Filosofía en español 
Filosofía en español


Francisco Elías de Tejada

Clave extremeña de Donoso

Lo que salvó a Donoso de despeñarse en las banalidades europeizantes de la Europa revolucionaria fue su condición nativa de extremeño. Hace ya años que vengo sosteniendo la necesidad de contemplar aquellos borbotones de ideario como chorros del hontanar de mi patria; y cada día más, a medida que el comercio, con sus escritos y el horizonte campesino de este mi rincón de Extremadura, van aclarando sus perfiles, me reafirmo en la perspectiva de juzgar a Juan Donoso Cortés como a un hidalgo aventurero y desprendido, místico y luchador, que derramó por los eriales de las polémicas ideológicas del siglo XIX aquella su tremenda posibilidad de soñar imposibles españoles.

Extremeño, y extremado por extremeño, prende a sus ideas en la llama férvida y radical de su pueblo y esgrime la pluma como pudiera embrazar la lanza: al servicio de las Españas contra Europa, ni más ni menos que un soldado de la Contrarreforma. El deslumbramiento que Donoso Cortés produce en la Europa decimonónica consiste en que no es hombre del siglo XIX, que sus reacciones delatan tempero inconmovible en medio de una sociedad tambaleante, que cree en la Cristiandad derrotada de Westfalia por los antecesores de los mismos que ahora le admiran, que adopta delante de las cuestiones candentes una actitud cerradamente católica, sin la más mínima de las concesiones.

Era hombre de una pieza, que no topó en los crepúsculos la mano de Dios, pero que había leído en la Biblia el drama agustiniano de la lucha del día del bien con la noche del mal. Continúa en la línea de las Españas defendiendo a la Cristiandad contra Europa, frente a las dos extranjerizaciones que hasta entonces habíamos padecido: el absolutismo dieciochesco y el liberalismo ambiente. Y continúa la línea de las Españas con gesto inconmovible de santa intransigencia, prefiriendo perderlo todo a pactar con el error, igual que Felipe II prefería perder sus reinos antes que conceder nada a la herejía protestante.

Nunca fue doctrinario, pues que su doctrinarismo es la hoja de parra que encubre en las «Lecciones» del Ateneo el tránsito desde una apasionada postura de engaño revolucionario a otra postura de verdad tradicional, más apasionada todavía. Aquel su constitucionalismo es la etapa de transición en su evolución saltarina desde el jovencito pedante que ataca al carlismo hasta el portaestandarte de la tradición española.

Pocas veces recuerda a la tierra patria desde que saliera de ella. La memoria de su asistencia al entierro de Manuel Godoy o la meditación ante el cadáver de su hermano Pedro son flecos sueltos en aquel tapiz tejido con hilos de pasillos de Congreso y salones de Embajada. Mas Extremadura late vivamente en su radicalismo y en su sentido tradicional e hidalgo de las cosas. En Madrid, como en París o en Berlín, nunca fue más que un señor de Don Benito, parejo a tantos como los que todavía se hallan en cualquier lugar de la Serena.

Porque Donoso es hombre de temple fronterizo, recio y luchador en todo instante, lo mismo que Extremadura ha sido a lo largo de los tiempos pueblo fronterizo entre culturas diferentes: primero, en la época prerromana, entre la civilización tartésica y las tribus más rudas de la meseta; luego, en la Edad Media, entre el estilo aristocrático leonés de los conquistadores y el dulce individualismo de Andalucía; más tarde, en la Edad Moderna, quedando a la cuneta de la historia del mundo, cuando sus hijos quedan encerrados en el corazón de la Península, faltos de vías de comunicación, aislados del progreso cultural, hoscos en el ensimismamiento colectivo.

De cuyos tres momentos nace un tipo humano, arisco y batallador, puntilloso y noble, desprendido y recio, altivo y áspero, sin mengua de estar poseído por complejos de inferioridad cultural: tipo de rasgos extremistas en los que perdura la condición de extremo, que, geográficamente primero y psicológicamente después, caracteriza a la gente de Extremadura.

Es el propio extremismo radical, clave de la impresión que este embajador que gasta cilicios y amartilla herejes, causa en las mentalidades blandengues de la Europa liberalizada. Contra ese amodorramiento en la transigencia, la espada espiritual del marqués de Valdegamas es hierro armado en ofensiva de tenacidad heroica. «Os divertís –escribía una vez al conde de Raczynski– en formar Ministerios con la fantasía; que es, como quien dice, hacer castillos en el aire. Por lo que a mí toca es muy difícil que lleguen a ofrecerme el Ministerio en las circunstancias presentes, y absolutamente imposible que yo acepte, aunque sea ofrecido. Soy harto rígido, harto absoluto y dogmático para convenir yo a nadie y para que nadie me convenga a mí. Sé muy bien la necesidad imperiosa que todos sienten de transigir, de bordear, de ceder, para vencer los obstáculos; pero yo desprecio todo esto como otro desprecia la virtud.»

Puso ese temple hidalgo al servicio de la Dulcinea católica y en ese acierto se encontró a sí mismo al descubrir en sus venas la esencia virgen de las Españas. Y ahí se halla el secreto de su éxito. Es curioso ver cómo ninguno de nuestros escritores revolucionarios y europeizantes han calado jamás en los círculos culturales extranjeros, mientras que este varón radical y extremeño ha sido el español que más ha contado en Europa durante los últimos cien años. Si no existieran otros muchos argumentos, es lección que debiera servir de escarmiento a los mimetizadores para mostrarles cómo lo que el mundo espera de nosotros no es la refracción o el reflejo de determinadas ideas acunadas en Francia o en Alemania, sino la rotunda verdad de nuestra tradición política, la continuidad en aquel empeño de defender la Cristiandad caída contra la Europa en alza.

Donoso vio la tradición española desde su prisma extremeño y de ahí sus fallos y sus dudas. En intuirla entre las nieblas culturales patrias está la causa de que errara en la primera orientación de sus ímpetus y de que se viera forzado a ir depurando sus afanes en el espinoso calvario de un jacobinismo y de un doctrinarismo que nada tenían de hispanos, como si Dios hubiera procurado que en los obstáculos que halló en su búsqueda de la verdad debieran aprender sus paisanos la propia coyuntura, porque aquella pasión y aquellos impedimentos eran también cosa que le subía desde la entraña vital de Extremadura.

El dejo de converso que supera una larga serie de escalones de dolor aureola a Donoso con irisaciones de martirio espiritual; el fervor con que se agarra a la tradición al encontrarla en el postrero de sus empujones al pasado orna su recuerdo con certidumbres de maestría; la decisión con que izó la bandera de las Españas cara a la revolución europea señala su vocación de aventurero del pensamiento; el primado que otorga a la teología restaura una manera de la actitud vital de nuestros abuelos, harto olvidada; y su obra entera, como místico, profeta, vidente, recio, intransigente, e hidalgo, acusa la única presencia que en las encrucijadas universales ha tenido desde las jornadas imperiales de Carlos V la sobriedad adusta de Extremadura.

Bien se dibuja este horizonte desde mi rincón sin ruidos y sin pausas, donde los hombres mezclan monolíticamente el tajante individualismo andaluz con la bronca varonía de la meseta castellana.

Francisco Elías de Tejada