Filosofía en español 
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Lecturas

Alberto M. García Nueva

Motivos mejicanos, por Alfonso Junco. Edit. Espasa. Méjico 1933

Alfonso Junco ha recopilado en su libro «Motivos mejicanos» varios artículos publicados en periódicos de su patria desde 1924 a 1931. Los hay de todos los temas: políticos, históricos, sobre costumbres, incluso un estudio sobre si Méjico se debe escribir con x o con j.

Los más interesantes para nosotros son los de temas políticos e históricos. Y entre éstos destacamos el titulado «Nuestra bandera».

Cuando en esta misma Revista hicimos la crítica dellibro de Marius Andrés «El fin del Imperio español en América», recordamos el significado de los tres colores de la bandera mejicana: rojo, blanco y verde, Religión, Unión (que los creadores de Méjico independiente bien veían que sólo podía dársela la Monarquía) e Independencia.

Itúrbide, verdadero padre de la independencia mejicana, quiso libertar a Méjico de las doctrinas revolucionarias que habían hecho presa en España. Y tras una sublevación que apenas encontró resistencia, en pocos meses llegó a ser un hecho la independencia de Méjico de la corona de Castilla.

Rojo, blanco y verde: Religión, Monarquía, Independencia.

Religión. «No le anima otro deseo al ejército que el conservar pura la santa religión que profesamos y hacer la felicidad general», así decía el manifiesto que el 24 de febrero de 1821 lanzó Itúrbide desde Iguala, primer paso de su obra de emancipación. Y entre los principios fundamentales sobre los que había de asentarse la constitución política del futuro Imperio, figuraba el primero: «La religión católica, apostólica romana, sin tolerancia de ninguna otra».

Monarquía. O lo que es lo mismo: unión. «Gobierno monárquico [182] templado por una Constitución análoga al país» decía la base tercera. Y «Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía o de otra reinante, serán los Emperadores, para hallarnos con un monarca ya hecho y precaver los atentados funestos de la ambición». En aquellos días de la independencia eran contados los republicanos; surgieron después, porque al no encontrar Méjico el «monarca ya hecho», no se pudieron evitar «los atentados funestos de la ambición» proclamando Emperador al mismo Itúrbide. ¿Por qué él y no yo? –podían preguntarse los generales, compañeros antes del Libertador y ahora sus súbditos.

Independencia: «Trescientos años hace que la América septentrional está bajo la tutela de la nación más católica, piadosa, heroica y magnánima. España la educó y engrandeció formando esas ciudades opulentas, esas provincias y reinos dilatados que en la historia del Universo van a ocupar un lugar muy distinguido». Así decía el manifiesto de Iguala. No puede pedirse más respeto a la vieja España por parte de quienes aspiran a independizarse de ella. La independencia de España tenía que llegar más temprano o más tarde, era cosa inevitable. Por eso hoy, aunque el recuerdo del Imperio español tristemente desaparecido nosentristezca y llene el alma de añoranzas, frente a los Reinos de las Indias Occidentales separados del Reino de Castilla, los españoles no sentimos deseos de volver al estado antiguo. Lo que sentimos es que emancipadas antes de tiempo, aquellas naciones hayan caído presa de regímenes completamente opuestos a sus tradiciones.

Religión, Monarquía e Independencia. ¿Qué queda de ellas en Méjico al cabo de un siglo?

«La religión católica –dice Junco–, con sus misioneros sublimes llegó hasta el indio, aprendió sus lenguas y sufrió sus fierezas o estulticias, para darle luz, amparo, consuelo y grandeza… Fortalecer y fomentar aquellas misiones admirables, corroborar y ensanchar también la acción benéfica de los abnegados párrocos rurales, sosteniendo así una red civilizadora por todo el país era deber humanitario y patriótico, y hoy tuviéramos frutos insospechados; lejos de ello, los religiosos sufrieron independencia o persecución, y la magna labor quedó estancada y muerta… Un laicismo mutilador y otras manifestaciones restrictivas impuestas [183] contra el sentir de la mayoría nacional, han sofocado, reprimido, defraudado las posibilidades espléndidas de una ilustrada vida religiosa». La Religión católica perseguida, primera traición a la bandera roja, blanca y verde de la Independencia.

