Filosofía en español 
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[ Felipe Aparicio Sarabia ]

Crónicas del Pacífico

Comentarios sudamericanos

Los periodistas de esta región del Pacífico han deslizado algunos comentarios relacionados con el Congreso de la Prensa latina, que ha actuado en Madrid sin la total cooperación del periodismo peninsular. La resistencia opuesta por quienes han entendido servir así de mejor manera sus sentimientos nacionalistas de hispanidad perfecta ha servido a los colegas de El Diario Ilustrado, de Santiago de Chile, por ejemplo, para hablar sin rodeos y lealmente. Conviene, por lo mismo, leer con cuidado las declaraciones del estimado órgano de publicidad para que en España se aprecie exactamente cuál es el modo de pensar de América respecto a la política seguida por nuestro país dejando de cultivar debidamente las relaciones espirituales con las pujantes naciones del Nuevo Mundo.

«El motivo de la oposición –dice– parece extraño y curioso a primera vista, pero se debería a que España nunca ha sido debidamente considerada en estos Congresos periodísticos. Los diaristas españoles, además, observan que en estas reuniones de carácter internacional no participa toda la Prensa iberoamericana, y, siendo España el centro y foco de las tendencias de cooperación intelectual entre la madre Patria y las naciones que sus hijos descubrieron y colonizaron, la tierra de Alfonso XIII debió figurar en ellos «prominentemente».
La queja de esos periodistas españoles –prosigue–corresponde a una triste verdad. La Península se mantiene aislada y distanciada de los países de este continente, que tienen su misma sangre, hablan idéntico idioma y conservan en su fisonomía general los rasgos mas salientes del carácter y del modo de ser españoles. En las Repúblicas sudamericanas se guarda afecto y admiración por la España caballeresca y tradicional, aquella de la época de los grandes conquistadores; pero se ignora y se desconoce casi en absoluto a la España de hoy. Tenemos una visión muy clara del pasado peninsular en su ambiente de poesía y heroísmo, pero esa misma visión se torna confusa e imprecisa cuando queremos reflejar las actividades españolas de esta hora. Y la culpa de esta anomalía perjudicial no es nuestra. Pertenece por completo, toda entera, a la madre Patria.»

El articulista se explaya para fundamentar su tesis, y dice seriamente, con expresión de hondo sentimiento:

«España, por cierta pereza ancestral, no se ha preocupado de establecer una corriente espiritual entre ella y las Repúblicas americanas, que son sus descendientes. Ha dejado que otros países latinos, Francia, por ejemplo, tomaran la iniciativa; iniciativa que por derecho propio pertenecía a la Península. Esto se ve mejor en la influencia literaria que sufren los intelectuales jóvenes. La mayoría de los nuevos escritores miran a París y tratan de seguir a los modernos autores franceses en sus extravagancias y audacias de todo género. Las revistas de arte, de literatura, de modas y aun de caricaturas ligeras que se editan en Francia se leen aquí en abundancia. Estamos saturados de cultura francesa en tal forma, que en el estilo de muchos periodistas actuales se advierten claramente los rastros de una influencia semejante. El sabor castellano de prosa rica y armoniosa ha desaparecido de esas producciones para dar paso al más puro estilo galo. Y España nada ha hecho hasta aquí seriamente por reconquistar un terreno que antes fue suyo y que ahora va perdiendo lenta, pero seguramente.»

La catilinaria continúa con esta franqueza digna de ser agradecida:

«Los escritores españoles, novelistas o redactores de periódicos, sobre los cuales pesa, en primer término, la responsabilidad de esta situación, no han querido ver hasta aquí los males que de ella se desprenden para su país. La llaneza y el vigor castellanos, que han resplandecido durante siglos en obras inmortales de la literatura universal, hoy se encuentran reemplazados por un deseo manifiesto de obscurecer el pensamiento, presentándolo en la forma menos clara posible. Se diría que los modernos autores españoles tratan por todos los medios de intrigar al lector con el fin de hacerle creer que se le dicen cosas de un profundo alcance y que debe reflexionar mucho durante la lectura. Y, en definitiva, sólo consiguen aburrirlo, porque el lector prefiere la claridad, la transparencia y el agrado que encuentra en las obras francesas, por ejemplo...»

Algo tan grave y tan exacto como lo que dejo reproducido es lo que un amigo del Perú me dice al hablar de estas cosas.

El amigo peruano me escupe esta andanada después de hojear en un salón de lectura diversos ejemplares de periódicos y revistas ilustradas de España:

–Resulta de una realidad asombrosa, pero ella es así. España, señor Bachiller, se ha convertido en una miserable colonia francesa. Vea usted. Esa Prensa de España no habla de otra cosa que de asuntos franceses. Teatro, política, modas, finanzas, arte, periodismo, novela. Los escritores españoles son los propagandistas gratuitos de Francia. Y luego se encrespan ustedes, los españoles, como canes combativos, cuando observan nuestra predilección por París, achacándonos una frivolidad que no poseemos y un despego a España de que no nos sentimos culpables, sin recordar que son ustedes con sus literaturas, con sus francesismo activos los autores de nuestros desvíos y de nuestras inclinaciones.

El Bachiller Alcañices
Valparaíso, Julio, 1927.