La Conquista del Estado
Madrid, 21 de marzo de 1931
número 2
página 2

Meteoros
Águilas y angulas

 

Águila inglesa

Legítima Eagle, de garras inteligentes, plumaje ultramarino y otear presagioso. En la Gran Bretaña, todavía enfeudada a los lores y a las pelucas de sus jueces, ha partido el horizonte, después de sus vuelos; las dos mitades de la vida pública serán tercamente irreconciliables: Sir Oswald Mosley, el yerno de lord Curzon, el ex príncipe del partido proletario. Mosley lleva con arrogancia esta cesantía, que la mediocridad puritana de los burócratas laboristas se empeña en recordarle a diario. Su fuerte intuición política y su desmedida capacidad de capitán de hombres se ahogaba en las minuciosidades chinchorreras con que MacDonald y otros líderes pretendían resolver los tremendos problemas que acogotan al Imperio. Como secuela de la última guerra europea, el paro forzoso no es un latiguillo retórico de las oposiciones. Surgen los remedios y los planes de reajuste de la economía; pero cada hora, la unidad del pueblo inglés, la unanimidad de todos los partidos ha muerto. Los lectores pierden la fe en la política, en los partidos; aumenta, en cambio, la esperanza en el hombre fuerte. En el taumaturgo que acertara a resolver el endiablado conflicto de los salarios, dominios, minería, &c. Sir Oswald Mosley, en 1918, diputado conservador –luego de haberse batido en las trincheras del Continente– a los veintidós años. Disidente de sus filas en 1923. Diputado laborista en 1926, ministro en 1929, acaba de segregarse del Labour Party y lanzar a la atmósfera archiconservadora de la isla el reto y el ademán brioso de una heterodoxia. No más fórmulas pseudo evangélicas de Míster MacDonald. No más componendas de Lloyd George –ese conde de Romanones británico–. No más malos humores de Snowden. Claridad, máximo afán de claridad, de deslindar lo turbio y lo chabacano. De un lado Maxton, el ala izquierda de los laboristas, lindando casi con Moscou. De otra parte, Mosley, a quien se le ha motejado en seguida de Hitler inglés, de caricatura reaccionaria. Pero que, sin duda, presenta sobre su actualísimo programa nacional socialista –envolvente de conservadores, liberales y laboristas; aspira a conquistar cuatrocientos diputados; se dirige, sonriente, a los campesinos, a los obreros, a la clase media– la más concentrada voluntad de que no decline la ambición, el coraje y la fuerza de los sempiternos aguiluchos del Reino Unido.

 

 

Para Ortega y Gasset los rasgos característicos del aristóceata son «divertirse con el intelectual; pero en el fondo no estimarlo y mandar que los lacayos o los esbirros lo azoten.»
Después ha escrito que el Duque de Maura padece de tontería pura.
Seguramente el señor Ortega y Gasset es un resentido.

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Vitórica, el de la célebre valla, hace propaganda electoral en Extremadura. Dicen que por cada voto ofrece un cebón. Dícese también que sobran los cerdos y que faltan los electores.
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El acólito Benjamín Jarnés nos quiere convencer de su liberalismo.
Parece ser que le remuerde su vida anterior, transcurrida entre el cuartel y el seminario.
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Confiesa Ossorio y Gallardo que por Sánchez Guerra, por Severino Aznar y por el mismo angel, se han interesado siempre las mujeres.
Es el consuelo que le queda a quien no le hacen caso los hombres.
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En La Tierra, organillo del señor Ni lo Uno Ni lo otro, llaman a Ortega y Gasset: ¡Gran pensador!
Si el sabio no aplaude, ¡malo!
Si el necio aplaude, ¡pero!
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Los revolucionarios de Alicante se reconocían entre sí por medio de décimos de la lotería.
El movimiento fracasó –sin duda– porque no se acordaron de restregarlos por la chepa del jorobeta de Albiñana.
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Romanones ha contestado a una revista gráfica que su libro predilecto es el Príncipe, de Maquiavelo.
Creemos que el Maquiavelo es el conde. No pierde tampoco el tiempo sirviendo a un príncipe.
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Don Miguel Villanueva prefiere «A la invención de la Imprenta» y «Al panteón de El Escorial». Odas del poeta Quintana.
En suma, tres antiguallas tan antiguallas como él.

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