Citius Altius Fortius
Madrid, 1959
 
tomo I, fascículo 1
páginas 7-35

José María Cagigal

Aporías iniciales para un concepto del deporte

La Humanidad siempre ha hecho deporte.

He aquí por qué el problema del deporte es digno de estudio.

Hay quien afirma que no puede ser el deporte objeto formal de ciencia. No es unum per se. Según eso, nunca lograríamos una ciencia auténtica del deporte. A lo sumo, esbozaríamos un simple capítulo de la ciencia humana.

¿Qué más nos da? Más aún: preferimos, frente al prurito de crear ciencia, abordar todo aquello que suene directamente a estudio de lo humano. Todo lo que trate del hombre es apasionante.

No creemos que hablan muy persuadidos quienes afirman que «es regar fuera del tiesto» –así textualmente hemos leído– ponerse a hablar en serio de una cosa en sí alegre e intrascendente como es el deporte. Es como si vituperasen a los psicólogos y pedagogos que toman en serio el estudio del juego de los niños; o a los filósofos que aplican su berbiquí metafísico a esa propiedad tan singular en el hombre que es la risa.

Hay dos realidades específicamente independientes, cada una de las cuales es motivo suficiente para atraer con pasión, y aun con obligación de conciencia, al estudio del deporte.

Su realidad ontológica.

Su realidad social.

El deporte es algo que existe, intrínseco a la naturaleza humana, que se manifiesta, que se ha manifestado siempre [8] donde el hombre ha existido. El deporte es una propiedad metafísica{1} del hombre. Es decir, que dondequiera que se da el hombre se da el deporte; y sólo en el hombre se puede éste concebir.

Por otro lado, se abulta con dimensiones casi alarmantes una realidad de nuestra sociedad actual. El deporte todo lo llena, lo rebasa; se erige en ídolo gigantesco de las masas, y lanza su hálito hechizante, que enardece, sobre todo, a las juventudes y determina nuevas modalidades funcionales en la sociedad.

Spengler afirma, en Años decisivos, que «el desenfreno deportivo es síntoma inequívoco de la decadencia de Occidente». «Todo público –decía, por su parte, Ortega– busca complacerse en el dramatismo de fuerzas y formas que entiende. Ahora bien: es característico de la hora que corre la falta de público para todo lo que consiste en dramatismo espiritual –arte, letras, ciencia, religión y política superior– y su aglomeración en estadios, cines, &c. Es que no entiende la dinámica de las luchas espirituales, y porque no la entiende no le interesa. Necesita dramatismos más simples. El cuerpo es sencillo, y un partido de fútbol o el movimiento de un actor en Hollywood, cosa sobre manera simple.»

«… Tras los deportes ha venido la exageración de los deportes, y contra ésta sí hay mucho que decir. Es uno de los vicios, de las enormidades contra la norma de nuestro tiempo, es una de sus falsificaciones.»

«Está bien alguna dosis de fútbol. Pero ya tanto es intolerable…»{2}.

El ensayista P. Alejandro:

«Creemos que el deporte está descentrado en Occidente; es un valor secundario, aunque muy apreciable; pero que ha adquirido un papel absorbente de ninguna manera justificado, de posibles y desagradables consecuencias, tanto sociales [9] como humanas. Es la célula loca que monopoliza la energía vital del organismo»{3}.

Mientras grandes masas y también grandes sectores de hombres cultos se recrean con su afición a los espectáculos deportivos, se oyen las voces de intransigencia de pensadores alarmados. No son sólo los filósofos; también periodistas y pedagogos quieren poner el veto a esta expansión casi sofocante. Podríamos seguir enumerando citas. Nos bastan las anotadas, porque, además, de sobra lo estamos oyendo a diario.

La tesis de la sociedad actual con respecto al deporte se halla simbolizada en aquel señor que un domingo por la tarde, no hace muchos meses, se dirigía hacia el campo de fútbol a presenciar un partido de primera división. Bien enfundado en su impermeable de plástico –la tarde estaba tormentosa–, despotricaba contra la hipertrofia del deporte:

—Y los artistas se morirán de hambre; y habrá hombres de ciencia al borde de la indigencia…

La riada de coches y peatones se hacía cada vez más densa.

—¡Qué tergiversación de valores! Estos, porque son más brutos dando al cuero, viven en la opulencia. Son los señores de la sociedad actual. Así anda ella…

Y seguía presuroso hacia el estadio, temiendo perderse algún minuto de la emocionante contienda. Llovía, pero bien valía la pena aguantar un remojón con tal de presenciar aquel encuentro.

La sociedad de hoy, con su falta de reflexión, es víctima de lo sensacional; y tanto lo es la atracción de los deportes como el esnobismo de una demostración de independencia al margen del fetichismo de masas.

La misma sociedad que alberga en sus entrañas los grandes estadios, canchas, hipódromos, piscinas, propagandas publicitarias, se queja de este disparate de los tiempos actuales, donde un futbolista es más potentado que un catedrático. [10]

Gritan unos contra el deporte adulterado, que lo identifican con el profesionalismo. Otros contra todo lo que sea deporte, adulterado o no, siempre que no guarde su justo límite.

«El deporte es endiosamiento del cuerpo; en definitiva, volveremos al paganismo; a un paganismo narcisista, cien veces peor que el materialismo ingenuo de pueblos primitivos.»

Todas estas voces, junto con el espectáculo diario del auge deportivo, nos demuestran una cosa: El deporte es ya un elemento integrante de la sociedad; y de los más descomunales, al menos cuantitativamente. Así acierta el Conde de Foxá: «En los estadios se ha logrado fotografiar a la muchedumbre, al pueblo, ese personaje en cuyo nombre se habla tantas veces, pero al que jamás habíamos visto» (ABC, «Editorial», 3-IV-57).

La sociedad tiene, pues, obligación de examinar en serio este fenómeno.

FILOLOGÍA

Del acervo tradicional de las costas mediterráneas se extendió por la cultura de Europa un concepto bastante expresivo y un tanto confuso, que en su transformación semántica se ha ido a la vez engrosando y concretando, hasta adquirir contornos nítidos.

Es admitido que fueron los provenzales quienes emplearon por primera vez de una manera ya definida la palabra deporte, en el sentido de divertimiento, distracción recreativa. Extendida por las regiones de Francia, de la Normandía saltó al Canal, para ser incorporada a la lengua sajona. Ya en el siglo XIV habla Chaucer de un joven que iba «a jugar a los campos por deporte».

El significado del moderno sport fue devuelto al continente revestido con los matices de la transformación inglesa en el sentido que actualmente se usa. [11]

Con respecto a su origen filológico, ha habido dos interpretaciones. Ambas coinciden en su procedencia latina.

