Filosofía en español 
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Las profecías de Bertrand Russell

Allá por los años en que el régimen soviético daba sus primeros pasos, un escritor inglés, entonces casi desconocido, Bertrand Russell, hizo un viaje a Rusia. Vuelto a Londres, publicó un libro, producto de sus observaciones en aquel país. Este libró, The Practice and Theory of Bolshevism tuvo cierto éxito pero no despertó la alarma de nadie por la sencilla razón de que nadie o muy pocos en todo el mundo creían que el régimen comunista se estabilizaría en Rusia y menos que llegaría a constituir una amenaza universal.

Y justamente esto es lo que en ese libro, de contenido profético, venía a indicar su autor. Bertrand Russell, que andando el tiempo iba a obtener el Premio Nobel de Literatura, bien que haya sido siempre más ensayista y filósofo que literato, comprendió el hecho ruso con una clarividencia extraordinaria. Consignemos la fecha de aparición de la obra citada: 1921.

La Rusia de entonces tenía dos centros políticos en plena actividad: Moscú y Leningrado. Pocos años más tarde no hubo más bulbo de aquel Estado fuertemente centralista que Moscú, la capital del imperio de los zares hasta Pedro el Grande, quien en 1711 la instaló en Petersburgo. Con Stalin, espíritu de fondo medieval, Moscú volvió a ser cabeza nacional de todas las Rusias.

Stalin, al revés que Lenin, tuvo siempre antipatía por Petersburgo, tal vez por ser ésta la ciudad más europea de Rusia. Después de la muerte de Lenin, y ya ostentando Petersburgo el nombre de Leningrado en homenaje a Vladimir Ilich, creador del bolchevismo, Stalin se apresuró a elegir Moscú como sede de la nueva autocracia que él encarnaba.

Como símbolo del espíritu soviético, no cabe duda que la sombría fortaleza, entre tártara y bizantina, del Kremlin es más adecuada que el palacio de Invierno de Petersburgo. La traza dieciochesca y afrancesada de este palacio expresa bien, lo mismo que gran parte de los edificios monumentales de la ciudad del Neva, el afán europeizante no sólo de Pedro el Grande, y de Catalina II, sino de todos los Romanoff que les sucedieron en el trono.

Bertrand Russell estudió a Rusia en un momento trascendental. La revolución marxista había triunfado, y había triunfado en un país como Rusia, de inmensos recursos naturales y relativamente fácil a la organización industrial, lo que suponía consecuencias enormes para el mundo entero. Hay que tener en cuenta que Russell nunca fue un defensor incondicional del régimen capitalista. Siempre ha creído que muchos aspectos económico-políticos de ese régimen deben rectificarse en consonancia con las necesidades de la sociedad y de la vida moderna.

En La práctica y la teoría del bolchevismo anuncia su autor la influencia que el comunismo ejercería en Asia y la sovietización de China. He aquí sus palabras: «Toda Asia se halla abierta a las ambiciones bolcheviques. Toda ella es campo virgen para elevar su economía elemental en estructuras potentes. En China la absorción será fácil. La expansión soviética en Asia y en Europa es el movimiento natural de su desarrollo.»

Otra profecía de Bertrand Russell es la de la futura rivalidad de la Unión Soviética con los Estados Unidos. A su parecer, si Rusia no encontraba un freno en el exterior, al cabo de algunos años se constituiría no sólo en rival de la gran potencia norteamericana, sino en un peligro para el mundo. Y eso que entonces no se tenía la menor idea de las armas atómicas…

La tesis que acaba de sustentar Charles P. Wilson ante el Congreso norteamericano, mantenida, asimismo, por el almirante Radford, de que los Estados Unidos necesitan indispensablemente de Europa para el caso de una agresión soviética, porque por sí solos sucumbirían, está anotada también en su viejo libro por Russell. Realmente los pensadores sirven para algo, sobre todo si son buenos profetas. Lo malo es que los políticos ni siquiera suelen leer a los pensadores y que nadie sabe si las profecías son ciertas hasta que se realizan.