Vida Nueva. Organo de la UGT y del Partido Socialista Obrero
Zaragoza, 9 de septiembre de 1933
 
año IV, número 164
página 4

José Laín

La conferencia socialista de París

Se ha reunido en París la Conferencia de la Internacional Obrera Socialista. Los momentos por que atraviesa el Socialismo internacional son harto graves, decisivos, y los dirigentes han creído conveniente contrastar su opinión con la de las Secciones para afincar más hondo la autoridad de sus acuerdos. Los puntos a tratar en esta Conferencia son los que constituyen el meollo de toda la táctica socialista: actitud del Socialismo ante el fascismo, ante una nueva guerra, ante las perspectivas que una ocupación del Poder pudiera ofrecer a los socialistas.

Claramente, sin ningún rebozo, he de manifestar el fracaso de la Conferencia. Y aun más: Que casi esperaba que los acontecimientos se sucedieran conforme se han desarrollado. Está excesivamente influida la Segunda Internacional por el espíritu de Bernstein y del Kautsky de la post-guerra para poder esperar otra cosa. No bastan algunos espíritus bien orientados para neutralizar lo que es casi común en nuestro organismo internacional. Los Renaudel y los Marquet no son sólo franceses; viven y se desenvuelven en todos los países y su funesta influencia aplasta el espíritu revolucionario de los grupos aislados.

Creen los dirigentes que todavía vivimos en los tiempos felices de la anteguerra, cuando todos podían permitirse el lujo de ser revolucionarios… cuando la revolución se presentaba como una cosa lejana, y todos debían ser exclusivamente demócratas de la democracia burguesa, en los tiempos en que ésta nos proporcionaba triunfos parlamentarios al estilo del obtenido en 1912 por la Socialdemocracia alemana. Pero ahora, cuando los problemas son actuales y candentes; cuando de ello depende el porvenir de la clase trabajadora, ¿qué hacen los leaders de la II Internacional? Veamos.

Actitud ante el fascismo. Acertadamente hace observar la conclusión de la Conferencia que esto no es sino una defensa desesperada del capitalismo. Para los países donde ya ha triunfado, «no puede ser derribada la dictadura más que por la revolución popular». Anotemos nuestra prevención por esta «revolución popular» que presupone la intervención de elementos pequeño burgueses y, por tanto, su desvirtuación, ya que si ha de responder a una reacción contra el Estado corporativo –última etapa del imperialismo capitalista– ha de ser exclusivamente proletaria. Ahora bien: ¿qué hará esta «Revolución popular» triunfante? «Destruir el gran capitalismo y la gran propiedad territorial». Sólo toca a los trusts, a los bancos, &c., pero no al pequeño capitalismo, base principal de los movimientos fascistas. Lógica consecuencia de lo que antes criticaba. Y después ya pasa la resolución a hablar de la democracia socialista, pasando por alto –intencionadamente– el período de transición a que tan certeramente aludió Marx en la «Crítica al Programa de Gotha».

En los países donde pervive la democracia burguesa hay que defenderla por todos los medios. Bien. Y a continuación: «la democracia no puede ser defendida eficazmente sino en la medida en que pase de la democracia política (es decir, de la democracia burguesa) a la democracia social». Y ¿cómo verificar este paso? Tampoco menciona el único remedio posible.

«En los países donde el fascismo amenaza directamente a la democracia, la clase obrera debe estar resuelta a luchar por todos los medios y no retrocederá ante ningún sacrificio para “defenderse” contra los ataques del fascismo». Es decir, que la clase obrera sólo podrá actuar para «defenderse», nunca para «ofender». Bonita manera de salvaguardarse contra la amenaza del fascismo si hay que aguardar a que éste descargue el golpe.

Como medio de lucha contra los Estados fascistas «la Internacional Obrera Socialista contribuirá a todos los esfuerzos destinados a acentuar el boicot moral y material del hitlerismo». Discrepo fundamentalmente de la medida. En igual cantidad que se boicotee al capitalismo de un Estado fascista se favorecerá a otros capitalismos, que si no son fascistas no es por falta de deseo, sino por carecer de fuerza u oportunidad. Además, esta medida puede contribuir a aumentar la tirantez existente y a fermentar una nueva guerra. Parece inspirada por los grupos capitalistas que rodean a Alemania. No es así como debían de haber luchado contra Hitler, sino mediante la huelga general revolucionaria y el terror rojo, que siempre es preferible, al menos para mí, al terror negro o pardo.

Actitud ante las posibilidades de una nueva guerra. La Conferencia ha llegado en este extremo a alturas dignas de la Sociedad de Naciones o cosa análoga. ¡Es admitida la distinción entre agresor y agredido! Por ahí hay un escape, que es seguro aceptarán muchos, para librarse de dolores de cabeza en caso de estallar la guerra. Sucederá como en 1914. Todos los Estados se defendían. Todos atacaban en nombre de la libertad. Todos tenían razón. Resulta utópico pretender, en los momentos iniciales de una conflagración bélica, el establecimiento de quién es el agresor. ¿Es que nos hemos transformado de revolucionarios proletarios en leguleyos burgueses? Ya hemos comprobado la virtualidad del artículo II del Pacto al que la resolución se acoge. Véase el caso del Japón. Invade China; después de cerca de un año de gestiones se le declara agresor; sale de la Sociedad de Naciones y todos tan contentos, como si nada hubiera sucedido.

Por fin la resolución de la Conferencia Socialista Internacional fía en un «Tratado de desarme sustancial» como garantía de universal seguridad. Y esto es toda la lucha contra la guerra.

Lo repetimos. Todo lo anterior no conduce a nada práctico. El fascismo triunfará; la guerra será declarada, de aplicar únicamente las medidas preconizadas por la Internacional. ¿Por qué? Sencillamente. Porque el redactor de la resolución, Otto Bauer, ha dudado cuidadosamente el utilizar algo que Marx y Engels dibujaron tan bien y que juzgaban imprescindible para llegar a la democracia socialista: la dictadura revolucionaria del proletariado.

José Laín

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José Laín Entralgo
1930-1939
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