Alférez
Madrid, 31 de diciembre de 1947
Año I, número 11
[página 6]

El paisaje vasco

Durante una decena de años se ha ido realizando la vida política española, un tanto afectada por toda una campaña exterior de tajantes actitudes –o el abrazo o el insulto– frente a lo nuestro. Nos ha ocurrido como a los actores bisoños, que el sabernos contemplados nos ha restado soltura. A su vez, este hecho de ser espectáculo ha traído consigo una mayor exigencia y cuidado en nuestras acciones, que, como escribió Víctor Hugo, «uno vale más cuando sabe que le están mirando».

La falta de soltura lleva del brazo una cierta torpeza, a la vez hija de nobles deseos de acertar. Ante acusaciones más o menos graves, nos hemos apresurado a esgrimir razones y defensas, recurriendo a recursos de varia fortuna. Y de que nos movimos con torpeza, a veces, hay pruebas en que a pesar de tener con nosotros excelentes argumentos, se volvieron estos, por mal manejados, contra nosotros.

Por ceñirnos a lo concreto, fijémonos, por ejemplo, en las acusaciones vertidas sobre la realidad intelectual española, que no han sido las menos dañosas ciertamente. En un buen intento de rechazar inculpaciones falsas, se ha caído en lamentables errores. (Errores que también tienen su descargo, porque en este tiempo de crisis en que vivimos, los campos se confunden y las jerarquías de valores están alteradas). Se ha querido mostrar la calidad y número de los que están en nuestra línea, pero el «estar» se ha identificado con estar en categorías políticas y no culturales o científicas. En consecuencia, se ha creado un afán de encontrar adhesiones, que en el fondo existían y aun sobraban. Así si un eminente catedrático «Iigeramente sospechoso» dicta una lección sobre «Endocarditis» inmediatamente surge quien comente el acto, destacando que tal ilustre profesor está con la España actual. Lo cual no es falso, pero es tonto andar loco como enamorado desdeñado esperando sonrisas y afectos.

Una buena parte de nuestra tarea tiene que ir dirigida a distinguir de la política lo que no sea política. Que nadie se alarme: sabemos que a la otra esquina se halla un peligro, tan conocido por vivido, que ni es preciso enunciarlo. Lo que pretendemos es librar de determinadas gangas a la realidad política, con lo cual saldrían también beneficiadas cultura y ciencia.

Una fina mente, haciendo una frase, resumía este problema:

–Quiero solamente pensar, escribir, depurar mi obra. No, no quiero hacer declaraciones, porque si digo que veraneo en Zumaya porque me encanta el paisaje vasco, ya habrá quien diga que canto las excelencias del Régimen.

A. L. C.


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