El Mono Azul. Hoja semanal de la Alianza
de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura
 
Madrid, 10 junio 1937
número 19, página única

André Malraux, atacado por Trotski

André Malraux acaba de pasar algunas semanas en los Estados Unidos para colaborar en la organización de la ayuda médica a España. Toda la Prensa radical de aquel país ha saludado en él, unánimemente, no sólo al autor de libros admirables, sino también al hombre que fue uno de los primeros entre los intelectuales europeos que acudió en socorro de la democracia española. Sólo el Sr. Trotski se muestra descontento del éxito de nuestro amigo. Instalado confortablemente en la casa de campo de su ángel de la guarda Diego Ribera, en la ciudad de Méjico, publica un artículo en el que se esfuerza por comprometer ante los ojos de América la reputación del autor de la Condición humana.

«Cuando Malraux rinde homenaje a la valiente política del Gobierno mejicano ante la revolución española, yo no opongo ningún inconveniente. Pero debo hacer resaltar con pena que ningún otro Gobierno ha seguido la iniciativa de Méjico…

…Nueva York es el centro del movimiento que tiene por fin la revisión del proceso de Moscou; sólo para contrarrestar este movimiento, André Malraux ha venido a América…

…En 1926, Malraux estaba al servicio del Comintern y del Kuomintang chino; es uno de aquellos directos responsables de la estrangulación de la revolución en aquel país…

…Malraux es orgánicamente incapaz de independencia moral. Es funcionario por vocación, &c…»

André Malraux responde a estas insinuaciones en la revista neoyorkina The Nation, del 27 de marzo. He aquí los principales pasajes de su respuesta:

«El Sr. Trotski me acusa de ser responsable de la estrangulación del movimiento revolucionario en China, de falta de independencia moral y, finalmente, de ser agente de Stalin.

Yo podría también afirmar que «Hemingway» no es más que el seudónimo literario del Sr. Roosevelt o que el Sr. Trotski es el autor de los films de Charlie Chaplin. Es muy sencillo probar que se ha hecho tal o cual cosa; pero más difícil probar lo que no se ha hecho. El Sr. Trotski ha consagrado muchas obras al estudio de la revolución china. Ha atacado personalmente a todos aquellos que él consideraba responsables de la derrota de dicha revolución; paro hasta ahora, jamás me había atribuido un papel importante en ella. Durante diez años yo no había ocupado ningún lugar en la historia de la revolución china; mas, de pronto, yo me vuelvo su personaje más importante. Pero yo declaré recientemente que la colectivización de las tierras en España es, en la actualidad, irrealizable, poniéndome con esto al lado del Gobierno del Frente Popular, y oponiéndome, por lo tanto, al programa del P. O. U. M. y de los trotskistas españoles. Sin duda, jamás me habría convertido en el responsable de la derrota de la revolución china si hubiera estado de acuerdo con el Sr. Trotski a propósito de España.

Cuando el Sr. Trotski me califica de agente de Stalin, me hace pensar en esos generales franceses de la gran guerra que tachaban de agentes alemanes a todos los periodistas que no admiraran la forma de sus bigotes. No estar de acuerdo con el señor Trotski en la cuestión española, no equivale necesariamente a ser un agente de Stalin. Yo soy el único escritor francés que defendió públicamente al Sr. Trotski cuando fue expulsado de Francia por el Sr. Laval. Pero en seguida fui presidente del Comité para la liberación de Dimitrof. Me parece que, para el Sr. Trotski, la independencia moral no consiste solamente en defenderlo, sino también en rehusar defender a Dimitrof. El Sr. Trotski declara que yo he venido a los Estados Unidos para apoyar las acusaciones formuladas contra él en el proceso de Moscou. Si se ha tomado la pena de leer los periódicos, habrá podido comprobar que en ninguna de las interviús concedidas por mí a la Prensa existe la más mínima alusión a este asunto. Pero el señor Trotski se encuentra hasta tal punto obsesionado con su destino, que cuando un hombre, después de ocho meses de servicio activo en España, declara que la ayuda a España debe ser puesta en primer plano, se cree en el deber de desconfiar.

El Sr. Trotski pretende a continuación que ningún Gobierno ha seguido el ejemplo de Méjico para ayudar a los republicanos españoles. El Sr. Trotski sabe muy bien que esto es una mentira.

Este debate rebasa los límites de una polémica. Me reservo el derecho a insistir en dilucidar un problema que sobrepasa la personalidad del Sr. Trotski y la mía. Pero deploro la ligereza con que el señor Trotski acepta toda acusación cuando ésta toca de lejos o de cerca su drama personal. Compruebo con pena su desaprensión en dar a los fascistas franceses armas contra un hombre a quien ellos tienen un evidente deseo de atacar. Y la ligereza de las informaciones del Sr. Trotski respecto a mi responsabilidad en la revolución china es de tal naturaleza, que viene a reforzar la desconfianza que me inspira su actual política española.

El Sr. Trotski no ignora que sus acusaciones, de haber sido creídas aquí, habrían hecho imposible mi acción en favor de España, parando la ayuda médica más eficaz que hasta ahora hemos recibido. ¿Cómo no puede haberse dado cuenta?»

(De Commune.)

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