Filosofía en español 
Filosofía en español


Aventura del Pensamiento

Filosofía contemporánea

Francisco Romero ha reunido en este primer volumen de Filosofía contemporánea{1} varios trabajos dispersos por el tramo de algunos años de trabajo concienzudo y amoroso. Exactamente los señala en el prologuillo de “información incitadora” como, con la mayor verdad, los dedica a Alejandro Korn, ofreciendo así, además de tributo a una amistad intelectual “que el autor pone entre las cosas mejores que le ha otorgado la vida”, el entronque justo de su obra en la del autor de Influencias Filosóficas en la evolución nacional, con su devoción viva por la filosofía concebida como faena nacional, no nacionalista. La preocupación de Francisco Romero por las disputas filosóficas de su época no tiene nada de diversión aristocrática en que suele resonar con estruendo de batalla la escaramuza perpetua del snobismo. Esto es lo primero que sorprende en su labor informativa y lo que presta a ésta el contagio incitador: las disputas de los libros, que a veces apenas si se dejan adivinar en el fárrago de las logomaquias, son preocupaciones contemporáneas de un espíritu a la altura del tiempo y de la geografía.

Cuando Romero se ocupa de figuras del pensamiento filosófico contemporáneo –Hartmann, Max Scheler, Husserl– su mirada se detiene más que en el trazo, en él facilidad de lo difícil, de la obra sistemática, en la tarea del filósofo, llena de cautela, de sobresaltos, de rectificaciones, en una palabra, de experimentación en vivo de las ideas. He aquí una afinidad selectiva que puede servirnos para seguir la pista de la trayectoria espiritual de este, en apariencia, tan apacible filósofo.

En Dos concepciones de la realidad nos damos cuenta de lo que se trata en el ir y venir de revisiones y presentaciones: estamos en uno de esos momentos privilegiados del pensamiento humano en que una concepción gloriosa y fecundísima –el racionalismo con sus dos vertientes filosóficas: el idealismo y el empirismo, y con su única concreción científica: el mecanicismo– muere espumándose en la playa, y a sus tres ondas –la barroca, la iluminista y la positivista– contrapone Romero, en paralelo orientador, y volviendo a “una imagen que le gusta”, las, hasta ahora, cuatro olas de la nueva marea ascendente: la romántica (Herder, Novalis, Hamann, Jacobi), la del idealismo postkantiano, la de la “filosofía de la vida” (Dilthey, Simmel, Bergson, Nietzsche…) y la contemporánea (Scheler, Heidegger, N. Hartmann, Ortega, Meyerson). O, también con otra imagen, descenso y ascenso de cúspides en la curva infinita de la ideología humana.

Insiste concretamente en la historia reciente de la psicología, y nos hace ver, con uno de los últimos capítulos de la historia de las ciencias, cómo este giro en redondo de 360 grados no sólo se halla prefigurado en los gestos de los filósofos sino marcado en el trabajo demoledor de los experimentadores. En la confusión inenarrable que domina el campo vago de los estudios psicológicos, hay una escuela, la Gestalt, que señala la senda transitable y no es pequeño mérito y valor el aviso de su marcha. La física, la biología y hasta la sociología andan, cuando andan, apoyadas en este concepto de forma o estructura que a Romero, y a muchos con él, nos parece todavía un poco verde y, por lo mismo, lozano.

Sus ensayos sobre la nueva filosofía de la cultura y sobre los valores tratan de ampliar el panorama a las alturas todavía un poco nebulosas de la filosofía actual. Y que son alturas no despejadas nos evidencia el mismo Romero en otros dos ensayos [de los cuales uno solo –Temporalismo– se halla recogido en este libro, habiendo sido publicado el otro en Sur con el título de Programa de una filosofía (octubre de 1940)], en los que trata de abrir un sendero propio, sirviéndose de las indicaciones extrañas más favorables, pero sin apegarse a su letra. Esta juventud filosófica del maestro argentino que, siguiendo la regla platónica, no ha comenzado antes de los cuarenta, anima al lector fatigado de tantas exposiciones sin exposición, a acompañarle en la ascensión con poco miedo de perder la cabeza.

El racionalismo era unidad, lo contemporáneo padece, al superar o intentar superar la filosofía de la vida, que fue su contragolpe, de una endemoniada dualidad. El racionalismo era sustancialismo, transparencia, inmanencia. Lo contemporáneo se orienta en el existencialismo, la intuición concreta y la trascendencia, y no quiere sacrificar en modo alguno la abigarrada y suculenta realidad a los requisitos de una identidad cristalina y vacua. Pero qué duda cabe que en ese mundo de los valores, mundo de lo irracional subsistente, donde la vida emotiva afirma sus derechos espirituales, crea una dualidad que ejemplariza Max Scheler con sus dos sociologías: la real, como teoría de los impulsos, y la cultural como teoría de los “sentidos”, y con ese mundo hemisférico intransitable de la liberté modifiable y la fatalité modifiable, que recuerda muy bien el dualismo cartesiano de las dos sustancias y está dando origen a un nuevo ocasionalismo sui generis con apertura y cierre de esclusas para hacer posible la navegación de la historia. Por eso insiste Romero en la temporabilidad irracional de la existencia y en la irracionalidad intemporal de los valores puestos o descubiertos por ella, y en la naturaleza trascendente de lo real –en escala ascendente desde lo físico, a través de lo vivo y de lo psíquico, hasta desembocar en el espíritu temporal valorador del hombre– para encontrar la unidad necesaria a un mundo habitable.

