Filosofía en español 
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El cinema bajo el signo fascista

[ Ángel Rosenblat ]

¿Es capaz el fascismo de engendrar una cultura?

“Las revoluciones tienen sus leyes. La revolución alemana de 1933 sería incompleta si no se extendiera al dominio cultural y espiritual.” Estas palabras del órgano oficial del nacional-socialismo definen los propósitos del Gobierno alemán. La creación del ministerio de Educación del pueblo y Propaganda y la intervención de ese ministerio en todos los resortes de la vida cultural alemana, prueban que el nacional-socialismo se ha apropiado un principio formulado hace ya mucho por Carlos Marx y aplicado por Lenin, que la cultura es instrumento de una clase, que la cultura tiene siempre un contenido político y que las ideas dominantes en un período determinado de la evolución social son las ideas de la clase dominante. Veamos cómo pretende el nacional socialismo aplicar esta verdad marxista al campo del cine.

El ministro de propaganda, doctor Goebbels, que tiene a su cargo la prensa, la radio, el cine y todos los resortes de la producción cultural alemana, ha convocado a los productores cinematográficos para hacerles saber puntos de vista (que son los de la “revolución nacional”) sobre el cine. Las palabras del doctor Goebbels merecen sin duda un comentario. Afirma que la crisis del cine alemán es más bien de orden espiritual que material. Entre las películas que más le han impresionado cita: 1. El acorazado Potemkin, que partiendo de una concepción “traidora a la patria” muestra claramente hacia dónde debe orientarse el film de masas; 2. Ana Karenine, gracias a las dotes artísticas de Greta Garbo; 3. Los Nibelungos, evocación de una época pasada, y 4. El Rebelde, film de la Alemania nacionalista que despierta. Frente a esas cuatro películas, al doctor Goebbels le parece ridícula la producción nacionalista de los últimos años, al ver la cual se creería –dice– que “la historia no es más que la sucesión de desfiles y paradas militares al son de trompetas”. “Nuestros cineastas –continúa– se quejan de la pobreza de motivos. ¿No hay acaso en las luchas de la Alemania nueva una riqueza extraordinaria de temas?” Nos encontramos evidentemente en ese discurso y en las medidas gubernamentales sobre la censura y la protección al film de tendencia nacional-socialista, frente a una concepción nacional-socialista del cinema. Los estudios, incluso los de la Ufa, han cambiado inmediatamente la dirección artística. La consigna era no sólo expulsar a los judíos y a los “marxistas”, sino incorporar “gente joven, gente nueva”, Empresas flamantes han surgido de pronto ante el “¡Sésamo, ábrete!” de la varita goebbeliana. Alemania ensangrentada, El general York, La joven Alemania en marcha, ostentan ya la nueva marca de fábrica. Y se anuncia para fecha muy próxima el estreno de otras películas de gran formato concebidas dentro de la misma línea: La lucha en el territorio del Ruhr, Los invencibles, Héroes tras el arado, &c.

La admiración del doctor Goebbels por El acorazado Potemkin, la obra maestra de la cinematografía soviética, no es casual. El nacional-socialismo necesita también su cine de masas. La “revolución” reaccionaria de las capas medias y desclasadas ha robado al movimiento del proletariado todas sus formas de proselitismo: el sistema de organización celular, las formas de la “liturgia” revolucionaria, la conmemoración del día del trabajo, la música y hasta la letra (adulterándola) de sus canciones. Ahora quiere ser consecuente en materia de cine. ¿Pero basta imitar las formas del arte proletario para engendrar un arte? ¿Basta crear un ministerio de propaganda para que surja una cultura nueva?

“El film alemán puede y debe ser el primero del mundo, ya que somos el pueblo de los poetas y pensadores”, proclama, modestamente, uno de los nuevos cineastas de la línea hitleriana. “Nuestro movimiento –dice Hitler mismo– está cargado con la herencia de dos mil años de gloria y de historia alemanas y será el sostén de la historia y de la cultura alemanas en el porvenir.” Si el “verbo” fuera madre de la realidad, la cultura fascista habría de ser la más brillante, la más grandiosa de la historia. ¿Pero no hay una contradicción irreductible entre cultura y fascismo? ¿Es acaso capaz el fascismo de engendrar, de desarrollar una cultura propia?

