Alférez
Madrid, enero de 1949
Año II, números 23 y 24
[página 12]

La filosofía en Hispanoamérica

Sin perjuicio de la amplitud que pide el epígrafe, se puede hacer una reducción limitando el campo a la Argentina. Me obliga a ello el serme la Argentina más conocida en este aspecto de su vida cultural.

Pero, además, porque hablar de un país en Hispanoamérica es hablar de algo que, con sus más y sus menos, se encuentra en todos.

Las variaciones no hacen especies diferentes. Las cuestiones esenciales de Hispanoamérica son comunes aun cuando cada país las conteste con matices diversos. Semejante unidad surge de una raíz cultural única y de la gravedad del mal que amenaza a todos nuestros países. En la medida en que nuestros pueblos no han padecido una maléfica hibridación espiritual, aparecen también iguales y hasta idénticas las respuestas de nuestros pueblos a preguntas comunes y vitales.

Hemos de dejar sentado este principio fundamental para comprender con justeza la posición de la filosofía en Hispanoamérica y particularmente en la Argentina: la seriedad con que estos pueblos buscan su forma cultural. La actitud espiritual de nuestros pueblos no es el dilettantismo aunque haya dilettantes.

Cada día que pasa es para nosotros más clara y aguda conciencia la necesidad que tenemos de volver a empeñar nuestras energías en conservar la fisonomía espiritual de nuestra estirpe, después de casi un siglo de gazmoña delicuescencia liberal.

Esta seriedad cultural de Hispanoamérica no puede ser puesta en duda.

El primer peligro de ella es justamente la preeminencia y suprema jerarquía que puede asumir y que trata de ganar –dentro de algunas áreas– la filosofía en la educación de nuestros pueblos.

Evidentemente, la obra cultural es obra espiritual de la razón natural. Pero nosotros no podemos olvidar que somos estirpe cristiana; y por ende, sobre la regulación natural de la mente y sabiduría natural, tenemos la Sabiduría y Verbo divinos, cuya expresión cultural es nuestra Teología de la Revelación.

En Hispanoamérica –como resultado de una concepción racionalista de la cultura espiritual del hombre– se ha desdibujado mucho la figura del héroe, del santo y del sabio, a la usanza católica de antaño,

De allí que grupos grandes y eficaces en la empresa cultural de nuestros pueblos se esfuercen por responder a las cuestiones vitales del hombre, exclusivamente con una filosofía que prescinda, olvide o ignore su actual situación de subordinación a la norma, negativa al menos, de la Teología de la Revelación.

La esterilidad de tales pueblos sería la más cruel desesperación para esos espíritus que aún no han percibido vitalmente la suprema universalidad de la Teología.

Las condiciones de hecho

La vida del pensamiento especulativo hispanoamericano manifiesta una gran resonancia para las condiciones de hecho en que se desenvuelve. Si es normal que todo pensamiento vivo responda a la situación histórica en que aparece, en este caso es visible la vitalidad de la filosofía en Hispanoamérica, porque recibe la impronta y devuelve el eco que la circunstancia concreta le obliga a emitir.

La necesidad de retornar a una consideración más basal de la vida cultural ha obligado al pensamiento de Hispanoamérica –de una manera clarísima es evidente en la Argentina– a volverse no sólo a los grandes principios y orígenes, sino también a considerar abiertamente las circunstancias en que espiritualmente se vive hoy en Hispanoamérica.

Se observa el doble fenómeno. Por una parte, el creciente interés, desarrollo y ocupación en las disciplinas especulativas particularmente la tarea metafísica, y por otra, la conversión del pensamiento hacia la situación del contorno vivo.

La búsqueda de nuestra forma particular de cultura, nuestro perfil del hombre –en hispanoamericano y en cristiano primero– no es una preocupación individualista.

Saben nuestros pueblos que hay un área social sin la cual no se es plenamente hombre y en la cual se pueden dar todos los elementos para un cultivo temporal del hombre –eso es cultura– que la permita afrontar mejor su destino eterno.

Esa área humana es la convivencia, y para nosotros la convivencia es la nación que cada uno de nuestros pueblos ha creado para defensa de su patrimonio y de su carácter temperamental.

Y en Hispanoamérica hoy el problema vital es poder seguir viviendo como naciones frente al avasallamiento de las fuerzas que por declinación de la Cristiandad desde la Reforma han crecido cual monstruos bárbaros: los imperialismos capitalista y comunista.

