El Mono Azul. Hoja semanal de la Alianza
de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura
 
Madrid, 29 octubre 1936
número 10, páginas 6-8

Segundo mitin de la Alianza

Nuestra Alianza en acto positivo, de afirmación antifascista, reunió en Madrid, en el teatro Español, el domingo por la mañana a sus amigos y camaradas franceses, alemanes, noruegos, holandeses, mejicanos, que, solidarizados con nuestra lucha popular por la independencia, por la libertad, por la cultura, están a nuestro lado en estos momentos decisivos. El pueblo, que llenaba el teatro, supo darse cuenta entusiasta de la trascendencia internacional de este acto; supo percibir claramente, profundamente, cómo por éste acto en Madrid, sitiado, cercado por el fascismo, se verificaba una vez más, con evidencia reveladora, la identificación del pueblo con la inteligencia; las más claras, más firmes del mundo: Renn, Aragón, Regler, estaban allí afirmándolo con su palabra: con la palabra. Los escritores, los intelectuales auténticos, son la negación viva del fascismo, sus peores enemigos; porque son la afirmación entera, desnuda, totalizadora de la verdad; de la verdad por la que cuando se es hombre racional, hombre de inteligencia, hombre de veras –intelectual, entera y verdaderamente humano–, se da la vida. La verdad de nuestro pueblo español coincide con la de todos los pueblos del mundo. La verdad de Francia, de Rusia, de Méjico, como la de los otros pueblos sometidos a la mentira, es la de su libertad, su independencia. Y esta verdad es la que viven, por la que viven los escritores, los poetas, los artistas, los investigadores, lo intelectuales, en suma. El acto del domingo fué una magnífica afirmación popular por eso: por esta humana coincidencia que en estos momentos españoles ha unido nuestra defensa de Madrid con la defensa de la cultura.

Los compañeros que desde Francia han venido ahora trayéndonos una camioneta de propaganda, que es para nosotros un instrumento inapreciable de cultura, porque lo es para la guerra que la defiende, Aragón, Elsa Triolet, Regler, y con ellos, en auténtica representación popular, su conductor, Maurice Thulier, quien mereció un especial saludo de nuestro pueblo, recibieron de este pueblo español la prueba de su reconocimiento profundo y vivo a la adhesión veraz de la inteligencia.

A Kurt Stern, Gerda Grapp, Otto Biha, que también nos acompañaron en este acto, fue igualmente testimoniado por todos este afecto.

Damos a continuación referencia exacta de las intervenciones de nuestros camaradas extranjeros y un breve resumen de los discursos de Rafael Dieste, Juan Chabás y el mexicano Andrés Iduarte.

Rafael Dieste

«Los facciosos –como una terrible desvergüenza– movieron hasta hoy todos los valores del pueblo, considerándonos a nosotros, al pueblo mismo, la turba indeseable, lo que eran y son ellos, que se presentan siempre bajo un disfraz grotesco, cuyo precio se cotiza en el mercado internacional. Pero en el fondo ellos son el saldo más monstruoso que pudo engendrar la civilización; un saldo de baratijas groseras con que se revisten para engañar a los ingenuos. Los escritores de todo el mundo asisten ahora a la epopeya grandiosa de España como si fuese la epopeya heroica de su propio país. Se encuentran entre nosotros, y les parece hallarse en su patria, en una patria universal. Y así es realmente.»

Ludwig Renn

«Presenciamos en España, el espectáculo grandioso de cómo se reúne toda la inteligencia del mundo: aquellos que el fascismo desterró y expulsó. El fascismo, que además de asesinar a Federico García Lorca retiene, aprisionados en sus cárceles y campos de concentración, a hombres de relieve. En Alemania se utiliza como guardianes de los presos a hombres estúpidos, incultos, sistemáticamente embrutecidos. Los presos son azotados, oprimidos y vejados ante el público de mil maneras, si no se los asesina, como a mi amigo el poeta Erich Muehsam. En España se está formando un mundo nuevo, que nosotros podemos plenamente aceptar. Es el verdadero pueblo español, que tan buena acogida nos ha dispensado. Venimos a él en calidad de militares y de periodistas, mientras los corresponsales del viejo mundo huyeron de Madrid por no creer en el pueblo español. Vosotros venceréis, camaradas. ¡Venceremos para levantar sobré los antiguos cimientos culturales de España una cultura radiante!»