Ahí está Romero buscando su filosofía que, al anunciarse como programa, ya nos advierte que es tarea suelta y experimentadora y no ortopédica y constructora. El afán de verdad es más fuerte, a pesar de lo inveterado, que el afán de sistema, otro rasgo contemporáneo del pensamiento filosófico, tan reiterada y sistemáticamente escaldado. Típicamente, el escaldamiento último ha sido imponente con el idealismo alemán. Los gérmenes, las intuiciones vagas del romanticismo, primera reacción viva contra el racionalismo, puesto en trance por el fracaso del derecho natural en la revolución francesa, habrían sido malbaratados por el imperialismo sistemático de Hegel. La precipitación en fracaso de su edificio ingente ha permitido, entre sus escombros, la canalización trabajosa de las escondidas fuentes románticas.

Este es el momento en que, los que también buscamos un horizonte despejado, queremos detenernos a hablar con el guía, antes de seguir el camino con él, para discutir el valor de algunas indicaciones. Sabe muy bien Romero que Dilthey, que quiso dar al romanticismo lo que no tenía, teoría, y este es el sentido de su vida filosófica –Crítica de la razón histórica–, hace una calificación de los fenómenos, en físicos y psíquicos, en la que estos últimos gozarían del privilegio de ponernos en contacto directo con la realidad. Romero hace una de sus finas advertencias al indicarnos dónde estaría el origen de esta preferencia: en el carácter mediato del conocimiento físico, advertido por el racionalismo con su distinción famosa de cualidades primarias y secundarias. Sabe también cómo Max Scheler se opuso a esta discriminación en un capítulo que lleva el sugestivo título de Los ídolos del conocimiento de si mismo. Ha señalado además, con igual perspicacia, cómo Husserl oscila en su captación fenomenológica insistiendo en el “modo de conocimiento que es la vivencia”, lo que le acerca a Dilthey según propia confesión, recogida en el hermoso trabajo de Pucciarelli. Todo esto, y otras muchas cosas más, nos pondrían al borde de una afirmación escandalosa que habría que justificar, el tiempo ayudando, más detalladamente: a saber, que esa derrota del psicologismo con que se anuncia siempre la fenomenología y que es indiscutible por lo que al subjetivismo se refiere, sería, en definitiva, su triunfante sublimación. Con una metáfora, que no es que sea de mi gusto, pero que me permite salir del paso: los peces de la corriente de la conciencia se habrían convertido en estrellas del firmamento de la conciencia pura, fenomenológicamente uranizada y estrellada. Epojé que se convierte en epojeo o apogeo.

Apunta un problema suculento y que permite un desarrollo histórico y concreto, precisamente con la historia de la psicología moderna en la mano. Brentano, Dilthey, Bergson han cualificado el dato psíquico, con intención cada vez más penetrante y angustiosa, perforadora, que los mismos nombres con que lo señalan advierten. Para Brentano el fenómeno psíquico es, en realidad, el único fenómeno que merece este nombre; para Dilthey el fenómeno psíquico se llama Erlebnis, algo más caliente y comprensible que el fenómeno; para Bergson, los datos inmediatos de la conciencia nos dan la vida misma sin cualificación cultural alguna: la durée. De aquí ha venido, para la psicología, la confusión perturbadora del conocimiento “culto” y del “dominador” en un mismo ámbito, lo que hubiera recusado Max Scheler. Y para la filosofía contemporánea, o por lo menos para una gran parte de ella, desde la metapsíquica que es en definitiva la metafísica de Brentano, un olor a balneario psicológico que es inconfundible para los que alguna vez hemos estacionado en él. Olor que no abandona a la hermenéutica endopática de Dilthey ni a la fenomenología vivencial de Husserl. Olor que no encontramos, pues estamos en alturas ozonizadas, en el idealismo hegeliano ni en el viquiano, que se habían asomado a la historia, habían penetrado en ella, no por dentro, endopáticamente, sino por fuera, intelectualmente, descubriendo en el curso de los acontecimientos humanos su entraña lógica y viva, embebida de irracionalidad pasional, y resolviendo en la unidad del conocimiento-acción la dualidad del producir contingente y del producto colocado en las alturas del espíritu. Pero aquí me detengo, querido y admirado Romero, porque es demasiada niebla la que se me viene encima.

Eugenio Imaz

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{1} Francisco Romero: Filosofía contemporánea. Estudios y notas. Primera Serie. Editorial Losada. Buenos Aires.