Filosofía en español 
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Santiago Galindo Herrero

Alférez provisional de Infantería

Franco no ha sido vencido

Franco, único vencedor del comunismo en los campos de batalla. No es una frase. Es una realidad. Una realidad que no ha sido olvidada por los que hubieron de sufrir el duro peso de la derrota. Por eso, los componentes de las Brigadas Internaciones que –soldados vencidos– ocuparon el poder en sus respectivos países tras la Segunda Guerra Mundial, no olvidaron ni perdonaron que tuvieron que huir vergonzantemente de nuestro suelo, con el amargor de llevar a cuestas, por siempre ya, su derrota. Como tampoco lo han olvidado los políticos del Frente Popular, ni los escritores epígonos de los comunistas que sufrieron el desconsuelo de ver perder a sus amigos y correligionarios.

Los cercos internacionales forjados por todos éstos para descargarse de su derrota, superar el recuerdo de los sinsabores pasados y vengarse del humillante fracaso no tuvieron validez, se disolvieron como vaporosas nubes y en la cumbre del país, a su frente, continuó Francisco Franco.

Cuarenta años seguidos han debido conformarse con ver, saber y sentir a quien fue su vencedor, rigiendo las naves de esta vieja nación, que conoció muchas invasiones, asimiló lo asimilable, y arrojó más allá de sus límites a lo que resultaba inasimilable: los desechos y los residuos. De aquí la expulsión de los componentes de las Brigadas Internacionales.

Durante estos cuarenta años los ataques que sufrió el Gobierno de Franco vinieron de todos los frentes: de los enemigos vencidos; de los falsos amigos, cobardes y aprovechados, que pensaron –tantas veces– que lo mejor sería acomodarse a lo que pudiera venir para seguir siendo dirigentes; de quienes no conocieron –no quisieron conocer– las razones de nuestra guerra y la juzgaron negativa o indiferentemente; de aquellos –y son los más respetables– a quienes la contienda marcó con huellas de dolor difícilmente salvables.

Una y otra vez se ha proclamado que el mando de Franco, por presiones externas, debilidades internas, el propio paso del tiempo, su estado de salud, acababa. No han faltado acciones armadas de mayor o menor entidad, cercos económicos, condenas internacionales, intentos de huelgas generales y de subversión, presiones diplomáticas, falta y sobra de lluvias, buenas y malas cosechas, épocas de escasez y épocas de mayor abundancia, amenazas, coacciones, atentados a personas y cosas, fallos de todas clases en instituciones y en hombres, campañas propagandísticas, bulos y rumores hábil e inteligentemente creados y propalados, desamparo por parte de los más llamados a ayudarle...

Sus más directos oponentes han afirmado que la situación cambiaría en cuanto desapareciera Franco, y que entonces sonaría la hora de su desquite, con lo cual venían a proclamar que la mera presencia física del Generalísimo era suficiente para que sus designios no pudieran llevarse a cabo, y así mitificaban ellos mismos, y en grado sumo, su figura.

Francisco Franco, mi general desde que tuve quince años, mi general de siempre –lo proclamo orgullosamente–, no ha sido vencido jamás. Ni política ni militarmente.

Ahora, cuando su vida se ha apagado, cuando ha sido vencido por la muerte, obedeciendo a los inexorables designios de Dios, nadie, nadie, nadie puede alzarse con la victoria sobre su vida y su obra. La frase hecha «invicto Caudillo» es ya una realidad histórica, que no se puede borrar.

La idea de que Francisco Franco vivía ha vencido, por sí misma, las maquinaciones y afanes ambiciosos de los grupos y de las personas, hasta el punto de que los más irreconciliablemente enemigos han tenido que referirse en sus planes de acción al hecho, escapado a su voluntad y deseos, de la desaparición del Generalísimo. Ahora pueden celebrar como quieran su muerte los vencidos, frustrados, impotentes, envidiosos, pero cuanto más gozosamente lo hagan más claramente darán prueba de su pequeñez de espíritu, de su falta de poder y valentía. No, no han podido con él, nadie le ha echado, nadie le ha quitado, nadie le ha podido, nadie le ha vencido. Sólo Aquel que está sobre todos, los hombres y las naciones.

Mi general, el general Francisco Franco, no ha sido vencido jamás. Qué orgullo para sus soldados, para quienes siguen, y sigan, fieles a su memoria. S. G. H.