La Conquista del Estado
Madrid, 14 de marzo de 1931
número 1
página 5

La España que hace
La obra de Sbert
Las F.U.Es.

 

Hay que rendirse a la evidencia de que las F.U.Es. representan la joven vitalidad universitaria. Frente a ellos, los estudiantes católicos, que disponían de los recursos magníficos que proporciona la cultura católica y la tradición hispana, significan bien poco. Por culpa suya, claro. Por falta de impulso nuevo, de talento y de visión. Al publicar la información siguiente, enviamos a las F.U.Es. un cordialísimo saludo de camaradería. R.L.R.

Hace unos años –cinco o seis– un grupo compacto y animoso de universitarios dió la señal de marcha a las juventudes que pasaban por los claustros docentes en demanda de un título académico.

La empresa que se trataba de realizar era ardua y desde fuera no se ha destacado bastante el esfuerzo gigante del grupo promotor, dirigido a la creación, a la afirmación de un tipo de universitario nuevo que impusiera a la Universidad una radical transformación de su ser.

Se trataba de quebrantar el aislamiento del estudiante español, de ponerle en plena forma y de despertar en él la conciencia colectiva, la conciencia del grupo como unidad; había que hacerle aprender que, como universitario, tenía una misión que cumplir dentro de la Universidad, una misión social, independiente de sus actividades discentes: hacerle ver que con su actividad solitaria vivía de espaldas a su tiempo.

Se trataba, en definitiva, de dar una batalla a todo cuanto hubiera en la Universidad de viejo y decrépito, y frente al tipo de estudiante jaranero, pupilo noctámbulo de las casas de huéspedes, supervivencia de una generación decrépita, frente a la desintegración individualista que caracterizaba a esas generaciones, levantar una juventud universitaria con bríos y empuje suficientes para derrumbar vejeces y oponer a la desintegración suicida del ochocientos sus anhelos de organización y de estructura.

Y así surgió la primera Federación Universitaria Escolar. No quisiéramos seguir más adelante sin aludir a su principal propulsor, sin invocar el nombre –ya con categoría casi heroica– de Antonio María Sbert, formidable organizador y propulsor del movimiento.

La labor de los primeros tiempos es la labor de Sbert, que supo recoger, encauzar e impulsar individualidades dispersas para que juntas fueran a la conquista de la Universidad. Esta valiosa minoría de los comienzos tenía todo el temple y la acometividad necesarias para romper la resistencia pasiva o activa de la general indiferencia y del aldeanismo mostrenco de la mayoría estudiantil y para imponer los nuevos anhelos de unidad y de estructura, fijando los rumbos del nuevo vivir universitario.

La obra de la F.U.E. con todos los detalles de su desenvolvimiento se ha divulgado ya bastante en libros, periódicos y conferencias. Hoy aquí sólo nos interesa exaltar sus valores afirmativos del espíritu joven y su eficacia transformadora y combativa.

Es necesario recordar cómo al nace la F.U.E. se definió como exclusivamente universitaria, exclusiva y totalmente universitaria, con el ansia de recoger en sus organismos todo cuanto hubiera vivo en la Universidad. Como exclusiva y totalmente universitaria –fuerza insistir en ello– actuó la Federación Universitaria Escolar en los días heroicos en que se pudo enfrente del poder para afirmar y defender causas universitarias; en aquellas batallas fue donde se templó su espíritu y adquirió un mayor grado de fuerza y cohesión y un prestigio como grupo disciplinado y capaz. Los muchachos de la F.U.E. llevaron luego, con sus hurras deportivos, un tono de vida joven, inédito en los recintos universitarios, llevando una nueva alegría juvenil, alegría deportiva, de ritmo atlético, que ya no tenía nada que ver con el garbo pintoresco del señorito estudiante del ochocientos. Uno de ellos, escribía una vez: «Queremos ser serios del modo más alegre.» He ahí la fórmula: Seriedad, responsabilidad, organización –y alegría– ímpetu juvenil, músculos prestos a la hazaña deportiva o heroica.

La F.U.E. tenía, naturalmente, que extender la vida universitaria más allá de los recintos académicos, y activamente organizó la práctica de los deportes y los campeonatos universitarios al lado de otras actividades de orden profesional y cultural. Los grupos deportivos fueron la vanguardia en la carrera triunfante de las F.U.Es., de las que salió un plantel de campeones.

