Alférez
Madrid, julio y agosto de 1948
Año II, números 18 y 19
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Himno nacional en vísperas de la luz

En el límite del alba, mi pequeño país toma las aguas tendidas
–las grandes aguas desnudas que descansan–.
«Haré lagunas este día», piensa. Cuenta, de dos en dos, sus árboles,
sus aldeas cubiertas de rocío,
sus territorios que salen despacio noche afuera.

Antes del hombre,
mi dulce país arregla su pequeña porción de paisaje.
«Colocaré este azul sobre una nueva mujer.»
«Este lugar proyecto para mejores vientos.» Va diciendo.
A vosotros os antecede, hombres de mi tierra.
Pulsa el alba, otras corrientes pulsa para buscar el ángel
que circula de sueño a sueño alrededor de nuestros aires.
Mi pequeño país, entre tantos, va historiando sus flores,
la biografía más difícil de la golondrina, fechas de ceibos, de conejos,
historias revolucionarias de hombres, otros destinos
en una fuente, en una comarca apenas designada.
Países hay que escogieron calendarios afanosos
para eclipsar las antiguas escrituras.
Llámase Imperio el dolor de unos hombres lejanos.
Se llamará Inmortal un nombre arrojado contra el bronce.
Pero esta vez existe este lugar dispuesto para ser eterno
por esta palabra que un ángel dicta recorriendo los maitines.
Mi pequeño país es habitado por vegetales menos solemnes.
Por silencios naturales que van de canto a canto,
entre hombres así, entre montañas asequibles al llanto,
y ríos prudentes que transportan con mansedumbre sus estrellas.
Aquí hemos criado olvidos elementales para ser comunes,
vegetaciones insistentes para cubrir a tiempo nuestras huellas.
Existe un ángel que repudia nuestras oportunidades
–cierra con insolencia las pequeñas ventanas de los oficinistas–
y viene urgiendo una palabra más, un canto más,
en la pobre aldea que no trasciende
donde habita ese niño pálido que nosotros desconocimos.
Por eso el alba toma un hilo al sueño desde los pájaros
y va penetrando a todos los que tienen inscrito su silencio.
Mi pequeño país cristiano se compone de unas pocas
primaveras y campanarios,
de zenzontles, cortos ferrocarriles y niños marineros.
–«Tenemos este quehacer, esta palabra entre todos» –ha dicho–,
y así comienza, a punto de los albores, reclamando
a ti, zafiro, llamado último lucero,
al venado, al güis, al chichitote –un pájaro madrugador–;
su coro de claridad para alabar la luz.
«Voy recorriendo a tantos, llamando a cuantos tienen ganado su silencio.»
«A ti, José Muñoz, carpintero de oficio, que sabes hacer mi mesa,
toma este lucero. Sale a guiar su hora. ¡Arréglalo!
Y tú, Martín Zepeda, pues vas, de caminante, arrea
estos pájaros. Dales canto o diles
lo que sabes del pan y la guitarra.
Y a ti, Pedro Canisal, vaquero, muchacho agreste,
ensilla el horizonte, monta al final la noche, dómala!
Todos sueñen. Todos muestren que están contigo haciendo
este futuro día, esbelto y sin zozobras.
Busca a Juan, el «chato», en este barrio de albañiles;
y a Gumersindo, jornalero de caminos;
tengo un ancho espacio que llenar
de Chontales a León, de norte a río, de río a corazón.
Quiero tierra y voz.
Esta voz tuya, Gregorio Malespín, cantador de Cuiscoma, ¡levántate!,
mira la gente que va conmigo. Ya lo están cantando:
Lagos, lagunas, madreselvas,
árboles y campesinos dicen:

«Alabado sea el Justo
y Buen Señor que va dando a cada país lo suyo.
Esta noche al nuestro. Este descanso conseguido.»
Por tanto,
en alabanza y canto merecido,
árboles y campesinos dicen:
«Alabado sea el Dueño
de esta posesión. Levantó una noche más y fuese
andando, a cubrir otro lugar de más necesidad.»
Porque así agradecemos debidamente este lugar.
Así volvemos a vivir debidamente nuestro lugar.
Mi pequeño país te solicita para la oración y el himno de los que vamos a despertar.
Recuerda, hermano, las lomas de Colojá y su césped verde.
Tú, Jacinto Estrada, regocíjate de tu isla, con sus frutales que rondan en susurro las abejas.
Madre mía, desde el balcón de tu casa bendice mi respiración.
Porque yo sueño con un canto donde va amontonándose
todo este ritmo patrio de ángeles celestes y verdes palmas
mecidas, de babor a estribor, por un viento de flautas lentas.

Pablo Antonio Cuadra


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