Gustavo Regler

«Os traemos el saludo de los escritores alemanes antifascistas, quienes expulsados de su país os dicen que hora por hora, minuto por minuto, están con vosotros. Os traemos el saludo de los trabajadores alemanes, que después de fatigosas marchas se asoman a nuestras fronteras para entregar a los Comités los fondos recaudados para sus hermanos españoles. Os traemos también el saludo de vuestro propio país, que hemos atravesado desde Figueras, por Barcelona y Valencia. Vimos en todas las carreteras a los bravos milicianos, decididos hasta el último sacrificio. Vimos en las aldeas a los niños, que nos saludaron jubilosos con sus puños pequeños y nos dieron abrazos para vosotros, porque saben que lucháis por su porvenir. Hablamos con las mujeres, con los heridos…, hasta que por fin nos vimos en Madrid. La primera mañana nos despertaron los aviones de bombardeo, procedentes quizá de las fábricas de nuestro país. Nos sonrojamos y sentimos, como deber, la necesidad de hablar por la Alemania que trabaja, por la verdadera Alemania… cuyos obreros, desde que estalló esta lucha, se aglomeran a las puertas de las redacciones para leer vuestras noticias. Para saber entresacar la verdad de entre las notician mentirosas y seguir con entusiasmo vuestros triunfos. Nuestros ojos han visto cientos y miles de trabajadores desfilar por la plaza Roja de Leningrado para demostrar la unión de las masas soviéticas con España. Daos cuenta de que cada cañonazo vuestro ayuda a derribar los muros de las cárceles alemanas. De que vuestro ataque empieza a deshacer las alambradas que cercan los campos de concentración de la Alemania nazista. Daos cuenta de que sois el orgullo de toda la Europa trabajadora, la vanguardia de la cultura, la esperanza de los niños hambrientos, de los sin trabajo, de la juventud, de todos los amigos de la paz.»

Juan Chabás

«En la tradición española el mayor índice de cultura corresponde a quienes han salido del pueblo y laborado con él. Los intelectuales teníamos forzosamente que estar con el pueblo, que es la verdadera España. Los únicos extranjeros en su propio país son los facciosos. Son mucho más españoles que ellos estos camaradas extranjeros que hoy vienen a visitarnos y a colaborar en nuestra compañía, cuando muchos llamados españoles salen huyendo de su patria. Los asesinos, los verdugos de Federico García Lorca no tienen nada que ver con nosotros. Su «¡Viva España!» nos pertenece por entero, y hay que arrebatárselo, camaradas.»

