La Censura. Revista mensual
Madrid, enero de 1845
año I, número 7
páginas 49-50

Teología

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Diccionario abreviado

de la religión cristiana, o teología portátil: por Mr. el abate Berguier: 2 tomos.

Creemos que el autor de esta obra de maldición no es Berguier, ni Bernier, como se dice con repetición en el cuerpo de ella, sino que es una compilación de diferentes trozos traducidos de los mas célebres impíos franceses, especialmente del Diccionario filosófico de Voltaire. Del mismo modo, aunque se supone impresa en Perpiñan, el papel, carácter de letra, ortografía, todo da vehementes indicios de haberlo sido en España, y casi estamos por decir que en Madrid. Sea de esto lo que quiera, lo cierto y positivo es que con dificultad podrán reunirse en tan corto volumen (unas 400 páginas en 8.° menor) mas sacrílegas imposturas contra Dios, nuestro Señor Jesucristo, el Espíritu Santo, la Trinidad beatísima, la Virgen María, todos los dogmas, misterios, preceptos, prácticas, ritos y ceremonias de nuestra religión, los libros divinos y la jerarquía eclesiástica, en fin hasta la moral pura y sublime del Evangelio, esa moral que se han visto forzados a acatar y preconizar los mas de los incrédulos, es zaherida y ridiculizada por el ponzoñoso autor de la llamada Teología portátil; que hasta en el título quiso empezar mofándose de lo santo. Este libro es parto no solo de un impío rematado y frenético (porque su estilo y lenguaje, aunque constantemente burlesco, revelan la reconcentrada rabia que despedazaba su corazón), sino del mas inmoral libertino, y libertino de la canalla soez según los dichos y expresiones que usa. En su temeraria impudencia cita, interpreta y comenta algunos capítulos de la sagrada escritura y las palabras dictadas por el Espíritu divino con fines altísimos de edificación y aprovechamiento de los hombres son torcidas por este malvado autor, y tomadas en un sentido obsceno y escandaloso. Superfluo es indicar con qué buena fe y con qué conciencia procederá en esta interpretación el que esgrime su pluma mojada en hiel contra el supremo hacedor y contra el Salvador del género humano, rebajándolos a la condición de unos impostores perversos, crueles y sanguinarios.

Es de notar que el autor, queriendo pasar por filósofo, es decir, por hombre que no reconoce Dios ni religión alguna, se encarniza sin embargo con particularísimo y tenaz encono contra la verdadera religión, la cristiana católica; y solo muy rara vez y someramente dispara alguna blanda saeta a las otras religiones falsas y a las sectas disidentes del catolicismo. ¿No es bastante esta circunstancia sola para revelar la mano de donde viene el tiro? ¿No se descubre aquí bien a las claras esa secta llamada impropiamente filosófica, que desde Juliano el Apóstata hasta hoy no ha cesado de combatir encarnizadamente el cristianismo, ya bajo uno u otro nombre, ya con este o aquel sistema? Todo hombre sensato e imparcial, aunque no tenga sentimientos religiosos, conocerá en la indulgencia con que son tratadas todas las sectas y cultos falsos, hasta el de los ídolos, y en el furioso despecho con que se impugnan y zahieren los dogmas, la moral y el culto del cristianismo, que el pensamiento es destruir este; porque los filósofos ateístas saben muy bien que las religiones falsas o se avendrían a postrarse ante la diosa razón y ofrecerle sacrificios, o vivirían en paz y buena armonía con los sacerdotes de esta deidad. Ni aquella condescendencia criminal, ni esta culpable tolerancia pueden esperarla de los discípulos de Jesucristo: por eso nos declaran guerra a muerte y sin tregua.

Infiérese de lo dicho (que no nos atrevemos a corroborar con citas, por no escandalizar a nuestros lectores con sacrílegos dicterios, imposturas atroces, blasfemias impías y cínicas obscenidades contra Dios, su religión, sus santos, su iglesia y sus ministros), [50] que esta obra infernal está comprendida entre los libros prohibidos por todos conceptos, y de consiguiente nadie puede leerla: cualquier cristiano celoso en cuyas manos caiga por una casualidad, debe presentarla inmediatamente al ordinario eclesiástico, y si para esto tuviere algún impedimento o dificultad grave, arroje tan pestilencial libro a las llamas para que la reduzcan a pavesas, y aquel ejemplar por lo menos no pueda causar la perdición de ninguna alma.

¡Ojalá que quien puede y debe atajar la propagación del mortífero contagio, no tolerara que en puestos públicos y en el tiempo de ferias se vendiesen, como se han vendido, esta y otras obras perniciosísimas, aunque dudamos que ninguna contenga tanta ponzoña como la presente!

 


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La Censura 1840-1849
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