Alférez
Madrid, septiembre de 1948
Año II, número 20
[página 2]

Dalí 1948

Después de muchos años de ausencia, Dalí ha vuelto. Dalí es joven. Esto puede parecer extraño a quienes hace tanto tiempo oyen hablar del mismo. Está en la plenitud de la vida, en el momento exacto en que se puede empezar a pensar seriamente en lo que se va a hacer. Quizá esto le haya impulsado a venirse a dar una vuelta por Europa. Para revivir su época de formación, para crearse –América cansa y agota aún más– un poco en la serenidad de sus museos y para aprender la última y definitiva lección, antes de lanzarse a la etapa final de su obra.

A Dalí puede contemplársele ya serenamente. Hay que contemplarlo serenamente. Es necesario hacerlo si se quiere comprender su pintura. Dalí lleva un lastre demasiado importante de anécdotas que le rodean y aprisionan, ahogándole. Han pasado unos cuantos años para que se pueda ver en perspectiva su producción. Cuando el surrealismo estaba en boga, surgieron una infinidad de nombres como por arte de birlibirloque. Era fácil destacar. La cuestión era pintar –o hacerlo ver– cosas raras, que no se comprendieran.

Dalí ha trabajado ininterrumpidamente con una constancia y una tenacidad admirables. Ese esfuerzo no ha sido baldío. Su obra se ha ido depurando; ha ganado en calidad su técnica, de rara perfección, que roza ya el virtuosismo. Como los grandes artistas, es fiel al cultivo del dibujo, que domina ampliamente.

Hay poquísima gente que conozca la obra de Dalí. Es, en parte, natural. Ausente de España hace largos años, se le conoce ampliamente su primera etapa. Etapa espectacular, grandilocuente. Etapa, en el fondo, de tanteo y de estudio. Luego vino la obra seria, el trabajo auténtico. Pero esto sucedió en el extranjero y nosotros hemos vivido dos guerras que nos han aislado y encerrado, sin poder sacar la nariz por el mundo y ver lo que pasaba. Cuando lo hicimos, sobre la primitiva pintura de Dalí habían pasado muchas horas de trabajo y de estudio. Aquellos intentos eran ya una línea artística definida y seguida con entusiasmo y con fe. Y Dalí ha conquistado el mundo, pasando a ser figura universal y de enorme popularidad.

Cuando por aquí se volvió a hablar de Dalí surgieron dos posiciones: los que se aferraron al mito, y los que, más prudentes, callaron. Y así fue creciendo la balumba de sus anécdotas, multiplicándose en grado asombroso. Si se hiciera un recuento, una vez expurgada toda esta floración, nos encontraríamos con muy poca cosa. Todo el mundo conoce –o cree conocer– una anécdota daliniana, pero apenas se ha entretenido en estudiar la temática del pintor, pongamos por caso. Y, paralelamente, los que no conocían la verdad y desdeñaban lo superfluo, callaban, y el silencio en España sobre Dalí es impresionante y desesperanzador.

Este mito y este silencio lo ha roto el artista con su arribada a España. La gente se ha dado cuenta de que es un hombre corriente, normal, con las excentricidades y manías de cualquier honrado funcionario. Lo primitivo aún perdura, pero va apagándose, dando paso a la verdad. Este ha sido su mejor triunfo. Ahora hace falta que venga otra vez, pero con sus cuadros, para deshacer la conspiración del silencio. Que la gente reconozca que Salvador Dalí, español por los cuatro costados, es nada menos que todo un gran pintor.

Celebramos de veras su venida a España. Y le deseamos que sus andanzas por Europa, estudiando la luz de los flamencos y la gracia y exquisitez de Rafael, le sean muy fructíferas. Tan fructíferas como le fue la victoria sobre su mito.

Juan Gich


www.filosofia.org Proyecto filosofía en español
© 2001 www.filosofia.org
La revista Alférez
índice general · índice de autores
1940-1949
Hemeroteca