Filosofía en español 
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Artola, la pasión de la historia

Lola Mateos

No es fácil hacer una entrevista y lo es menos cuando se trata de transcribir una charla que repite charlas anteriores. No me es fácil hacer una entrevista a Miguel Artola, porque la charla se va deslizando hacia tópicos familiares. Nos conocemos desde hace muchos años, desde que yo empezaba mi carrera y él inauguraba su cátedra en Salamanca en 1960. Se supone que nos conocemos muy bien; cuando nos interrumpen, prosigue la charla y ya no nos acordarnos de la entrevista. Artola es mi maestro y ha venido a Oviedo para dar una conferencia sobre «Industrialización y desarrollo regional en España», que inicia un ciclo organizado por la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Oviedo y el Centro de Estudios y Comunicación Económica. Miguel Artola ha venido como historiador. Es historiador porque es catedrático en la Universidad Autónoma de Madrid, donde dirige el Departamento de Historia Contemporánea. Pero también porque ha escrito muchos e importantes libros de Historia: Los afrancesados, Los orígenes de la España Contemporánea, La España de Fernando VII, son ya clásicos. Cuando dirigió la Historia de España de Alfaguara, se encargó de la síntesis sobre La burguesía revolucionaria. Antes, su recopilación de Textos fundamentales para la historia había ya guiado a generaciones de estudiantes. El libro Partidos y Programas políticos, es su trabajo más amplio, más agotador y quizás más importante. Luego, cansado de la historia política fue a otros campos; sólo o en compañía: Antiguo Régimen y Revolución liberal, El latifundio, El Ferrocarril. Artola además ha escrito artículos, ha asistido a congresos, ha dirigido y dirige tesis doctorales, tesinas y trabajos de investigación histórica. Trabajos individuales y trabajos en equipo que él prefiere llamar de «grupo». En 1964, la Universidad de Oviedo organizó un simposio sobre el Padre Feijoó y su siglo, y Anota participó con una ponencia sobre Asturias en la etapa final del Antiguo Régimen, que fue el punto de partida de la serie La España del Antiguo Régimen donde aprendimos a investigar algunos de sus alumnos de Salamanca. El señorío de Buitrago y La Renta nacional de la Corona de Castilla, son libros escritos y firmados por sus alumnos de la Autónoma. Esto no es todo, pero tampoco me es fácil hacer su presentación. Somos muchos los que consideramos y llamamos «maestro» a Miguel Artola. Un poco en broma, claro, porque aunque le gusta, él no es partidario de las llamadas «Escuelas»:

• Las escuelas existen, e incluso hay una cierta debilidad hacia ellas, pero en su estricto sentido no tienen razón de ser. Tienden a convertir un grupo con ideas afines, en un círculo cerrado, estático donde esas ideas no se renuevan. El aire se va viciando porque, cuando aparecen sugerencias renovadoras, surgen problemas, tensiones que suelen acabar en desastrosos divorcios, no se puede ser infiel, suena a traición. Además, las personas tenemos tendencia a independizarnos, a afirmamos fuera de lo que puede acabar siendo un estrecho mundo familiar un poco asfixiante que corta las iniciativas. Esas situaciones no se deben mantener, es necesario salir, conocer otras cosas, contrastar, así todos salimos ganando. Una cosa que me preocupa, porque es ahora especialmente candente en nuestro país es la situación que se va a crear con la nueva ley de Reforma Universitaria. Con las Autonomías se van a ir institucionalizando esos círculos cerrados a los que se aludía antes. Aunque la situación sea temporal, coyuntural, como espero, será inevitable la aparición de un cierto provincianismo. La gente va a tener que pensar mucho el lugar donde quiere estudiar, porque va a ser difícil que salga de allí.

Por eso, Artola es maestro de discípulos repartidos por el país, unos profesores de enseñanza media, otros en universidades, unos de historia moderna, otros en contemporánea, unos en facultades de letras, otros en Económicas o en Políticas. Como maestro nos enseñó una concepción nueva de la historia, no de castas, linajes o batallas, sino una historia donde entraban Aristóteles y el Papa Gelasio, la revolución gloriosa y la fisiocracia, y la burguesía y la fábrica y los hombres… Una historia científica, total.

• No se trata de una historia total, esa es una palabra poco convincente, se trata de que la historia ha acabado por recabar el carácter histórico de la realidad en todas las parcelas de la actividad humana. Entonces sucede que hay un enriquecimiento de temas, una ampliación en los campos de estudio: Historia social, historia económica, historia de ideas, que corresponden a la tarea del historiador. Es una concepción distinta del objeto de estudio. Antes, el protagonista del pasado era el Estado, considerado desde dos vertientes casi exclusivas. Por una parte, el Estado representado por el Monarca con su corte y sus demás circunstancias, incluidas sus amantes, y por otra parte las relaciones internacionales, las relaciones con otros Estados, que se resumían en sus aspectos más espectaculares: la guerra y la paz. El paso importante se da cuando protagonismo del pasado lo consigue la sociedad entera, sus relaciones sociales y económicas, la lucha de la sociedad por el poder, los hábitos y costumbres del hombre, qué comía ese hombre y cómo lo cocinaba… Es lo contrario de lo que ha sucedido con la filosofía. En ese sentido la filosofía ha entrado en crisis, ha sufrido amputaciones en su campo de estudio: sociología, psicología, lógica matemática… Disciplinas que no existían como tales hace cincuenta años, ni como tales disciplinas universitarias ni en el terreno de la investigación. Los que hoy se dedican a ellas, de hecho no se reconocen a sí mismos como filósofos. La filosofía como madre de las ciencias se queda sin temas.