Paul Adam la deriva de de-porta, de-portare.

«Cuando el fundador de una ciudad abría un surco alrededor del terreno escogido piadosamente, levantaba el arado en algunos puntos. De este modo, el oficiante rompía el rasgo continuo del foso, con objeto de que los ciudadanos pudiesen franquear el recinto sin cometer el crimen impío de pisar una tierra dedicada a los dioses. En aquel momento el fundador llevaba –portabat– el arado; por eso el lugar respetado se llamaba porta. Deportare y transportare significaban primitivamente la acción de ir fuera de la ciudad con armas y bagajes, entrar en el campo, entregarse a la acción, «a los deportes y a los transportes»{4}.

La evolución semántica de una palabra, por encima de su interés lingüístico, recoge la historia vivida de un concepto con su correspondiente evocación de tradiciones, costumbres, etcétera.

Los marineros mediterráneos, sobre todo provenzales, solían utilizar la expresión de portu (estar de portu) para significar las temporadas libres entre salidas que pasaban alegremente en el puerto. Los hombres de mar se entregaban entonces a sus diversiones, plenas y exhaustivas, como les ha enseñado a actuar en la vida su maestro el mar. De ahí que por ser llamativos y acentuados esos ocios deportivos marineros, pronto se extienden, en un fenómeno semántico de «generalización» –de especie a género– a toda clase de diversión y pasatiempo ruidoso –juegos de azar, competencias físicas, ocios tabernarios, &c.–; y la palabra deporte adquiere ciudadanía y significación rotunda.

Esta es la otra interpretación filológica.

Ambas nos dan, en definitiva, un significado, más que semejante, casi idéntico; y lo cierto es que en el medievo provenzal [12] es donde tomó ciudadanía y de donde se extendió por Europa e Inglaterra.

Deporte significó originariamente diversión, pasatiempo, ocio, con manifestaciones más bien externas.

Consultando los modernos diccionarios para precisar su significación actual, advertimos que hay una acepción, precisamente la primaria, en la que convienen todos sin excepción: diversión, pasatiempo, recreación{5}. [13]

Quizá alguno afirme que él no da este significado cuando habla de deporte, y que tampoco hoy día se usa en ese sentido por lo general.

En primer lugar, es menester aquilatar los conceptos y ceñirse a la mayor exactitud lingüística posible, prescindiendo de interpretaciones particulares. [14]

Con todo, adelantemos una doble división, de la que hablaremos más adelante, y que puede aportar alguna luz a estos confusos:

Deporte puro y deporte espectáculo.

Deporte aficionado o amateur y deporte profesional.

Al significado básico de diversión añaden los diccionarios [15] distintos matices. Casares la hace sinónima de diversión al aire libre. Vox, lo mismo que la Enciclopedia Portuguesa e Brasileira, le da el matiz de prueba de agilidad, destreza o fuerza, que aprovecha al cuerpo y al espíritu. El Larousse le añade una «idea de lucha, sin fin utilitario inmediato».

Merriam y Westminster suman a los comunes el particular inglés de «chanza, burla, irrisión».

El Littré, Herder, Larousse, Enciclopedia Italiana, etcétera, al concretar con carreras, regatas, &c., introducen inequívocamente la idea de juego organizado con sus reglas fijas.

En general, comparando ediciones antiguas con modernas, se advierte una definitiva admisión de modernos significados: ejercicio físico, competición. El Herder y la Enciclopedia Italiana se hacen eco incluso de un sesgo práctico. Si bien Servadio (el autor del artículo en la Enciclopedia Italiana) parece contradecirse después al anotar como una de las características y tendencias fundamentales la ausencia de utilitarismo. (Se referirá –suponemos– a los utilitarismos inmediatos.)

Aparece claro el sentido agonístico, y algunos (Herder, Larousse, Enciclopedia Italiana) recalcan la presencia del factor record, o, al menos, superación.

Servadio enfrenta rotundamente el deporte de hoy al antiguo. Después, al anotar sus características, suaviza la antítesis, para concluir con un concepto comprensivo.

Evidentemente, si se quiere adoptar una posición extremista abogando por un nuevo concepto del deporte moderno, ceñido, independiente, se cae inmediatamente en un terreno inseguro, inconsistente, cuya principal inestabilidad radica precisamente en la mutilación injusta de que es objeto.

Es menester reconocer los nuevos modos del moderno deporte; pero sin dejar de percibir que la tónica, aun hoy, sigue siendo la de antaño.

El significado más directo de deporte continúa: recreación, diversión; revestido, eso sí, con el matiz de ejercicio [16] físico y competición organizada. Si se llama deportista (aunque muchos lo rechazan indignados) a un futbolista profesional, también lo es hoy, y en sentido más directo, el aficionado a andar en bicicleta, o a nadar, e incluso el que caza o el que hace alpinismo.

Estamos ante un concepto análogo, entendida esta palabra en su acepción escolástica. Hay un fondo de identidad significativa, cifrado quizá en la identidad de figuras lúdicas; pero ya las dos realidades designadas con el mismo término son diversas.

Sería un gran triunfo el que ambos campos llegaran a deslindarse de tal manera que nos topásemos con conceptos distintos para señalar cada uno de los dos fenómenos. Pero esto es ya utópico. El pueblo hablador dicta su realismo, y es el que en definitiva legisla en filología; hoy, tan deportista es el que se recrea en la liberal ascensión de una montaña como el que cobra millones por un fichaje. Si se quiere, llamemos a la primera acepción auténtica, y advenediza a la otra. Pero ambas son ya legítimas.

El estudio que sigue está elaborado sobre la primera, la más pura.

Abordemos un intento de definición que abarque tanto el género tradicional como la moderna especificación:

Divertimiento liberal, espontáneo, desinteresado, en y por el ejercicio físico entendido como superación propia o ajena, y más o menos sometido a reglas.

Divertimiento o distracción (di-vertere, dis-trahere) son conceptos que expresan: llevar a uno a otro sitio. No significan «sacarle de sí», como ha afirmado algún autor, puesto que esto es ontológicamente imposible y sólo en sentido metafórico suele usarse; sino sacarle de su objeto habitual, ordinario, y llevarle a otro objeto.

Ese otro objeto es la expansión desinteresada del espíritu y del cuerpo que se lleva a cabo por medio de ejercicios. Se distrae, se saca a uno de su objeto habitual llevándole a otro también proporcionado, que es el juego o pasatiempo. [17] El sujeto que saca puede ser el mismo que es sacado, y en realidad lo es.

