Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Constantino Cabal ]

Libros

En defensa de la hispanidad, por Ramiro de Maeztu

Es un término rancio «hispanidad». En vez de un neologismo, un arcaísmo; en vez de copa nueva de cristal, copa vieja de plata, cincelada, guardada ya en el idioma como joya sin uso en colección. Hay que volver a sacarla a plena actualidad y como copa; hay que volver a llenarla de licor más intenso que el de ayer. Humanidad, cristiandad, universalidad, hispanidad. Voces que abarcan conjuntos y que concentran esencias: hablan de fieles unidos en las similitudes de carácter, en las de aspiración y en las de fe, y están llenas de aroma religioso aún por su misma amplitud.

Hispanidad, espíritu de España. Ya no la raza confusa imposible a estas horas de sentir, sino el conjunto de fieles de la religión de España, que derramó su espíritu en un tiempo con ímpetu de mar, y como mar, y que dejó al retirarse huellas profundas de mar en todas las cumbreras que inundó. Es esta religión la que hoy defiende Renovación Española: es ésta la que hoy predica con todos los valores concentrados en ese volumen de oro don Ramiro de Maeztu. Valor de cultura neta y valor de ideario constructor: valor de belleza clara y valor de certeza contagiosa, sinceramente sentida y extraordinariamente palpitante. Para decir el formidable elogio del espíritu de España, desnuda el suyo el autor; da su vibración completa, da su intensidad repleta, y da su confesión conmovedora, que dice así alguna vez:

–¡Yo pequé en mi juventud…!

Su juventud, no obstante, no hizo daño. Nunca pensó Ramiro de Maeztu en tiempos de pesimismo contra las tradiciones de su patria por falta de un gran amor, sino porque un gran amor le acuciaba a tener una gran prisa. Era de los que clamaban por una ventanita sobre Europa, para que nos entraran en torrente los aires de novedad. Fuera, la Europa de progresos hondos y democracias formadas de principios morales imprevistos y de axiomas políticos extraños, de credos religiosos discordantes y de armas económicas sutiles. Y dentro, la España eterna en tiempos de pesimismo, junto al fuego del lar, cerca del hoyo, diciendo la oración de sus dolores al Dios de sus alegrías. Toda una literatura de oscuros apocalipsis, estremecida de furiosos vetos y apóstrofes retumbantes, pedía la ventanita sobre Europa para que España se asomara a esta. Fue entonces precisamente cuando lanzó Menéndez y Pelayo, con perspectivas proféticas, la consigna total de su labor:

–Yo vivo entre los muertos.

Como España.

Y como España también, él reposa a la vera de su lar.

* * *

En esta «Historia de España» de Menéndez y Pelayo, resumen penetrante de su obra, enciérrase esta doctrina de vivir cara a Dios, sobre la historia en marcha hacia el porvenir, dejando que nos empuje con todo dinamismo irresistible toda la quinta esencia del pasado de calidad inmortal. El libro de Ramiro de Maeztu, aparecido a la vez, es hoy el complemento de ese libro. Uno viene a contar la profecía: el otro da la experiencia. Uno viene a decir de la nación que no brotó en un instante, bajo una albada de milagro lírico, sino que se cuajó tiempo tras tiempo, en una fusión continua del fracaso de ayer y el triunfo de hoy, del yerro admitido ayer y la certeza asegurada hoy, de la penumbra difundida ayer y el resplandor desparramado hoy. El otro da la experiencia de los derrumbamientos espantosos de todos los grandes pueblos y de todas las grandes teorías que volvieron la espalda a esa verdad.

Los muertos de una patria no son polvo, cuando se les pregunta, hablan aún.

C. Cabal


 

El Carbayón · Decano de la Prensa de Oviedo. Diario de la noche
Oviedo, jueves 14 de febrero de 1935
año LVII, número 18.716
última página

[ Constantino Cabal ]

Libros

En defensa de la hispanidad, por Ramiro de Maeztu

II

Abrimos la ventana sobre Europa, y entró viento de Europa en el hogar. Civilización pujante de luminosidades imponentes, la de la Europa de ayer. ¡Avance de la industria gigantesca! ¡Paz de la economía vigorosa! ¡Luz de la democracia cantarina! Y debajo de todo y sobre todo, el ritmo acorde y potente del materialismo histórico, que ya había terminado los fantasmas a martillazos de ciencia. ¡Ay, nuestra pobre errata de las tres ambiciones del espíritu! Contra tres ambiciones, tres axiomas,

–Ni rey, ni patria, ni Dios…!

Este libro de Maeztu viene hoy a resumir los resultados de esta experiencia, del mundo enfrente a la hispanidad. Lo que hoy se vive en el mundo, no es la leyenda negra calumniosa, sino historia negra auténtica. Nuestra leyenda negra ya se ha hundido a golpes de erudición: pasó la moda de ponerla al aire en un discurso cualquiera o en un cualquiera librillo, como una florecita en el ojal, y es a estas horas incultura torpe el condenar de un plumazo la inquisición española, y la ignorancia española, y el fanatismo español, y es a estas horas injusticia necia el denigrar en conjunto la colonización de un continente del que hoy se sabe que sacaba España doce millones al año, a cambio de sus hombres y su sangre, su civilización y su energía, mientras de México, solo en un año también, de acuerdo con los datos oficiales que “Floruel” difundió sacan quinientos millones los Estados Unidos a estas horas a cambio de su desprecio.

Nuestra leyenda negra ya se ha hundido. Es hoy la historia negra la que surge dentro de los mismos pueblos en que nuestra leyenda tuvo arraigo, con ignorancias salvajes, con fanatismos sangrientos, con inquisiciones torvas. Y en tanto se hunde su industria, con pavorosos sones de metal, rueda su economía a la miseria, baja su moral al lodo, y alzan las masas los puños, porque tras levantarse como haces sobre el altar del Dios único, sienten más recios que nunca los hierros de esclavitud, ya no sólo en las manos y en los pues, sino también en el alma. ¡Dedos y ojos! ¡Dedos y ojos! Pero faltaba el espíritu. Estaba llena de pobres la suntuosidad de ayer, y hoy se le va la sangre en torrentada y se le escapa en borbotón el pus.

Y en tanto, la pobre ciencia de los materialismos tumultuosos, pura máquina, también, hace hoy como la serpiente que se muerde la punta de la cola. […]

C. Cabal