Filosofía en español 
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Crónica de cine

La Señora de Fátima, apta para el mundo

Alfonso Sánchez

La Señora de Fátima
María Dulce, Inés Orsini y Eulogio Domingo encarnan en La Señora de Fátima a los tres pastorcitos, Jacinta, Lucía y Francisco, que contemplaron la prodigiosa aparición de la Virgen en la Cova da Iria

La película española debe aspirar a un mercado universal. Universal, entiéndase, es calificativo que abarca una extensión superior a los límites donde se habla el castellano. Porque el lenguaje de las imágenes es comprensible para todas las gentes. Pero nosotros parece que hemos asignado una condición provinciana a nuestro cine. Se vive sólo pendiente del dictamen de una junta clasificadora que entregue el plato de lentejas de un permiso en precio al abandono de una ambición superior. Y menos mal que el acierto de Locura de amor, la resonancia de algún otro film nacional, volvieron a situar el cine español en ese mercado de habla castellana, donde en tan difícil equilibrio se mantiene. Sin embargo, era un área natural del cine español, que allí vivía con holgura en los buenos tiempos en que la película española se hacía de cara al referéndum de la taquilla.

Es necesario aspirar a más, porque puede conseguirse el triunfo. Hoy precisamente se presenta una película en olor de resonantes éxitos exteriores: La Señora de Fátima. Éxito rotundo en Roma ante un público exigente, entre el que había algún destacado director italiano que preguntaba: “¿Pero este cine se hace en España?” (“Se debía hacer”, es la respuesta adecuada.) Éxito en Lisboa, donde la sala del San Jorge –2.000 localidades– se llena todos los días desde hace más de una semana. Solicitudes de países en que se tiene un remoto conocimiento del cine español, casi reducido a los eruditos de la especialidad. Ha bastado, simplemente, con hacer una buena película. Sin necesidad de inventar nada.

Una mañana de mayo de 1917, tres pastorcitos que guardaban sus rebaños en la sierra de Aire vieron a Nuestra Señora y oyeron su voz. Contaron el prodigio. Hubo de todo: gentes incrédulas o dudosas y quienes, aun deseándolo, apenas se atrevían a creer. Los tres pastorcitos –Lucía, Jacinta y Francisco– sufrieron humillaciones y amenazas. No les abandonó la Virgen, y cinco meses más tarde volvía a aparecer ante testigos numerosos. Y el ciego vió y el paralítico recuperó el andar. Desde entonces, Cova da Iría es un nombre estremecedor para la Cristiandad. La película es el ceñido relato de este suceso maravilloso, su narración, sencilla y fervorosa, en un lenguaje artístico y conmovedor digno del tema. Y se ha logrado una buena película, con un fondo de universal latido expresado en imágenes comprensibles para todos, capaces de emocionar a gente de cualquier condición y latitud.

En cine todo es también sencillo cuando se tiene algo que decir y se dice bien. En su momento más incierto, el cine español se ha hecho presente en las pantallas extranjeras con una buena película. Claro que también es preciso revalorizar entre nosotros ese concepto de buena. Una película no es sólo buena porque esté clasificada en primera categoría o porque los extranjeros puedan admirar en su celuloide la policromada estampa de la Giralda o el bullicio de un cante flamenco. Es buena cuando una crítica imparcial, que puede compararla con las últimas producciones de los demás cinemas, así lo juzga; es buena cuando el público extranjero la elige entregas películas que le ofrece la cartelera, incluidas las últimas de Hollywood. En estas condiciones, La Señora de Fátima, ha sido calificada de buena en Lisboa y en Roma. Y que el público exterior acepte como buena una película española supone a su productor beneficios bastante más estimables que el valor de un permiso de importación. Cumple así, además, un alto servicio espiritual, que es el menor pago que puede entregar a cambio de su protección generosa.

La Señora de Fátima no es película clave, con la excepción de un gran hallazgo. Su secreto es sólo éste: tiene un tema que interesa y emociona en todas partes. (“Mensaje” se dice ahora.) Pero en el cine español las cosas más sencillas parecen sorprendentes. ¿Cree alguien que puede interesar en el extranjero el conflicto ñoño o la tarjeta postal? Ni siquiera en casa. Este cine actual es endeble hasta para la “españolada”. Todavía en Lisboa se mantiene el “record” que marcó Carmen la de Triana. Con esta calidad puede venir la “españolada”. Ante unos cinemas que parecen haber olvidado el simple propósito de divertir, para abrumarnos con su carga trascendental, también el cine español tiene cosas que decir. Pero decirlas con arte.

Bien; la teoría es sabida. Hacen falta realidades. Esta, de La Señora de Fátima es todo un ejemplo y un estímulo. Como lo fue ayer Neutralidad, triunfando en las pantallas alemanas, como lo ha sido Locura de amor. Pero vamos dejando títulos como fechas conmemorativas de unos servicios de descubierta. Ya está todo descubierto. Sólo hace falta producir películas españolas “aptas para el mundo”. Repito la frase, porque me gustaría que hiciese fortuna. Una película española apta para el mundo gustará también a los españoles.