Por eso se ha producido en el pensamiento filosófico de Hispanoamérica, junto con un crecimiento en la estima y cultivo de la disciplina metafísica, una conversión vigorosa hacia las disciplinas prudenciales, como la ética en su triple flanco: monástico, económico y político. Este hecho ha producido una desorientación en el juicio de quienes nos miran de fuera, haciéndoles creer que constituimos pueblos practicistas y de pensamiento puramente político, por falta de vigor especulativo.

Difícilmente se encontrarán pueblos más colocados en el nivel de la vida especulativa, entre los que, hoy por hoy, tienen todavía libertad espiritual para hacer su propio destino histórico, que nuestros pueblos hispanoamericanos.

Su conversión al problema ético y político se debe a la urgencia con que éste nos oprime y a la función viva con que el pensamiento responde a las necesidades humanas de nuestros pueblos.

Esta circunstancia no es la única que configura nuestra actuación y pensamiento filosófico. Hay otra mucho menos airosa; y es la formación de los grupos más o menos perfilados de nuestros ambientes.

Las tendencias y los hombres

Lo cultural y lo político, en el sentido arriba expuesto, representa la tarea del pensamiento filosófico frente a la vida.

De un lado podemos agrupar la paradoja de un pensamiento que choca con la actitud de los hombres que lo sostienen. Paradoja que desfavorece a sus creadores individuales y de grupo.

En él se alinean aquellos escritores que, con una evidente debilidad espiritual, profesan un existencialismo a lo germano en sus libros en sus sedicentes doctrinas culturales: y en su vida adoptan la posición liberal sedicente democrática, que contradice en obras lo que afirma en palabras. Signo de una carencia de forma espiritual para la vida; señal de un pensamiento inerte, de una vida a la que no es filosofía quien gobierna, sino otras fuerzas ajenas al supremo regimiento de la inteligencia.

El otro grupo se sitúa políticamente en la orilla opuesta. Son antiliberales por convicción y por actitud. Buscan en la convivencia histórica un hilo conductor que los entronques a la mejor tradición del espíritu de hispanofiliación –según el término puesto en circulación por Anzoátegui–, raíz de nuestro pasado y de nuestro futuro como pueblos y estirpe cultas.

Este grupo no vive en ninguna adoración de la cultura racionalista ni sentimental. Tiene una filosofía del espíritu, un pensamiento que busca e indaga: al propio tiempo que un pensamiento rector de su actitud en la vida y coordenado a la posición católica e hispanofilial.

Los caracteres de los campos

Con describir a este último se verá por contraposición lo que le falta al otro.

El grupo católico hispanofilial se destaca por tener una libertad espiritual de que carecen los hombres del pensamiento liberal.

Esta situación los hace crecer en número y resonancia, porque en el carcaj de su filosofía se encuentra la flecha exacta que da en el blanco a donde ansiosa mira la generación une empieza a vivir su responsabilidad espiritual y política.

El pensamiento filosófico de este grupo tiene una vitalidad joven. No es adjetivo; es, substantivo y consciente,

Presenta una unidad compacta que le permite mirar la totalidad de la vida humana y de los temas que la inteligencia necesita iluminar y descifrar.

El camino mismo de los acontecimientos acucia su energía, estimula su honestidad al paso que justifica con hechos la actitud de su generación, que hizo de su pensamiento espiritual su guía y su misión.

Se renueva en sus hombres y en la vivencia de las grandes verdades que sus hombres reencuentran después de haber vagado insaciados y sedientos por las agostadas arideces de la enseñanza oficial y del «intelectual snob».

Este pensamiento revive y crece en la misma proporción que aquel otro «convencional». Se hace caduco a ojos vistas, dejando en los organismos que lo imparten los signos de la esterilidad y de la muerte.

El alma de Hispanoamérica

Es una sola, que se asoma al mundo en cada uno de los rostros que son nuestras naciones.

En todas ellas existe una conciencia en marcha, clara, decisiva, inteligente de la hora en que su pensamiento nace en espera de la acción que lo encarne y realice.

Pocos o muchos, estos hombres han comprendido el primer paso de todo pensamiento filosófico auténtico; el tiempo en que viven y la función de la inteligencia en la regencia del siglo. Conocen que la historia crea hoy la inflexión de su rumbo. Han visto con aguda antelación el acercarse de una era fundacional para vivir en cristiano y como hombres: asumen la responsabilidad de su pensamiento ante sus pueblos respectivos.

Esos son los arquitectos –si cabe la vulgar expresión– de la Cristiandad por la Hispanidad en aquellas latitudes allende el mar.

Juan R. Sepich


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