Hemos entrado ya de lleno en las posesiones de un nuevo concepto:

EL JUEGO

Ante pocos conceptos queda uno tan perplejo como ante el expresado por el término juego. Nadie duda en afirmar cuando juega que está jugando; ante determinadas actitudes características de un grupo, asiente: juegan. Pero si se le pregunta: ¿qué es juego?, comenzará a responder con perogrulladas, luego con vaguedades, y terminará por reconocer la gran dificultad que entraña el intento de una respuesta satisfactoria.

La dificultad es extraordinaria. Bien lo demuestran los amagos de explicación que de los diversos campos científicos, psicología, biología, historia, filología, han surgido. Se buscan en pedagogía métodos de juego propicios para la educación; se tantea la relación y los límites entre trabajo y juego y la posibilidad de atraer aquél al campo de éste. Se metodizan los juegos, se clasifican. Pero el juego permanece señero, intocado. Como aquella arena maravillosa del Olimpo al cual los vientos no llegaban. Es una función sencilla al parecer, simplicísima. Y, sin embargo, se manifiesta con toda la complejidad exuberante de la vida.

«El juego constituye una categoría primaria de la vida que cualquiera reconoce de modo inmediato, una totalidad, si es que algo merece ese nombre.» Así afirma Huizinga{6}, el que más a fondo ha penetrado en la esencia del juego, y a quien principalmente seguiremos en esta obligada excursión por el terreno lúdico.

El juego es uno de los más radicales modos de ser humanos. [18]

Juega el infante con el sonajero; la niña juega a muñecas; el muchacho, al balón; los hombres, al ajedrez; o se hacen juegos de palabras. Todos juegan y, sin embargo, el juego ha sido empleado con muy diversos sentidos. En alemán, spielen se usa también en sentido directo para expresar la interpretación de una pieza musical, tocar un instrumento, representar un papel dramático, lo mismo que el francés jouer. El hervir de un líquido se dice spelen (jugar) en el holandés central. «¿Qué ha conducido a tamaña hipertrofia significativa? –exclama López Ibor–. ¿O, más bien, el lenguaje se ha mostrado aquí, como en tantas ocasiones, depositario de una honda, escondida y profunda sabiduría?»

Y no digamos nada de la amplitud metafórica. Se habla del juego de ruedas, del juego de los miembros; se juega en la Bolsa, a la lotería; los intereses se ponen en juego; unos muebles hacen juego con otros, y lo mismo los colores entre sí; juega el río y las cascadas, se juegan malas pasadas; incluso hablan de jugarse la vida.

Se afirma que los conceptos que más capacidad metafórica poseen son los que primariamente representan una realidad más honda, más rica, más elemental.

Un suceso lúdico fue el que despertó a Freud y le hizo revisar toda su psicología de la libido. Así elaboró una «metapsicología» en la que más allá de las fronteras de la libido, se encontraba la repetición. Esta nueva intuición fue inspirada por la reiteración en el juego de un niño. Libido y repetición; «eros y tánatos». Vida y muerte. He aquí los dos instintos polares de la vida. La solución –según Freud– a dos problemas estelares que han agitado la mente humana: el eterno retorno y la evolución creadora.

En el examen de este fenómeno hemos de partir de la observación directa de los hechos. «Es imposible sustituir la observación personal con un conocimiento bibliográfico, por completo que sea»{7}. El análisis nos descubrirá las características, [19] para después, con el golpe sintético intuitivo, poder recapitular, regresando a la simplicidad enriquecida con los datos del análisis.

De un grupo de jóvenes que juegan, de cualquier experiencia deportiva en nuestra vida pasada, colegimos:

1º El juego es, en primer lugar, un acto voluntario. El juego obligado deja de ser juego. Se podría discutir, con respecto a la espontaneidad del lanzarse al juego, si, más que actos voluntarios, no son muchas veces simples determinaciones espontáneas irreflexivas de una necesidad biológica. Respondemos que no por eso deja de ser voluntario. Que el hombre, a lo largo de su vida, tiene que jugar por necesidad, no lo negamos; más aún, es tesis que defendemos. Pero basta que a cada decisión de jugar aislada pueda reconocérsele el carácter de voluntaria, dictaminada por la libertad de lanzarse o de abstenerse, o la de escoger este o aquel juego –libertad de especificación–, para afirmar sin rodeos que el juego es voluntario. Esta noción se opone aquí simplemente al sentido de obligado como coacción física.

Prescindimos del acto deportivo en animales y niños pequeños, para quienes el jugar es una de sus funciones necesarias, aun como actos aislados. La Naturaleza les ha dotado de esta forma de vida. ¿Como entrenamiento necesario para el rendimiento normal posterior? ¿Como palestra de ejercitación física y funcional? ¿Como simple manifestación de plenitud biológica? No nos interesa aquí la respuesta. Nos basta admitir el hecho y reconocer la ausencia de voluntariedad. En realidad, el juego en animales y niños pequeñitos tiene un sentido análogo con respecto al de los jóvenes y adultos. Analogía que, probablemente, radica precisamente en esa falta de voluntariedad del juego animal.

2º El juego es desinteresado, intrascendente. Surge y se desarrolla en un mundo al margen de lo habitual. No se persigue con él ninguna utilidad, fuera del mismo juego en sí, pero siempre en forma inconsciente. Posee plena autarquía. [20] Se halla fuera del proceso de la satisfacción inmediata de necesidades. Interrumpe ese proceso. Se intercala como acción momentánea que transcurre dentro de sí misma y que se realiza por la satisfacción que encarna la propia acción.

Aunque, como consecuencia del juego, se obtengan muchos bienes, y en concreto se fomenten los juegos para el logro de esos bienes, no obstante, ése es un fin que se descubre y persigue desde fuera del juego, totalmente extrínseco: opuesto al fin primario y formal que determina una acción en la vida habitual de trabajo.

3º Paralela a esta característica, y en parte coincidente con ella, se halla otra idea fundamental y perfectamente observable en el juego. No es la vida ordinaria. «Es un modo de aislarse a una esfera de actividad temporal con una orientación propia.»

«Cuando me anunciaron la inesperada visita de mi hermana –escribía un recluso en el presidio de Mazas (Francia)– me pareció de pronto como si la sucesión del tiempo hubiese quedado cortada allí mismo. Un mundo diferente invadió mi espíritu: mi casa, mis familiares, los antiguos amigos, el paraíso sorprendentemente bello de la libertad… Se me agolpaba a la memoria con la hechizante e inasequible fascinación del mundo de las hadas y de los gnomos de los cuentos infantiles… No sé cuántas horas hablé con mi hermana a través de las rejas: cuatro, seis, diez… Aquello no fue tiempo; fue un mundo empotrado en otro. La acritud áspera de las paredes de mi celda me volvió a la realidad; la realidad pavorosa de mi condena; mi única realidad…»

Algo de esto tiene el juego. Es una sección de equis tiempo con la que se acorta la realidad. Es un vivir fuera de la vida ordinaria, en un mundo esotérico e impenetrable en el que campan unas reglas y una lógica y una dedicación asombrosas.