Louis Aragón

«Camaradas: En mi país los sueños, las esperanzas realizadas en el sueño se llaman «castillos en España». Y hay en España castillos de todas clases, irreales y verdaderos. Y hay hombres de mi país que se han pagado castillos en España con su dinero, y que son los que tienen acciones de Ríotinto y minas de Peñarroya; y estos castillos buscan ellos defenderlos de otra manera que con palabras: lo defienden con el contrabando de armas que pasan a Franco y a Mola por la frontera francesa. Estos hombres que vivían tan bien como parásitos de los trabajadores de España, son los mismos que explotan a los trabajadores franceses, los mismos que aplauden en los cines de París a los fascistas españoles; son nuestros fascistas, que asesinan a los obreros franceses, luchadores por el pan, la paz, la libertad. Tengo el gran disgusto de comprobar que en esta hora en que Madrid da al mundo el ejemplo del heroísmo y la fuerza populares, mi país, mi hermoso país francés, no está representado entre vosotros por un diplomático adornado de diplomas, de espada y de sombrero de pluma. Lo digo en tono de ironía para no llorar. Pero puesto que estoy aquí con vosotros en esta hora en que se baten en Sigüenza y en Navalperal, me siento, sin diploma, sin espada, sin sombrero de plumas, como el embajador de mi país, de lo que es verdaderamente mi país, y no de un puñado de propietarios y banqueros que lo desvalijan. Me siento con derecho a hablaros en nombre de los mineros del Norte, de los ganaderos de Camarga, de los cultivadores de Bauce, de los metalúrgicos de la casa Renault y de la Schneider, que es también el país de Molière, de Víctor Hugo, de Arturo Rimbaud. Y me dirijo a vosotros no porque he escrito algunos libros, en nombre personal, sino en nombre de todos aquellos cuyo corazón bate como el mío al unísono del vuestro. Os hablo en nombre del inmenso pueblo de Francia, donde el campesino, el artista, el obrero, no tienen más que una voluntad única; os hablo en nombre del Frente Popular de Francia, cuyos miembros pueden contarse como embajadores entre vosotros, mucho mejor que ese vergonzoso fugitivo que deshonra nuestro país.

Camaradas: Cuando en las avenidas de Madrid he visto desfilar, con un orden maravilloso que ya es una victoria que ganáis sobre vosotros mismos; cuando he visitado, por ejemplo, el palacio del duque de Alba, tan perfectamente cuidado por el Partido Comunista español; cuando escucho hablar a vuestros combatientes que vuelven del frente; cuando veo vuestros heridos; cuando imagino vuestros muertos, el sentimiento más fuerte que me asalta, que debería sentir todo francés en mi lugar, es, debo decirlo, el sentimiento de una vergüenza infinita. Vergüenza que cae sobre nosotros, franceses, que os dejamos sin armas; vergüenza que cae sobre nosotros, franceses, que hemos instalado alrededor de la República española el bloqueo decorado con el nombre de neutralidad, que es una mancha sobre nuestra historia, una marca de infamia en la frente de nuestra República. Vergüenza sobre nosotros, franceses, que hemos dejado libres las manos al fascismo de Alemania y de Italia sobre nuestros hermanos de sangre, de corazón, de sueños y de clase. Vergüenza sobre nosotros por todos aquellos que cayeron muertos bajo el cielo de España y por vuestros pueblos destruidos y por vuestras ciudades incendiadas. Pero si estoy aquí y os hablo es porque hace falta gritar que los franceses no son solamente los propietarios de los castillos en España: esos banqueros, esos industriales, dignos herederos de los Borbones, que también vinieron de Francia y que vosotros habéis echado, como nosotros los echamos también, y hace falta que yo os grite que la verdera Francia, la Francia popular, siente conmigo esta vergüenza que yo denuncio y que sabe que vuestro combate y el suyo es el mismo, y que la suerte de París se juega en Madrid. Cada obrero, cada campesino, cada intelectual de Francia, siente que vuestra derrota sería su pérdida, su muerte, la consumación de su esclavitud.

Camaradas: El pueblo de la Comuna de París no ha desaparecido de la superficie de la tierra, podéis creerme. Y este pueblo es vuestro hermano, que ruge detrás de los hierros que le han puesto, que levanta hacia vosotros su puño cenado y que grita a aquellos que le retienen el brazo el nuevo grito que ha reemplazado a todos los otros conocidos en Francia hasta hoy: «¡Aviones para España! ¡Cañones para España!» Camaradas: Este grito es el fondo rojo de nuestro corazón, es la esencia misma de nuestros sueños, de nuestras esperanzas. ¡Sí! También nosotros hacíamos castillos en España; pero los hacíamos de hierro y de acero: son los tanques, las ametralladoras, los obuses salidos de las manos de los trabajadores franceses y que nosotros quisiéramos ver tomar el camino de Madrid; son las armas que os rehusan, pero que los fascistas de Francia amontonan en sus cuevas para servirse un día no lejano contra nosotros, contra los trabajadores de Francia.

