Filosofía en español 
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De nuestro corresponsal en Berlín

El amor en un país abolicionista

Me voy a permitir unas observaciones objetivas a la interesante en cuesta sobre el “abolicionismo” realizada en este momento por HERALDO DE MADRID.

Alemania es un país que “oficialmente” ha abolido la prostitución hace unos cuatro años. Decimos oficialmente porque a nadie se le ocurrirá pensar que esa lacra social pueda desaparecer mientras subsistan las causas que la determinan. Pero ahora lo que ocurre es que el Estado ya no actúa de Celestina, ya no preleva su diezmo sobre los instintos genésicos, ignora la existencia del amor a tanto la hora y no permite que con autorización gubernativa puedan subsistir esos serrallos públicos, prisión y martirio de tantas desgraciadas.

Las visitas medicales obligatorias y tan ridículamente ineficaces desaparecen; pero, en su lugar, la ley castiga severa e implacable el contagio ocasionado por el comercio sexual. Sin embargo, en las grandes ciudades resulta bastante difícil aplicar esos preceptos a los culpables, que hallan demasiadas posibilidades de sustraerse al castigo, sobre todo la mujer encuentra múltiples inconvenientes para identificar al cliente sospechoso, ave de paso, que a lo mejor se siente amoroso en el tiempo que media entre dos trenes. Bien entendido, cabe el recurso de pedirse mutuamente la cédula personal.

Como la experiencia es fuente de enseñanzas a la que hemos de acudir en toda innovación, no estará de más señalar que en Berlín el tráfico libre se realiza en deplorables condiciones higiénicas. Según afirmación de un médico amigo, el 80 por 100 de los locales destinados a esos efectos carecen en absoluto de agua corriente, y más del 60 por 100 están habilitados en condiciones de constituir un magnífico elemento receptor y distribuidor de toda clase de microbios. Además, los alquiladores abusan en los precios, y puede calcularse que por lo menos el 30 por 100 del desembolso efectuado va a parar a sus manos.

¿Hasta qué punto han disminuido las transacciones amorosas como consecuencia del abolicionismo? Las estadísticas faltan; pero acudiendo a la simple observación comprobamos que Berlín no se distingue precisamente por un rigorismo excepcional. En todos sus barrios, y ya desde las once de la mañana, son incontables las bellas que se obstinan en gastar las aceras en interminables paseos al acecho de un alma gemela; otras, en los quicios de puertas con muchos anuncios, suspiran lánguidamente, produciéndonos indefinibles congojas. Citaremos como lugares característicos los barrios del Zoo, la Friedrichstrasse, Nollendorfplatz, Alexanderplatz, &c.

Al abolicionismo se debe la eflorescencia de los entresuelos sentimentales: cuando pasáis por alguno de esos lugares citados no deja de llamaros la atención la multiplicidad de pisos a la altura de vuestra cabeza decorados con cortinajes de colores amatorios e iluminados con lámparas que os recuerdan los crisantemos; inevitablemente, detrás de los cristales, una bella criatura, planta de estufa y mirares lejanos, lee probablemente con marcado interés una poesía de Goethe; si el espectáculo os emociona no tardaréis en advertir que la ingenua muchacha comparte vuestros sentimientos y que con gesto imperceptible os invita a participar en sus delirios poéticos. Más lejos, dos prosaicas toman sendas tazas de té que, como en el teatro, deben estar vacías; y si posáis la vista sobre ellas os hacen comprender que vuestra presencia será lo más grata en tal “five o'clock”, que, por lo visto, se repite indefinidamente. No vayáis a creer que aquella dama se encuentra sola: es el reclamo de turno, que a su hora será reemplazada por otra compañera de las algunas que en el piso practican el deporte dual.

Juzgamos innecesario hablar de los cafés, de los dancings, de las estaciones, de los restaurantes; por doquier encontraréis damas jóvenes, bellas, elegantes y no muy intratables. Haremos la concesión de que no resulta fácil distinguir a simple vista la profesional de la “aficionada”, y que esta discreción contrasta un tanto con la procacidad tan corriente en otros países. Además, el paro forzoso, ha lanzado al mercado un merecido número de muchachas, que al ofrecerse en los modernos zocos aún no han perdido ese elemental respeto de sí mismas.

Las planas de publicidad de casi todos los periódicos anuncian profusamente salones de masaje estilo francés, italiano, español (sic), servidos por empleadas deliciosas, capaces de despertar a Lázaro sin necesidad de largas antesalas. Pronto veremos un film sobre esos singulares Institutos de belleza.

Otro efecto del abolicionismo ha sido el aumento de los precios.

A pesar de todos sus inconvenientes, el abolicionismo puede inscribir en su haber una disminución efectiva de las enfermedades ocasionadas por contagio venéreo, una elevación moral de la mujer, la supresión de la infame cartilla y el fin del tráfico degradante realizados por funcionarios pocos escrupulosos encargados de los reglamentos de la prostitución.

Que desaparezcan los lupanares protegidos por el Estado, donde tanto el que pasa como la que permanece han de sentir el oprobio de un ambiente envilecedor. Que se castigue severamente la contaminación, y, sobre todo, que prácticamente sea posible exigir responsabilidad. Y, en definitiva, que los servicios competentes clausuren implacablemente las habitaciones de alquiler ocasional carentes de las indispensables condiciones higiénicas, y que sus tarifas de alquiler sean escrupulosamente revisadas para evitar que a una explotación directa sustituya otra indirecta, aún más onerosa.

ALVAR