El hermano mayor, en son de burla, dio un puntapié a una de las sillas tumbadas con que los pequeños jugaban. [21]  «Tonto –le gritó uno de ellos–, ya has estropeado el motor de mi automóvil.»

Para aquellos niños, la silla tumbada era el automóvil, y que nadie se lo discutiese. El, en su vida real, bien sabía que no. Pero en aquel momento participaba del encanto de otro mundo, independiente en el tiempo y en el espacio, en el que él era dueño de dar a las cosas sus nombres y ellas se habían adueñado por completo de él. El pequeño jugador es otro Adán que, en el paraíso de su juego, va denominando por primera vez a las cosas por sus nombres.

4º «La limitación del juego en el espacio es más exacta aún que la temporal». Bien sea materialmente o con la imaginación, el jugador acorrala su recinto. En las relaciones entre los cultos sagrados de los pueblos primitivos y sus formas lúdicas es precisamente esta limitación espacial uno de los temas que origina más puntos de contacto entre ambos fenómenos.

El afán inconsciente de los jugadores por independizar su mundo ficticio del de los demás encuentra en este aparcamiento espacial uno de sus más poderosos aliados. Ya los niños buscan para jugar sus lugares preferidos, aislados lo más posible de otras personas. Esta separación no obedece solamente a la comodidad de no ser estorbados o a la idea, asimilada de los mayores, de no molestar, sino también a la necesidad que tiene el juego, por su naturaleza, de ampararse en el aislamiento psicológico; para lograr éste, espontáneamente se busca el retiro físico espacial en cuanto es posible.

5º Afirma Huizinga: «El juego adopta una configuración estable como forma cultural». Realizado un juego, permanece en la memoria como creación o tesoro espiritual; es transmitido y puede ser repetido en todos los tiempos. La coincidencia sorprendente entre juegos infantiles de regiones remotas habla con elocuencia de esta particularidad de la erección como forma cultural de las expresiones lúdicas. [22] La posibilidad de repetirse es una de las características más esenciales del juego.

Se traslada un muchacho a vivir a otra ciudad. Encuentra allí muchos de los juegos que practicó en su domicilio. De pronto observa una variante en uno de ellos. Inmediatamente lo hace notar en voz alta: «Pues allá lo hacen así.»

Aquella forma de jugar, quizá producto de una espontánea improvisación, adquirió categoría de regla intocable. He aquí lo sagrado del juego, que dentro de su mundo opuesto al serio de la vida ordinaria, adquiere una interesante seriedad.

6º Todas las formas más desarrolladas del juego cabalgan ya sobre estos estamentos de las normas estabilizadas, los elementos de repetición, y un nuevo rasgo, más positivo todavía si cabe que los vistos hasta ahora: el orden.

En los recintos sagrados del juego reina un orden característico. El juego realiza, en un mundo imperfecto y en una vida confusa, una perfección temporal limitada. Las reglas, más o menos explícitas, la lógica con que todo se deriva, crean un orden absoluto.

Y aquí avizoramos un signo nuevo que eleva el juego a la más excelsa categoría como fenómeno vital íntegro. El juego es creador de estética, porque se fundamenta sobre el ritmo. En el juego hallamos los efectos y al mismo tiempo constitutivos de la belleza: «tensión, equilibrio, compensación, relevo, contraste, variación, unión y desunión». El juego está empapado de las dos condiciones más notables que el hombre puede observar en las cosas y expresar: ritmo y armonía.

«En el principio era el ritmo», exclamaba Schumann, hechizado por su fascinante profundidad. El ritmo es proporción, equilibrio.

Ya entre los filósofos presocráticos hubo uno que creyó encontrar el ἀρχή, principio y constitutivo esencial de todas las cosas, en un elemento nuevo: el ritmo. Se llamaba Pitágoras. Fue un gran descubrimiento. Dejaba todavía ignoto [23] e inexplicado el auténtico principio causal, pero había descubierto una de las formas constitutivas primarias del cosmos. El la mutiló al resolverla en última instancia a lo meramente cuantitativo. Hizo coincidir ritmo con número. El mundo de la cualidad, rítmico también en toda su esencia, quedó al margen del principio pitagórico. Pero el genio del gran matemático nos había hablado ya por primera vez de las excelencias del ritmo.

Sin ritmo nada puede existir: se destruirían los elementos al chocar en el caos de la arritmia; hay ritmo en el macrocosmos y en el microcosmos; en cada uno de los seres, en cada célula, en cada organismo, en cada mundo; hay ritmo y proporción en todos y cada uno de los unos y en la resolución sintética de ellos en unidades progresivamente superiores.

El ritmo es la característica que más acerca al principio de todas las cosas. En Dios no hay ritmo; puesto que es simple, y el concepto ritmo lleva implícita la pluralidad. Pero precisamente por el ritmo la pluralidad se simplifica, y en este tender a la simplicidad está su máxima perfección, su acercamiento a la unidad.

El juego está repleto de ritmo. Une y desliga, es vaivén de contrastes y de armonías; el juego cautiva. Es ya proverbial la frase: «Hay tres cosas que nunca cansan: ver correr el agua, contemplar las estrellas y ver jugar a los niños». Agua y estrellas; eternos símbolos de la simplicidad, de lo primario y de lo grandioso a la vez, precisamente por ser primitivo, ingenuo y puro. En el rango del agua y de las estrellas se encuentra el juego: lo simple, lo ingenuo, lo arcaico, casi lo eterno.

7º Modernamente se admite que la forma lúdica es de índole primaria, originaria, vital por excelencia frente a las formas de vida imperadas por el utilitarismo o por la reacción a las necesidades; éstas son consideradas formas secundarias. [24]

Me viene a la memoria aquel original ensayo de Ortega, que tituló Origen deportivo del Estado.

Afirma en él que la actividad original primera de la vida es siempre «espontánea, lujosa, de intención superflua; es libre expansión de una energía preexistente»; frente a las viejas teorías biológicas que hacían consistir en la respuesta a exigencias ineludibles y la satisfacción a necesidades imperiosas la actividad primaria de la vida.

No se ha producido el ojo «por la necesidad o conveniencia de ver para luchar por la vida frente al medio. La especie con ojos aparece súbitamente, caprichosamente diríamos, y es ella la que modifica el medio vital creando su aspecto visible. No porque hace falta el ojo llega éste a formarse, sino al revés, porque aparece el ojo se le puede luego usar como instrumento útil. De esta manera, el repertorio de hábitos útiles que cada especie posee se ha formado mediante selección y aprovechamiento de innumerables actos inútiles que por exuberancia vital ha ido ejecutando el ser viviente».

