Alférez
Madrid, 30 de abril de 1947
Año I, número 3
[página 4]

Llamada al servicio

La estrella del alférez, además de signo en que aparecen unidos el ímpetu del servicio y la responsabilidad del mando, debe representar para nosotros, españoles jóvenes de la postguerra, el imperativo de una profunda unidad. Esta unidad se ha dado temporalmente en la continuidad del alférez de la Milicia Universitaria tras el provisional de la guerra, y se hace cada vez más urgente, en su versión ideológica y política, sobre el campo de la realidad española.

Ella es de hecho, y aún para el análisis más severamente realista, algo más que una ilusión: la conciencia de su peso se encuentra como diluida en el seno de todos los que componen la juventud española actual, pues sobre las posturas de cualquier orden, incluso las más diferenciadas, se adivina, en lo que tienen de específicamente joven, el aliento y la fuerza de tres o cuatro órdenes de motivos fundamentalmente idénticos. Pero esta homogeneidad de acordes iniciales se nos ha dado en gran parte casi naturalmente, y sería ingenuo creer que por sí hayan de poder dar lugar a ninguna sinfonía, olvidando el inquirir rigurosamente lo que encierran como oportunidad que es necesario aprovechar. Alguna otra perdimos lastimosamente: por ejemplo, la del estilo; teníamos un camino egregiamente iniciado en lo literario, en lo político y en lo humano; hoy, prescindiendo de su parcial conversión en tópico, culpa que no fue nuestra, bastará echar una mirada sobre la realidad más inmediata para ver que donde no ha entrado la chabacanería ha entrado la gazmoña cortedad.

Sólo una sincera y reflexiva llamada al servicio de todos los que sentimos la inquietud de España puede hacernos tomar el camino que un día nos defina, en los hechos, a los españoles que hoy no hemos llegado aún a los treinta o treinta y cinco años. Es necesario aprovechar el momento y entregarse con inteligencia y corazón a esta empresa: crear en nosotros mismos la conciencia necesaria para enfrentarse un día u otro con la realidad de España, siempre con la convicción de que el año 1936 supuso un rotundo corte temporal, que queramos o no, ha imprimido carácter a los que nacimos espiritualmente después de él, obligándonos a juntar los codos y comprobar cuál es nuestra fuerza.

En cambio, muchas cuestiones que hoy hacen desgañitarse mental y físicamente a muchos de los mejores, alcanzarán seguramente su desenlace sin que, inmediatamente, vaya a servir de nada esta buena voluntad combatiente de ocupar la extrema vanguardia en operaciones que, además de su irrelevancia, pueden hacer inútil el esfuerzo de unidades o de hombres que algún día, sin duda, habrán de tomar el mando para misiones decisivas en que la preparación y la armonía interna han de ser condiciones inexcusables.

José Antonio reclamaba para España la presencia de una minoría. Hoy la juventud española se encuentra tan necesitada de ella como entonces. Si en nuestro tono general se puede observar actualmente indiferencia y atonía, es en gran parte por su ausencia. Y para la formación de esta minoría, los hombres que han de tomar la palabra y llevar la voz de la juventud deben salir de nuestra primera promoción, la de los alféreces provisionales, la de los excombatientes. Pero entiéndase donde deberá estar su misión; no en una demagogia quizá peligrosamente sencilla ni, en todos los casos, en el otro extremo, el de la dirección inmediata de la cosa pública: la labor que históricamente cae sobre sus hombros es con seguridad mucho más difícil; se trata de revitalizar su título histórico –haber luchado en una guerra por unos principios que a todos nos alcanzan– con inteligencia y realismo implacables, y fundamentar desde ahí la arquitectura intelectual y política de los que se agrupan detrás de ellos por razón del tiempo y de la labor cumplida. Habrán de acudir, con ánimo de adivinación, a tocar los resortes de nuestra sensibilidad política y nacional, con la misma amplitud, generosidad y rigor que José Antonio adoptó un día, con la fidelidad a los principios permanentes y la actitud adecuada a la circunstancia.

Esto es lo que el tiempo nos pide antes que aceptar para nosotros intereses y rencillas que nos son extraños y lejanos, o que buscar éxitos fáciles. Para no traicionar a la propia obra de la juventud del 36, parece que debe sonar pronto la hora de lograr eso de tan difícil hallazgo en la política: la entrega inteligente de una minoría al servicio y la fidelidad, bajo la majestad del silencio.

Juan Ignacio Tena Ybarra.


www.filosofia.org Proyecto filosofía en español
© 2001 www.filosofia.org
La revista Alférez
índice general · índice de autores
1940-1949
Hemeroteca