Filosofía en español 
Filosofía en español


Obras de San Juan de la Cruz, editadas y anotadas por el P. Silverio de Santa Teresa, C. D.

Nos acercamos a San Juan de la Cruz. La edición de las obras completas de Juan de Yepes, ingente aventura emprendida por la Biblioteca Mística Carmelitana, sirve de coyuntura. Aprovechémosla.

Trátase en esa edición, de un acontecimiento decisivo. Quizá no lo sea para la curiosidad de la mayor parte de los españoles, atenida a publicaciones de tipo primario. Lo es, sí, para quien tenga la conciencia viva del españolismo. Para quien perciba, además, el actual renacimiento de lo invisible, de lo inefable, del lado de allá de las cosas, en suma.

¿Renacimiento de lo invisible?... Exactamente. La vieja fe es ahora más nueva que la moderna técnica. La técnica ha cimentado lo racional en aquella parte que proporciona al individuo mayor soltura en la tarea material de vivir. Pero dicha cimentación agudiza hasta lo insospechado el sentimiento de náufrago propio de cada individuo. Lo inefable gobierna lo racional. Sólo un instrumento es la técnica; resulta impotente para sustentar una concepción o sentimiento del existir. (Cuando se trata de los problemas últimos, el concepto incluye emoción.)

Hace poco tiempo he tratado de San Juan de la Cruz. En un folleto editado por la revista catalana Estudis franciscans. (El texto del folleto apareció en los números 250-251 de la revista.) Digo allí que el misticismo radica en el recodo contemplativo del cristianismo; con esto entramos ya en la visión de Juan de Yepes desde nuestro ahora. Aquél, el misticismo, precede históricamente al dogma. La filosofía escolástica representa, si puede decirse con tal generalidad, una voluntad de comprensión, pretende comunicar el contenido de la fe. El misticismo lleva el espíritu entero a su ápice.

El hombre está siempre presente a sí mismo. El místico –pienso en nuestro Juan de Yepes– está presente a él como abismo. El ahora no existe para él. Tortúrale la angustia de creer antes que el creer. Le embarga la fe, pero con drama. (Trátase de Juan de la Cruz, no se olvide.) No es la suya, pues, una fe serena y absolutamente con los ojos vendados.

Todavía más. Todos vivimos en función de algo. Sólo el místico llega a la conciencia de ello. Juan de la Cruz descubre que el fondo del alma, en su propia terminología, no se sacia con el conocer; se sacia con poseer lo sobrenatural. Exalta el lado de allá de las cosas. Tenemos los hombres, en él, una herida irrestañable: Dios. Sólo se sabe de un bálsamo: el amor. Fe y conocer son amor. La fe levanta al individuo sobre la contradicción de su misma naturaleza, que es empírica y meta-empírica. Vive lo invisible en lo visible.

Un ejemplo de experiencia religiosa es San Juan de la Cruz. Indudablemente. Por ella, que es empirismo de lo inefable, amó lo que el mundo tiene de más mundo. Pero no se complace en lo exterior a expensas de lo íntimo. Muy al revés. Ocurre que lo exterior le recoge y abroquela interiormente. El amor de lo inexplicable lleva a nuestro místico al amor de lo terreno.

Resumiendo: busca Juan la inteligibilidad última, emocional, del mundo. Ni más ni menos que ésto. Se vale de las cosas para vehículo de lo inmaterial. Resuenan Platón y Agustín en la búsqueda.

Agradezcamos, los españoles, a la Biblioteca Mística Carmelitana el que sea posible, desde 1932, desde este tremendo 1932, penetrar con holgura en San Juan de la Cruz o la soledad sonora.

F. C. N.