«La utilidad –prosigue el ensayista– no crea, no inventa, simplemente aprovecha y estabiliza lo que sin ella fue creado.»

Y pasa de la vida orgánica al mundo de las acciones del hombre. «…Como este esfuerzo obligado, en que estrictamente satisfacemos una necesidad, tiene su ejemplo máximo en lo que suele el hombre llamar trabajo, así aquella clase de esfuerzos superfluos encuentran su ejemplo más claro en el deporte. Esto nos llevará a transmutar la inveterada jerarquía y considerar la actividad deportiva como la primaria y creadora, como la más elevadora, seria e importante en la vida, y la actividad laboriosa como derivada de aquélla, como su mera decantación y precipitado.»

La creación tiene un fin. Creada una especie, un ser, un órgano, tienden a realizar el suyo. Pero no surgieron por una motivación utilitarista preexistente, al modo como únicamente creen algunos reconocer el fin. [25]

«También el hombre es capaz de preguntar, es decir –concreta López Ibor–, de tener una actividad autónoma y tener la fruición del preguntar mismo, la fruición de la propia actividad… No siempre la pregunta corresponde al mundo y la respuesta al hombre como ser vivo»{8}.

En el estudio de los pueblos primitivos se descubre cómo las manifestaciones de cultura se desarrollan en formas lúdicas. La religión, las tradiciones y fiestas populares, la misma guerra estaban envueltas y manifestadas por la más alta expresión lúdica, espontánea y «lujosa», en una época en la cual, por no haberse creado todavía la sociedad necesidades artificiales, el sobrante biológico y anímico de los hombres se quemaba en la lujuriante hoguera del juego.

Y no sólo en las estaciones primitivas de la humanidad. Pueblos ya cultos y perfectamente desarrollados, como Grecia y Roma, depositan en la cadena de la Historia gran parte de sus riquezas en forma también lúdica o a través y por medio de los juegos.

Aparte de los Juegos Olímpicos, tenemos en la Hélade los nemeos, píticos, ístmicos, los fabulosos juegos pírricos, etcétera. En Roma llegaron a contarse en alguna época hasta 175 juegos repartidos en las distintas especies: gladiatorii, venatorii, etc. Destacaron por su celebridad los ludi romani, plebeii, apollinares, ceriales, florales, megalenses: los juegos augustales, capitolinos, fúnebres, accios, consuales, marciales, &c.

8º Se ha dejado intencionadamente para el final el análisis de una característica fundamental del juego. Viene a constituir una de sus propiedades más específicas. La tensión.

Tensión quiere decir inseguridad, probabilidad, todo ello como elemento dinámico. Es una tendencia a la distensión. Dado cierto esfuerzo, tiene que lograrse algo. [26]

Este elemento se encuentra en todas las manifestaciones de juego, los de representación y los de lucha. Desde una competición deportiva cualquiera, en la que se ventila una victoria indecisa, hasta un juego de azar, en mano todo de la suerte; incluso en la ejecución de un solitario con los naipes o en la solución de un rompecabezas se percibe esa emoción de la incógnita que debe ser resuelta, de la incertidumbre del resultado feliz o desgraciado. Esta emoción proviene de la tensión, es decir, de esa tendencia a conseguir algo –una distensión–, enfundada en probabilidad o improbabilidad; efectuada en forma de esfuerzo, que puede ser de muy diversa especie.

No es la tensión propiedad exclusiva del juego. Se halla en muchas otras funciones vitales al margen de él. Por eso, aunque antes lo hemos insinuado, no puede llamarse con propiedad característica específica del juego. Pero sí elemento constitutivo esencial.

La tensión pone a prueba la fuerza del jugador; su fuerza física y moral, su espíritu combativo, su habilidad, su ingenio, valor, espíritu de perseverancia; en definitiva, pone a prueba y revela su carácter. Puede que aquí tenga en parte su origen el refrán: «En la mesa y en el juego se conoce al caballero». Es, por consiguiente, un elemento que presta al juego cierto contenido ético. El jugador, que siempre debe intentar ganar, o solucionar la incógnita –tendencia a la distensión–, ha de mantenerse no obstante dentro de las reglas. Comienzan a entreverse aquí las grandes posibilidades que en la formación del carácter juvenil pueden encerrar los juegos.

JUEGO Y DEPORTE

Hecho ya el recorrido por los principales elementos constitutivos del juego, vamos a intentar una definición. Como ocurre al pretender definir cualquier función primaria y simple, [27] es menester, si se quiere evitar la tautología, más que una definición, una explicación por sus elementos integrales.

El juego se puede designar como una acción libre, espontánea, desinteresada e intrascendente, que, saliéndose de la vida habitual, se efectúa en una limitación temporal y espacial conforme a determinadas reglas, establecidas o improvisadas, y cuyo elemento informativo es la tensión.

Pierre Seurin, contraponiendo el deporte a la educación física, otorga a aquél como primerísima y esencial cualidad su carácter de juego{9}.

Esta afirmación –el deporte es ante todo juego– es la que se ha pretendido demostrar con el análisis del elemento lúdico. Por eso su examen puede sernos de gran valor para conocer a fondo el deporte.

No tenemos más que comparar las dos definiciones expuestas.

JUEGO

1. Libre, espontáneo.

2. Desinteresado, intrascendente.

3. No es la vida ordinaria.
 

4. Conforme a determinadas reglas.

5. Su elemento informativo
es la tensión.

6. ¿…?

DEPORTE

1. Liberal, espontáneo.

2. Desinteresado.

3. Diversión, distracción
(di-vertere, dis-trahere).

4. Más o menos sometido a reglas.

5. Lucha.
 

6. Generalmente en forma
de ejercicios físicos.

Las cinco primeras características coinciden. Queda sin encontrar correlación la sexta del deporte, los ejercicios físicos. [28] No hay duda. Hay muchos juegos carentes del menor ejercicio exterior; mientras hoy no se puede concebir el deporte sin la idea de algún ejercicio físico{10}.

En cuanto a la quinta propiedad del juego, la tensión, ha sido puesta como correlativa a la lucha. No es que coincidan, puesto que la lucha entraña una tensión específica. Pero la lucha, el elemento agonístico, inseparable hoy del deporte, se constituye en su tensión característica.

Ha quedado eliminada de la definición la erección del juego en forma cultural, porque consideramos este hecho más como consecuencia necesaria que como auténtico constitutivo esencial. Colocadas las características y supuesto que el juego tiende espontáneamente a regirse por reglas, éstas, y el orden logrado en el juego y las tradiciones consiguientes, habrán de constituirse en cultura. Es, pues, una consecuencia, más que elemento constitutivo. De todas formas libre es, quien no quede convencido por esta distinción, de incluirla entre los elementos de la definición.