El pueblo de la Comuna de París no ha muerto. Tasca su freno cuando el viento le trae por encima de los Pirineos el clamor de vuestra lucha; y Badajoz e Irún no son para él nombres exóticos de ciudades lejanas; guarda el recuerdo de las matanzas salvajes de Versalles en 1871, y guarda el recuerdo del general Galiffet para comprender lo que es el borracho de Queipo de Llano, para comprender lo que son los verdugos.

El pueblo de Francia está ligado al pueblo de España por una serie de lazos que se han anudado a través de los siglos por toda una serie de cambios de espíritu a espíritu, que han hecho del Cid Campeador el héroe de la tragedia francesa, por todos esos cambios humanos en que se disuelven las fronteras y que hacen que los obreros españoles, al franquearla, cada año, hayan creado en nrestra Francia esa cantidad de pequeñas ligaduras que la vuelven más bella y al hombre más dichoso. El pueblo de Francia está unido al de España por una serie de ramificaciones sutiles y de venas vivas; por eso, cuando se golpea al pueblo de España es el pueblo de Francia el que sangra, el que está en peligro de muerte.

Nosotros lo sentimos así, violentamente; nosotros, que hemos conocido una guerra terrible, donde esa técnica de la muerte que hoy os hacen aprender fue inventada; nosotros, que hemos conocido la trinchera, las granadas, las minas, los gases. Lo que vosotros defendéis es la totalidad de la civilización, es nuestra civilización, es nuestra cultura. ¿Cómo podríamos admitir que vuestros muchachos, vuestros hijos, vuestros viejos, vuestros hermanos y vuestros esposos mueran por lo que también es nuestra vida y nuestra carne y nos quedemos impasibles y al margen diciendo: soy inocente de la sangre de este justo?

¡No! Hace falta que cese inmediatamente esta iniquidad. No. Nosotros no permitiremos que el crimen se cometa. La gran voz de la Unión Soviética, la gran voz de Stalin, que acaba de resonar, ha cruzado Francia como el llamamiento de nuestra conciencia, como la conciencia de nuestro deber.

En mi nombre, en nombre de la inteligencia francesa, reunida por decenas de miles en nuestras casas de la Cultura, yo me comprometo solemnemente, en tanto que haya sobre la tierra de España un fascista armado, un enemigo del pueblo español, a dar nuestros días y nuestras noches, todos nuestros pensamientos, todos nuestros sueños, toda nuestra fuerza, toda nuestra acción, para sostener vuestra lucha. Ya hemos empezado. Somos los que han hecho la movilización de opinión; pero esto aún no es nada. Daremos a la España republicana todos los instantes de nuestra vida. Nosotros trabajaremos en nuestro país por convencer a todos aquellos que están equivocados, que dudan, que tienen miedo. Les contaremos vuestros combates, vuestro heroísmo. Nos convertiremos en el portavoz de vuestra gloria; lucharemos hasta el último aliento por que Francia vuelva a ser a los ojes del mundo lo que nunca debió dejar de ser: la Francia de La Bastilla, de Valmy, de la Comuna. Lucharemos por que Francia pueda mirar sin vergüenza hacia el Sudoeste, donde brilla el sol de España.

Me comprometo aquí, por decenas de millares de hombres y de mujeres, que son el cerebro creador de mí país en el arte, la poesía, la ciencia, a poner todos nuestros esfuerzos para que Francia siga siendo la patria de la Libertad, para que sea la gran prolongación de vuestra tierra ensangrentada, pero libre, y no la vergonzosa vasalla del fascismo, la perra que ha rehusado el combate. Y no se podrá decir que hemos dejado asesinar a nuestros hermanos. Nuestras banderas se unirán en el cielo de vuestra victoria. La bestia sórdida que vosotros habréis forzado a volver a su cueva, nosotros la compararemos con el monstruo que crece en nuestra casa y continuaremos la gran limpieza que vosotros habéis comenzado; la continuaremos en el fango de nuestras cuadras. También nosotros nos batimos por una Francia fuerte, feliz. No podemos creer que puede existir esta Francia al lado de una España vencida, encadenada, miserable.

