La Conquista del Estado
Madrid, 11 de abril de 1931
número 5
página 2

Nuevo discurso constituyente

 

Don Melquiades ha hablado en Sevilla a sus amigos. Otra vez la fórmula constituyente que formulan estos leguleyos formularios quiere trepar a las decisiones ejecutivas. Sería monstruoso y sintomático de que estamos como pueblo en declive irremediable.

La fórmula constituyente que agrupa a la media docena de viejos farsantes es un medio desgraciado de resolver la hondísima inquietud nacional. Supone la existencia de un Poder constituyente que asumiría de modo absoluto la ejecución gubernamental durante ese período.

¿Qué fuente legítima de Poder sería la de ese bloque gobernante? La mediocridad leguleya olvida esa legitimación originaria, y se entrega a su algarabía con fervores chiquillos. Todo cuanto dicen y exclaman estaría adecuadísimo para ser recogido por un movimiento revolucionario cualquiera que triunfe. En efecto, un Poder constituyente surgido de una revolución tiene en el triunfo mismo de su hecho violento la legitimidad que necesita –según estos abogados– todo poder político. Pero eso es otra cuestión. Los hombres del bloque no quieren ni pueden querer revoluciones. Quieren, sí, que una decisión del Poder que hoy residencian les entregue los mandos para la puesta en marcha de su fórmula.

La cosa es peregrina y muy propia de talentos abogadescos. Gente cobarde, ramplona y miseriosa, incapaz de enfrentarse de cara con la rotundidad magnífica de un hecho. Nosotros repudiamos esta vieja solución por ineficaz y, sobre todo, por vieja. Los hombres que la patrocinan han perdido toda la confianza del pueblo y son puras momias de la política que representan la consunción y los suspiros fracasados.

Un poder constituyente es algo que surge y se origina de una revolución triunfante. O de la voluntad total de un pueblo que lo expresa así y señala los hombres que han de encarnar ese período grave. Los señores del bloque no han hecho ninguna revolución ni tienen sangre en las venas suficiente para empresas de esa jerarquía. Tampoco pueden acreditar que poseen la confianza del pueblo, pues no bastan los discursos ocasionales a base de tópicos y leguyería repugnante. ¡Oh, ese Bergamín energuménico, gracioso rábula de feria!

Todo puede y debe ocurrir aquí menos ese triste espectáculo de la danza vieja en torno a la piragua constituyente. Significaría la definitiva proscripción del espíritu nuevo que ha surgido y la entrega de los destinos nacionales a una turba mediocre de sentidos averiados. Ya es conocida la algazara ingenua y procaz de unas tertulias candorosas al recibir la noticia del encargo a Sánchez Guerra.

Don Melquiades puede seguir inundando a España de huecas resonancias. Bergamín puede seguir buscando pleitos por ahí. El señor Villanueva puede continuar exhibiendo sus cien años en las fotografías. Burgos Mazo puede seguir yendo y viniendo. Pero están mandados retirar, y ello es irremediable, impepinable e inflexible.

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