* * *

La función del juego en las formas superiores reviste dos manifestaciones derivadas de los dos aspectos esenciales que lo constituyen. El juego es una representación de algo o una lucha por algo.

Representar, etimológicamente, significa volver a presentar. No es menester una repetición numérica. Muchas veces más bien implica una sustitución psicológica en forma de [29] reflexión consciente, o mejor, la conciencia refleja de la presentación.

Las niñas que juegan «a muñecas» o «a tienditas» son conscientes de que representan el papel de madres o amas de casa o de tenderas.

Probablemente este instinto de representación se enraiza en el afán de superación y de la afirmación del yo matizado por las tendencias o aficiones características del individuo. No cabe duda que juegan aquí un papel importante los móviles adlerianos resueltos en forma de compensaciones. El juego es un refugio, más o menos inconsciente, contra los impactos azarosos de la realidad, un cicatrizante de las dentelladas de la vida. Se representa algo distinto, algo más hermoso o más sublime, o más peligroso de lo que se es en la vida común; algo de lo que se quisiera ser.

La otra manifestación de la función lúdica es la lucha. Este tipo de juego es precisamente el que constituye el deporte.

Ambos aspectos, lucha y representación, pueden también unirse, de tal modo, que se represente una lucha, o se luche representando, o se establezca una competencia por ver quién representa mejor.

Dos equipos de muchachos juegan al fútbol. Juego manifestado en lucha; deporte.

Ahora estos dos grupos se denominan: uno, Real Madrid; otro, Atlético de Bilbao. Luchan representando a la vez; deporte con doble matiz lúdico.

Igual ocurre con dos jóvenes que corren en bici. Ante un repecho inician un sprint. Luchan: deporte. Pero uno grita: «¡Bahamontes!». Otro: «¡Gaul!». Deporte con representación. Y otros mil ejemplos.

Antes de concluir hagamos un último buceo, basados en otra elucubración de Huizinga: Se ha buscado a este fenómeno lúdico, tanto representacional como agonístico del deporte, una explicación causal. «La psicología y la fisiología se conforman con observar., y luego describir y explicar, [30] el juego de animales, niños y adultos. Tratan de establecer el carácter y la significación del juego y de fijar el lugar que le corresponde en el plano de la vida. Su investigación científica admite que ocupa un sitio destacado en ese plano, y que incluso desempeña una función necesaria y aun indispensable

Pero surgen grandes discrepancias al determinarse esa función biológica del juego. Se ha querido interpretar su origen y fundamento como liberación del exceso de energía vital (Spencer). Groos le confiere una espontánea y teleológica valoración de ensayo para la labor seria que la vida le exigirá después. La finalidad, para Schaller, no es otra que el simple recreo. Según otros, satisface una necesidad de distensión, o un afán de dominar o de competir con otros o reforzar el sentimiento del yo (Kohnstamm). La significación biológica del juego infantil, según Carr y Stanley Hall, reside en un estímulo del crecimiento, que acaso sirve al desarrollo del sistema nervioso. El mismo Stanley Hall lo configura como rudimento de formas anteriores de actividad, presentadas según el principio filogenético de Haeckel. Buytendijk descubre en él sustancialmente un afán primario de movimiento actualizado en los impulsos contrarios de libertad y unión. Hay también quien considera al juego como desviación inocua de instintos dañinos (Peters, Groos), o como satisfacción de deseos irrealizables en la realidad, el paraíso del como si (Claparède). Para Bühler el juego es en esencia «una formación de funciones».

Se pueden admitir todas estas opiniones como explicaciones parciales. «Si una de ellas fuese satisfactoria –afirma   Huizinga–, tendría que excluir a las demás o abarcarlas y comprenderlas en una unidad superior.»

«Todos esos ensayos de explicación tratan el juego con los métodos de medición propios de la ciencia experimental, sin prestar primero la atención a su profundo carácter estético. La cualidad primaria del juego queda inexplicada. Frente a cada una de esas explicaciones sigue en pie la pregunta: [31] Conforme, pero ¿en qué consiste realmente la gracia del juego?, ¿por qué grita el infante de placer?, ¿por qué se encapricha el jugador con su pasión?, ¿por qué arrastra un campeonato a una multitud de hombres al paroxismo? Ningún análisis biológico explica la intensidad del juego. Y, sin embargo, su esencia, su peculiaridad consiste precisamente en su intensidad, en su capacidad de enajenar a alguien.»

«La Naturaleza también hubiera podido dotar a sus criaturas de todas esas funciones útiles de descarga de energía, distensión, preparación y compensación en la forma de ejercicios y reacciones puramente mecánicas. Pero no, nos dio el juego con su tensión, su alegría y su diversión. Este último elemento, lo grato o ameno del juego, se sustrae a todo análisis o interpretación lógica». La teoría del recreo de Schaller es casi pura tautología.

De todas las explicaciones apuntadas, nos acercamos sobre todo a una como a la más comprensiva, aunque no llegue a ser adecuada{11} y exhaustiva: el juego satisface una necesidad de distensión.

Precisamente señalábamos en él una cualidad dinámica, la tensión, que pretendía terminar en distensión. Aun circunscribiéndonos a la vida psíquica, aparece claro este fenómeno. Consideremos, por ejemplo, el ansia innata de felicidad que siente el hombre. La contingencia de su ser pone el sello fatídico de la limitación. El hombre no puede lograr esa felicidad perfecta que anhela. Ya existe una tensión. El anhelo –tendencia a una distensión perfecta– prosigue, pese a esa limitación y a la tendencia consiguiente. La naturaleza tiene entonces que buscar algún escape a esa progresiva tensión. ¿No será el juego uno de ellos?

Descendamos un poco del peldaño metafísico y concretamos. Ese ansia de felicidad cristaliza en multitud de vivencias distintas. Afán de mando, deseo de comodidad, [32] ansias de amar y ser amado, inquietud científica, &c., todas ellas apetencias arcaicas, y, en resumen, una más genérica: necesidad de afirmar la propia personalidad. Nuestra contingencia pone la limitación, y la personalidad no se afirma lo suficiente; no mandamos como querríamos: no vivimos como tantas veces hemos deseado; no somos amados como hemos soñado. El desequilibrio ha producido la tensión. La naturaleza otorga entonces una oportunidad de evasión, el juego, que, por medio de otra tensión de signo contrario, parece acercarnos a la distensión soñada.