«Despreciada la fuerza moralizadora y unificadora de la Religión –prosigue Junco– no es extraño que la Unión haya sido irrisoria, y que a partir de la Independencia, salvo el paréntesis porfiriano (paréntesis de material prosperidad formado por dos semicírculos de hierro) toda nuestra historia sea una desoladora sucesión de ambiciones y odios fratricidas, con su espantoso corolario de vencedores que oprimen y vencidos que se exasperan». Sin Religión no puede haber más unión que la que se basa en la fuerza material; al atacar la Religión, los gobernantes mejicanos ponen en peligro la unión de la patria. Ya una gran parte de ella pasó a poder de sus vecinos los yanquis, y ¿quién recuerda ya que hace menos de un siglo California, Tejas, Arizona y Nuevo Méjico formaban parte de la Nueva España?

Además es imposible buscar la unión adoptando regímenes democráticos; porque la democracia –«declaración de derechos de la envidia»– desune, divide, lanza partido contra partido a disputarse como un botín el supremo gobierno de la Patria. Sólo la Monarquía une. Por eso Méjico, y con él todas las naciones españolas de América, no han podido ser felices en su independencia, al adoptar un régimen, absurdo en la teoría y en la práctica, que en aquellos reinos iba además en contra de todas las tradiciones nacionales y de los ideales que dieron lugar a la independencia.

Independencia. Tercer principio fundamental del plan de Iguala. Tercer color de la bandera. «…Real contra España –dice Junco de ella–, ha sido muy dudosa con relación a nuestros primos norteños. Nuestras discordias han hallado allí cuna, abrigo o fomento más o menos directo, más o menos hipócrita, más o menos inmediatamente interesado. Nos arrebataron la mitad de nuestro patrimonio territorial, y han hecho algunas visitas de inspección a la parte que resta, para estudiar, tal vez, si es conveniente decidirse a adquirirla en legítima propiedad. Acaso no: es más cómoda y no menos eficaz la pacífica dominación por la hegemonía económica y por el contagio de la mentalidad y las costumbres. Con angustia de los patriotas y a despecho de nuestros [184] lirismos y arrebatos, del prepotente influjo de Washington hemos visto a menudo colgar nuestros destinos».

«El balance es triste –concluye Junco–. La Religión postergada, la Unión deshecha, la Independencia desmedrada y en peligro. ¿Hemos traicionado nuestra bandera?

Pero es tiempo aún. Cien años cuentan poco en la vida de un pueblo…»

Es tiempo aún. Méjico puede reaccionar y buscar en la protección a la unidad religiosa, la Unión y la Independencia que ahora le faltan. Y así reanudará sus viejas tradiciones olvidadas.

También España marcha ahora por mal camino, y esperamos en Dios poder salvarla.

Ahora, que entre el caso de España y el de Méjico hay una notable diferencia.

En España contamos con una dinastía nacional. Con una familia, la primera de todas las familias españolas, cuya historia se confunde con la historia de su patria. Y en esa dinastía, en esa familia, simbolizamos nuestros principios políticos, los principios políticos que hicieron grande a España. Cuando esa familia vuelva a ocupar su puesto de mando, España volverá a la vida; porque sólo la Monarquía hereditaria puede darle la continuidad y estabilidad políticas necesarias para vivir con paz su historia.

Pero Méjico no tiene ese tesoro. Méjico no tiene una dinastía nacional. No tiene una familia cuya historia se confunde con la historia de Méjico. Si algún día reacciona contra los sectarismos que le tiranizan, ¿será su mejoría sólo el cambio de postura del enfermo?

Nos acordamos de aquella república católica de García Moreno en el Ecuador, que pasó como un relámpago; lo suficiente para confirmar una vez más con el ejemplo, que no hay salvación posible en regímenes democráticos.

Alberto M. García Nueva