La filosofía madre de las ciencias, la historia maestra de la vida. Hoy en 1979 parece que las humanidades han entrado en crisis. No nos sirven para encontrar la energía que el mundo necesita, no resuelven los problemas inmediatos. ¿Para qué sirve la historia?

• Yo creo que la historia, como dice Goytisolo, ha de servir para que el hombre encuentre sus señas de identidad. Para que pueda reconocerse como individuo dentro de un grupo que tiene unas características concretas, características sociales, económicas, culturales, &c…, cuando el hombre llega a conocerlas, las coteja con otras culturas, con otros hombres y trata de explicar las diferencias que existen entre ellos. Pedimos a la historia que sea una palanca para poder cambiar la realidad o al menos que nos proporcione una tarjeta que ayude a liberar a la humanidad de su angustia existencial.

Ya estamos hablando de la historia como «moda». En los últimos años se escribe más historia, se lee más historia. Queremos romper los paréntesis, comprender y conocer nuestro pasado, a nosotros mismos mejor de lo que nos lo habían permitido.

• Algo de eso hay. Se esperaba, por lo menos, que al acabar la dictadura pudiéramos dejar de leer entre líneas, que surgiera una «historiografía» popular que ayudara a establecer identificaciones para que cada individuo se pudiera situar en el lugar que le corresponde. No ha sucedido exactamente así y eso es muy importante porque lo que subsiste es el hecho de que la gente se ha interesado por la historia. Claramente la historia política más reciente ocupó inicialmente un primer plano en ese interés, pero también se leen los libros de historia económica o social o los de épocas más pretéritas. Y no hay que olvidar que su lectura puede ser dura, dificultosa, tanto por su lenguaje técnico como por la conceptualización que se utiliza y ello revela un nivel de calidad cultural en los lectores.

Otro aspecto nuevo y que marca las actuales corrientes históricas es, frente a lo tradicional, una delimitación distinta del espacio geográfico investigable. Antes se hacían historias nacionales, los franceses ampliaron los horizontes con sus historias mediterráneas o atlánticas, en los últimos años proliferan estudios regionales o locales. Artola, en sus trabajos ha abordado problemas desde el ámbito nacional pero también se ha ceñido a regiones, a provincias, a partidos. Y hay criterios diferentes que es necesario meditar en el momento de la opción.

• No hay que negar de todas maneras un cierto carácter coyuntural a tales estudios, en algunos casos propiciados por un enfrentamiento al centralismo y también como punto de partida para establecer las identificaciones necesarias. Los estudios de historia local o regional nos sirven para constatar hipótesis de tipo general, para una formalización de las categorías globales. Derivan además de esa ampliación del campo de la historia. Ahora ya no es necesario ceñirse al marco político del Estado, pero tampoco el marco geográfico adecuado ha de ser forzosamente la región; han entrado en juego nuevos archivos, nuevas fuentes además de los centrales: Archivos parroquiales, municipales, &c… Una guerra internacional se estudiaba desde el Estado y su repercusión en el Estado, era un problema político, ahora puede tener otros enfoques. La historia de los diezmos, por ejemplo, conviene verla desde el obispado, el arciprestazgo o la parroquia, que no suelen coincidir con límites político-administrativos.

Nueva visión del espacio y también del tiempo. El tiempo en que se desarrolla la vida del hombre. Yo aprendí de niña una historia hecha a saltos, a veces a trompicones: la Edad Moderna empezaba el 12 de Octubre de 1492 porque Cristóbal Colón llegaba a América.

• Si se trata de superar el nivel de descripción de las situaciones y los acontecimientos, el análisis histórico exige la construcción de modelos historiográficos que se justifican funcionalmente por su capacidad para tipificar situaciones concretas, habitualmente grandes periodos, al tiempo que sirven para verificar la naturaleza del cambio histórico, mediante la oposición entre los parámetros tipificantes de cada época. Cualquier definición –feudalismo, Antiguo Régimen, y aún la clásica en edades– corresponden a modelos historiográficos funcionales, aun cuando no exista sino un relativo consensus en cuanto a su preciso contenido o significación cronológica. El intento de reducir esta indeterminación supone un esfuerzo teórico para definir mejor los elementos que caracterizan una época. El empeño más sistemático de elaboración teórica de este tipo se encuentra en la obra de Marx. Y este empeño es la tarea del historiador.

Gustavo Bueno, Sobre la justificación de la Historia