Pueden, pues, reducirse a esta necesidad de distensión muchas de las otras explicaciones causales del juego que enumerábamos, la «necesidad innata de hacer o ensayar algo», el «afán de dominar y el de competir con otros», la determinación a «satisfacer deseos irrealizables en la realidad», y quizá también el «instinto congénito de imitación».

El «homo ludens» y el «homo deportivus»

Lo indubitable y definitivo es que ese fenómeno tan curioso del juego, en su doble manifestación, agonal y representacional, está íntimamente enraizado en la naturaleza humana, ha compartido con ella su historia y le ha acompañado en sus vicisitudes, en su expansión. Ha triunfado donde han triunfado las grandes culturas.

Homo ludens titula Huizinga su gran obra del juego como elemento de la cultura. Hugo Rahner, con su Der Spielende Mensch, inicia una auténtica teología del juego, arrancando, según frase textual suya, de la última página de Huizinga. Es que, evidentemente, se pueden colocar en paridad el homo sapiens y el homo ridens de los filósofos con el homo religiosus y el homo ludens. Todo hombre es capaz de risa, y tiene que jugar alguna vez. Propiedades metafísicas ambas, inseparables de la naturaleza y que lleva el hombre escritas en su rostro, cuya boca se ensancha para reír y cuya proporción es un salmo de armonía y ritmo que [33] nos habla del juego eterno del equilibrio y de la estética; allí se recreó Dios en un ludus inefable. Si ya la Escritura nos presenta la Sabiduría creadora ludens in orbe terrarum, cuando creaba de la nada las esferas del mundo, cuál debió ser el deleite de su juego cuando creó al hombre, el más perfecto de la creación. Fue un acto de vital exuberancia, desprendido, carente de utilitarismos, aunque sí tuvo un fin concreto. De las funciones del hombre parece que es precisamente la lúdica la que le otorga rango de Prometeo. «El hombre –dice Wieland– es sano de cuerpo y alma cuando todas sus ocupaciones espirituales y corporales se le convierten en cosa de juego». Por el juego nunca es rastrero, materialista, ambicioso. Sólo cuando huye de él o lo tergiversa. Desgraciada humanidad cuando los tiempos sean tan hoscos y tan apremiantes las necesidades de la subsistencia que de la mirada aterrada de los hombres haya desaparecido la luz regocijante del homo ludens. Si la vida llegara a ser tan seria que el hombre dejase de jugar, es que estaba cercano el fin, porque dejaba de ser hombre. Aquí aquello de Schiller: «El hombre es hombre completo cuando juega.»

Tras demostrar la casi identidad de juego y deporte, con la única especificación agonal con respecto al segundo, aparece casi obvia aquella afirmación: el deporte es una propiedad metafísica del hombre.

El juego es imprescindible en el hombre. Siempre que éste exista llevará en su misma naturaleza el dinamismo lúdico, manifestándose bien como lucha (deporte), bien como representación. Esta disyunción, como ya hemos apuntado antes, no supone una oposición exclusivista. Son más bien aspectos complementarios. Muchas veces se entremezclan y llegan a fundirse en un único tipo de cualidad lúdica. Hasta se puede afirmar que el mismo juego representacional no puede verse libre de algún aspecto agonal. La tensión, el elemento que más fácilmente desemboca en forma de lucha, siendo casi privativo de este tipo de manifestación, se da en todo juego, aun en el representacional. El origen psicológico, [34] y quizá biológico, de este último, se produce también o por la necesidad de distensión o como liberación del exceso de energía vital; probablemente ambos a la vez. El cauce normal para lograr la distensión es cierto linaje de tensión de signo liberador o compensador. El exceso de energía vital produce, a su vez, una tensión, puesto que donde hay exceso hay desequilibrio, y el desequilibrio engendra tensión. Por todas partes, pues, se descubre que ésta no puede estar ausente del juego de representación. Por consiguiente, en todo tipo de juego existe en alguna forma el factor agonal, deportivo.

Aparte de esta argumentación, la experiencia histórica enseña que siempre han aparecido las manifestaciones lúdicas en su doble faceta. El juego deportivo y el juego representativo han vivido con el hombre, como dos esferas de un reloj, inseparables y perfectamente sincronizadas.

Junto al homo ludens, y como hermano menor, podríamos colocar al homo deportivus. También éste ha tenido que estampar su sello en los pergaminos de la Historia. Su mirada ingenua ha conocido todas las culturas, los viejos clanes y los modernos estados, los potlach primitivos y los decantados campeonatos modernos.

Hoy es tal su presencia en la sociedad que, pasando del terreno metafísico al de la tipología psicológica, podría parangonarse con las célebres «formas de vida», de Spranger. Junto a los hombres «teorético, económico, estético, social, político, religioso», cabe un tipo eminentemente deportivo. Hay un modo deportivo de concebir la vida perfectamente enrolable en las formas fundamentales de legitimidad espiritual. Si en la misma ciencia, en el arte, en la filosofía, en la poesía, hasta en el derecho, es decir, en toda manifestación humana con algunos aspectos de lujo cabe reconocer un latido deportivo, todavía hay más: hoy podrían descubrirse modelos íntegros de ciencia, arte, poesía, filosofía, que aceptarían el atributo genérico de deportivas. Con respecto a la ciencia, no hace mucho señalaba Laín Entralgo que, [35] junto al tipo de sabio-sacerdote va apareciendo el del sabio-deportivo, el hombre que contempla las ultimidades con despreocupación de penultimidad. Algo semejante sucede en otros campos de la vida. No sabemos si como consecuencia reactiva o como simple producto concomitante del moderno sentido angustioso de la vida, se advierte en el hombre una tendencia descongestionante, liberativa, de aparente marcha centrífuga, pero que tiende a descansar en una cabal conciencia del yo; de un yo libre, en el cual se asientan márgenes de paz, riberas no necesitadas; un yo consciente de su autogerencia. De lo íntimo surge un manantial de sentirse lúdico, que acaba rociando toda la actividad del sujeto. Es un humor que dona singular transparencia a toda la vida.

Esta realidad –o incógnita, si se quiere– del «homo-deportivus», nos invita a ulterior investigación bajo tres aporías:

Su entidad. ¿Qué hay dentro del ser deportivo del hombre como tal? Recio y sugestivo camino metafísico.

El tipo de hombre deportivo. ¿Qué «conexión de sentido» (siguiendo a Spranger) actúa en su visión y contacto con la realidad? En qué círculo del yo podrá ser descubierto, o si supone una trascendencia de los varios círculos. Arduo problema de psicología diferencial.

El hombre deportivo en la sociedad. Impacto deportivo en la actualidad. ¿Nuevas formas culturales de convivencia? Quehacer de la sociología cultural.

José María Cagigal

———

{1} Entendida esta palabra en su acepción filosófica más rigorista.