Tratemos de responder con criterio histórico, objetivo. La clave del Potemkin no está en la intervención de la masa sino en la función, en el papel de esa masa. En la concepción socialista, la masa es hoy fuerza motriz y sujeto de la historia. En la concepción fascista es sólo el instrumento de un jefe (“Duce”, “Führer”) o de una minoría “selecta”. En la concepción socialista, la masa realiza por sí y para sí una misión histórica propia, en el fascismo sirve intereses e ideas (ideal nacionalista, culto del pasado, &c.), ajenos a ella misma, patrimonio de la clase históricamente precedente. Lo que hace la grandeza del film soviético en sus obras de inspiración más pura, lo que da universalidad a algunas creaciones del arte soviético y del arte revolucionario de los países capitalistas, lo que hace de ellas, en el sentido más grande y hermoso del término, cultura, es que son expresión de un mundo en gestación; es que, al encarnar hoy los anhelos y aspiraciones del proletariado, encarnan los principios universales y permanentes del hombre. ¿Qué puede ofrecer en cambio el fascismo? Opresión y servidumbre de la masa, cuyo destino es obedecer y aplaudir. Orgullo de raza, persecuciones medievales de raza, sed colonial, guerra imperialista, frente a igualdad y confraternidad de todas las razas, de todos los pueblos. Autos de fe de todo lo que representa un paso hacia delante en materia de libertad y de progreso, frente a la liberación de todas las fuerzas humanas ascendentes. Limitaciones a la técnica, proteccionismo agrario, favoritismo del artesanado y del pequeño comercio, frente al desarrollo ilimitado de la técnica, de la industria, de la socialización. Las formas refinadas y brutales de una dictadura tendiente a perpetrar todos los vicios, todos los abusos, toda la barbarie del pasado, frente a la creación de un mundo nuevo que ha de libertar al hombre de la tiranía ignominiosa del capital para clausurar la prehistoria de la humanidad e inaugurar el período histórico, el período del socialismo.

Pueden los Hitler, los Goebbels, los Goering creer que aniquilarán el marxismo, que suprimirán la palabra marxismo hasta de los libros “para que durante cincuenta años nadie sepa ni lo que significa”, podrán hacer todos los autos de fe que les permita su dominio efímero, podrán prometer premios y dinero a la producción cinematográfica y cultural nacionalsocialista, podrán exhumar las glorias de Federico “el Único” y entonar himnos a la raza elegida, podrán sublimizar los dolores de estómago o los trastornos eróticos de la pequeña burguesía o de las masas campesinas que condenan a la servidumbre y a la miseria: lo que no podrán jamás es crear una cultura. Porque cultura significa, en el actual período de la evolución histórica, precisamente eso que quieren exterminar: cultura significa marxismo, socialismo.

¿Ha producido acaso ni siquiera los rudimentos, ni siquiera una promesa de cultura, el fascismo mussoliniano en sus diez años de dominación? El pueblo alemán, ese “pueblo de poetas y pensadores”, ha de producir evidentemente una cultura. Engels creía que toda la tradición y la capacidad filosófica alemana habían pasado al proletariado alemán. Ese proletariado creará evidentemente su cultura. Y en la medida en que la elabore, esa cultura será, por el solo hecho de serlo, cultura antifascista. Por más mercenarios que el fascismo alquile en la prensa, en las academias, en los estudios cinematográficos; por más brazos y cerebros que compre por dinero o por el terror, todo será inútil: donde ponga el paso, se agostará la hierba. Porque el fascismo representa una pesadilla de la humanidad, representa, a pesar de toda la soberbia y de las declamaciones de sus jefes liliputienses, una mala noche de la que no quedará más que un recuerdo sombrío. Y sólo el proletariado, sólo el marxismo, al luchar contra él en una batalla en la que el fascismo tiene que perecer irremisiblemente, y para siempre, al crear los moldes de una sociedad sin clases, creará simultáneamente las únicas posibilidades de cultura, la forma históricamente superior de la cultura humana.

Berlín y abril de 1933.

Ángel Rosenblat