Camaradas: El pueblo y la inteligencia de mi país están con vosotros. Hace falta que estén con algo más que con palabras.»

*

María Teresa León leyó los textos de los discursos de Ludwig Renn y Gustavo Regler. Rafael Alberti recitó su nuevo romance «Defensa de Madrid». Y nuestro presidente, José Bergamín, cerró el mitin diciendo que «la defensa de Madrid es la defensa de la cultura»; dándose al final un «¡Viva el pueblo en armas!», que fué contestado con gran entusiasmo por la sala. Después de un breve descanso, la compañía Nueva Escena representó de modo magistral Los salvadores de España, de Rafael Alberti.

Los escritores del mundo entero, reunidos para la defensa de la cultura, saludan al pueblo español, pionero de la lucha antifascista; al pueblo español, cuya lucha heroica es la de todas las fuerzas de progreso de la Humanidad.

Envían hoy a Madrid, donde el enemigo se hace la ilusión de poder asesinar a la República, un camión equipado para el cine y la imprenta, y que entre las manos de los valientes escritores españoles será el portavoz de la cultura en el frente, para suministrar apoyo y distracción a los Ejércitos y Milicias de la República. Les dará un apoyo moral contra los partidarios de las tinieblas, contra los mercenarios extranjeros, destructores de los pueblos y de las ciudades, ricas de pasado, de la España milenaria.

Dentro de una semana enviarán asimismo, a los valientes escritores catalanes de Barcelona, un segundo camión, equipado de la misma manera, para ayudar a la lucha del pueblo de Cataluña sobre el frente de Aragón.

¡Viva la República y el pueblo de España!
Asociación Internacional de los Escritores
para la Defensa de la Cultura

(Hojilla que repartieron en su viaje a través de España los camaradas escritores que en nombre de la Asociación Internacional nos entregaron la camioneta para la propaganda.)

*

Un gran «film» soviético
«Los marinos de Cronstadt»

El Ministerio de Instrucción Pública inauguró el día 18 su campaña de propaganda con la exhibición en el Capitol de la famosa cinta rusa «Los marinos de Cronstadt».

La propaganda utilizando los flancos de los tranvías y el copete de las farolas centrales de la Gran Vía nos parece un gran acierto publicitario, con la vibración aguda y multitudinaria que requieren las instrucciones de guerra.

Es una película de circunstancias, exactamente. Con lo que, siendo las circunstancias por que atraviesa la capital extraordinarias, dicho se está que se trata de una película extraordinaria y totalmente oportuna. Tiene, como las mejores películas rusas, garbo y ligereza, amplios horizontes, ninguna reticencia técnica, un áspero sabor bélico verdadero, sin «pathos» heroico, emoción política –humana– profunda. Funciona siempre el ojo cinemático con arreglo a su propia constitución fisiológica, y como la materia de la visión es uno de los episodios culminantes de la guerra civil rusa, la representación obtenida adquiere caracteres elementales de fuerza, verdad y emoción. El público salió enardecido y conmovido, si no queremos decir estupefacto.

Felicitamos a la Sección de Propaganda del Ministerio de Instrucción Pública, prometiéndonos grandes frutos de su campaña.

*

«El Romancero de guerra de El Mono Azul es la metralla que la Alianza
de Intelectuales Antifascistas lanza contra los traidores enemigos del pueblo.»

(Del periódico mural «¡Vitalidad!», del Hospital Médico Popular de Chamartín.)

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