{2} El espectador, «Revés de Almanaque», o. c., II, 732, 3.

{3} Nuestro Occidente deportivo, «Razón y Fe», julio 1955.

{4} Tomado de A. Vuillermet, La juventud y los deportes.

{5} Citamos el texto íntegro de varios diccionarios españoles y extranjeros:

«Diccionario de la Lengua Española, 1956» (Real Academia).
Deporte (de deportar, 3ª acepc.): Recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre.

«Enciclopedia Espasa».
Deporte: Recreación, pasatiempo, placer, diversión. –Ejercicios físicos.

«Diccionario Ideológico de la Lengua Española». Julio Casares.
Deporte: Recreación, juego, ejercicio físico o diversión al aire libre.
Y en la parte analógica: Sinónimos de deporte o muy relacionados: Sport, deportismo, diversión, fiesta, record.
Perteneciente al deporte: Carrera, salto, natación, &c.

«Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española». Vox.
Deporte (del ant. deportar, descansar, divertirse): Recreación, pasatiempo, generalmente al aire libre. –Juego o ejercicio en que se hace prueba de agilidad, destreza o fuerza que aprovecha al cuerpo y al espíritu.

«Littré-Beaujean».
Sport: Todo ejercicio al aire libre, tal como las carreras de caballos, regatas, montería, caza, pesca, esgrima, &c.

«Larousse du XXe Siécle».
Sport (palabra inglesa : forma apocopada de disport, palabra tomada del antiguo francés desport, juego, entretenimiento): Ejercicio físico intenso sin fin utilitario inmediato, practicado con idea de lucha; superar dificultades naturales (ascensión de montañas, descenso de curso fluvial en canoa, &c.), vencer adversarios (lucha, boxeo, &c.), aventajar competidores (carreras, concursos diversos) o sobrepasar equipos adversarios (deporte de equipos), superar.

«Vocabulario della Lingua Italiana». Fanfani.
Diporto: El pasear por recreación y pasatiempo, paseo. Extens.: Recreación, solaz, diversión.

«Vocabolario Italiano della Lingua Parlata». Rigutini.
La misma significación que Fanfani.

«Merriam Dictionary».
Sport: rust. (La abreviatura de desport = entretener.)
1) Aquello que divierte o entretiene: Juego, diversión, entretenimiento.
2) Mueca: Chanza, alegría burlona, burla.
3) Aquello con lo que uno juega o se entretiene. Juguete.
«Nunca un hombre aparece más menguado que cuando es juguete (sport) de sus pasiones» (J. Clarke).
4) Una diversión campestre, como la caza mayor y menor, pesca o cosa parecida.

«Westminster Dictionary».
Sport: Juego, diversión, competición, chanza, diversión campestre; como caza mayor, cetrería, pesca, &c.; un tipo simpático (de uno y otro sexo), persona honesta, sincera.

«Der Grosse Herder».
Sport, der (ingl. del antiguo latín disportare; del antiguo francés desport), significa juego, distracción, capricho. Hoy, como habilitación (fortalecimiento, tonificación) del cuerpo, en oposición a gimnasia y juego, es la disciplina de los ejercicios corporales en la que los resultados medibles están en primera línea. (Los ingleses y americanos llaman fair play a la intención con que se debía ejercitar el deporte; juego caballeresco en el cual el adversario no es perjudicado o vencido en forma deshonrosa.
El deporte constituye un adiestramiento moderno, teniendo en consideración los riesgos que amenazan a la actividad unilateral en la profesión, y proporciona distensión (relajamiento) y también descanso del espíritu. Como vínculo entre los pueblos el deporte ha asumido hoy una misión perentoria. Los Juegos Olímpicos promueven la idea de medir las fuerzas de los pueblos en campeonatos pacíficos.
El deporte se divide en atletismo ligero, atletismo pesado, lucha, tenis, natación, deporte acuático, deporte de invierno…
Hay estricta diferencia entre el deporte aficionado (amateur) y el deporte profesional.

La «Enciclopedia Italiana» trae un artículo más extenso, cuyas ideas principales son:
1) El moderno concepto del deporte es distinto del antiguo. La diferencia radica en el sentido ético-religioso que tenía en la antigüedad frente al práctico de hoy. Modernamente ha adquirido un doble enfoque: Sirve al cuerpo y a la mente.
En los tiempos más recientes, última transformación: a) Valoración práctica y profesionalística (records, profesionalismo deportivo, deporte, espectáculo). b) Incorporación del deporte a la personalidad del individuo, de forma que ha venido a constituir «un modo de ser».
2) Tendencias o características del deporte moderno:
a) Ausencia de utilitarismo. Como en el juego. El beneficio que puede reportar es secundario.
b) Artificiosidad. Subordinación a reglas y limitaciones, voluntariamente aceptadas, y fijadas arbitrariamente, por convención.
c) El agonismo. Sin contienda o sin deseo de emulación no existe deporte. Por consiguiente, alpinismo, caza, &c., no son propiamente deportes.
d) La especialización. La exageración de cada una de estas tendencias conduce a degeneraciones cuyo ataque ha sufrido ya el deporte actual.
3) Psicología del deporte:
El estudio psicológico experimental y psicotécnico en cuanto a las aptitudes específicas, control, &c., puede ser de gran utilidad.
[Sigue un conciso estudio de las tendencias que mueven al deportista, al público, &c., hecho a través de las teorías psicoanalíticas.]

«Grande Enciclopedia Portuguesa e Brasileira».
Desporto: Divertimiento, recreación, jolgorio; esparcimiento, entretenimiento.
Especialmente el conjunto de ejercicios que tienen como fin desarrollar la fuerza muscular, la agilidad, la habilidad y el coraje, mayormente cuando se practican al aire libre y cuando contienen elementos de emulación, como concursos, desafíos.

{6} Homo ludens. Lisboa, 1943, 17.

{7} Buytendijk, El juego y su significado. Madrid, 1985.

{8} Significación psicológica del juego y deporte en la educación y la personalidad, en «Atenas», agosto 1954.

{9} L’education physique et le sport. «L’Homme sain», marzo 1956.

{10} ¿Qué se dirá entonces del ajedrez y otros similares, considerados como deportes? Una de dos: Si ese tipo de juego se admite dentro del deporte, entonces la diferencia específica del deporte con respecto al género juego es la lucha; y los ejercicios físicos no pasan de ser una cuasi-propiedad no del todo imprescindible. Admitiendo esta hipótesis es como hemos colocado la palabra generalmente en la definición.

Si no son admitidos, entonces la diferencia específica radicará en la ejercitación física, pasando la lucha a una simple propiedad.

{11} Entiéndase esta palabra en una significación primitiva.

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