Filosofía en español 
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Presencia del Pasado

Mirador indio

Mejor que muchos libros técnicos, los claros ensayos de Luis Valcárcel nos permiten conocer la vida cultural de Perú antiguo. Ha reunido dichos ensayos bajo el título de Mirador Indio. Este Mirador Indio consta de dos series: una, primera, de 1937; y otra, segunda, de 1941. En las páginas de estos trabajos se van penetrando, con verdadero deleite, los diferentes aspectos del pueblo quechua. Publicados ahora vienen a constituir la réplica más enérgica que se puede hacer al reciente libro de Américo Castro, que trata de Hispanoamérica. Aquí encontrará el profesor Castro respuesta a sus ligeras y maliciosas observaciones acerca de la imbecilidad y la antropofagia del indio americano. Luis Valcárcel nos ofrece no una simple relación de las cosas indias –como en otros tiempos hicieron el Inca Garcilaso, Landa y Sahagún– sino también un verdadero programa de su cultura de origen. En este programa queda contenida la razón de dicha cultura. No funda Valcárcel sus estudios en meras investigaciones sobre códices y papeles de archivo y biblioteca; va más a lo hondo, a lo real, y realiza requisitorias vivas, en la voz, en la carne y en el sueño del indio actual. Parece como si de este lúcido discurrir tomara, con sus propias manos, estrías de oro y de sangre. En las páginas que escribe Valcárcel se siente la dignidad del silencio indio; se adivina el valor de su estirpe; y se conoce la significación de sus aspiraciones. En efecto los ensayos de Valcárcel nos hacen meditar, aunque sea brevemente, en el tema de las culturas aborígenes americanas. Están en circulación tantos valores humanos que parten de aquellos mundos, aparentemente distantes, que llegamos a la conclusión de que nos penetran, nos saturan, nos ganan con sus recursos más vitales. Las culturas americanas empiezan a despertar; más bien empiezan a organizarse, a romper el paréntesis de interrupción que sufrieron durante la dominación blanca (tiempos del virreinato), y la dominación mestiza (tiempos republicanos). El indio se atreve a sacar a la superficie del paisaje americano, el rostro y la fisonomía de la materia y del espíritu que constituyen su personalidad. Quiere el indio dejar ver lo indio que está en su entraña y que es el tesoro intransferible que pone en contacto con las culturas occidentales que se le acercan. Al poner estas expresiones en la superficie de lo actual, hace ver cuán grande ha sido la responsabilidad de los hombres que, durante años, pretendieron sumergir, bajo la tierra, la sangre de nuestros hombres primitivos.

Las grandes culturas indias de América (la tolteca, la maya e inca) rompen hoy la coraza forjada en occidente por la fuerza de una economía, cimentada en el privilegio de una clase. Esta clase mantuvo, por varios siglos, a las culturas indias, en un estado de inacción visible, como ateridas en las páginas de la historia, como aherrojadas en la cárcel del pasado. Gracias a estos capítulos de Valcárcel –y a otros debidos, por ejemplo, a Andrés Henestrosa, sobre la cultura zapoteca, y a Mediz Bolio, sobre la cultura maya– es como llegamos al mundo en que es posible entender que las cuestiones indias no constituyen meros fenómenos históricos, reconstruibles por la habilidad del erudito y del arqueólogo, sino que implican la conciencia de mundos humanos, vitales, de tremenda y perentoria actualidad. Las culturas indias, así vistas, llenan con sus gracias y sus razones los predios en que se desenvuelven y se proyectan. De ahí que haya que considerarlas como saetas lanzadas hacia el futuro. Sus valores espirituales, sus organismos sociales y religiosos (por consecuencia, morales y artísticos) día con día, maduran en expresiones de la más fina hondura. Esta su vigencia se hace más notable, menos indiscutible (hasta para los reacios), cuando se considera la significación que tienen las lenguas indias dentro de la morfología de las extranjeras que se les han superpuesto. Las lenguas indias, con ser casi en su totalidad lenguas meramente habladas, han influido en las ibéricas –castellana y portuguesa– tal como puede observarse en los matices de la expresión literaria, –síntesis de toda capacidad morfológica. Y tan recio es el poder vital de lo indio, que se nota no sólo en la influencia que proyecta, sino también en la transformación que imprime en las influencias que recibe. De esta suerte las artes europeas que fueron conocidas aquí, al cabo de los años, acabaron por alterar su forma, provocando el establecimiento de nuevos cánones. Serían innumerables los ejemplos ilustrativos que vienen al caso, en la arquitectura (lo barroco y lo churrigueresco) en la literatura (el romance y el corrido), &c. En estas expresiones ha de verse la síntesis de la presencia del nuevo hombre, de la nueva tierra, del nuevo clima. La propia técnica, en apariencia tan posterior a la concepción de las artes, sufre radicales cambios en su método y destino. Y es que la técnica, en realidad, no es posterior al arte, sino simultánea. La técnica nace al lado de la concepción del arte que ha de expresar, como en el niño, el gesto y la idea; como en el salvaje, la intención y la postura. De ahí que las técnicas mismas sufran inmediata recreación dentro de las culturas indias de América. Esta superior ejemplificación de lo que es la energía de una cultura amoldándose a otras y haciendo que éstas se amolden a ella, se encuentra visible en la cultura india del Perú. Las artes indias peruanas –de ayer como de hoy– manifiestan, de modo individual, lo que se llama la flor del inconsciente colectivo en que actúan– tal como la sociología artística, en términos generales, explica y define. Las artes incaicas muestran un especial desasosiego en la expresión, como si la voz y el eco que debían armonizar en sus mejores momentos, se apagaran por tiempo indefinido. Se debe esto, de modo claro, a la interferencia activa del hombre indio encargado de realizar aquella concordancia. Mientras el hombre indio logra integrarse tiene que valerse de los ecos postizos que se le imponen. De ahí esta inquietud; de ahí esta ansia de futuro. Pero las artes indias del Perú, tal vez por el mayor aislamiento en que han vivido, se conservan mucho más limpias de influencias extrañas. De ahí también su mejor definición. El arte necesita para su vitalización de una presión hermética, que concentre, que aglutine su savia, que impida su dispersión. Este hermetismo crea las diferencias de gracia, de misterio y de razón. Tal se nota en las artes indias –tal vez, mejor que en otras, en las artes indias incaicas. Por estas consideraciones encontramos cómo la cultura tolteca, a medida que pasaba el tiempo, definía, frente a la extrañeza de la opresión que sufre, en sentido imperial político. De igual modo vemos cómo la cultura maya acendra en posibilidad mística. Y de la misma manera la inca subraya sus recursos sociales –de índole agrícola– no igualada por ningún régimen antiguo de América. Así es fácil comprender por qué al indio azteca se le venció en el campo guerrero, al maya en el hogar y al inca en el político. Esta visión de la cultura inca la revisa Valcárcel con claro sentido de totalidad, como si quisiera mostrar el organismo que en su responsabilidad tiene el mundo americano. Los estudios de Valcárcel dan la impresión de que lo que pretenden –desde los tiempos viejos de los incas– es historiar los tiempos nuevos de los incas. Por esto la arqueología ha de parecerle un arte funerario; y ha de preferir la descripción de los hechos mismos –para descubrir la entraña del hombre y de la sociedad. Diríase, también, que la realidad que penetra Valcárcel no es la realidad limitada de lo que fue, ni de lo que debió de ser, sino la realidad de lo que es, de lo que, de tan claro que es, acaba por mostrarse oscuro a los ojos del mundo.

Ermilo Abreu Gómez