Filosofía en español 
Filosofía en español


Luis María Ansón

Baza de oros

Terminé hace unas semanas, tras una lectura tranquila, meditada, interesadísima, la última obra de Julián Marías: Los españoles. Mi impresión primera es que nos encontramos ante un libro importante, ante un gran libro. El pensamiento de Marías ha granado aquí con madurez estival. Es rico, luminoso, lleno de cielos claros, de generosidades y silencios. Este libro no ha podido escribirse con luz artificial, entre erudiciones de despacho y bibliotecas. En sus páginas se agolpan muchas horas de meditación al aire libre, mil ideas que vienen de hablar con el mar y con el viento, de andar caminos solitarios en las noches desnudas de estrellas. Julián Marías ha tallado su prosa en cristal de roca y le ha dado sus transparencias, sus durezas, sus suavidades. El intelectual abnegado, el filósofo, se ha entregado a la búsqueda de la verdad, y en todas las frases, en todos los juicios, en todas las palabras se adivina la más admirable sinceridad.

Al libro de Julián Marías me unen tantas afinidades como discrepancias. Pero estas últimas son precisamente las que provocan en mí más admiración, porque ninguna de las afirmaciones contrarias a lo que yo pienso me han hecho daño, han rozado mi sensibilidad, me han herido. No he encontrado en el extenso libro de Marías un solo rasgo de agresividad, ni una invectiva, ni un ataque violento. De sus páginas resbala la ecuanimidad, la sencillez, el afán de diálogo, la búsqueda de luz. El libro de Julián Marías proporciona un rico caudal de sugestiones e ideas desparramadas en mil direcciones: filosofía, ciencia, arte, historia y filosofía de la historia, crítica, filología, humanidades. En un campo tan fértil resulta difícil seleccionar una espiga, pero tal vez los capítulos más importantes sean los que estudian la cultura de los últimos veinte años. El análisis de una de las vetas intelectuales de las dos pasadas décadas aporta un acervo deslumbrador de realidades. «En España –dice Marías– se han escrito en los veinte años que van desde 1939 a 1959 varias decenas de libros excelentes, tan buenos como muchos del período inmediatamente anterior, libros que quedarán y cuya lista será repasada con asombro dentro de cincuenta o cien años por los que hayan creído, como tantos creen hoy, que España se ha esterilizado.» Cita el autor de Los españoles las últimas obras de Baroja, Azorín, Menéndez Pidal, Gómez Moreno y los trabajos más capitales de Ortega, publicados en los últimos años. También han aparecido en este período muchos libros de D'Ors, el de Zubiri, la gran obra de historia del arte de Lafuente Ferrari, libros esenciales de Marañón; la obra casi íntegra de Laín, Carballo, López Ibor y Granjel, y una buena porción de la de Américo Castro, Madariaga, Sánchez Albornoz, Lapesa, Fernández Ramírez, Díaz Plaja, Gili Gaya, Guillermo de Torre, Valdeavellano, Blecua, Gaya Nuño, Camón, Díez del Corral, Maravall, García Pelayo, Morente, Gaos, Ferrater Mora, María Zambrano, Aranguren, Vela, Asín Palacios, Zulueta, Zaragüeta; y la poesía de Salinas, Guillén, Alberti, Aleixandre, el magnífico Dámaso Alonso, Rosales, Ridruejo, Vivanco, Panero y otros muchos que cita Marías en los distintos campos literarios desde la crítica a la novela. Y durante todo este tiempo, afirma agudamente el ensayista, «no se ha conseguido imponer a la opinión un solo prestigio falso, quiero decir que el público conserva un agudo discernimiento de los valores».

En una obra tan densa y heterogénea como Los españoles se hace difícil entresacar las características que para Julián Marías definen al homo hispanus. Algunos juicios son singularmente agudos: «El español ha sido siempre –y es todavía– uno de los hombres más fácilmente dispuestos a jugarse la vida; la historia entera de España lo atestigua. Pero tiene cierta pereza para jugarse algo que sea menos que la vida.» La preocupación de los intelectuales por España –en especial los del 98– está también certeramente señalada. Al hablar de Menéndez Pidal, Marías dice que se ha pasado la vida descubriendo a España no sólo «entre manuscritos y polvorientos legajos notariales, sino en los campos, en las aldeas, en el romance que recita la vieja, en la canción del arriero distraído por los caminos de Castilla, Asturias o Andalucía, en el cristal sonoro que pone la moza junto a la fuente, mientras se llena su cántaro».

La preocupación de España se completa en el intelectual español con la preocupación religiosa. Un sector de católicos españoles siente, desde muy antiguo, la necesidad de «combatir al enemigo». Si no lo hay, dice Marías, se lo inventa. La agresividad y el extremismo no han podido, sin embargo, barrer la preocupación religiosa del intelectual hispano. «Los españoles que hacen profesión del pensamiento y, en general, del cultivo de las disciplinas de la inteligencia se sienten todavía profundamente vueltos hacia el catolicismo; pero necesitan la posibilidad de afirmarlo independiente, limpio, sin vinculaciones utilitarias, sin oportunismos, religiosamente exigente, exento de odio y rencor y lleno de caridad, revestido de fe y de buena fe, abierto a la comprensión, que sea un estímulo y una promesa, que favorezca la justicia y la investigación de la verdad en lugar de volverles la espalda.» Este afán de comprensión es general en toda la gran intelectualidad europea. En La Chute, Camus escribía: «Los hombres habían metido a Nuestro Señor en el desván, después de haberle relegado al sótano; y no tardarán en encaramarlo a un tribunal, en el secreto de su corazón, y golpean, y, sobre todo, juzgan, juzgan en su nombre. El hablaba suavemente a la pecadora: "Yo tampoco te condeno"; sin embargo, ellos condenan, no absuelven a nadie.» Y realmente habrá que reconocer que el cristiano, en líneas generales, se convierte con gran facilidad en un policía moral que reprueba severamente en los demás lo mismo que él estaría dispuesto a hacer, si pudiera. A mi modo de ver, es éste un mal muy grave contra el que es necesario luchar. Graham Greene, de tan inmaculado fervor cristiano, coincide a lo largo de toda su obra con el «no juzguéis» de Camus. Y dice: «Si fuéremos al fondo de las cosas, ¿no tendríamos compasión incluso de las estrellas?»

Julián Marías, que es un intelectual generoso y flexible –el «sostenella y no enmendalla» es para él la actitud menos intelectual del mundo–, ha dado cima a un libro de calidad extraordinaria. Entre tanta hojarasca estéril como hoy se imprime y se premia, nos encontramos, por fin, con un fruto en sazón. Vale la pena transformar ahora la imagen de Valle-Inclán en su novela póstuma, porque Julián Marías, con su libro Los españoles, ha jugado una definitiva baza de oros en la historia de la cultura española.