klasse

Buenos Aires, agosto de 1961.

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En efecto, el error es enorme y casi imperdonable, por lo que pedimos mil perdones al Sr. Draper y a nuestros lectores. Pero digamos asimismo que la culpa no es del traductor, puesto que el error existía ya en la copia del original que se nos facilitó.

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El Sr. Arquer nos ha enviado una extensa carta, en la que critica determinados juicios vertidos por nuestro colaborador Sr. Salazar Chapela en una recensión publicada en el nº 52 de dos obras sobre la guerra civil española, y rectifica la afirmación de que el hijo de Largo Caballero había sido fusilado por los franquistas, cuando en realidad no fue así.