Cambiaba rápidamente el aspecto todo de la vida universitaria. Los chalecos rojos de los jugadores de Rugby y de las muchachas del Baskett, se imponían en varios campos de deportes. Estos atletas fueron los que intervinieron con más decisivo empuje en los momentos que hizo falta. No nos interesa mucho ahora el móvil de aquellas luchas; queremos solamente aplaudir su briosa actitud, su decisiva acometividad contra todo lo viejo y cochambroso.

La acometida del poder contra la Universidad no hubiera encontrado la valerosa resistencia juvenil si antes aquella valiosa minoría no hubiese elevado el grado de sensibilidad colectiva de los universitarios. Es necesario hacer resaltar en la lucha de los estudiantes contra la dictadura primista, el carácter de lucha de generaciones, porque aquella dictadura se caracterizó por ser marcadamente antijuvenil; no traía –como otros movimientos europeos afirmativos del Nuevo Estado– un actual sentido de las cosas, que rápidamente hubiera logrado la aquiescencia juvenil.

Esa fue la causa principal de la rebelión juvenil, que teniendo como designio primordial el derrumbamiento de lo viejo, encontraba lo putrefacto y lo mostrenco, donde más fácilmente era encontrarlo, personificado en el poder. Por eso importa destacar muy claramente, que en sus actos de rebeldía la muchachada universitaria se dirigía fundamentalmente contra las decrepitudes vigentes.

Antonio María Sbert tendría la mejor compensación a sus trabajos en aquel formidable recibimiento de que fue objeto a su vuelta del destierro. Allí estaba toda su obra en marcha, de la que eran signo aquellas huestes de chalecos rojos que le llevaron en triunfo desde Aranjuez a la Universidad.

Pero en aquellos momentos, ante aquel espectáculo, sentiría Sbert la inquietud de lo que aún quedaba por hacer, de la responsabilidad que le incumbía en la continuación de la marcha de las F.U.Es. Para este «ibero por los cuatro costados» tenía que revestir excepcional importancia la constitución definitiva de la «Unión Federal de Estudiantes Hispanos».

Ya constituída la Unión y resuelto el ingreso en la C.I.E. empezaba la gran tarea de estructuración interna de las organizaciones. Elementos nuevos y pujantes llegaban a la Universidad y sustituían a los que se iban en el manejo del timón. Muchos de los que iban nutriendo estas filas eran muchachos –los venidos del Instituto-Escuela, principalmente– que poseían un grado elevado de consciencia de lo colectivo, que partía de la orientación humanista que constantemente presidió las tareas de aquella casa.

Importa destacar, por último, que toda la vida de las F.U.Es. ha obedecido al certero impulso de minorías capacitadas y valerosas que, aceptando su misión, sacrificaron a la vida y marcha de estas organizaciones toda otra actividad encaminada al logro de aspiraciones individuales, dándose por entero a la labor de perfilar, estructurar y dotar de un contenido valioso y actual la vida de la mocedad universitaria.

Al llegar a este punto no quisiéramos dejar sin alusión la gran labor de Arturo Soria Espinosa, que, calladamente, lleva cinco años exclusivamente dedicado –entregado– a las organizaciones, y que incansable propagador, inquieto espíritu, como un Loyola de las F.U.Es., viaja por toda España, incansablemente, fundando Asociaciones y Federaciones en todas las provincias universitarias.

Queremos, pues, ahora, vitorear con entusiasmo desde este periódico la obra de los muchachos de la F.U.E. y su espíritu acometedor y juvenil. Las F.U.Es. responden a un movimiento de perfil actualísimo y revelan la existencia de una fuerza juvenil disciplinada de eficacia combativa, y en cuyo impulso hacedor hay que poner grandes esperanzas.

El papel del joven actual no es ya el de mantenerse a la proa del navío para descubrir las tierras que se ven a lo lejos y a las que no se llega nunca. El joven actual prefiere soltar a las canoas para ver si es más interesante remar. Algo así hacía notar el escritor francés Roland Alix al resumir los resultados de su encuesta a la juventud francesa.

Es necesario que las F.U.Es. marchen profundamente penetradas del espíritu de la hora presente; ya saben –uno de ellos lo dijo– que hoy no se puede exclamar como Rimbaud:

Oisive jeunesse
a tout asservie
par delicatesse
j'ai perdu ma vie.

«Nosotros –exclamaba– no somos delicados, y preferimos dominar nuestro universo.»

Antonio Riaño Lanzarote

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